Capítulo 6

1254 Words
Punto de vista GASPAR Gaspar ajustó el puño de su camisa mientras empujaba la puerta del club social. Aquel lugar era un templo para los hombres de su clase: mármol en el suelo, whisky caro y sonrisas falsas. Pero esa noche no venía a cerrar un trato. Venía a medir a un hombre. —¿Tienes un momento para una partida? —preguntó, deteniéndose frente a Lautaro, que hojeaba el periódico como si el tiempo le perteneciera. Lautaro lo miró con esa media sonrisa que tanto irritaba a Gaspar. —¿Ajedrez? Pensé que tus juegos eran más... estratégicos. —Justamente por eso. Se sentaron frente al tablero. Las piezas entre ellos eran simples testigos. Lautaro jugaba con blanca. —Helena es inteligente —comentó Lautaro mientras movía un alfil—. Y leal, incluso cuando duda. —¿A qué viene eso? —respondió Gaspar, tensando la mandíbula. —A que no es un peón para mover en tu tablero, Gaspar. Puedes tener dinero, poder, contactos... pero no puedes comprar su voluntad. O su respeto. Gaspar aguantó la respiración. Sus dedos tocaron una torre, pero no la movió. Sabía que ya había perdido. No la partida, sino algo más sutil. —Tú la conoces desde hace años, ¿no? —Desde siempre. Pero no como tú piensas. No he querido a Helena. La he cuidado. Y no porque fuera débil, sino porque el mundo a veces no se lo ha puesto fácil. —No necesito consejos. —No, necesitas que alguien te diga que esta vez, podrías ser tú quien salga lastimado. Checkmate. Gaspar no dijo nada. Solo se levantó, tragando el sabor metálico del orgullo herido. Punto de vista HELENA El mensaje la sorprendió en medio de una reunión. “¿Podemos hablar? Lo necesito. —Lucía”. El pasado llamando. A veces, los fantasmas no saben morir. A la hora acordada, en una cafetería cercana, Lucía la esperaba con un gesto tenso. Seguía siendo guapa, aunque más delgada, más rota. —No sé cómo empezar —dijo Lucía. —Por la verdad —respondió Helena, firme. Lucía la miró. Bajó los ojos. —Iván me ha dejado. Y quiero divorciarme. Necesito ayuda legal. Tu buffet es el mejor. Helena no parpadeó. Sentía las manos frías, pero el pulso firme. —Te ayudaremos. No por él. Por ti. Porque esto es justicia, no venganza. Lucía tomó su mano. Apretó con gratitud. —Lo siento por lo de entonces… Helena solo asintió. El pasado ya no tenía poder. Punto de vista GASPAR El ramo de rosas rojas sobre el escritorio le ardió como una puñalada directa al ego. Estaban allí, en su oficina. En su espacio. Invadiéndolo todo con ese aroma dulce y agresivo a la vez. Como ella. Sin remitente. Solo una nota, manuscrita, con una caligrafía elegante que le resultaba insoportablemente familiar: “Por lo que fuiste. Por lo que aún eres.” Gaspar leyó la frase una, dos, tres veces. Como si cada palabra fuera una trampa. Una provocación cuidadosamente diseñada para hacerlo explotar. —Samuel... —llamó en voz baja, pero con un filo en el tono que helaría a cualquiera. El asistente entró con cautela, ya con esa expresión de “algo va mal” que le nacía cuando su jefe callaba demasiado. —Dime que no son de Lautaro —dijo Gaspar sin levantar la vista. Samuel parpadeó, desconcertado. —¿Perdón? Gaspar alzó la nota, se la mostró con los dedos tensos. —Me dijiste que no tenía a nadie. Que no estaba en nada serio. ¿Y entonces esto? ¿Esto qué es? —Yo… no lo sé. Tal vez fue un cliente. O alguien agradecido. No lleva nombre… Gaspar lo fulminó con la mirada. —Justo. Ese es el problema. Que no lleva nombre. Porque quien manda rosas rojas sin firmar, no está agradeciendo nada. Está reclamando territorio. Caminó hasta el ventanal, con los puños cerrados. —¿Y si no fue Lautaro? —murmuró más para sí que para Samuel—. ¿Y si hay otro? ¿Uno que sí estuvo antes? ¿Uno que todavía la toca sin que yo lo sepa? El silencio se volvió espeso. Samuel no dijo nada. Porque no había forma de calmar a alguien que arde por dentro y no sabe cómo apagarlo. Gaspar giró, aún con los ojos clavados en las flores. —Averígualo. Todo. Quiero saber quién las mandó, cuándo, por qué. Y si vuelves a equivocarte conmigo, Samuel… te juro que el próximo ramo será para tu despedida. Punto de vista HELENA —¿Flores? —preguntó Lautaro mientras caminaban por la plaza cerca del buffet. —De Iván, seguro. No firmó, pero él siempre hace lo mismo. Un gesto grande para encubrir una culpa enorme. —¿Y qué vas a hacer? —Seguir trabajando. No dejar que me rompa otra vez. —¿Y si Gaspar cree que son mías? —Entonces que aprenda que las mujeres no somos trofeos que se disputan a golpes de ego. Ambos rieron. Pero ella sabía que no era tan fácil. Punto de vista GASPAR Los vio desde lejos. Caminaban juntos. Ella se reía. Él parecía cómodo, confiado. Como si la conociera más que nadie. Como si la mereciera. Gaspar no lo pensó. Solo actuó. Se acercó. Interrumpió la charla. —¿Disfrutando del espectáculo? Lautaro lo miró con ironía. —¿Siempre tan poético, Doménech? Y entonces ocurrió. Gaspar levantó la mano. Y le cruzó la cara con una bofetada seca, rápida, brutal. El silencio se hizo en la plaza. Un escándalo elegante, bañado en perfume caro y tensión contenida. Helena se quedó paralizada. Lautaro no devolvió el golpe. Se pasó la mano por la mejilla y sonrió. —Ahora sí que has perdido la partida. Punto de vista HELENA El golpe resonó seco, breve, como una falta de respeto en mitad de una ópera. Lautaro se quedó quieto, más sorprendido que dolido. El murmullo elegante de fondo murió al instante. Algunas cabezas se giraron. Otras fingieron no ver. La alta sociedad tiene talento para disimular lo imperdonable. —¿Te has vuelto loco? —espetó Helena, rompiendo el silencio con una furia contenida que helaba más que el grito. Gaspar seguía con la mano tensa, como si su cuerpo aún no hubiera entendido lo que acababa de hacer. Ella no esperó explicaciones. Se acercó a Lautaro, que mantenía la compostura con una dignidad casi teatral, y le rozó la mejilla con la palma, suave, con ternura. Una caricia protectora, pero también una forma de decirle al mundo —y a Gaspar— de qué lado estaba. —Gracias por no devolverle el golpe —le susurró a Lautaro, lo bastante alto como para que Gaspar lo oyera. Luego, se giró hacia él. Y lo miró como si estuviera desnudando su alma. —¿Eso es lo que haces cuando no controlas lo que sientes? ¿Golpeas al primero que no puedes dominar? Gaspar quiso hablar, justificar, buscar refugio en su propio caos. Pero ella no se lo permitió. —No soy una niña. Y no quiero a uno jugando a ser hombre. Si alguna vez esperas que te vea como tal… deja de actuar como un crío malcriado. Helena se dio media vuelta. Caminó con el mentón en alto, cada paso un latido firme. Lautaro la siguió en silencio. Y Gaspar… se quedó allí, solo con su ego roto y esa furia sorda que solo provocan las mujeres que no se arrodillan.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD