LOS HECHOS, 2da parte

5000 Words
Cuando llegué a casa ya mi madre me esperaba para el almuerzo, me preguntó dónde estaba y le comenté en la casa de huéspedes. Aún estaba preparando la pasta, el agua hervía sobre la cocina, mientras ella picaba los tomates y la cebolla sobre la tabla, apoyada en el fregadero. Vestía su uniforme del hospital, una gran camisa rosada con bolsillos donde aún colgaba su identificación, el pantalón era ancho y los tenis blancos. Sobre él llevaba el delantal con frutas para no mancharse mientras cocinaba. Dejé las llaves sobre la mesa y me dispuse a servirla. Busqué en los estantes de madera los platos y en las gavetas, al lado del fregadero, los cubiertos con las servilletas. Cada vez que comíamos pasta, a mi madre le gustaba acompañarla con pan francés recién comprado. Sobre la mesa reposaba la bolsa y los acomodé en un bol de vidrio transparente con una servilleta blanca para cubrirlos. Busqué en el estante el orégano en polvo, el aceite de oliva y un frasco de vidrio donde guardaba el queso parmesano que habíamos rallado ayer en la cena para dejarlo listo para hoy. Sonreía cada vez que se encontraban nuestras miradas, debo decir que desde que papá murió siento que ella ha cambiado, se ha convertido en una mujer muy serena, con una paz que irradia a su alrededor, que calma a cualquiera. Tal vez papá está con ella, muy dentro de ella, porque esa paz que ahora siento con su presencia era la misma de mi padre en vida. Cuando estuvo todo listo, mamá sirvió la pasta en cada plato y juntas nos sentamos a la mesa, una frente a la otra. Cada plato de porcelana blanca estaba con la pasta cubierta con la salsa de tomate casera bañada de albaca y orégano, luego le colocamos un chorrito de aceite y la cubrimos con una cucharada de queso parmesano rallado. Durante el almuerzo solo pensaba cómo iba a preguntarle sin despertar sospechas, acerca de Rosa, para verificar si coincidían las versiones con mi tío Alfredo. ─ ¿Desde cuándo Rosa vive con tío? ─ Desde hace mucho, antes que tu abuela muriera. ¿Por qué? ─ No hemos hablado de ella. ¿Y ella tiene familia? ─ No, no que yo sepa. Solo recuerdo que llegó una tarde lluviosa, completamente mojada, con la mirada perdida a la casa de huéspedes. Mi madre la llevó a mi cuarto, la ayudamos a cambiarse de ropa, curando sus heridas en la cabeza y en el rostro. Mi madre la peinó hablándole acerca de cualquier cosa, tenía su cabello enredado con trozos de madera, conchas de caracol, pero Rosa solo lloraba y lloraba de sus ojos las lágrimas salían sin dificultad alguna. No dijo nada, solo se miraba al espejo y las lágrimas brotaban como solas, ni siquiera pestañaba. Recuerdo que también lloré con ella y nos hicieron prometerles que no diríamos a nadie que Rosa estaba con nosotros. Días después mi madre llegó con un tinte de cabello, le cambió el color y se lo cortaron dejándolo muy corto casi como el de un chico. Tenía pecas en su rostro que luego se perdieron con los años, aunque sus ojos verdes siempre estuvieron como apagados. No decía nada, se sentaba en el jardín viendo las flores, ayudando a mi madre a sembrar helechos y a decorar la casa de huéspedes. Nunca salía durante el día de la casa y siempre ayudando a mi madre en la cocina, no salía con nosotros, no participaba del carnaval, de ninguna fiesta y si solo estaba ella en la casa no atendía a ningún huésped. Creo que pasó años sin hablar, todos pensábamos que era muda. ─ sonrió al recordar. Por unos minutos se desdibujó una sonrisa triste, dejó sobre la mesa el tenedor con el que comía la pasta y su cuchara, se limpió los labios y miró el vacío como si la recordara en ese momento viéndola delante de ella. ─ ¿Nunca dijo nada acerca de su familia? ─ le interrumpí sus pensamientos, la miré esperando su respuesta. ─ No, nunca. Cada navidad era para ella horrible, pasaba llorando simplemente como si tuviera un pesar muy hondo. Con los años, antes de que me fuera con tu padre, ella