Punto de vista HELENA
La máquina de café del buffet parecía más ruidosa de lo habitual, o tal vez era ella la que todavía tenía los oídos llenos de la música y las voces de la gala. Había dormido poco. Mal. Y, para colmo, con la sensación de que el beso de Gaspar todavía le ardía en los labios.
Cuando empujó la puerta de la oficina, las conversaciones se apagaron como si alguien hubiera bajado un interruptor invisible. Varias miradas se clavaron en ella, unas con curiosidad, otras con malicia, otras con esa falsa simpatía que solo sirve para abrir heridas.
—Mira —susurró Marta, una compañera, deslizándole el móvil por la mesa como si fuera material clasificado.
Helena bajó la vista y ahí estaba: su imagen en alta definición, entre luces doradas y copas de champagne, con la boca de Gaspar sobre la suya. El titular gritaba:
“Beso millonario: Doménech y la misteriosa abogada del buffet que sacudió la gala”.
Otro medio no se quedaba atrás:
“¿Amor o alianza? El gesto que podría cambiar el tablero empresarial”.
Sintió el calor subirle al rostro. No sabía si de vergüenza, rabia… o por ese pinchazo traicionero que le recordaba que, por un instante, había correspondido al beso como si fuera suyo.
Volvió a mirar la pantalla. Decenas de notificaciones: llamadas perdidas, mensajes sin leer. Todos de Gaspar.
No los abrió. No aún.
En su interior, una voz que odiaba reconocer murmuró: si lo hago, no habrá vuelta atrás.
Punto de vista GASPAR
El golpe de la puerta al cerrarse hizo temblar los ventanales de su despacho. Samuel entró detrás, con un fajo de periódicos y su tablet abierta en la portada de un digital.
—Ya lo habrás visto —dijo, dejando caer el montón sobre la mesa.
Gaspar no apartó la mirada de la pantalla de su móvil. Las fotos eran una bomba. Cada ángulo del beso con Helena había sido explotado: primeros planos, cámaras lentas, encuadres robados. Incluso uno en el que su mano se apoyaba en la curva de su espalda, demasiado íntimo para un evento público.
—Mejor que lo vean así —murmuró, sin levantar la vista.
—¿Así? —replicó Samuel—. Hay accionistas llamando, su padre mandó un mensaje que no abrí por seguridad y… bueno, Isadora ya está moviendo fichas.
Gaspar se quitó la chaqueta y la dejó sobre el respaldo, sin rastro de prisa.
—Que muevan lo que quieran. Si alguien cree que me va a asustar, es porque aún no me ha visto realmente enfadado.
—¿Y Helena? —preguntó Samuel, más bajo.
Gaspar se detuvo, apoyando ambas manos sobre la mesa. La mandíbula, tensa.
—Helena aún no sabe que el juego lo estoy dictando yo.
Un silencio incómodo llenó la sala.
Samuel rompió la pausa:
—¿Y si no quiere jugar?
Gaspar sonrió, esa media sonrisa que en las juntas desarmaba a competidores y en la intimidad era una amenaza velada.
—Entonces aprenderá que, conmigo, no se gana retirándose.
Punto de vista HELENA
El ascensor subía tan lento que podía escuchar mi propio corazón. Las puertas se abrieron y ahí estaba él, esperándome en el pasillo de cristal, con ese porte de hombre que sabe exactamente cuánto poder tiene… y que está dispuesto a usarlo.
—Entra —ordenó, sin alzar la voz.
El despacho parecía más grande de lo habitual, o tal vez era yo la que me sentía demasiado pequeña en su territorio. Gaspar cerró la puerta detrás de mí, sin apartar la mirada.
—Tenemos que hablar —dijo.
—No puedo permitir que esto afecte mi trabajo —le solté antes de que marcara el terreno.
Se acercó un paso.
—Y yo no voy a permitir que finjas que no pasó nada.
—Gaspar… —intenté sonar fría, profesional—. No quiero que mi vida profesional se vea condicionada por lo que… pasó.
Otro paso. Ya estaba lo bastante cerca como para que mi respiración se mezclara con la suya.
—No pretendo mezclar las cosas —su voz era baja, pero tenía filo—. Lo que sí pretendo es que dejes de usar tu trabajo como barricada para esconderte de lo que sientes.
—¿Esconderme? ¿Ahora vas a decirme cómo me siento? —le sostuve la mirada, pero él sonrió, lento, como si hubiera ganado una jugada.
