Para alegría de muchos, León se fue recuperando de manera satisfactoria. Su juventud y su cuerpo saludable lo beneficiaron para verse mejor a pesar de que sufrió daños considerables. Fue la pierna derecha la que tuvo el corte más profundo, pequeño a la vista pero doloroso, y le costaba mantenerse en pie. Una semana después volvieron a su casa y Luna estuvo al pendiente de su salud. Cuando lo creyó fuera de peligro decidió que era tiempo de presionarlo para que confesara lo sucedido. Él se encontraba todavía recluido en la cama. Acercó una silla y se sentó a su lado, tan cerca que fue capaz de intimidarlo.
—¿Cuándo pretendes hablar? —cuestionó mientras le hacía compañía.
—Estoy hablando, ¿no me escuchas? —bromeó como siempre lo hacía aunque parecía más un intento de evadir las preguntas.
—¡Muy gracioso! Sabes que esto es importante. Dime ya qué fue lo que pasó. ¿Quién te hizo esto? ¿Por qué te encontró Brisa por ese rumbo? ¿De dónde venías? ¿De dónde venía ella? Por poco mueres, ¿no te das cuenta?
León se quedó observando una cicatriz de su brazo; lucía preocupado, como si quisiera decirle algo que no podía. Se mantuvo pensativo por un lapso que a ella le pareció eterno hasta que decidió hablar.
—Recuerdo que decidí caminar un poco —declaró después de varios interrogatorios por parte de un sin número de amigos y conocidos—. Necesitaba poner más en claro mis ideas. Estaba muy oscuro, algo normal porque era luna nueva esa noche. De pronto sentí que algo me golpeó por detrás, justo en la cabeza y caí al suelo. ¡El muy cobarde no dio la cara! Fue un buen golpe pero no perdí la conciencia, entonces vi que no solo era uno, sino varios. Aunque mi vista se fue nublando eran obvias las presencias. Me patearon estando en el suelo y no pude hacer nada para defenderme. —La frustración nació al relatar—. Lo hicieron una y otra vez, luego sacaron las espadas y fue demasiado… El resto ya lo conoces mejor que yo.
Ella fue analizando cada frase, intentando recrear la escena en la mente desde su perspectiva y la indignación la invadió. La cobardía de atacar por la espalda no era algo honorable. Tenía presente que Alí no se había acercado a su habitación ni a ellos desde aquel día en que ella lo acusó. Se mantenía en silencio y guardaba una gran distancia. Fue entonces que cayó en la cuenta de que se había equivocado cuando lo culpó.
—¿No tienes idea de quién pudo ser? —Necesitaba información suficiente para dar con el culpable. Tenía claro que León contaba con demasiados amigos en su lista pero también enemigos que no conocía; o al menos eso escuchó de los labios de Alí.
—No. Lo único que sé es que no estamos a salvo, eso es fácil de prever —al decir aquello sus ojos brillaron por la ira.
A ella le atemorizó un poco verlo así, pero no se lo hizo saber.
—Por eso debemos estar preparados. Diles que es necesario formar un equipo de protección; al menos uno como el que vi el día en que los conocí, seguro a ti te tomarán en cuenta.
Saberlos tan desprotegidos la ponía nerviosa.
—¿De qué serviría? No somos suficientes —musitó y su vista se perdió en algún punto de la pared. Sin duda el ataque no solo se llevó su fortaleza—. Ese día tuvimos mucha suerte, aunque apenas pudimos detenerlos, pero eventos así no suelen repetirse como quisiéramos.
—¿Qué pensaban hacerles? —refiriéndose a los guardias. No había preguntado antes porque sabía que no le respondería lo que quería. Ver a León guardando silencio evidenció lo obvio—. No puede ser… —susurró para sí. Tenía que mantener la calma porque no era un buen momento para discutir y optó por dejar pasar tal atrocidad.
—¿Sorprendida? —la cuestionó y una leve risa de amargura se dejó escuchar.
—Tengo que hacerte una pregunta y quiero que la respuesta la analices muy bien.
—Adelante —aceptó sin mirarla.
—¿Crees que fue gente de Isadora? Porque conozco a cada vigilante y si te atacaron de esa manera, supongo que todo el tiempo que dediqué allá fue inútil.
—Lo dudo. Aunque no pude verlos, creo que parecían ser los famosos salvajes que viven en las montañas —respondió, pero pareció vacilar.
—¿Salvajes? ¿No que no existían? ¿Y con espadas?
No le creía y pretendió orillarlo a decirle la verdad, pero alguien interrumpió al pedir entrar a la habitación. Fue Alí quien apareció en las sombras como si los pensamientos de ella lo hubiesen llamado.
