Capítulo 21

1693 Words
Punto de vista HELENA El aire frío de la noche no le robó ni una pizca de seguridad. Helena se bajó del coche despacio, como si cada movimiento estuviera medido para dejar huella. El vestido —n***o, ceñido, de tela satinada que se deslizaba como agua— no perdonaba ni un suspiro. Una abertura lateral dejaba ver la pierna con cada paso, y el escote en forma de corazón hacía que incluso las miradas más educadas se desviaran. Lautaro le ofreció la mano para ayudarla a bajar. Ella la tomó, no por necesidad, sino porque sabía que esa imagen —él y ella, impecables— también formaba parte de su estrategia. —Estás causando un incendio y todavía no has cruzado la puerta —murmuró él, con una sonrisa torcida. —Perfecto —respondió Helena, ajustándose la pulsera—. El fuego siempre llama la atención. Caminaron por la alfombra hacia la entrada. Cada paso suyo era una declaración. Sentía los ojos sobre ella, escuchaba susurros, y eso solo la impulsaba a mantener la barbilla en alto. Justo antes de entrar, se detuvo un segundo para respirar. No porque estuviera nerviosa, sino porque sabía que al otro lado de esas puertas estaría él. Gaspar. Y esa noche, pensaba mirarlo como se mira a un enemigo… y como se ama a un hombre. Punto de vista GASPAR El murmullo de la sala se detuvo lo suficiente como para que él supiera que había llegado. Gaspar no necesitó girarse para sentirla. La tensión le recorrió la espalda antes de que sus ojos confirmaran lo que su cuerpo ya sabía. Helena cruzaba el salón como si hubiera nacido para ser el centro de gravedad de cualquier lugar. El vestido n***o, la abertura, la luz que acariciaba su piel… cada detalle parecía un recordatorio de que no importaba cuánto la alejara, siempre volvería a encontrarla en su camino. Apretó la copa de whisky con fuerza. Samuel, a su lado, le susurró algo que no escuchó. Toda su atención estaba en ella. Vio cómo Lautaro le hablaba al oído, haciéndola sonreír. Una sonrisa que él había aprendido a provocar y que ahora otro exhibía con total naturalidad. Respiró hondo, en ese equilibrio perfecto entre el CEO que mide sus movimientos y el hombre que quiere arrancar a Lautaro de su lado. Se obligó a mantener la postura, a no ir hacia ella de inmediato. Había una guerra invisible en juego, y él sabía que la primera carga la ganaba quien podía esperar más. Pero cuando sus miradas se encontraron a través de la sala, supo que, esa noche, la paciencia iba a ser su enemigo. unto de vista HELENA Lo sintió antes de verlo. Ese cambio invisible en el aire, como electricidad corriendo bajo la piel. Y entonces apareció: Gaspar, cruzando la sala como si la gala entera no existiera más que para abrirle paso. Traje impecable. Mirada fija. Paso firme. No saludaba. No sonreía. No apartaba los ojos de ella. El corazón de Helena golpeó tan fuerte que temió que la copa que sostenía traicionara su pulso. Se detuvo frente a ella, demasiado cerca para que aquello fuera casualidad. —Vaya… pensé que ibas a seguir escondida. —Pensé que estabas esperando a que estuviera lista —contestó, obligándose a no retroceder. Gaspar inclinó la cabeza apenas, como un depredador evaluando la distancia antes de lanzarse. —Tal vez lo estoy… —su voz fue un roce bajo y peligroso—. O tal vez ya no me importe si no lo estás. El calor le subió a la cara. Él lo notó, porque una sonrisa mínima —casi insolente— se dibujó en sus labios. —¿Vas a quedarte mirándome toda la noche? —preguntó ella, sintiendo el filo en su propio tono. Gaspar se inclinó lo suficiente para que su perfume y su respiración le robaran el aire. —Voy a quedarme hasta que digas lo que tienes que decirme… —sus ojos bajaron a su boca, luego volvieron a atraparla— y cuando lo hagas, más te vale que no sea tarde. Helena tragó, sin poder apartarse. Un centímetro más y lo estaría besando. Un centímetro menos y él la estaría reclamando. Lautaro carraspeó a su lado, y la burbuja se rompió. Gaspar dio un paso atrás, pero dejó el eco de su voz flotando entre ellos, como una promesa que iba a cumplirse… o a destruirlos. Punto de vista GASPAR No se giró de inmediato. Si lo hacía, volvería a sentir esa punzada en el pecho… y no estaba dispuesto a regalarle esa vulnerabilidad delante de todo el mundo. —¿Qué diablos intentas, Doménech? —La voz de Alicia le llegó como un latigazo, seca, cortante. Gaspar tomó la copa de la bandeja de un camarero sin mirarla. Dio un sorbo largo, como si el vino pudiera templar el filo que llevaba dentro. —Lo que hago siempre: ganar. —¿Incluso si para ganar tienes que mostrar que tienes un punto débil? —Alicia se cruzó de brazos—. No es tu estilo. Giró por fin la cabeza, clavando en ella una mirada que era puro acero. —Ella no es una debilidad, Alicia. Es mi objetivo. Su hermana contuvo una sonrisa, aunque no por diversión, sino por la chispa de locura que reconocía en su hermano. —Te está empujando a cambiar las reglas, Gaspar. —No. —Dejó la copa sobre la barra con un golpe seco, apenas contenido—. Me está obligando a jugar como si no hubiera un mañana. Y te aseguro que, cuando yo juego así… no pierdo. Alicia lo sostuvo la mirada, intentando medir si hablaba de amor o de guerra. Él no se movió, pero el brillo en sus ojos lo decía todo: era ambas cosas. —No la subestimes. Helena no es de las que se dejan encadenar —dijo Alicia, en tono bajo. —No quiero encadenarla. —Se inclinó lo justo para que solo ella lo oyera—. Quiero que no pueda escapar aunque lo intente. Alicia lo vio alejarse, con el porte de un hombre que ya había decidido cómo iba a ganar… y la certeza de que no pensaba salir indemne. Punto de vista HELENA Se excusó un momento para ir al balcón, buscando aire. El murmullo de la gala quedó atrás, reemplazado por el silencio frío de la noche. —Sabía que tarde o temprano te encontraría sola —la voz de Iván cortó el aire. Helena se giró. Ahí estaba, impecable, traje oscuro y esa sonrisa ladeada que siempre escondía más veneno que encanto. —No he venido para encontrarte, Helena —añadió, avanzando un paso—. He venido para recordarte quién eres. —¿Quién crees tú que soy? —preguntó ella, con el ceño alto. —Alguien que no pertenece al mundo de Gaspar Doménech —dijo él, saboreando cada palabra—. Demasiado joven. Demasiado limpio. El mundo real no es para idealistas. Helena no apartó la mirada. —No tienes derecho a hablar de lo que no entiendes. Iván se inclinó apenas hacia ella, lo justo para que sintiera su aliento. —Entiendo que los hombres como él creen que pueden salvarte… hasta que descubren que no les pertenece tu corazón entero. —Y tú jamás lo tuviste —respondió Helena, firme. Él sonrió, como si hubiera estado esperando esa frase. —Tal vez no lo tuve todo, pero tuve lo suficiente como para que aún me recuerdes. Helena inspiró hondo, controlando la rabia. —Te equivocas. Lo único que recuerdo… es por qué me fui. Por un instante, los ojos de Iván se oscurecieron. Luego volvió a su máscara habitual. —No olvides, Helena —dijo mientras se apartaba—, que algunos juegos no acaban cuando tú crees. Ella no respondió. Se dio la vuelta, dispuesta a regresar al salón… y con una única certeza: si Gaspar la veía ahora, su noche terminaría ardiendo. Punto de vista GASPAR No necesitaba escuchar las palabras. La forma en que Iván inclinaba el cuerpo hacia Helena, cómo ella tensaba la mandíbula… y ese maldito brillo en los ojos de él. Lo suficiente para encender todo lo que llevaba conteniendo. Gaspar cruzó el salón como un depredador que ya ha marcado a su presa. La música y las conversaciones se convirtieron en un zumbido lejano. Solo existía esa imagen: Iván demasiado cerca. Helena apenas había dado dos pasos para alejarse cuando él la tomó de la muñeca. Firme. Inevitable. —¿Qué estabas haciendo con él? —su voz era grave, baja, un filo contenido. —No es asunto tuyo —intentó zafarse, pero él no la soltó. —Todo lo que te toque es asunto mío. Ella alzó la barbilla, desafiándolo, pero la respiración se le aceleró. —Gaspar… suéltame. —Mírame —ordenó, y cuando lo hizo, vio lo que más temía: celos sin máscara, deseo sin filtro. La acercó un paso más, apenas el espacio de su respiración separándolos. —Si piensas que voy a quedarme mirando cómo ese imbécil se acerca a ti, estás jugando con fuego. —¿Y si es justo lo que quiero? —susurró, consciente de que lo estaba provocando. Gaspar exhaló por la nariz, como quien contiene un golpe. —Estás probando mis límites, Helena. Y no tienes ni idea de lo cerca que estás de hacerme romperlos. El silencio entre ambos se volvió denso. El mundo entero desapareció cuando él bajó la voz, casi una confesión contra sus labios: —La próxima vez que te vea con él… no prometo controlarme. Y sin esperar respuesta, la besó. No un beso suave, sino uno que reclamaba, que advertía, que dejaba claro que, le perteneciera o no, él no iba a ceder terreno. Cuando se separaron, ella tenía las mejillas encendidas y las manos temblando. —Gaspar… —Ni lo intentes —dijo él, apartándose un paso—. Sabes que esta conversación aún no ha terminado. La dejó allí, ardiendo por dentro, con la certeza de que había cruzado una línea invisible… y que ninguno de los dos quería volver atrás.
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