se sentaba conmigo en el jardín a peinarme el cabello y me decía: ─ Vas a tener una linda niña con el cabello n***o muy lacio y me gustaría mucho si la llamas Teresa. ─ ¿Teresa? ─ le dije repitiendo el nombre. ─ Si, Teresa. Cuando le pregunté ella me contestó: ─ A tu madre le gusta ese nombre, además las que se llaman así son mujeres fuertes, seguras y hacen cosas increíbles que nadie las cree capaz de hacer. Teresa es la santa de tu madre, a la que ella le pide con fe por ti cariño. Y bueno, cuando naciste y tu cabello era n***o, recordé las palabras de Rosa y por eso te llamas Teresa. ─ ¿Sabes quién es Teresa Fernández? ─ me atreví a preguntarle observando su rostro por si mostraba alguna sorpresa luego de escuchar el nombre. ─ No, no recuerdo a alguien con ese nombre. ¿Por qué? ─ Según me contó tío Alfredo ese era el nombre de la hija de Fernández, uno de los dueños de la fábrica. ─ ¿De la fábrica? Claro que sí, era una joven muy hermosa. ─ sonrió de seguro a su memoria llegaron los recuerdos. ─ ¿De qué color era su cabello? ─ le pregunté sin mirarle al rostro ─ ¿Por qué preguntas eso? ¿Hay algo especial en ello? ─ No, simple curiosidad. Es que la mayoría de las fotos no puedes distinguir el color real del cabello de las mujeres de la época. Es por eso. ─ Si, tiene sentido. La mayoría de las fotos son en blanco y n***o. ─ se quedó pensativa terminando de masticar su bocado, luego mirando de nuevo a su plato para acomodar la pasta en el tenedor. ─ Bueno ese detalle no lo sé no la vi en persona, siempre fue en fotos. Están en la oficina de la presidencia, hay una enorme pintura con Fernández en el pasillo que lleva a la sala de juntas. ¿No la has visto? ─ No, no he llegado hasta allá. Dime madre y si tuvieras que comparar la Rosa de aquellos años con la foto de la Teresa de la sala de juntas, ¿encontrarías algún parecido? ─ No lo sé. Creo que esa Teresa era más delgada que la Rosa de hace años atrás, además Rosa siempre ha usado su cabello sumamente corto y de color marrón. ¿No me digas que tú crees que Rosa es Teresa? ─ No para nada, para nada. ─ No lo crees, ¿verdad? ─ mantuvo su mirada fija en mi para asegurarse que no le mentía. ─ No. ─ por mi parte, dejé la mirada en el plato de la pasta y continúe comiendo normalmente, al ritmo que llevaba. ─ Cariño a veces es mejor dejar las cosas como están. A veces, el indagar por simple curiosidad, termina haciendo más daño que la verdad misma. ─ me dijo colocando la mano sobre la mía en gesto de que no averiguara nada mas Cuando terminamos de comer, levantamos la mesa, para luego lavar los platos juntas. Sabía que no tenía mucho tiempo, antes de que ella terminara de acomodar las ollas en su lugar, me sequé las manos y subí a mi cuarto a cambiarme porque tenía que cumplir el turno de la tarde en la fábrica. Gracias a la providencia Divina el señor Pedro me envió a buscar unos papeles en la oficina de la presidencia y ahí vi el retrato. Tal y como lo había descrito mi madre, estaba de pie junto a la silla de su padre, era hermosa con su largo cabello n***o siempre delante de su hombro, como en la foto del compromiso. ─ Fernández y su hija, Teresa. Fecha de la foto: diciembre 1948. Luego le pedí permiso para ir nuevamente a la biblioteca y después de saludar a Eloísa me ubiqué en el estante número uno para revisar el resto de la carpeta negra con los diarios de la época. Revisé varias de las hojas perfectamente acomodadas y luego recordé la que se refería a la muerte de Teresa, que estaba casi al final de la carpeta, pero no estaba. De nuevo inspeccioné con sumo cuidado, pudo haberse pegado a otra, pero no la encontré, pareciera como si la hubiesen cambiado de carpeta. Me levanté y busqué en el estante para verificar que había tomado la carpeta correcta y entonces vi en el piso, casi debajo del estante, una punta de una de las bolsas y arrastrándola con mi mano logré sacarla. ¿Qué hacía en el piso, debajo del estante? Tenía algo de