—¿Cómo estás? —preguntó con la voz apenas audible y el rostro dirigido al suelo.
—¿Y tú cuándo pensabas venir? ¿No ves que todos me cuidan ahora? —recriminó León con las vendas todavía puestas, pero una media sonrisa le brindó la confianza que necesitaba el visitante.
—Estaba algo ocupado, hay bastante trabajo. Pero aquí estoy, ¿quieres que te cuide? —rio sin levantar la vista; se mostraba incómodo.
Luna se puso de pie para acercársele y abrazarlo. Abrazar a las personas allí se volvía fácil.
—Yo… creo que te debo una disculpa. —El arrepentimiento pesaba sobre su espalda.
—No hay por qué pedir disculpas, estabas incontrolable y podías decir cualquier cosa —dijo el joven, mirando a su amigo que se incorporaba sosteniéndose de una silla para no perder el equilibrio.
—¿Incontrolable? —León abrió los ojos impresionado al comprender su diálogo—. ¡Un momento! ¿Pensaste que fue él quien me atacó? Esto no me sorprende. ¿Cuándo vas entender que no somos así? Aquí no.
—¡Pues, pensé que estabas muerto! Y pensé que… bueno… que tal vez… —tartamudeó, pero enseguida supo que no contaba con un buen argumento y decidió silenciarse. Había cometido un error que no tenía una excusa admisible.
—Creo que sí te debe una buena disculpa. Esta mujer tiene serios problemas de conducta —la señaló cuando estuvo lo bastante cerca—, ya más tarde lo arreglaremos, ¿no es así?
Ambos se observaron con extrañeza y él tomó su mano para sostenerse.
—Yo mejor me voy —les sonrió Alí—, no me gusta estorbar. Mejórate, hermano, haces mucha falta. —Al salir se quedó un par de segundos contemplándolos, como si de esa forma aprobara que ella lo cuidara; como si por fin aceptara verlos juntos. Ya comprendía a su amigo, y así pudo marcharse en paz.
Cuatro semanas más pasaron. León ya estaba de vuelta en sus actividades. Cojeaba un poco, casi imperceptible, pero Elvira le aclaró que con el tiempo terminaría por sanar. Para tranquilidad de todos ningún otro ataque a un poblador fue perpetrado. La ansiedad entre la gente comenzó a ceder, aunque Luna seguía insistiendo en que tenían que organizarse y montar vigilancias, pero solo le respondían con evasivas. Ella decidió ir armada todo el tiempo, sin importarle lo que los demás opinaran al respecto. En momentos así es donde detestaba que no tuvieran un alcayde o al menos otra persona con autoridad con la que pudiera sentarse a dialogar sobre sus inquietudes.
La ceremonia de su enlace tuvo que ser retrasada porque León se negó a presentarse con su dolencia, pero la organización se había vuelto a poner en marcha y ya tenían todo listo. Solo una semana la separaba de esa nueva forma de vida, desconocida pero también cautivadora.
—¡Es increíble cómo pasa el tiempo! Su boda está cada vez más cerca —hizo hincapié Isis mientras daban un paseo por las habitaciones, decidiendo los quehaceres que correspondían a cada uno.
—Pero más increíble es que puedan organizar eventos así de rápido —subrayó Luna asombrada por la velocidad con la que trabajaban.
—Ya sabes que nos ayudamos entre todos y es más fácil… Debes estar muy nerviosa, el día está por llegar. —Lucía emocionada. Ansiaba ser testigo de su unión y eso la llenaba de alegría porque los estimaba a los dos, y era tan dulce que lo expresaba sin vergüenza.
—Sí, ya casi —repitió con la garganta hecha un nudo por la sensación que le provocaba lo venidero—. Le he pedido a Alad un favor, ¿lo has visto hoy?
—¡Es cierto! Me encargó que te diera una cosa, espera.
La joven salió y entró de vuelta en menos de cinco minutos, le entregó una pequeña bolsa de tela café y ella la guardó enseguida en uno de sus bolsillos, dejando a su amiga con la duda sobre el contenido.
—Te agradezco.
—Cuando gustes.
Si había momentos en los que nacía la confidencialidad, ese era uno ideal y Luna decidió cuestionarla.
—Isis, tú… ¿tú por qué vives aquí? Entiendo que es una especie de casa de acogida, pero ¿qué le pasó a tus padres?
