Luna

3658 Words
—¡Es perfecta! —expresó ruborizada al observar la nueva habitación que su inesperado amigo había conseguido para ella. —Entonces… ¿te gusta? —le preguntó el joven quien se notaba satisfecho. —No tengo palabras para agradecerte, eres una gran persona... —Se quedó pensativa unos instantes para luego volverse hacia él, pareciendo abrumada—. Pero me quedan algunas dudas y quisiera que me ayudaras a resolverlas. —Vió a Alí asentir de inmediato—. ¿Quién es el dueño de esta casa? Y, ¿por qué voy a quedarme aquí? Él soltó una pequeña risita y respondió mientras contemplaba una pintura de la pared con esa presencia tan apacible. —No hay un dueño, ya te he dicho que las cosas son distintas en este lugar y creo que es algo que debes tener presente. Construimos cada casa entre todos y vivimos en ellas sin tener un dueño único. Siéntete libre de recorrer y usar los espacios que no sean habitaciones en uso. Ah, y me han autorizado que te diga que puedes pedir con los vendedores lo que sea que necesites, las cuentas llegarán a mi administración. —¡Cuánta amabilidad! —dijo un tanto sarcástica—. ¿Puedo saber el nombre de mi benefactor? Tú sabes, es… para agradecerle. Él levantó ambas cejas y sus labios se curvearon hacia arriba. —Por eso no debes preocuparte. —Entiendo —aceptó sin tener ganas de hacerlo—. Y sobre este lugar, ¿tiene un nombre? —No lo tiene. —Negó con la cabeza—. Es algo que no se tomaron la atención de buscar y nos hemos mantenido así. —Eso sí que es extraño —refunfuñó confundida—. ¿Puedo saber cuántas personas viven aquí? —Los misterios de ese poblado estaban aflorando poco a poco y cada vez se volvía más enigmático. —Las suficientes, ya lo verás —evadió—. Mientras tanto esto es ahora tuyo, así que ponte cómoda. Hay ropa limpia en los cajones. Quizá quieras asearte así que me voy para continuar con mis tareas. —Se despidió cortés besando su mano y luego se fue, cerrando con lentitud la puerta. Regina salió de la tina de baño después de poder permanecer en ella casi una hora para quitarse toda la suciedad de más de una semana de encierro y limitaciones. Mientras el agua le recorría el cuerpo se encontró pensativa. Se preguntaba cómo su vida había cambiado de manera inesperada y ahora no sabía qué rumbo tomaría. Y es que todo aquello no era lo que más deseaba en la vida, pero tampoco le sonaba tan descabellada la idea de dejar Orión y así quitarse las cadenas que allá cargaba; cadenas que se volvían insoportables con cada amanecer. Estaba convencida de que en Isadora ya la creían muerta y tal vez hasta tenían una tumba con su nombre. Dejar que siguieran creyendo eso no le desagradaba del todo. Al salir por fin del agua se dispuso a desechar su vestimenta que quedó inservible porque la llevó puesta por varios días, pero pronto descubrió que en los cajones no había prendas parecidas a las que ella estaba acostumbrada a usar. En su trabajo tenía que poder ser ágil y esas telas no prometían ni libertad ni comodidad. —¿Qué es esto? —se preguntó, arrojando al suelo pieza por pieza en busca de algo que fuese similar a sus acostumbrados pantalones de piel café y su blusa de algún color oscuro, con su respectivo cinturón de cuero donde colgaba su espada con la que ya no contaba, pero lo único que lograba encontrar estaba estampado en colores claros, chillantes y con tejidos de rosas o flores azules y amarillas. Su búsqueda continuó pero, tan pronto como terminó de revisar todos los muebles, cayó en la cuenta de que no encontraría algo como lo que ella vestía. Decidió entonces que era hora de ser irracional y marchó irritada, envuelta en una larga sábana que antes cubría la cama. Se sentía convencida de que aquello se trataba de una broma muy desagradable y tenía que hacer algo al respecto, aunque no sabía bien qué era lo que buscaba. Fue de cuarto en cuarto, azotando las puertas sin prevenir a quién encontraría, lo único que deseaba era toparse con alguien a quien pudiese