Punto de vista HELENA
El aire del despacho se había vuelto insoportable. El beso de Gaspar todavía quemaba en mis labios, y lo odiaba por eso, por arrebatarme la compostura con una facilidad insultante.
Quise apartarme, pero él bloqueó la puerta con el brazo, dejándome sin salida.
—No vas a irte hasta que lo digas —su voz fue baja, tensa, casi una súplica disfrazada de orden.
—¿Decir qué? —repliqué, cruzándome de brazos, aunque mi corazón golpeaba con violencia.
Sus ojos me atravesaron. No eran los del CEO arrogante, eran los del chico que había aprendido demasiado pronto a vivir con el miedo de ser reemplazado, abandonado, traicionado.
—Lo dijiste una vez… borracha. —Sus labios se curvaron en una sonrisa amarga—. Pero yo no quiero excusas de alcohol. Quiero escucharlo de ti, ahora. Sobria.
Mi estómago se contrajo. Aquella noche, la que yo creía enterrada, volvía como un fantasma. Había dicho más de lo que debía, refugiada en el vino y en la ilusión de que al día siguiente nada quedaría en pie. Y sin embargo él lo había guardado, aferrándose a esas palabras como si fueran la única verdad capaz de sostenerlo.
—Eres un idiota —escupí, intentando escapar con rabia—. ¿De verdad piensas que todo se reduce a que lo diga en voz alta?
Él no se movió. Ni un centímetro.
—Necesito escucharlo —susurró, y esta vez no hubo arrogancia, solo la voz desnuda de un muchacho que alguna vez fue herido demasiado pronto.
Tragué saliva, el orgullo clavándose como un cuchillo en mi garganta.
—Sí —susurré, la voz quebrada—. Sí, me importas.
Pensé que eso bastaría. Pero Gaspar no se movió. No hubo alivio en sus ojos, ni sonrisa de triunfo. Solo silencio, y una intensidad que me hizo retroceder un paso… hasta que la pared me detuvo.
—No —dijo al fin, despacio, como si arrancara la palabra de lo más hondo de su garganta—. Eso no es suficiente.
—¿Qué más quieres de mí? —pregunté, con rabia y miedo mezclados.
Se inclinó sobre mí, con esa arrogancia que tantas veces me había desesperado, pero sus pupilas gritaban otra cosa: un ruego, una necesidad infantil disfrazada de amenaza.
—Quiero que lo digas todo. Sobria, consciente, mirándome a los ojos. Quiero que lo digas como si tu vida dependiera de ello.
Me mordí el labio, temblando. Había sobrevivido demasiado tiempo con mi coraza para dejarla caer ahora. Pero él no iba a dejarme escapar.
—Gaspar…
—Dilo —me interrumpió, con un filo que rozaba la desesperación—. Porque si no lo haces ahora, nunca sabré si puedo confiar en ti. Y prefiero la verdad más cruel… que otra mentira bonita.
Sus palabras me atravesaron como un golpe. Ahí estaba: el adolescente que alguna vez había sido, el chico roto al que habían dejado atrás. Y por primera vez entendí que él necesitaba mi verdad más de lo que yo necesitaba mi orgullo.
Cerré los ojos un instante, tragando el nudo en mi garganta. Cuando los abrí, lo miré de frente, sin escapatoria.
—Te quiero, maldito seas —dije, casi escupiendo las palabras—. Y eso me asusta más que todo lo que pueda hacerte tu padre.
Gaspar soltó el aire como si acabara de salvarse de ahogarse. No sonrió, no celebró; solo me sostuvo la mirada, como si esas dos palabras hubieran sido el único ancla que le quedaba en este mundo.
Yo, en cambio, sentí que acababa de desnudarme por completo en el único lugar donde juré que nunca lo haría.
Punto de vista ALICIA
El murmullo de la ciudad aún respiraba bajo las ventanas del café discreto donde había citado a Lautaro. No era el tipo de hombre que uno convocara a la ligera, pero ella necesitaba un aliado con cabeza fría y manos firmes. Y él, con su elegancia despreocupada, parecía el jugador perfecto para entrar al tablero.
—Octavio está moviendo piezas demasiado rápido —dijo Alicia en cuanto él se sentó frente a ella. No hubo saludos ni cortesías innecesarias—. Y si Iván está de su lado, Helena no tiene oportunidad.
Lautaro arqueó una ceja, divertido.
—¿Y me llamas a mí para salvar a la damisela?
Alicia sostuvo su mirada, seria, aunque la chispa en sus labios la delataba.
—No, Lautaro. Te llamo porque mi hermano no sabe jugar limpio. Y Helena tampoco es una damisela.
Él sonrió, inclinándose hacia adelante.
—Entonces, ¿qué somos nosotros?
—Cómplices —respondió ella sin pestañear.
El silencio entre ambos se llenó de un pulso extraño: no era tensión hostil, era algo más juguetón, como dos depredadores midiendo las distancias. Lautaro giró su copa de vino, pensativo.
—Sabes que unir fuerzas conmigo es peligroso —advirtió con ironía—. Suelo dejar marcas.