—La verdad es que lo desconozco. —Pareció segura al responder y ni un atisbo de sufrimiento se notó en su reacción—. Seguro que tuve un padre y una madre, pero no los conocí. Desde que tengo memoria he vivido aquí y me han cuidado distintas personas. Los mayores velan por los más chicos y cuando se van pasan las responsabilidades a los que siguen. Pronto se irá uno de los que ha pasado unos buenos corajes con nosotros.
—Supongo que sé a quién te refieres, y no, no nos vamos a ir.
—¿Se van a quedar?
Luna afirmó con la cabeza e Isis le dio un abrazo que salió de lo más profundo de su ser.
—A menos que nos corran, claro está.
—Eso de ninguna manera va a pasar. ¡Oh, ya me imagino esta casa con pequeños niñitos corriendo por todas partes! Pero es preferible que no me adelante. Es la mejor noticia del día. Aunque yo imaginaba que… —vaciló y cambió enseguida el rumbo de sus palabras—. Por cierto, ¿dónde está Leo? Dijo que te llevaría a conocer el curso alto del río. No te lo puedes perder, es una parte hermosa y en estas fechas se llena de colores. Está a unos veinte minutos de aquí, así que les voy a empacar algo de comer. También lleva un abrigo porque hace fresco.
—No sé si ir allí sea seguro, alejarse me parece arriesgado…
Su compañera se detuvo de golpe, giró hacia ella y la tomó de los hombros para interrumpirla.
—Tranquila. —Su voz cambió por una misteriosa y diferente—: Ten muy presente que mientras otros duermen, nosotros bailamos con la oscuridad.
Antes de que Luna pudiera decir algo, Isis se echó a reír, contagiándola de inmediato.
—Está bien. Comprendo. Pero no sé si vayamos, anda ocupado en asuntos que desconozco. Tal vez no venga…
—O quizá ya llegó.
León apareció por detrás, sorprendiéndolas.
Él era incapaz de reconocerlo, pero desde su ataque volvió a usar a diario la capa oscura que había dejado de ponerse, hablaba menos y por ratos se encerraba en el despacho. Se notaba su recelo y las cicatrices que quedaron en su cuerpo no lo harían olvidar.
—Justo de ti platicábamos. Pero mejor dense prisa porque se les hará tarde y no quiero que me sobre la tercera comida.
—Procuraremos, aunque te aconsejo que mejor la guardes para mañana —rio él y sujetó a Luna de la mano, cosa que ya se había vuelto una costumbre—. ¿Nos vamos? —susurró como un coqueteo.
Alí y Rey todavía cubrían sus trabajos más pesados para no forzarlo. Todos los demás, incluidos ellos dos, realizaban sus propias actividades como de costumbre y el desafortunado suceso poco a poco fue quedando en el olvido. Las teorías sobre quiénes fueron los atacantes eran varias, pero la mayoría se inclinaba por creer que los culpables habían sido rebeldes que se fueron de sus pueblos y que andaban por allí, buscando problemas. Se decía que vivían en las montañas. Luna tenía sus dudas al respecto, pero al desconocer el exterior no le quedó más opción que aceptar esa creencia.
Caminaron varios minutos en total silencio siguiendo el cauce del río; fue él quien eligió romperlo porque la vio poniendo los dedos sobre el mango de la espada más de una vez.
—Trata de mantener la calma. Esta parte siempre ha estado vacía, aquí no viene nadie más.
—Es mejor estar alertas.
Al verla tan preocupada, eligió ocupar su mente en otras cuestiones.
—¿Qué te parece si me cuentas sobre tu familia? —la cuestionó y se percató de que ella se impresionó por su repentino interés.
El tema familiar era tabú entre los dos desde el comienzo de todo.
—Esta es mi familia, ¿ya lo olvidaste? —intentó evadir.
—La de sangre, cuéntame. Puedes hacerlo. —Parecía interesado en el tema por primera vez.
—Creí que era algo prohibido, tú fuiste quien lo dijo.
—No cuando ha cambiado nuestra situación. Ahora soy tu futuro esposo.
Al escucharlo, Luna supo que él intentaba tener algo de qué charlar y de paso conocerse mejor, así que accedió un tanto temerosa de decir algo que provocara una discusión innecesaria.
—Pues, ¿por dónde empiezo? Tengo a mis padres y una hermana. —Sintió un fuerte latido en el pecho al recordarlos; a pesar de todo los extrañaba. Un vacío se abrió en su corazón cuando a su mente llegaron todos los buenos recuerdos que creó con ellos. Su hermana era una envidiable guerrera con talento nato que admiraba en secreto. Y a sus padres, ilustres héroes de la seguridad, los amaba de verdad aunque no eran tan cercanos como hubiese querido.