polvo sobre ella, lo retiré con cuidado, tal vez estaba ahí desde hace tiempo olvidada debajo del estante. La llevé nuevamente al escritorio, entre otras noticias estaba el artículo referido a Teresa y lo leí con cuidado ‘Tragedia en la noche del enlace Meléndez - Hernández’ ‘La única heredera de los Hernández muere en extrañas circunstancias’ De acuerdo con fuentes policiacas la señorita Teresa Hernández había tenido una fuerte discusión con su prometido, el señor Javier Meléndez, con quien estaba comprometida para casarse para mediados del mes de junio de este año. Pedro Fernández asegura que su hija no tenía problemas mentales y que estaba sana. Recalcó además que su hija no conocía ni trataba al joven capataz Juan Del Castillo, cuyo c*****r fue encontrado con una herida de bala a las orillas de la playa, cerca de los escombros días antes. El señor Meléndez mostró a la prensa la carta de renuncia del capataz donde se evidencia que había salido de la fábrica por su propia voluntad. Entregó a la prensa copia de los cheques cancelados a cada uno de los sobrevivientes de los trabajadores difuntos, por lo que ninguno de los accionistas tenía razón alguna para matarle. ‘’Javier Meléndez, el infortunado novio, narró horrorizado cómo no pudo evitar que Teresa cayera al mar, al perder el control del vehículo en el que viajaba’’ De acuerdo con los datos y las evidencias Teresa y Javier estaban en su casa en el jardín cuando empezaron a discutir fuertemente, tomando ella las llaves del auto sobre la mesa del jardín donde discutían. Javier la siguió gritando su nombre, pero no logró alcanzarla, decidió tomar su auto para seguirla ya que había empezado a llover. Minutos después vio, con estupor, como el auto de Teresa al tomar la curva pierde el control y cae al mar. Se detiene para ver emerger el auto nuevamente del agua y al hacerlo las fuertes olas lo llevaron contra las piedras. Decide bajar con su vehículo hasta la orilla de la playa, pero no pudo ver nada más, no encontró a Teresa. De acuerdo con la fuente, los equipos de rescate y la policía, el c*****r de Teresa fue arrastrado al mar por la fuerte tormenta que azotó esa tarde la región. Hasta la fecha no ha logrado ser ubicado. El auto fue sacado del agua en pedazos. Regresé cada cosa a su lugar, incluyendo la noticia acerca de su muerte. Debió ser espantoso todo lo que ocurrió. Al regresar a la oficina le pregunté al señor Pablo sobre Fernández y Meléndez. Estaba sentado en su oficina revisando los papeles que le había entregado y corroborando las operaciones que había hecho. Sonrió cuando abrí la puerta y amablemente me invitó a pasar. ─ ¿Encontraste lo que buscabas? ─ Si gracias. Señor Pedro usted tiene muchos años aquí, los accionistas de la fábrica, ¿siguen vivos? ─ ¿Quiénes? ─ Fernández y Meléndez ─ No cariño, Fernández murió dos años luego de la muerte de su hija fuera de la isla. Después de lo que le ocurrió a su hija se fue, luego nos enteramos de que otra persona de su familia había heredado y le vendió las acciones a Meléndez. ─ ¿Y Meléndez? ─ Bueno ese hombre y su familia han hecho lo que es hoy la fábrica. Esta isla ha progresado porque ellos han traído las inversiones necesarias para que seamos los primeros en el ramo de la construcción de maquinaria pesada y en la extracción de carbón. ─ ¿Javier, aún vive? ─ Si, pero ya ninguno de ellos vive en la isla, solo vienen de vez en cuando. Luego de la muerte de Teresa a Javier no se le volvió a ver por aquí. El viejo Meléndez, cuando logró que otros se interesaran en invertir, se fue de la isla y de eso hace como más de cuarenta años. ─ ¿Y el cuerpo de Teresa, apareció? ─ No cariño, nunca apareció. Fue realmente terrible lo que pasó. Según cuentan Javier Meléndez y su padre hicieron las primeras barandas que bordean la carretera externa de la playa en honor a ella. ─ Es realmente lamentable. ─ Muchos dicen que ella era muy buena, aquellos que atendió en el hospital y los hijos de