Alicia soltó una risa breve, elegante.
—Lo sé. Pero también sé que eres el único capaz de entender cómo se juega contra gente como mi padre.
La mirada de Lautaro se suavizó, apenas un instante, antes de recuperar su aire burlón.
—Entonces hagamos un trato. Yo mantengo a Helena a salvo de las garras de Iván. Tú mantienes a Gaspar lejos de los hilos de Octavio.
Alicia asintió, segura, pero sus labios dibujaron una sonrisa que mezclaba conspiración y desafío.
—Hecho. Aunque no te hagas ilusiones, Lautaro. No soy de las que caen rendidas en el primer brindis.
—Ah… —él levantó su copa en un brindis solitario—. Eso es precisamente lo que me gusta.
Y así, con un pacto sellado en silencio, ambos se convirtieron en la alianza que ni Octavio ni Iván habían previsto.
Punto de vista OCTAVIO
Octavio Doménech nunca dejaba nada al azar. La sala de juntas estaba en penumbras, iluminada apenas por las lámparas estratégicas que realzaban el brillo del mármol y el acero. No era un despacho: era un escenario, y él siempre ocupaba el centro.
Se acomodó en su silla con la calma de quien sabe que ya ha ganado antes de que empiece la partida. Frente a él, Iván jugueteaba con el reloj de pulsera, nervioso, pero con una sonrisa satisfecha. A un lado, Isadora mantenía la compostura, esa máscara de neutralidad que la hacía parecer siempre del bando correcto aunque no lo fuera.
—Helena debe quedar fuera del caso —dijo Octavio con voz baja, cortante—. Su vínculo con Iván ya ha empezado a filtrarse. Cuando la prensa lo confirme, el bufete no tendrá más remedio que apartarla.
Isadora bajó la mirada, como si le pesara. Pero Octavio la conocía demasiado bien: la mujer era experta en fingir distancia, en jugar a dos bandos.
—¿No temes que se note demasiado la maniobra? —preguntó ella con tono suave.
Octavio sonrió apenas, un gesto helado.
—En este mundo no importa la verdad. Solo importa lo que parezca.
Iván asintió, su sonrisa se ensanchó con un dejo de crueldad.
—Ella se derrumbará. Lo sé. Y Gaspar… —su voz se ensombreció—, Gaspar no resistirá verla derrotada.
—Exactamente —replicó Octavio—. Helena será la herida perfecta. Y un hombre herido es fácil de manipular.
Hubo un silencio denso. El plan estaba en marcha. Helena quedaría manchada, apartada, reducida a una víctima de rumores. Y mientras tanto, Gaspar sería empujado hacia el camino que su padre había decidido para él desde hacía años.
Octavio levantó la copa de whisky y concluyó con serenidad:
—El futuro de los Doménech no se negocia. Y mucho menos se ensucia con caprichos.
Punto de vista HELENA
El despacho del socio principal del bufete siempre me había parecido un templo solemne. Ese día, en cambio, lo sentí como una sala de juicio donde yo era la acusada.
Ricardo, con su traje perfecto y ese aire de autoridad paternal, me indicó que me sentara. Yo preferí quedarme de pie.
—No me gusta perder el tiempo —dije con frialdad—. ¿Qué ocurre con el caso de Iván?
Él suspiró, como si cargara con el peso del mundo.
—Helena… tú sabes cuánto confío en ti. Eres brillante, la mejor en tu área. Pero después de lo sucedido en la prensa… y considerando tu pasado con Iván… no es conveniente que sigas representando al bufete en este asunto.
Me quedé helada.
—¿Me estás apartando del caso?
Ricardo asintió, con esa expresión condescendiente que me provocaba náuseas.
—Es por tu bien. Y por el del despacho. Entiende que se trata de imagen, de prestigio. La gente no entendería que fueras la abogada de tu propio exnovio. Podrían acusarnos de falta de objetividad.
Apreté los puños, conteniendo la rabia.
—¿Y qué hay de mi trabajo? ¿De las horas que llevo peleando cada cláusula, cada estrategia? ¿De todo lo que ya hemos conseguido en este proceso?
Él se inclinó hacia mí, como si hablara con una hija rebelde.
—Helena, a veces lo mejor es dar un paso atrás. Es una decisión difícil, pero necesaria.
Lo miré fijamente, sintiendo cómo la humillación me ardía en la garganta. No era un consejo: era una sentencia. Una forma elegante de decirme que mi vida privada siempre pesaría más que mi profesionalismo.
—Entiendo —respondí, con una sonrisa gélida—. Y créeme, Ricardo, el día que me necesites de nuevo… recordaré muy bien este momento.
Me giré antes de que pudiera responder. El suelo parecía temblar bajo mis tacones, no de miedo, sino de rabia pura. Esa batalla no había terminado. Pero acababan de dejar claro que en esta guerra estaba más sola que nunca.
Punto de vista GASPAR
La puerta se abrió.
Gaspar levantó la vista, dispuesto a despachar con frialdad a quien fuera.
Pero al verla, el aire se le quedó atrapado en el pecho.
—Tú…