PALERMO, ITALIA.
Malyshka.
Alessandra, conocía perfectamente ese apodo. Pensó en recriminar al hombre que tenía enfrente por esa forma tan confiada e íntima de llamarla, pero consideró que eso le quitaría la oportunidad de escuchar más de ese ruso con acento perfecto, que el desconocido, tenía por lengua materna.
Su padre solía recibir visitas de todo tipo. Gente de diversas nacionales visitaban Palermo para hacer negocios con el capo pero era la primera vez que tenía un ruso delante y vaya que la estampa le sorprendía. Medía al menos uno con noventa o dos metros, posiblemente los dos metros eran más aproximados a su estatura real. Esos ojos azules eran imperantes y su rubio cabello parecía ser una completa sedosidad a la vista.
Era mayor, pero extremadamente guapo.
Lo recorrió sin descaro.
Estaba segura de que debía ser una experiencia completa estar a su lado. Se sintió pequeña de inmediato, con unos brazos delicados que podían romperse como una rama ante algún movimiento agresivo por su parte. Se reprendió así misma por tener ese pensamiento, que en realidad no se inclinaba mucho a lo agresivo. La corriente extraña pero “disfrutable” que la había recorrido, hizo que su mente se fuera por las ramas.
Estaba mal.
—¿Nos hemos visto antes?—preguntó la italiana para romper el hielo, sin saber que esa conversación le acarrearía muchos problemas. Nunca tuvo problemas para entablar conversaciones con un hombre, de hecho, poseía una excelente habilidad de comunicación.
Santino quiso tomarla de brazo y hacerla subir a su habitación, donde se suponía que debía permanecer hasta que la presencia del ruso, desapareciera. ¡Iba a matar a Fabio!
Valery la observó impasible.
No, claro que no se habían visto.
Si así fuera, lo recordaría.
—No.
Una simple respuesta que estuvo fuera del lugar, considerando que halagó sus dedos y el anillo con anterioridad, pero es que así era Valery. Único en su proceder y carácter. Alessandra sonrió ligeramente al darse cuenta de que era un hombre malhumorado. Conocía a varios de su tipo. Fabio, por ejemplo, o al menos, eso dio por sentado.
¡Estaba completamente en una equivocación!
—Deberíamos, soy Alessandra.
—Salerno ¿Cierto?
—Exactamente.
La mujer alargó su mano. Valery estaba impactado. Por dentro, el comportamiento de la chica le causó gracia. ¿Acaso intentaba parecer sociable? Ella tenía un carácter ameno, salvo cuando la obligaban a hacer algo o la persona con la que estaba hablando cometía una grosería. Valery hizo lo segundo con el “Malyshka” pero lo dejó pasar porque no tenía idea de quién era el hombre que estaba delante de ella.
Alessandra estaba feliz. Logró terminar “Summer” de Vivaldi de forma casi perfecta, así que nada podía amargar su dia. Fabio la encerró en la habitación por orden de su padre, cosa que no ocurría seguido, pero que a ella no le gustaba, así que para matar la claustrofobia, tomó su violín y bajó a practicar la pieza en la biblioteca donde el eco, resaltaba aún más su melodía.
Fabio pensaba que seguía en la habitación.
Iba a matarla.
Valery tomó su mano. Era una mano pequeña comparada con la suya, así que no apretó demasiado. La corriente estuvo allí, presente de nuevo en ese tacto, que parecía ser demasiado intenso como para que sus cuerpos lo pasaran desapercibido. Alessandra, no se sentía conforme con la sensación, pero decidió ignorarla por su bien. Lo soltó en cuanto opinó que era suficiente. Ni mucho tiempo, ni muy poco, lo justo.
—Mikhail.
—”Mikhail o Mikheil”
—”Mikjail”—pronunció de forma correcta.
—Mikjail—repitió ella como si fuera un nombre curioso.—¿Solo Mikhail?
—Mikhail Kadyrov.
Santino solo podía reflexionar en que el capo iba a matarlo, a él y a su hija por estar haciendo lo que se suponía que no debía pasar. Alessandra notó que los ojos del hombre, tenían un brillo de desconfianza particular, que no se veía en muchas personas. Eran los ojos de alguien que no dejaba ver sus verdaderas intensiones, si no las ocultaba, con una careta de extrañeza.
Se sintió cohibida de inmediato.