los trabajadores que ayudó, la consideran una buena mujer. No parecía hija de quien era. ─ ¿Y la madre de Teresa? ─ Bueno de ella no se sabe mucho, cuando Fernández llegó a la isla ya estaba viudo. ─ ¿Recuerda su nombre? ─ Creo que lo leí una vez. Pásame aquella carpeta marrón que está sobre el archivo. ─ a ambos lados de su escritorio, se disponían perfectamente acomodados una serie de archivos color beige, donde se encontraban todos los documentos contables de la fábrica. El señor Pablo los cuidaba con afán y justo a su lado, cerca de la puerta del baño de la oficina, estaba la carpeta marrón que me había señalado. ─ Aquí están los primeros informes, tal vez ahí consigas lo que buscas. De no ser así puedes preguntarle a Eloísa, ella tiene mucho más tiempo que yo aquí. ¿Si quieres la llamo? ─ Bueno, ¿si no es molestia para usted? ─ No cariño, claro que no. Además, cómo podría decirle que no a uno de mis mejores pupilos. ─ con la sonrisa aun en su rostro levantó el teléfono y después de discar el número, me invitó a sentarme. Tomé asiento en frente de su escritorio y cuidadosamente empecé a revisar las primeras actas de la fábrica, pero estaba más pendiente de lo que conversaba con Eloísa. ─ Cariño es Pablo. Sabes estuve recordando algunas cosas, ya sabes para ayudar a Teresa, mi pupila, en su trabajo, pero no recuerdo exactamente el nombre de la esposa de Fernández. ¿Tú lo recuerdas? ─ se quedó mudo escuchando atentamente lo que le decía y tomó lápiz y papel para escribir su nombre. Cerré la carpeta y me quedé viéndolo atentamente, esperando conocer la respuesta. Luego de colgarle a Eloísa, levantó su mano y me entregó en un trozo de papel el nombre de la madre de Teresa: María Rosa Olivares. Sentí un susto en el estómago. Mis instintos me habían dicho la verdad: Teresa era Rosa. Levanté la mirada y doblé el papel en dos, entregándole la carpeta al Señor Pablo que aún me miraba asombrado, esperando que le dijera alguna cosa. ─ Gracias, siento haber tenido que utilizarlo para averiguarlo. ─ No cariño para nada. Sabes que me agrada ayudar. ─ Debo irme, tengo que terminar aún parte del reporte. ─ No es necesario Teresa, termina con tu trabajo del colegio, el reporte puede esperar. ─ ¿De verdad? ─ Sí, claro que sí. ─ Gracias Al terminar mi turno me fui a casa, creo que no estaba lista para enfrentar a Rosa ahora que conocía su secreto y puedo asegurar que mi madre ya lo sabía. Caminé lentamente con mis libros hasta tomar el autobús, recorriendo cada calle y detallando cada cosa que veía. Me temblaban las manos y hasta estaba sudando frio. Estando en la casa, mi madre aún no había llegado, así que me recosté en la cama repasando cada conversación: con mi tío Alfredo, con mi madre, con el señor Pablo y con Rosa. Entonces, sentándome en la cama, como si hubiese descubierto algo me detuve a pensar en voz alta: ─ ¿Por qué lo vi saliendo de su casa al día siguiente de conocernos?, ¿Por qué me entregó el traje y el collar?, ¿si ella podía escucharlo por qué Juan no le había preguntado directamente?, ¿por qué me había ocultado que ella era la Teresa de Juan? Me dejé caer nuevamente en la cama y abrazando mi almohada, deseé verlo, encontrarme con él. Luego de un suspiro comprendí que no tenía sentido alguno hablarle, si no lo había hecho primero con Rosa. Traté de dormir para que las ideas dejaran de atormentarme, así como las preguntas y las posibles respuestas. Cuando desperté la noche había cubierto el cielo de su negrura, la luz de la luna entraba a la habitación casi peleando con las cortinas que se movían por el melodioso ritmo del viento nocturno. Sonreí al verlas y contemplándolas, parecían pequeñas peleando por un juguete en el parque. Recordé las palabras de mi madre sobre el origen de mi nombre y la tristeza me invadió. Las manos que reposaban sobre el pecho, sosteniendo la cobija, las levanté para limpiar el rostro surcado con las lágrimas que bajaban por las mejillas. Me incorporé