Capítulo 12

1167 Words
Punto de vista GASPAR Gaspar marcó el número como quien se lanza al vacío. No había ensayo, ni estrategia. Solo verdad. —Helena… soy yo. Silencio. —No quiero más notas. Ni más silencios. Necesito que hablemos. En serio. Del otro lado, no hubo reproches. Solo una respuesta firme, sin adornos. —Dime dónde. Gaspar colgó sin añadir nada más. Le temblaban los dedos, pero no de miedo. De esperanza. Envió la ubicación con un simple mensaje: “23:00. Mirador del acantilado sur.” Mientras tanto, Alicia lo observaba desde el sofá, brazos cruzados, con esa mezcla de hermana mayor y mujer que ya había visto a demasiados hombres estrellarse por amor. —¿Otra? —preguntó, con una ceja alzada. Gaspar soltó una risa seca. —No es “otra”, Alicia. Es ella. Ella lo miró con atención, como si lo viera de verdad por primera vez. —Pues más te vale que valga la pena. Porque si te rompe el corazón, yo misma me encargo de hacérselo pagar. Gaspar sonrió, pero sus ojos seguían oscuros. —No va a romperlo. Ya lo encontró. Y si no quiere quedarse, al menos lo supo tocar. Punto de vista HELENA Helena colgó el teléfono con el corazón latiéndole en las sienes. —¿Era él? —preguntó Lautaro, que estaba recostado en el sofá del apartahotel, hojeando un dossier sin mucho interés. —Sí. Me citó en el mirador. Lautaro asintió, se incorporó con lentitud. Su mirada tenía esa mezcla entre protección y desafío. —Si vas a enterrarle la daga… este es tu momento. Pero si no estás segura… no lo hagas sangrar por tus dudas. —No voy a hundirle nada —replicó ella, pero su voz titubeó un segundo. Lautaro se acercó, colocó las manos en sus hombros. —Entonces míralo a los ojos. Y si no sientes que se te cae el mundo al verlo… ahí sí, mándalo al infierno. Helena asintió. Respiró hondo. Y se fue. Punto de vista GASPAR Gaspar estaba de espaldas, apoyado en su coche. El mar rugía abajo, y el cielo empezaba a llenarse de nubes. Escuchó el motor de ella llegar. No se giró. Esperó. Los pasos. El silencio. Y por fin, su voz. —Estoy aquí. Gaspar se giró. Sus ojos, más cansados que nunca, se clavaron en los de ella. —Gracias por venir. —No me diste muchas opciones. —Tampoco te pedí disculpas por lo que pasó. Helena lo miró, desafiante. —¿Y deberías? —No lo sé. Tal vez sí, por confundirte. Tal vez no, por haber sentido algo real. Ella bajó la mirada. El viento le alborotó el cabello. Gaspar dio un paso hacia ella. Luego otro. —Tú huiste, Helena. Yo me quedé… esperando que volvieras. Pero esta vez… fui yo quien se fue. Porque no quiero seguir insistiendo si no estás dispuesta a quedarte. —No es tan simple —susurró ella. —Claro que no lo es —replicó él, con los ojos ardiendo—. Tú no sabes si alguien me lastimó como lo hicieron contigo. No sabes si también cargo con heridas. Pero no me escondo detrás de ellas. Helena sintió un nudo en el pecho. La tormenta comenzaba a caer en gotas lentas. —No soy una víctima —dijo. —No. Eres una mujer que se protege tanto, que se está quedando sola. Ella dio un paso hacia él. —¿Y tú? ¿No eres un niño jugando a ser hombre? Gaspar la miró, dolido. —Tal vez sí. Pero si algo aprendí de ti… es que jugar es mejor que huir. La lluvia arreció. Y en medio de esa tensión, sus bocas se buscaron. No hubo permiso. No hubo razón. Solo necesidad. El beso fue profundo, roto, desesperado. Como dos almas que se encuentran en el borde de su propio abismo. Punto de vista HELENA Helena abrió los ojos cuando sus labios se separaron, aún temblando por dentro. Gaspar seguía allí, tan cerca que podía sentir el calor de su respiración en mitad del frío de la lluvia. Le acarició el rostro, con los dedos húmedos y lentos, como si memorizara cada trazo de su piel. —Si me das un lugar en tu corazón… —susurró él, con voz baja, ronca, cargada de deseo contenido— no habrá marcha atrás, Helena. No fue una amenaza. Fue una promesa. Ella no contestó. Pero su pecho subía y bajaba con fuerza, como si el aire pesara más de lo normal. Como si la decisión estuviera peleando con todo lo que había sido hasta ahora. Gaspar retrocedió un paso, solo uno, sin apartar los ojos de los suyos. —Dímelo ahora… si esto no significa nada. Si solo fue la tormenta. Si solo fue el miedo. Helena apretó los labios, pero la voz le salió como un roce. —No te vayas. Él entrecerró los ojos, conteniendo el impulso de volver a besarla allí mismo, de arrastrarla al coche, de hacerla suya de todas las formas posibles. Pero no lo hizo. No esta vez. Solo se quedó allí. Empapado. Esperando. Como si su piel ya supiera que el deseo es solo el principio… pero lo que viene después, si ella lo deja entrar, es mucho más peligroso. Punto de vista IVAN No llegó solo. Nunca lo hacía. Un contacto en el buffet, uno que aún debía favores, le había dicho que Helena estaba cambiando. Que ya no era la misma. Que algo —o alguien— la estaba sacando de su eje. Y eso lo enfermaba. Esa noche, desde una curva discreta, la vio. Ella. De pie bajo la lluvia. Entregando un beso. Y algo más. No era solo deseo. Era rendición. —Maldita seas… —murmuró, golpeando con los nudillos el marco de la ventanilla—. Si crees que vas a rehacer tu vida como si yo nunca hubiera existido… Sacó el móvil. Esta vez, no llamó a nadie del pasado. Marcó un nuevo número. Uno que le habían vendido a buen precio. Un especialista en "resolver curiosidades". —¿Sí? —respondió una voz grave, sin presentación. —Quiero saber todo sobre una mujer. Helena Suárez. Y también sobre el tipo que está con ella. —Nombre. —Gaspar. Doménech, creo. Tiene cara de niño rico y mirada de mártir. Quiero saber dónde vive, quién es su familia… y cómo se le quiebra la sonrisa. —Eso tiene un precio. —Pagado está. Pero si tienes que escarbar en los muertos, hazlo. Si tiene un ex que le rompió el corazón, lo quiero. Si tiene un hermano enfermo, lo quiero. Si su madre la abandonó, lo quiero todo. La línea se cortó. Iván se quedó allí, mirando hacia la carretera, mientras los faros del coche se perdían en la distancia. No sabía aún quién era Gaspar. Pero iba a descubrirlo. Iba a destripar cada uno de sus secretos. Y luego… Iba a ver arder lo que ellos llamaban amor.
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