—No. Voy a decirte que, si esperas que por ser más joven me dé la vuelta y me marche, te recuerdo algo: la única que ha huido hasta ahora de lo que ambos sentimos eres tú.
Tragué saliva. Él continuó, sin darme respiro:
—Así que perdona si te respeto más que los gañanes con los que saliste antes de conocerme.
Mi orgullo ardió, mi piel también. Lo odiaba y lo deseaba en la misma proporción.
—No todo se resuelve con empujones y frases bonitas, Gaspar.
—Lo sé —sus ojos bajaron un instante a mi boca—. Pero si vas a cerrarme la puerta… que sea porque de verdad quieres hacerlo, no porque te aterra abrirla.
El silencio que siguió no fue de tregua. Fue de guerra. Una guerra que ninguno estaba dispuesto a perder.
Punto de vista GASPAR
La tenía delante, erguida, con esa mirada que dice “no pienso ceder” aunque por dentro esté al borde de temblar. Y sí, podía ver que yo la estaba acorralando. No me gustaba verla así… pero tampoco iba a soltarla del todo.
Respiré hondo y me recosté en la silla.
—Está bien, Helena —dije despacio, como si cada palabra me costara—. Te daré espacio… pero solo el justo para que recuerdes que esto que hay entre nosotros no se borra con un par de límites profesionales.
Su ceño se frunció, como si no supiera si me estaba rindiendo o advirtiendo.
Me incliné hacia adelante, bajando la voz hasta dejarla casi como un roce.
—Yo sé esperar. Pero no me hagas creer que aquí hay un “nunca”, porque no voy a aceptarlo.
Me puse de pie, rodeé el escritorio y me detuve junto a ella lo suficiente para que mi perfume quedara atrapado en su respiración.
—Trabaja tranquila… —murmuré—, pero no olvides que todavía tenemos esa conversación pendiente.
Salí sin mirar atrás. Puede que hubiera cedido un paso, pero ya estaba planeando cómo dar los dos siguientes… directamente hacia ella.
Punto de vista de IVÁN
La vi salir del despacho de Doménech con ese gesto contenido… como si quisiera romper algo y no pudiera.
Perfecto.
Apoyado contra la pared, fingí mirar el móvil. Helena ni siquiera me vio hasta que estuvo a un metro de mí.
—Vaya… —dije con una media sonrisa—. El nuevo jefe sabe mantenerte ocupada.
Sus ojos rodaron hacia el techo, y eso me dio la confirmación que necesitaba: algo pasaba entre ellos.
—No tienes derecho a opinar, Iván —respondió seca.
Me incliné un poco, bajando la voz.
—Claro que tengo derecho. Te conozco mejor que él… y sé exactamente dónde apretar para que salte la chispa.
Helena me fulminó con la mirada y siguió caminando. Yo me quedé viéndola alejarse, con esa satisfacción de quien ya ha plantado una semilla.
No necesitaba ganarla de golpe. Solo tenía que recordarle que, en algún rincón de su memoria, aún estaba yo.
Y si para derribar a Doménech tenía que usar ese rincón, lo iba a hacer sin pestañear.
Punto de vista GASPAR
Alicia entró en mi despacho sin tocar, como siempre. Se cruzó de brazos y me estudió como si quisiera arrancarme la verdad a la fuerza.
—Gaspar, cuéntame que todo esto que estás haciendo con Helena tiene un plan —soltó sin rodeos.
Apoyé los codos sobre el escritorio y la miré fijo.
—No se trata de mí esta vez, Alicia. Es ella… Ella no quiere que la amen.
—Y tú crees que besándola delante de todo el mundo lo va a aceptar.
—Si la besé en público es porque lo que quiero con ella no es algo pasajero —respondí, sin apartar la mirada—. Ni siquiera un capricho.
Ella arqueó una ceja, pero no dijo nada.
—Mejor que nadie sabe que no había vuelto a mirarla así a ninguna mujer desde que… —hice una pausa, tragando saliva— desde que se marchó sin decir adiós.
Alicia bajó la vista un segundo. Luego, volvió a sostenerme la mirada.
—Entonces no dejes que lo haga otra vez. Y si necesitas una aliada… ya la tienes.
Asentí despacio. No lo iba a decir en voz alta, pero lo sabía: si Helena huía de nuevo, no sería porque yo no luché hasta el final.