gritarle y liberarse de la rabia absurda que la invadía. Cansada, abrió una puerta más con un solo empujón luego de lo que pareció ser una decena de ellas y halló detrás a la única persona con quien no quería tropezar. —¡Ay no! —exclamó al ver a Alí allí, cayendo en la cuenta de su absurda reacción—. Disculpa, lo que pasa es que yo… —quiso justificarse, avergonzada. Él, al observarla, se puso de pie enseguida luciendo una expresión de alarma. —¿Qué sucede? ¿Por qué vienes así? —indagó mientras se acercaba a ella con los brazos extendidos—. ¿Te ha ocurrido algo? El joven tenía todavía en las manos un grueso libro que ojeaba antes de que fuera interrumpido con la extraña entrada. —Lo que pa… —dudó un instante, pero tenía que decirlo y debía hacerlo lo más delicado posible—. Mira, Alí, no quiero ser grosera contigo, pero es que la ropa… no es… ¿Entiendes? —musitó lo último, siendo incapaz de verlo a los ojos. El joven hizo un gesto en señal de entendimiento. —Comprendo. Fue lo único que encontramos para ti. Las mujeres de aquí visten de esa manera, pero veré qué puedo hacer para que te sientas cómoda. Por ahora será mejor que vayas a tu habitación, te enfermarás si permaneces así. En un momento envío algo apropiado. —Su voz sonó tan cálida que la tranquilizó en menos de un minuto. Él tenía el extraño poder de hacerla calmar y eso la asustaba. De vuelta a su alcoba, comenzó a sentirse abatida y tonta por haber reaccionado de esa forma por algo tan poco importante. Era obvio que sus caprichos que antes mantenía en Isadora no serían bien recibidos en ese lugar y tenía que comenzar a aprender que ya no era líder ni tenía ningún cargo que le diera autoridad. Faltaban unos cuantos pasos para llegar a su puerta cuando escuchó una voz; una que ya conocía a la perfección y que no deseaba escuchar muy seguido. —¡Creo que tenemos fantasmas en la casa! —resonó un chacoteo—, ¿o quieres parecer uno? ¿Estás acomplejada o algo así? León se encontraba de pie justo a la orilla de otra puerta próxima con los brazos cruzados y el rostro divertido. —¡Tú otra vez! —resopló con mala cara, intentando ignorarlo para no darle crédito a sus desplantes. —Yo pensaba que estabas algo desorientada, ¿pero esto? —se mofó, señalándola con un dedo y una sonrisa se fue delineando en sus labios—, pues supera todas mis expectativas. ¿Quieres asustarnos o seducir a alguien? No lo creo, eres un espectro malísimo y dudo que consigas algo aquí. —¡De verdad que eres insoportable! Déjame en paz de una buena vez. ¿Qué no tienes otra cosa que hacer que molestar a los demás? ¡Largo de aquí! Anda, vete a robar o a matar, o lo que sea que hagas. Regina habló con un tono en extremo desafiante y directo. Una frase que más que hiriente fue venenosa para él. El hombre cambió de inmediato la sonrisa por una mueca de ira. Avanzó hasta ella casi corriendo y la tomó del brazo con brusquedad. Parecía que quería destruirla en ese mismo instante pero, para su sorpresa, desistió en cuanto estuvieron frente a frente y de nuevo desvió la mirada para dirigirla al suelo. Furioso la soltó, aventándole la muñeca, y avanzó en silencio hacia su cuarto. —¿Por qué me dejaste ganar? —gritó ella al ver que tenía la oportunidad de cuestionarlo sobre lo que sucedió en su enfrentamiento. León se detuvo en seco antes de cerrar su puerta. —¿Qué dices? —resopló con desencanto, todavía dándole la espalda. —¿Crees que no me di cuenta? —le cuestionó convencida de lo que decía—. Yo iba perdiendo, lo sé. Lo preguntaré de nuevo: ¿por qué me dejaste ganar? —fue aumentando la voz con la última pregunta para que sintiera la presión de sus palabras. —¡Estás loca! —respondió evadiendo su cuestionamiento. Giró de pronto el rostro y una media sonrisa apareció otra vez, como si estuviera a punto de darle una estocada—. Pero vas a terminar más loca cuando no soportes permanecer despierta toda la noche. Regina se quedó muda y por completo desconcertada. Lo que acababa de escuchar era