para reposar la espalda a la cabecera de la cama y ayudar a mi cerebro a comprender la emoción que llenaba mi corazón. Entonces un pensamiento se cruzó en mi mente rápidamente, no era mi tristeza, ese sentimiento no era mío, no tenía razón para estar triste. Las lágrimas regresaron a mí, como un rio desenfrenado brotaban de los ojos hasta gemí del dolor por el vacío que sentí. Al cerrar los ojos para dejar salir las lágrimas y abrirlos de nuevo, vi la orilla de una playa a mi izquierda, el sol comenzaba a ocultarse, era un hermoso atardecer, la brisa acaricio el rostro y sentí cómo besaba suavemente las mejillas. Después el agua rosar mis pies, cómo las olas bañaban los pies descalzos caminando sobre la arena blanca y tibia. Al levantar la vista una gaviota sobrevolaba sobre mi cabeza y me deleité al ver su vuelo. Me detuve a verla entrar al agua y luego salir de ella. Mis ojos estaban cerrados, solo respiraba profundamente dejando que el aire entrara y saliera despacio de los pulmones. Fue como detener el tiempo para saborear solo con la respiración el aroma a mar abierto, como cuando quieres disfrutar el presente, el aquí, el ahora y no importa nada más. Fue un momento mágico, esa paz que me rodeaba me pareció infinita. Unos minutos después, aun con los ojos cerrados, una mano se acercó a la mía, mi corazón saltó en el pecho, su tibieza fue exquisita, sus dedos gruesos y con poco bello me dieron seguridad. Poco a poco los latidos acelerados del corazón se aquietaron y las mariposas en el estómago comenzaron a tratar de llegar a la garganta, para salir desesperadas afuera. Entonces una mano se posó en la espalda, al inicio de la cintura, cubriéndola para acercarla a otro cuerpo frente al mío, manteniendo los ojos cerrados pude sentir la respiración de otra persona cerca de mi mejilla y luego sus labios en los míos. No pude abrir los ojos, sus labios eran suaves y húmedos, las mariposas se aquietaron y desaparecieron hasta que se separaron de mí. Era perfecto, era el correcto, era mi otra mitad, mi complemento. Eso fue lo que sentí. Encontrar una explicación de lo que ocurría no tenía mucho sentido, además no encontraba razón alguna, de lo que si estaba segura es que esas sensaciones no eran mías, no era a mí que me ocurrían. Me parecía estar viéndola como en una película, solo lo que mis ojos podían ver y apreciar, pero los sentimientos y las sensaciones si las podía percibir. ¿Qué estas tratando que vea?, no logro entenderlo. Distinguí entre las lágrimas la falda ancha del vestido n***o y las manos juntas sobre él, unas manos con los dedos entrelazados, su piel blanca con pocos bellos rubios y dedos gruesos, su tibieza y su fuerza al apretar los dedos finos y unas largas uñas. Eran las manos de un hombre y una mujer, no solo era el calor que generaban al estar juntas, era una sensación de paz increíble en mi corazón. Poco a poco las levantaron y se acercaron a unos labios rosados que las besaron muy despacio, reposaron los labios tibios por unos minutos que me parecieron eternos. Luego se separaron violentamente, como si los cuerpos hubiesen sido arrastrados en dirección opuesta. Entonces un vacío llenó mi ser. Para explicarlo fue como si pasaran frente visiones cortadas, una tras otra, a gran velocidad, parecía que estaba como en un carrusel dando vueltas empujada por el torbellino de sensaciones, de imágenes que con desenfreno seguían apareciendo una tras otra. Corría por la orilla de la playa, era un atardecer, sentía que no podía acelerar el paso, mis pulmones les faltaba el aire, necesitaba más para respirar. Tuve que detenerme, mis manos reposaban sobre una falda ancha y negra, escuché mi corazón agitado en el pecho y voces masculinas gritando. Me incorporé y seguí corriendo como pude por la orilla de la playa. Temblaba de miedo, las manos estaban sobre el rostro, un grito ahogado salió de mí, un profundo y punzante NO, alargado y eterno. Estaba de rodillas, había sangre, que