Punto de Vista de GASPAR
Gaspar llevaba más de veinte minutos en su oficina, pero aún no había abierto el informe sobre su mesa. En su lugar, giraba entre los dedos un bolígrafo Montblanc mientras la imagen de Helena De la Vega regresaba a su mente como una canción que no terminaba de irse.
No era sólo por su rostro —aunque era imposible olvidar esos ojos verdes que no pedían permiso para mirar—. Era su forma de estar allí. Imperturbable. Firme. Como si el mundo pudiera derrumbarse a su alrededor y ella seguiría entregando documentos con ese tono tan perfectamente medido.
—Samuel —dijo apenas el asistente cruzó la puerta—. ¿Lo tienes?
—Aquí está, señor —respondió Samuel, dejando con precisión quirúrgica la carpeta negra sobre el escritorio—. Todo lo disponible hasta ahora.
Gaspar la abrió con aparente desgana, pero sus ojos leían rápido. Estudios. Trayectoria. Años en el buffet. Ningún escándalo, ningún brillo excesivo. Limpia, ordenada. Demasiado ordenada.
—No hay redes activas. No publica nada desde hace casi cinco años. Los registros de su familia están limitados a notas antiguas. No hay nada reciente. Parece que se ha distanciado —añadió Samuel.
Gaspar asintió con los labios apretados.
—Quiero saber más. No solo lo que hace. Quiero saber quién es. ¿Qué música escucha? ¿Qué libro tiene en la mesilla de noche? ¿Qué cosas la hacen reír? ¿Y qué cosas odia?
Samuel lo miró por un momento en silencio.
—¿Está seguro que quiere saberlo todo, señor?
—No sería la primera vez, ¿verdad?
—No, pero sí es la primera vez que me lo pide con esa expresión —replicó Samuel sin alterar el tono, mientras anotaba en su libreta.
Gaspar lo ignoró, pero sus dedos seguían inquietos sobre el escritorio.
—Quiero que esté presente en todas las reuniones entre el grupo Doménech y el buffet. Que Salazar lo reciba como una petición directa. Que parezca una necesidad profesional.
—¿Desea que lo notifique como una sugerencia…?
—No —interrumpió Gaspar, con una sonrisa que rozaba lo indecente—. Que sea una orden. Quiero ver cómo reacciona.
Punto de Vista HELENA
—¿Perdón?
Ricardo Salazar seguía concentrado en la pantalla de su portátil como si no hubiera dicho nada extraño.
—A partir de ahora, asistirás a las reuniones del grupo Doménech. Es una petición directa del propio Gaspar. Parece que quedó satisfecho con tu atención el otro día.
—¿Y esa decisión cuándo fue consensuada conmigo?
—No hace falta consenso para estas cosas, Helena. Eres parte del equipo. Y él es… bueno, él es un cliente importante.
Ella apretó los labios para no decir lo que pensaba. No era rabia. Era una mezcla de orgullo herido, fastidio y una sensación familiar de estar siendo utilizada.
—Entiendo —respondió, cortante—. ¿Alguna otra decisión sobre mi agenda que deba conocer?
—Sabía que lo entenderías. Eres eficaz. Discreta. Como debe ser.
"Como debe ser."
Esas palabras activaron algo en su memoria. Un recuerdo que no pedía ser revivido.
*FLASHBACK*
Él se llamaba Julián. Tenía una voz envolvente, muchas promesas, y un discurso que hablaba de futuro. El problema es que ese futuro no era para ella, sino para la imagen que él quería proyectar.
—Tienes que ser más discreta, Helena. No puedes decir lo que piensas delante de mi familia —le había dicho una vez, tras una cena con su madre y sus hermanas—. No queda bien.
—¿No queda bien o no encajo?
—No hagas esto —suspiró él—. Eres perfecta… si no hablas tanto.
Aquella fue la noche en la que comenzó a apagarse. A vestirse de silencio para no incomodar. A fingir neutralidad para no molestar.
Y cuando lo descubrió besando a otra, con la misma voz suave, con las mismas promesas... entendió que había perdido más que un hombre.
Se había perdido a sí misma.
FIN DEL FLASHBACK
De vuelta al presente, Helena se dio media vuelta sin responder. Camino a su escritorio, sentía una tensión sorda en las sienes. Gaspar Doménech no solo había pedido su presencia. La había exigido. Sin consultarla. Como si fuera una pieza más de su ajedrez.
Y eso la cabreaba. Mucho.
MINUTOS DESPUÉS
El sonido del correo entrante la sacó de su intento de concentración. Abrió el mensaje con el asunto: *“Confirmación – Próxima reunión Grupo Doménech”*. Allí estaba su nombre. Como parte oficial del equipo asignado.
Helena apoyó los codos en la mesa, entrelazó los dedos y cerró los ojos unos segundos.
—Maldita sea la estirpe Doménech… —murmuró entre dientes.
Una risa seca escapó de su garganta. Porque claro, no podía ser otro. Tenía que ser él. El elegante, el joven, el encantador, el que no acepta un no por respuesta.
Pero lo que Gaspar Doménech no sabía… es que a ella no se la empujaba. A ella se le rogaba. O se la perdía.
Punto de Vista GASPAR
Samuel salió sin hacer ruido. Gaspar se reclinó en su silla y entrelazó los dedos detrás de la nuca, mirando al techo de su oficina como quien contempla una trampa que empieza a cerrarse.
Sabía lo que había hecho. Había movido la primera ficha.
Y Helena… Helena estaba a punto de mostrarle si era un peón más en su tablero o algo mucho más interesante.
Pensó en su madre. En su hermano. En lo que dirían si supieran que el heredero Doménech estaba obsesionado con una mujer diez años mayor, sin fortuna, sin posición. Se rió solo.
Helena De la Vega no tenía título. No tenía apellido útil. No tenía ambiciones sociales.
Y sin embargo, lo tenía completamente atrapado.
Apoyó una mano sobre su pecho, justo en el centro.
—Empieza a doler —murmuró.
Justo cuando iba a cerrar su agenda del día, el sonido agudo de una notificación lo hizo mirar el móvil.
Un mensaje. Solo uno.
“¿Te está gustando la señorita De la Vega?”
—Abuela…
No había firma. No la necesitaba.
Gaspar se quedó mirando la pantalla, sintiendo cómo el pulso le cambiaba.
La mujer más peligrosa de su linaje acababa de hacer su jugada.
Y él… aún no decidía si eso le divertía o le asustaba.