difícil de entender, aunque tratándose de León sospechaba que podía esperar cualquier cosa. —¡Aah!, ¿no lo sabías? —preguntó irónico, dándose la vuelta y acercándosele con esa presencia que intimidaba. Lo siguiente lo dijo casi susurrando—: Creo que te hacen falta aliados más fieles. Olvidaron decirte que nosotros vivimos de noche. Menudo detalle, ¿no? —Su respiración tan cerca lo hizo sentirse incómodo y optó por retirarse—. En fin, yo me largo, hay cosas más importantes que hacer que burlarme de ti, ya no me causas tanta gracia. La joven se mantuvo de pie, observando cómo ese hombre que tanto la exasperaba se marchaba de allí, dejándola con aún más preguntas de las que ya tenía a su llegada. Cuando por fin volvió en sí, se dirigió a su recámara sin tener conciencia de que lo hacía y se recostó en la cama para poder pensar. La madera negra de la puerta que la protegía vibró, haciéndola vibrar a ella también. Alguien había tocado un par de veces y Regina abrió con desconfianza. Al ver que era una muchacha, notó que llevaba consigo un pequeño bulto de ropa y lucía sonrojada. Fui allí donde se dio cuenta de que seguía desnuda con solo la sábana puesta y, a pesar de parecer indefensa, no permitió que pasara y le preguntó con suma descortesía qué era lo que quería. La chica era joven, varios años menor que ella seguro, de piel morena clara muy lozana y cabello castaño oscuro. Tenía en los ojos cierto aire de encanto, algo que llamaba la atención del que la mirase, y una dulce ternura se asomó por la sonrisa amable que le mostró al señalarle la ropa que le habían encargado entregarle. Vestía una camisola blanca de mangas largas que le llegaba hasta las rodillas y una cinturilla roja resaltaba su delgadez; sencillo pero femenino y bien cuidado. —¿Es para mí? —preguntó con tono seco apuntando hacia el bulto. —Sí —le respondió, extendiendo las manos para entregárselo. Las mejillas de la joven se pintaron de un rojo aún más intenso, logrando moverle a Regina el sentimiento de culpa. —Pasa —ordenó con un ademán de manos. En menos de un minuto aquella chiquilla había logrado que esa mujer grosera se sintiera apenada por haberlo sido con ella. Mientras extendía las prendas: un pantalón café oscuro de piel y una camisa negra que parecían ser a su medida, la chica le entregó una tira de cuero con el que se podía sujetar el pantalón. —Es de varón, aunque creo que sí te queda. Harán prendas para ti y en cuanto estén lista te la traeré —dijo sin mirarla. —Está bien, son iguales a las que acostumbro. —De inmediato se relajó y optó por la cortesía—. Y dime, ¿cuál es tu nombre? —Al recibir la tira notó que sus manos eran ásperas a pesar de su aspecto inocente y sosegado. —Isis —sonrió al responder con una voz que le calzaba perfecto—. Y… —dudó por un segundo—, nadie aquí sabe el tuyo, ¿puedes compartirlo conmigo? —Miraba hacia el suelo cuando realizó la pregunta. Regina permaneció en silencio, forzando su mente, buscando el tan codiciado apelativo. Y es que le gustaba cómo se llamaba, era el nombre que le habían puesto sus padres y muy en el fondo creía que era su identidad, eso que le decía quién era ella. No sería fácil renunciar a él porque sentía que entonces dejaría de ser la misma persona; la misma persona a quien muy en el fondo detestaba, pero de quien no se podía desprender. —Mañana se lo diré a quien lo solicite —se aventuró a decir, deseando no sonar déspota. Isis no emitió comentario y salió de allí despidiéndose con una sonrisa. —¿Quiénes son estas personas? —se preguntó en voz alta una vez que la puerta se cerró. Ahora estaba más confundida que antes porque acababa de conocer a otra persona, aparte de Alí, que no quería atacarla, sino ayudarla. Y eso era algo que no terminaba de comprender por más que lo intentaba. En Isadora se creían muchas cosas que comprobó que estaban equivocadas, como que no existían más villas o pueblos pacíficos, que quienes rondaban fuera de su muralla eran