lentamente se acercaba a ellas en el suelo. Dios qué dolor sentía. Los días y las noches pasaban frente a la ventana que desde la cama me permitía saber que las horas se sucedían una tras otra, sin cambio aparente. Escuchaba las voces de hombres conversando frente a la puerta de la habitación, eran voces conocidas, muy cercanas como si intentaran abrir la puerta que permanecía con llave pues la manilla bajaba y subía varias veces. De mi cuerpo no salían palabras, solo sollozos y una profunda tristeza. Había perdido algo muy preciado, esa era la sensación que tenía, además una inmensa culpa que apresaba las costillas y al corazón. La voz grave de un hombre me aturdía, repetía las mismas palabras, pero no pude escuchar con claridad lo que decía. Estaba cansada de oírlas, hablaba con insistencia y molestia. Esta vez aceptaba lo que decía, había ganado, no tenía fuerzas para continuar negándome a seguir las indicaciones. Pasaba las hojas entre los dedos viendo vestidos blancos de novia, con larga cola, flores del ramo y los velos de tela transparente sobre los rostros de las modelos. Cerré la revista, dejándola sobre la silla para asomarme a la ventana que daba a un jardín lleno de flores y escuchaba el trinar de las aves. Comencé de nuevo a llorar, fue un destello repentino y la puerta se abrió, al escuchar la voz grave de un hombre, retiro rápidamente las lágrimas de las mejillas. Escondía las lágrimas, eso era lo que hacía. En la habitación había un ramo de rosas rojas sobre la mesa, muy hermosas y con su peculiar olor. Sobre la cama estaba un vestido azul, con una falda muy estrecha y los zapatos negros con una hebilla dorada sobre la alfombra blanca. Los veía asombrada con disgusto, pero calzaban perfectamente en el pie. Había un estuche n***o, abierto, con un collar de perlas y sus zarcillos. Los tomé con delicadeza y los coloqué sobre el cuello y en las orejas. Caminé por el pasillo hasta encontrar unas escaleras, me detuve para observar, pensando en bajar por ellas. En ese momento la tristeza se asoma a los ojos, pero respiré profundo para ahogar las lágrimas. Los zapatos brillantes de un hombre se acercaron y colocando su mano, al inicio de la cintura, me acompañó hasta el final de las escaleras. Esa sensación fue diferente, no era molestia, ni incomodidad, simplemente no sentía nada, ni agrado ni desagrado. Arrojé un periódico al suelo, luego de haberlo apretado entre los dedos con fuerza y rabia. Grité tan fuerte que me quemó la garganta. Vi las llaves sobre una mesa y las tomo para salir, necesitaba huir, perderme, alejarme del lugar y comencé a correr hasta llegar a un auto. Las manos temblaban, miré las palmas tenían una marca roja en la base de los dedos y me dolían. Las lágrimas no paraban de salir, qué dolor sentía, un vacío muy profundo. Al levantar la mirada justo frente a mis ojos vi la lluvia caer a cantaros, mojaba el parabrisas de un auto, brillaba al caer a la carretera. Las curvas las tomaba con prisa, entonces vi el marcador de la velocidad 95 kilómetros por hora y aumentando a 100, se movía con rapidez la aguja roja. No podía ver la carretera con claridad, no era solo las lágrimas, el dolor punzante tanto en el pecho cerca del corazón como en el estómago, también las ráfagas del agua que invadían el camino frente a mí. ¿Qué estaba viendo? De repente el miedo se apoderó de mí, no vi nada más, entonces la carretera desapareció, el aire me faltó, sentí un vacío que me absorbía y un fuerte ruido como cuando el tronco de un árbol se parte en dos, el ruido de algo que golpea fuerte el vidrio, todos los vidrios a mi alrededor. El agua oscura comenzó a entrar por todos lados, a mojarme, al mismo momento que el aire comenzó a faltar. El miedo me paralizó por unos segundos. Ese dolor que punzante penetraba el corazón, esa sensación de no encontrar sentido en seguir vivo, cambió. Escuche una voz que decía que regresara, que moviera rápido mis manos, no había tiempo que