—¿Qué edad tiene tu hermana?
—Apenas quince años, pero deberías conocerla, es muy hábil. Parece tener más edad cuando toma un arma —dijo y al hacerlo recordó su último encuentro con dolor.
—Dudo que sea mejor que tú. Reconozco que eres más o menos buena —jugueteó y al mismo tiempo le hizo saber que le otorgaba su reconocimiento.
De repente una expresión de tristeza se asomó en el rostro de Luna.
—Yo la estaba entrenando y no te imaginas cuánto mejoraba día con día; se veía su pasión, su sed de aprender.
—¿Qué te sucede? —Verla flaquear lo llevó a indagar—: Puedes contarme si quieres.
—Un día —comenzó a narrar con pesar. Se sentía lo bastante cómoda como para darle detalles de su infortunio—, mejor dicho, el último día que la vi, ella casi me vence en el entrenamiento. Fue tan ágil, tan rápida, que si no hubiera sido por un segundo de más, me derrota. Y yo tan cobarde me retiré, no podía aceptar que era mejor que yo ¡y a su edad! Así que me fui de ahí molesta… No logro olvidar su rostro lleno de confusión y miedo; uno que yo provoqué por mi orgullo.
—Lo entiendo bien. En ocasiones hacemos cosas que después aborrecemos o quisiéramos cambiar. Pedir disculpas nunca está de más. Aunque no la conozco, creo que sabrá dejar pasar el incidente… Supongo que debes extrañarla mucho —se atrevió a afirmar solo para conocer su reacción.
—Sí, mucho. Camila siempre me demostró cariño y yo solo supe tratarla mal. Faltó decirle que la quería, que la admiraba y que siempre estaría orgullosa de quién era, y ahora ya no podré hacerlo.
Era verdad. Si iba en su búsqueda, aunque fuera a hurtadillas, se arriesgaba a perder esa vida que estaba amando con locura.
—No tengo palabras que sirvan para cambiarlo, solo te puedo decir que estoy seguro de que también te extraña mucho, después de todo la sangre siempre llama —acentuó la última frase con un tono muy distinto al acostumbrado; más oscuro y melancólico.
—Ya nada importa. Lo que fue jamás podrá volver… —De pronto se quedó en silencio porque ya no tenía más frases que pronunciar y se estaba sintiendo tensa al hablar de su hermana.
—¿Y qué me dices de tus padres? ¿Cómo son ellos? —León intentó desviar un poco la conversación para no verla quebrarse.
—Para ser sincera no tengo mucho que decir. Son mis padres y también los extraño… Aunque puedo apostar que ellos ya se olvidaron de mí —musitó lo último al conocer las leyes de Isadora. Podía apostar que ya contaba con una lápida con su nombre y alguna frase conmovedora a la que llevaban flores—. ¡Suficiente! Yo ya respondí a tu pregunta, ahora es hora de que salga algo de esa boca y me digas sobre los tuyos. —El asunto que tocaban empezaba a abrumarla y le volteó la jugada en cuanto pudo.
—Ya lo he dicho, mis padres murieron junto con mis tres hermanos.
—¿Todos murieron? —Tal vez pecaba de incrédula, pero no terminaba de tragarse esa historia.
—Sí, todos: mi madre, mi padre, mi hermana y mis dos hermanos, tuvieron un final… inesperado. —Ningún ápice de dolor se dibujó en su rostro al confesar algo que a cualquiera derrumbaría.
—Entonces por qué la sanadora me dijo que tu padre vivió aquí.
—Él no era mi padre de sangre. Se llamaba Víctor y fue quien me adoptó.
—¿También adoptó a Brisa?
—Sí, también. ¿Qué más te dijo Elvira?
Su molestia fue obvia; la idea de que hablaran de su vida a sus espaldas le fastidiaba de verdad.
—Solo eso. ¿Y si tu familia murió, tú por qué sigues con vida? —Algo le decía que su pasado era todavía más dramático de lo que él hacía parecer y siguió con los cuestionamientos para saber hasta dónde podía llegar.
—Porque estuve en un lugar en el que quería estar, pero fue en un momento equivocado, solo por eso yo estoy aquí y ellos no —con eso cortó toda posibilidad de continuar con el interrogatorio.
—¿Cuándo será el día en que hables de una manera en que pueda entenderte? —Una sonrisa acompañó su frase y León la imitó, logrando que se relajara.
—¿Insinúas que no sé expresarme bien?
—¿Insinuar? Pero si te lo estoy dejando muy claro.