personas corrompidas y crueles dispuestas a hacer daño por mero placer, por eso se mantenían protegidos dentro. Ahora no sabía qué más información se encontraba errada pero, si podía seguir investigando, lo haría sin dudar. —¿Ya estás lista? Es hora del paseo —preguntó Alí detrás de la puerta mientras esperaba a Regina, quien terminaba de alistarse una vez que oscureció. El joven, al verla salir, le brindó un cálido y lento abrazo como si la conociera de años y a pesar de que ella no traía puesto ningún perfume notó que despedía un olor peculiar, como a flores de campo; esas que crecen sin que alguien las plante y las riegue, las que sobreviven a los malos climas y terminan siendo hermosos adornos silvestres. Él estaba dispuesto a mostrarle el pueblo completo y ella, quien caminaba de su brazo, fue observando con sumo detalle todo lo que sus ojos le permitían ver con la luz que había. Admiró las casas tan bien diseñadas, algunas de dos pisos o con bastantes ventanas que presumían interesantes vitrales de varios colores. Pudo contar más de dos docenas de ellas e imaginó cuánta gente podía vivir ahí. Tenían una población muy reducida y calculó que seguro no llegaban ni a la quinta parte de lo que era Isadora. También contempló cómo los animales que la gente criaba dentro de grandes corrales andaban de extremo a extremo inquietos, intentando liberarse; ellos por igual modificaron su forma de vivir. Curioseó por los oscuros y misteriosos pozos de agua donde una larga fila de personas esperaba para surtir su vivienda del vital líquido. Y examinó las carretas que se cruzaban por su camino repletas de cosechas… Entonces se percató de que todo lo que podían necesitar estaba allí. La gente vivía tal y como se hacía de día, tal y como lo hacían en su pueblo de origen: en completa paz. Decenas de antorchas alumbraban cada rincón del lugar y todos, desde ancianos, mujeres y hombres trabajaban sin distinción y a su paso le dedicaban una mirada sincera, logrando que ella sintiera cómo cada uno de ellos, a su manera, le daba una agradable bienvenida. Así, los dos amigos deambulaban por las calles con ninguna otra preocupación más que relajarse. Por primera vez, aquella mujer que tenía una cantidad insultante de responsabilidades, sintió que ahora podía permitirse conocer el sitio en el que vivía sin tener que salir corriendo para atender cualquier cosa que alguien calificara como urgente, y con un compañero que no le tenía recelo. El sentimiento de excesivas obligaciones se iba quedando mermado en ese pueblo al cual fue forzada a entrar, pero que ya no le parecía tan desagradable. El paseo se tornaba muy interesante, hasta que de pronto un joven agitado interrumpió su caminata y se acercó a su acompañante como si estuviera a punto de contarle un secreto. —Alí, te buscan… Ya sabes… Dicen que es urgente —musitó intentando recuperar el aliento. —Pero… —dudó él, dirigiendo la mirada hacia Regina. —No te preocupes, estaré bien —aseguró ella, sabiendo que el paseo había terminado—. Puedo volver a la casa sola, creo que ya sé bien el camino. —Aprendió de memoria varios trayectos, no era tan difícil y, después de todo, su instinto que había forjado en Orión jamás la abandonaría. —¿Sola? —preguntó ofendido el nuevo chico—. ¡De ninguna manera! Yo la acompaño de vuelta, señorita. El muchacho tomó con extrema seguridad la mano de Regina y se inclinó para besarla. Se trataba de un joven de no más de diecisiete años, con cuerpo delgado, altura media, consideró que solo la superaba por un par de centímetros, y piel apiñonada. Su cabello oscuro medio ondulado y unos ojos cafés como ámbar pronto atrajeron su atención. —Soy Rey. ¿Cuál es el nombre de la preciosa mujer que hoy tengo el gusto de conocer? —halagó con cierto coqueteo. Indecisa y un poco ofendida de que la tratasen como alguien endeble, dirigió su vista hacia arriba tratando de pensar de nuevo en un nombre que se volvía cada vez más necesario. Entonces