Había heredado el sexto, sentido de su padre.
Era amable con todo el mundo, a menos que se le precisara no serlo por alguna razón. Valery no sonreía, de hecho, solo fruncía el ceño y tenía extraños gestos impasibles y malhumorados que parecían haberse fundido con su rostro. Ese hombre no tenía felicidad en los ojos.
—Un lindo apellido—opinó—. Un placer.
Y vaya placer. La chica fue cortes, como sería con cualquier otra persona, pero esa cortesía, no le traería nada bueno, porque los ojos del hombre, la tenían en la mira y sus pensamientos no estaban siendo los más ortodoxos.
Esa mirada la desnudaba frenéticamente pero con una maestría que lo hacía pasar desapercibido. Le recordaba a esos cervatillos que inocentemente husmeaban la maleza con curiosidad, sin saber que una fiera saltaría para morderles el cuello.
—Señorita, el invitado ya se iba—dijo Santino.
Intentó no parecer desesperado.
—¿En serio? ¿No se quedará a comer?
Usualmente, su padre solía invitar a sus socios a comer y era extraño que no le mostrara a alguno la hospitalidad siciliana. Alessandra había aprendido de su madre, solo que olvidó que no a todos los invitados se les debía la apreciada hospitalidad.
Debió haber preguntado primero antes de invitarlo a comer, posiblemente su padre moriría de un infarto al verlo compartir su mesa, porque en esos momentos lo odiaba.
Santino se quedó con la palabra en la boca.
Intentó hacer algo para impedir que se quedara, pero Valery tomó el control y evadió la pregunta de la mujer con una negativa. No iba a quedarse, aunque se viera tentado.
¡Mierda! El Sicurezza quiso meterse debajo de una piedra.
—No—respondió el ruso—. Tengo asuntos que atender. Ha sido bueno cruzar palabra con usted. Tal vez nos veamos en una próxima ocasión y asegúrese de mantener el anillo en su dedo.
Después se marchó dejando a la italiana sorprendida con su habilidad para ser un poco descortés. Fue como si mandara por un tubo solo con verla. ¡Odioso! Ella había intentado dar su mejor cara al desconocido y al final, le dió una patada en el culo con una oración que, a pesar de no ser del todo hostil, lo parecía por la forma en como la observaba.
Era como si tuviera la facilidad, para convertir una simple oración, en el mayor de los insultos y blasfemias.
—¿Qué hace aquí?—preguntó Santino con preocupación, dispuesto a todo para que Leonard no se diera cuenta del encuentro—¿Dónde está Fabio?
—Arriba, cuidando la puerta para que no salga.
En la habitación, existían diferentes caminos que la conducían a distintos puntos de la casa. Ella los aprendió a usar cuando era niña por seguridad, así que ahora los conocía mejor que todos los Sicurezza, salvo Santino, obviamente, que conocía sus mañas.
—No debió haber salido.
—¿Por qué? Sabes que no me gusta que se me ordenen cosas sin una explicación previa. Pregunté que estaba pasando y nadie me dió la respuesta. No pienso quedarme allí, viendo a la pared mientras solo Dios sabe qué pasa en mi casa.
Santino bufó.
—Entienda, que es por seguridad. No es una niña. No veo difícil que comprenda lo importante que es una orden. Fabio podría meterse en problemas por esto. Tenía instrucciones y usted está aquí, en medio de la sala, hablando con quien no debe de hablar.
—Hablo contigo.
—Sabe a lo que me refiero—exclamó el hombre molesto.
—No te enfades ¿Qué ha pasado?
—No estoy autorizado para dar esa información. Por favor, suba las escaleras y aguarde en su habitación hasta que su padre vaya por usted o yo ordene que las puertas de la residencia se abran. Mantenga en cuenta, que lo que ha hecho hoy, ha sido imprudente.
Alessandra tomó su violín y entró de nuevo en la biblioteca para subir por el mismo lugar, en el que bajó. Suplicó a Santino que no reprendiera a Fabio por ello, pero sabía que, tarde o temprano, comentaría lo que pasó. Cuando estuvo en la habitación, se quitó el anillo del dedo y lo dejó en su base. Una delicada mano de porcelana donde solía poner todos sus anillos de diversos diamantes y metales.
“Malyshka”
Ese hombre era extraño.