—Lo que puedo decirte es que fue muy difícil al principio, pero tuve a alguien que me salvó y me cuidó como a un padre. Siempre estaré agradecido por todo lo que me dio. Además aquí no me siento solo, tengo familia, no la tradicional, pero lo son.
—Yo tampoco me siento sola —confesó segura de sus palabras, pero vio que su acompañante se puso serio de un momento a otro.
—Luna, debo decirte que cuando te conocí noté una gran tristeza en tus ojos. —Se detuvo para mirarla más cerca, luego volvió a caminar pero alentó los pasos—. Deja de pretender que eres fuerte ante cualquier situación, eso solo demuestra el tremendo miedo que sufres. Reconocer que lo sientes no está mal.
—Aah, ¿tú sabes mucho entonces? Olvidaba que eras adivino —quiso parecer graciosa, pero León seguía con el semblante severo e hizo que se detuviera de un tirón, luego le tomó las dos manos y las juntó con las suyas.
—Yo sé por qué no te fuiste—murmuró con una voz cálida. Supo que ella vibró porque percibió el movimiento en sus dedos—. Solo aquí te has podido sentir un poco en paz, has conocido lo que ofrecemos y te ha seducido. Si estoy equivocado dime que miento ahora mismo.
Con cada palabra que él decía se fueron acercando poco a poco, y esta vez fue Luna quien lo estrechó y dirigió su rostro directo al suyo.
—Es verdad, me siento en paz. Pero hay un pequeño detalle que da vueltas en mi cabeza.
Una seguridad renovada apareció en su forma de expresarse.
—¿Qué es?
—Espero que no lo tomes a mal, pero soy de la clase de mujer que considera imprescindibles los esponsales.
—Lamento eso. —Lo que ella le dijo lo hizo sentir culpable por la falta que cometió—. Supuse que con solo pedir tu mano en público era suficiente y solicité que se cancelaran. Fui un completo egoísta. Pero podemos hacer la ceremonia con nuestros allegados si eso te complace.
—No es necesario. —Lo soltó y sostuvo una de sus manos que en ese momento estaba más fría de lo normal—. Es algo que tiene arreglo. Solo necesito hacer una cosa y ya está.
—¿Qué harás? ¿Vas a arrodillarte y pedirás mi mano? —quiso burlarse, pero de improviso quitó su expresión divertida.
Luna hurgó con su mano libre en su bolsillo y luego la sacó.
Todo lo que pasaba tomó a León tan desprevenido que lo único que pudo hacer fue clavar la mirada en lo que le escondía.
—Guarda silencio porque se me complica… un poco —le pidió. Respiró hondo y dio inicio con un ligero nerviosismo—: Esta es mi promesa. —Levantó el puño y lo abrió, dejando ver un anillo de oro con una piedra engarzada color azul—. Con este símbolo me comprometo a velar por tu salud y tu tranquilidad. Acompañaré gustosa tus sonrisas y tus lágrimas. Y caminaré a tu lado hasta que el andar de alguno de los dos llegue a su fin.
León no imaginó ni en sus pensamientos más privados ese tipo de iniciativas. Fue tanto su asombro que sus ojos comenzaron a brillar; incluso dio un corto paso hacia atrás.
Recitarse los compromisos a los que accedían, aunque fuera sin espectadores, era el pacto que faltaba. El anillo que se deslizó en su dedo terminó por sellarlo.
Era turno de él y lo supo enseguida:
—Tú serás la única capaz de abrir mi mente, mi corazón y mi alma. —Acarició su mejilla mientras hablaba—. Mi promesa es la de siempre mantenerte allí.
En realidad desconocían lo que pasaría entre los dos, el panorama se volvía incierto, pero no existía duda de que ese día todo lo que imaginaron dio un giro completo.
—¿Cuánto falta para llegar? —lo cuestionó casi al oído.
—Hemos llegado. —Hizo una leve seña.
Ella giró la vista para cerciorarse.
El sitio era tan bello como había dicho Isis. Brillaba porque la noche lo hacía relucir de vida como si todas las estrellas hubiesen bajado a nadar al agua cristalina. Justo enfrente una luna llena los iluminaba; una luna que resplandecía con el agua y que era majestuosa. Los diversos sonidos de la naturaleza cantaban a su estilo sensuales sonetos que condujeron el momento.
—Pero lo mejor está aquí —aseguró él sujetándola con dulzura y la besó con gran pasión.
Un beso siguió a otro y otro. El calor del ambiente y el calor propio empezó a encenderlos. Cada unión de sus labios era más arrebatada que la anterior, y ambos dejaron su juicio junto a su vestimenta en un encuentro que duró hasta los primeros rayos de sol.