observó a la luna, tan brillante y solitaria, en un cielo donde era el único astro que no tenía una luz propia, y pronto descubrió que así se sentía: perdida en un mundo donde todos lucían y ella se quedaba apagada en un sitio central para que todos vieran su desgracia; sin luz y robando una que se desvanecía cuando el envidioso sol se la arrebataba al amanecer. —Luna —respondió por fin. —Un bello… —Nombre —terminó la frase otra voz, interrumpiendo a Rey. Regina cambió el semblante al ver a León entrometiéndose otra vez y decidió reclamarle. —¡Empiezo a creer que estás siguiéndome! —Y no te equivocas, claro que te sigo —afirmó y su vista se movió hacia Rey—. Puedes irte, yo llevaré a la dama a su casa; de todos modos tenemos el mismo camino, ¿no es así? —le preguntó guiñándole un ojo como si fueran cómplices, pero se percató de que la acción no le agradó. —Fue un placer conocerla —se despidió Rey, besando su mano con galantería. Una vez que se fue, ambos caminaron con rumbo a la casa donde vivían. —¡Ya es bastante molesto tener que soportarte bajo el mismo techo!, y ¿ahora tengo que soportarte detrás de mí todo el tiempo? —reclamó irritada adelantándose para perderlo de vista. —No olvides que eres mi prisionera. Ese tonto de Alí te está haciendo creer otra cosa, pero no te confundas, querida —hizo hincapié mientras le seguía el paso. —No iré a ninguna parte si eso es lo que crees. ¡Siempre cumplo lo que prometo! —Deseaba que no quedara duda de su honor y dijo lo último alentando las palabras. —De eso no puedo estar seguro —alegó, haciéndola enfadar más rápido de lo que imaginó. —¡Vete lejos de mí, mamacallo[1]! Se sentía de verdad cansada de ese juego e intentó dejarlo atrás, pero él se adelantó para ponerse frente a ella, obligándola con eso a caminar más lento. —Luna, ¿eh? Un nombre peculiar. —León se quedó en silencio un instante para luego continuar—: Qué curioso. —¿Qué es lo curioso? —lo cuestionó con apatía. Solo quería zafarse de él con urgencia, pero no encontraba la forma de lograrlo. Su sola presencia la hacía sentir de una manera extraña. —Tienes el mismo nombre que mi madre. La declaración de León, por la seriedad con la que lo dijo, tomó a Regina por sorpresa y un breve escalofrío cruzó por sus brazos y piernas, dejando el ambiente diferente. —¡Oh! ¿En serio? —masculló porque no sabía qué decir y porque el cambio abrupto de su acompañante la tomó desprevenida. No recordaba una situación similar en su anterior pueblo. La gente casi no le decía cosas personales porque no les generaba la suficiente confianza como para hacerlo—. Bueno… pues… ya somos dos con el mismo nombre, creo que ya no será tan peculiar —pretendió sonar amigable y fue suavizando un poco la voz. —Ella no vive aquí. El hombre cambió de un momento a otro su comportamiento infantil por uno que lo hizo parecer distinto, se podría decir que vulnerable. —¿Entonces dónde vive? —cuestionó sin razonar lo que preguntaba. El tacto no era su principal virtud. —Murió —respondió sin más. Regina se quedó por completo aturdida. Nunca antes había escuchado a alguien decir una palabra tan difícil sin cambiar la expresión de su rostro. —Lo siento, no debí ser indiscreta —le dijo, sintiéndose incómoda y, para su extrañeza, apenada con ese hombre que hasta entonces se había mostrado insensible. —Indiscreta es tu segundo nombre, ¿no? "Luna Indiscreta" —exclamó, asomando ahora una sonrisa más natural. —Hemos llegado —Señaló con un ligero movimiento de su mano hacia la gran puerta de la entrada de la casa. —Ya veo —susurró—. Tengo que ir a otro lugar, debes entrar ya, hace frío y no queremos que Alí se pase los días cuidando enfermos mientras sus quehaceres los cubro yo. Regina se encaminó dentro sin decir más y León permaneció en el pórtico, observando por un breve momento a la luna, que brillaba aún más hermosa que ninguna otra noche. [1] Mamacallo. Persona tonta y pusilánime.
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