La fiesta duró hasta que las personas cayeron de cansancio; era incuestionable que sabían divertirse. Luna no recordaba un evento igual. Hasta ese día ella supo lo que era bailar hasta que los pies dolieran y comer hasta querer echarlo todo. Pero había faltado algo por hacer y la tentación hizo de las suyas. Ya tenía que estar descansando, todo había terminado y solo quedaba el desastre causado, pero todavía no se cambiaba de ropa y optó por salir de su habitación y dirigirse a la cocina, donde encontró una botella de vino abierta sobre la mesa. Comprobó con discreción que ninguna persona rondara por allí.
«Solo una copa», se dijo a sabiendas de que nunca había probado el alcohol, sus padres no lo acostumbraban y no era bien visto entre la gente que la líder de Orión bebiera.
Lili fue la primera en levantarse, era tarde para comenzar con sus quehaceres y le tocaba hacer la comida. Se dirigía a la cocina luego de ducharse para terminar de despertar y encontró a Luna de pie frente a la puerta de su habitación, de inmediato notó que tenía la mirada perdida.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó, acercándose a ella para verla de cerca.
—No sé dónde estoy, siento que si doy un paso voy a caerme —dijo apenas pronunciándolo. Sus ojos se encontraban enrojecidos y dos oscuras ojeras los decoraban.
—¡Ay no! —La alarma la abordó—. No te muevas de aquí, ahora vuelvo.
La joven fue directo a la habitación de Leo, quien recién iba despertando.
—Creo que debes venir conmigo, lo necesito —pidió un poco apresurada cuando le abrió.
—¿Pasa algo? —Estaba terminando de abrocharse la camisa, dejó un botón de arriba abierto y se dirigió hasta la chica.
—Sí, es… Luna —exclamó con urgencia sin dar más detalles.
Ambos salieron de prisa y enseguida la vieron, ella seguía sin moverse.
—¿Qué tiene? —quiso saber él.
Se acercaron a revisarla y ¡de inmediato lo supo! Seguro se había tomado más de una copa del vino y ahora se encontraba bajo su influencia. La preocupación se fue al saber que su salud no se encontraba comprometida.
—¡Oh! Ya veo. Puedes irte, yo me encargo —avisó León.
—Si quieres traeré su comida a su habitación, ¿está bien?
—Sí. Y dile a alguien que me cubra, por favor.
Lili desapareció de su vista y él se mantuvo en silencio, decidiendo cómo proceder.
—¡Tú! —balbuceó Luna al verlo parado a su lado—. ¿Qué fue lo que me hiciste?
—¡Ah no!, esto sí lo hiciste tú solita. ¿Cuánto fue lo que tomaste?
—No lo sé, ¿cuánto tomaste tú?
—Lo suficiente para hablar clarito. Vamos adentro —la reprendió con tono serio.
—No puedo hacerlo —se rio. Trató de dar un paso al frente y trastabilló.
León la detuvo a tiempo, la tomó en sus brazos y la llevó hasta la cama, donde la ayudó a recostarse. Ella comenzó a hablar, teniendo los ojos cerrados.
—Ayer soñé contigo.
La confesión logró que el hombre pusiera atención mientras le quitaba los zapatos.
—¿Ah sí? ¿Y qué soñaste?
—Fue algo muy extraño —sus palabras salieron lentas, pero más claras—. Era verano, hacía mucho calor y estábamos arriba de un árbol, sentados sobre dos ramas gruesas, me contabas una historia muy graciosa sobre un perro que te mordió el tobillo. Eras tú, lo sé…, pero te veías distinto.
—¿Cómo me veía? ¿Me soñaste más alto? —chacoteó, pero siguió poniendo atención aunque era evidente que Luna no estaba del todo lúcida.
—No. En realidad te veías como alguien que goza de gran dicha. —Echó un vistazo a su acompañante que se sentó sobre una silla a su lado. Sin duda el semblante apagado que tenía en la vida real no era igual al de su sueño—. ¿Por qué allí sí eras feliz?
—Porque solo lo imaginaste. Además, ¿quién te dijo que no soy feliz?
—Y tampoco eras un cretino —sonrió, ignorando su pregunta.
—¿Ahora soy cretino? He pasado de raspamonedas a cretino, vamos avanzando. Debí dejar que llegaras aquí con tus propios medios —le reclamó, e hizo un gran esfuerzo para no salirse de su postura porque verla así era lo último que imaginó.
—¿Por qué me odias tanto? ¿Acaso hice algo para que me detestaras así? —Hizo un puchero gracioso.
—¿Pero qué dices, mujer? No te odio. Si lo hiciera no estarías aquí, tomándote cosas que voy a dejar muy lejos de ti de ahora en adelante.
Ambos rieron por lo hilarante que estaba siendo el momento, y fue una risa que sonó auténtica por parte de los dos. De pronto sus miradas se cruzaron y un manto de sensaciones los invadió. Estaban solos y ella se encontraba muy vulnerable.
—Creo que vas a estar bien, tengo que irme —dijo León queriendo ponerse de pie, pero sintió una mano torpe que se lo impidió.
—¡No, espera! Quédate —la voz le sonó segura.
—¿Para qué quieres que me quede? —preguntó intimidado y un nerviosismo desconocido controló su cuerpo.
—Acércate —susurró, jalando su brazo.
—Es que yo… —quiso evitarla, pero pronto el instinto comenzó a someterlo. Su torso quedó paralelo al de ella, el botón que le faltaba dejó al descubierto más piel de lo permitido y, con torpeza, sujetó uno de sus cabellos castaños.
La respiración de los dos se volvió más rápida y Luna acarició su mejilla. Sus labios parecían arder y ninguno quería controlarse.
Un golpe los sacó con violencia de ese ardiente trance; estaban tocando la puerta. Fue Brisa quien entró luego de que Leo se lo pidiera, no sin antes volver a sentarse y arreglar el botón para no levantar habladurías. Brisa era una de esas personas que dan ganas de querer, siempre preocupada por todos y ayudando cuando se necesitaba; en esta ocasión no podía ser la excepción. Era ayudante del maestro boticario y pasaba gran parte de su tiempo con él.
—¡Lili dice que Luna ha enfermado! —Todavía llevaba puesta su ropa de dormir y lucía preocupada—. ¡No puede ser! El hijo de la señora Imelda tiene gripe, ¿se lo habrá contagiado? No tuvo la delicadeza de advertirnos para que le exigiéramos que se quedara en casa. Pero no te preocupes, te voy a hacer un preparado buenísimo…
Estaba a punto de acercarse más, pero León la detuvo con un movimiento de mano.
—Calma, está bien.
—¿Entonces no está enferma?
—Ajá, enfermó, pero con el vino.
—¿Con el qué…? Ah, entiendo —Se sonrojó al caer en la cuenta.
—De hoy en adelante no habrá más para esta niña tan irresponsable.
—No soy… una niña —rebatió levantando un brazo, y luego dio un largo bostezo—. ¿Sabes algo más de mi sueño? También estabas tú… —musitó señalando a Brisa, antes de quedarse dormida.
Brisa y León se miraron extrañados y Luna se adentró en un sueño profundo. Quería soñarse de nuevo arriba de ese árbol, porque aunque no se lo dijo a él, ella también se sentía feliz.