No tenía una forma de describirlo. A simple vista, parecía ser un ogro en toda la extensión de la palabra. No reía, no tenía diversión en los ojos y tampoco parecía ser muy cortes, de hecho, ella lo describiría como pasivo-agresivo, aunque no dudaba que fuera más activo-agresivo, cuando estaba molesto.
Tenía un rostro de hacer llorar con solo reprender.
A lo largo de su vida, vió entrar a varios socios por esas enormes puertas. Muchos, nunca habían cruzado palabra con ella. Otros fueron sus compañeros de merienda. Palermo, era como un enorme mercado, donde todos los italianos poderosos, buscaban el apadrinamiento de su padre en diversos negocios.
Este posiblemente fuera eso, un socio.
(...)
—No vas a vender, Otto. Me importa una mierda lo que ofrezca. Date cuenta de que la situación es tensa, así que debes de proteger tus activos a toda costa. No tengas miedo, enviaré hombres a tu resguardo, porque temo que este enemigo, no debe ser subestimado.
—¿Es su última palabra?
Estaba demasiado molesto.
Inclusive se sentía acorralado.
—¡Claro que es mi última palabra! Ese maldito piensa que puede venir a mí y sentarse en mi mesa, para lanzar unas cuantas amenazas. Si ese es su modo de operar, no me importa, conmigo no funciona.
Con todos funcionaba y Valery lo sabía bien.
El auto emprendió su camino al hotel con rapidez. Leonard Salerno entraría en negación primero. Posiblemente, golpearía el escritorio y maldeciría su nombre muchas veces. Cuando se calmara, iba a pensar las cosas con detenimiento y se daría cuenta de que no tenía opción.
El hecho de que hablara solo lo necesario, lo hacía un excelente observador. En cuestión de minutos, sacó conclusiones y se preparó para diversos escenarios. Si se negaba, iba a asustarlo con la linda muñeca que resguardaba en su casa.
La muñeca de ojos grises.
—¿Solo tiene una hija?
—Sí, la heredera de Palermo—respondió Boris.
Eso la volvía una mujer mucho más interesante, pues además de ser preciosa, tenía en sus manos una fortuna y una cartera de bienes inmensa. A él no le importaba el dinero, porque triplicaba la fortuna de Leonard Salerno con facilidad, pero sí le importaban los contactos y los bienes tan estratégicos que el capo italiano controlaba.
—¿Tiene algún hombre?
Boris lo observó por el retrovisor. Él se había encargado de investigar todo sobre Leonard, así que esa información debía ser sencilla de obtener. Le causaba curiosidad saber, qué hombres se lanzarían buscando tan jugoso regalo.
Una diosa para follar y una fortuna para gastar.
¡El cielo en la tierra, indudablemente!
—No. Leonard Salerno mantiene a su hija bajo el más estricto cuidado. Está de más decir que es su talón de Aquiles. Eso debió haberlo descubierto cuando habló con él. La casa se protegió ante nuestra llegada, por esas razones.
—¿No quería que la viera?
—Posiblemente.
Valery abrió una de las carpetas que tenía en el auto donde se guardaba un contrato de compra-venta. Necesitaba Lukoil y lo necesitaba pronto. Mientras observaba esos papeles, su mano cubierta de tatuajes le hizo recordar lo pequeña que se veía la mano de la italiana cuando se posaba en ella.
Tuvo un morboso pensamiento que decidió desechar.
Alessandra Salerno era una fruta prohibida, que él, en su vida de pecado, no tenía riesgo alguno de tomar.
Los ceros aparecieron en el contrato. El precio de Lukoil era demasiado alto, pero las ganancias compensaban todos los millones requeridos, solo le quedaba pensar en la posibilidad de obtener el mayor beneficio al menor costo. Tal vez ni siquiera tenía que pagar esa millonaria suma si lo pensaba con inteligencia. Era un experto en las ganancias y en el dinero.
Tal vez solo necesitaba poseer a la heredera, para obtener todos los beneficios que Alessandra Salerno podría brindarle. Tenía muchas ideas sobre como obtener a la llave del baúl, que ocultaba al precioso tesoro de Sicilia.
NOTA: Creo que es un poco tarde y la rinitis me está afectando un poco. Mañana cerca del medio día obtendrán más capítulos para compensar el faltante. Agradezco mucho su paciencia. Linda noche para todas.