MOSCÚ, RUSIA. Habían pasado tres días. Se suponía que no podían pasar más de setenta y dos horas, pero Valery llevaba dentro del bosque rojo de Kemerovo casi ochenta. Alessandra estaba inquieta, sus ojos no dejaban de observar hacia el borde con el único deseo de poder verlo salir con vida. La noche se ceñía sobre sus cabezas y la caída del sol anunció una noche más en la que la italiana no dormiría bien. Era imposible que lo hiciera cuando Valery estaba por enfrentar una nueva noche fría, fuera. Las cosas se estaban tornando preocupantes. No era la única tensa, los guardaespaldas recorrían las fronteras del bosque, desde la que iniciaba hasta donde terminara. Llevaban dos noches esperando, pero nadie obtuvo resultado. No tenía caso seguir esperando. Alessandra no probó bocado y