perder. Después nadé como pude, las olas me arrastraban, el cielo ennegrecido con los rayos y truenos aturdieron mis sentidos. El agua me llevaba donde quería y realmente peleaba con ella por alejarme, pero no quiso soltarme. Me dolían los pies, las manos, los brazos y las piernas. Descalza pisaba las piedras del camino. Sangraba las manos, los dedos y los pies amoratados me dolían al pisar, pero debía seguir caminando, aunque no sabía a dónde iba. Me detuve, levanté las manos y llevándolas a la cabeza, el cabello estaba alborotado algo me puyó. Al retirar las manos sangraba de un dedo, me había cortado con algo que estaba en mi cabeza. Dios por qué tanto dolor, miedo, tristeza y angustia. Mi pecho me dolía al respirar, no podía hablar, aunque lo quisiera. Sentía que mi cerebro estaba vacío, faltaba información, cosas que no entendía, veía los rostros sin distinguir o reconocerlos. No sabía quién era. No pude más, me levanté de la cama y me acerqué a la ventana. La noche seguía fresca, el cielo estaba lleno de estrellas y la luna sonreía en el firmamento. Le sonreí también. ¿Por qué sentía esas cosas? Al bajar la vista vi el camión de Juan frente a la casa, se asomó a la ventanilla y levantando su mano me saludó. Dejé caer la cortina, tuve miedo y me alejé. Abrí los ojos y me desperté. La mañana iniciaba y la luz entraba sigilosa a la habitación. No entendí que había pasado, fue un sueño muy extraño, pero muy vivido. Me levanté muy cansada, pero debía hacerlo así que me propuse no seguir pensando, cada pensamiento que llegaba le decía aléjate y me dispuse a arreglar las cosas para prepararme para la escuela. Cada noche al recostarme en la cama, las sensaciones regresaban, así como la tristeza y las lágrimas, pero también la angustia y el dolor. Estando despierta, cuando descubría que estaban de nuevo conmigo sacudía la cabeza y me movía con rapidez para que otro sentimiento y pensamiento llegaran y desaparecieran. Sin embargo, cuando invadían mis sueños, era como revivir cada una de las imágenes como la primera vez. No encontraba mas datos, eran incompletos, solo las sensaciones y me aturdían de tal manera que no sabía qué hacer con ellas. Esos sueños se sucedían muy seguido, hasta lograr despertarme sobresaltada, como en una pesadilla muchas veces hasta sudando el dolor y la angustia. Entonces pensé que, si seguía tratando de negar lo que sentía en ellos, se repetían cada noche y cada vez por mas tiempo. Esa mañana al despertarme decidí dibujar las manos sobre la falda ancha y negra, aquellas entrelazadas. Los dedos de la mujer eran largos y delgados, sus uñas rosadas y largas. Los dedos del hombre eran gruesos y de mayor tamaño que los de ella. Mi don me mostraba con las imágenes y las sensaciones, lo que esa alma había vivido durante esos momentos. Tal vez para que pudiera comprender en carne propia, lo que significaba para ella lo que había ocurrido y cómo la había marcado. Los días pasaban uno tras otro, pero aún no podía enfrentar a Rosa, debía controlar esos sentimientos que me ahogaban para tener la fuerza y entereza para peguntarle lo que había ocurrido. Definitivamente esas sensaciones, sentimientos y dolor debían pertenecerle y debía sentirlos en mi para comprender lo que había vivido con su profundo dolor. La descripción del dolor que me había contado Juan no era ni parecido a lo que sentí en cada sueño. La necesidad de hablarle a Rosa se hacía cada día más inminente, pero debía controlar la furia que sentía porque era importante para mí lograr que encontrara la paz, como él me lo había pedido por lo que debía estar lo más serena posible cuando decidiera hablarle. Le tenía un aprecio especial así que debía manejar las cosas de tal manera de ayudarla a superar la verdad y reconocer en ella todo ese dolor escondido por años. La semana había transcurrido lo más normal que pude, había decido ir a verla, ya estaba lista.

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