PALERMO, ITALIA. Se quitó los tacones y caminó por los pasillos. —No tienes que seguirme. Sé andar sola. —El señor Kadyrov… El hombre que la seguía y su marcado acento ruso no se despegaban de ella. Valery ordenó que abrieran las puertas después de lanzar esa última pregunta a la que no le dió tiempo de responder y ella, aunque se vió cobarde, decidió salir sin voltear atrás. No estaba lista para dar una respuesta. No quería darla. ¡Porque no deseaba ninguna! —Me importa una mierda lo que haya dicho el señor Kadyrov. No sé cómo demonios te llames, pero no necesito una niñera. Volveré a casa. Díselo. Continuó con su camino, pero los pasos eran una sinfonía perfecta a la par de los suyos. No recordaba su nombre, es más, ni siquiera creía haberlo escuchado. Se iría, mandaría t

