KEMEROVO, RUSIA. —¡Makar! ¡Makar! —gritaba uno de los hombres mientras intentaba quitárselo de encima. Su puño impactaba sobre su rostro, una, otra y otra vez, dejando que el hueso golpeara la nariz y la boca que no tardó en moler. Los demás observaban la pelea desde los pisos superiores. La Sem’ya sacaba a relucir el lado animal de cualquiera. Nadie intervino, porque el objetivo era una muerte. Makar era una máquina de matar que se había pulido bajo la fuerza del sadismo y la desesperación. Tenía muchos años en Kemerovo y aunque el puesto de Volk ya no estaba disponible para él, no dejaba de ser un sueño que quedó estancado luego de que, por primera vez, el Volk de la Sem’ya, conquistara no solo Kemerovo, sino también Moscú. En Kemerovo, se entraba siendo nada y aunque los antiguo

