Punto de vista GASPAR
Te quiero.
Lo escuché de sus labios y todavía me arde en la piel. Me sostiene… y al mismo tiempo me enloquece, porque sé que todo conspira para arrebatármela.
El golpe en la puerta me saca del trance. No espero permiso, porque sé quién es.
Octavio entra como si fuera dueño de mi vida. Y tras él, Adriana.
El aire se me corta. La herida que nunca cicatrizó vuelve a sangrar.
Ella me dejó sin explicación, y ahora aparece de la mano de mi padre como si fuese un trofeo.
—Gaspar —dice Octavio, con esa calma venenosa—. El destino siempre nos da una segunda oportunidad.
Mis puños se clavan en la madera del escritorio. La rabia me quema por dentro.
—¿Y tú decides mi destino también? —escupo, mirándolo directo, sin parpadear.
Octavio sonríe como si hubiera esperado esa reacción.
—Lo decido yo porque tú sigues siendo ese muchacho que no sabe lo que quiere. Adriana era, y sigue siendo, la mujer perfecta para ti. Lo que arruinaste con tu rebeldía, ahora lo repararás con tu madurez.
Ella intenta abrir la boca, un “Gaspar…” apenas audible, pero levanto la mano.
—Ni lo intentes —le gruño, la voz cargada de fuego.
Octavio se inclina sobre el escritorio, sus ojos fijos en los míos, como quien coloca la última pieza en el tablero.
—No es una propuesta, hijo. Es lo que harás. Y esta vez… no tendrás opción.
Me arde la garganta de tantas palabras que no digo. Pero mis ojos ya hablaron por mí: ni mi padre, ni el pasado, ni nadie me va a arrancar lo que es mío.
Punto de vista HELENA
La casa huele a rosas. Siempre huele a rosas cuando mi madre prepara el escenario.
Me espera en el salón, copa en mano, con ese aire de reina que no abdica jamás.
—Helena —su voz es miel envenenada—. Me alegra que hayas venido. Era hora de hablar.
—¿Hablar? —esbozo una sonrisa seca—. ¿O dictarme otra sentencia?
Su mirada se afila.
—Gaspar Doménech no es para ti. Nunca lo fue. Tú lo sabes.
Me enciendo.
—Ya me dijiste lo mismo de Iván. Y para que aprendiera tu “lección”, me dejasteis sin un céntimo. Él eligió el dinero antes que a mí. Y yo aprendí que quien me abandona por eso nunca me quiso de verdad.
Un silencio espeso. Ella se inclina un poco, como si disfrutara de cada palabra.
—Iván ha cambiado. Puede darte lo que necesitas.
—No, madre. Yo cambié. Y no pienso volver a vender mi vida al mejor postor.
La vieja sonríe apenas, como quien da el golpe maestro.
—¿Estás segura de que Gaspar podría vivir así? —me suelta, lenta, venenosa—. Él no sabe lo que es empezar de cero, Helena. Nunca lo ha hecho. Y cuando lo descubra… ¿qué quedará de ese fuego que ahora te ciega?
Me quedo de piedra, tragándome la rabia, pero sin apartar los ojos de ella.
Punto de vista GASPAR
Gaspar seguía con la tensión en el cuerpo. Adriana, Octavio, las jugadas que parecían rodearlo… Todo hervía en su cabeza.
La puerta se abrió sin pedir permiso. Solo Alicia entraba así.
—Vas a terminar reventando si sigues conteniendo todo eso, Gaspar —dijo ella, cruzándose de brazos.
Él le lanzó una mirada irónica.
—¿Vienes a recordarme que el tablero no siempre es mío?
Alicia sonrió de medio lado.
—No. Vengo a recordarte que no estás solo en este tablero.
Gaspar bajó la vista un instante. Esa era la diferencia con ella: no necesitaba disfrazarse de neutralidad, se había declarado su aliada desde el inicio.
—Octavio cree que puede movernos como piezas —murmuró él, con rabia contenida—. Pero no sabe que algunas piezas piensan por sí mismas.
—Y esas piezas, cuando se alían, cambian toda la partida —replicó Alicia, dándole la razón.
Hubo un silencio breve. No había falsedades entre ellos, solo la certeza de que se necesitaban.
Gaspar apoyó las manos en el escritorio, inclinándose hacia ella.
—Dime lo que sabes.
Alicia se acercó, bajando la voz.
—Sé que planean usar a Iván para arrastrar a Helena. Y sé que tu padre quiere mostrarle al mundo que ella no puede caminar sola.
Gaspar apretó la mandíbula.
—Mi padre olvida que si alguien la toca, tendrá que enfrentarse a mí.
Alicia lo sostuvo con calma.
—Eso es lo que Octavio quiere: sacarte de control. No lo permitas.
Gaspar respiró hondo, y por primera vez desde que Adriana había reaparecido, sintió un poco de claridad.
—Gracias, Alicia —dijo, con sinceridad poco habitual en él.
Ella arqueó una ceja, divertida.
—No me agradezcas todavía. Recuerda: las reinas no se mueven por gratitud… sino porque saben que el jaque mate merece la pena.
Salió del despacho con esa seguridad imperturbable, dejando a Gaspar con una sola certeza: la guerra no la pelearía solo.
Punto de vista ISADORA
El salón privado olía a cuero viejo y poder. Isadora se acomodó en el sillón con la calma de quien sabe que el tablero ya está a su favor. Octavio hablaba de porcentajes, alianzas y votos, pero ella no necesitaba los números: ya podía ver a Helena sentada en la mesa de directivos, atrapada.
—Los ancianos quieren estabilidad —dijo Isadora con voz suave, casi venenosa—. Y nada les resulta más estable que verla a ella junto a Iván. Dos apellidos fuertes, un frente unido.
Octavio asintió lentamente, con esa sonrisa de estratega satisfecho.
—Su padre está enfermo, y el grupo necesita garantías. No hay otra opción más lógica.
Isadora sonrió como quien saborea un triunfo anticipado.
—Helena siempre quiso demostrar que podía con todo. Esta vez se engañará a sí misma pensando que lo hace por el bien de la empresa… y terminará prisionera de nuestro juego.
La imagen le resultaba deliciosa: Gaspar, desbordado de rabia, impotente, viendo cómo la mujer que lo desafía quedaba atada a Iván.
—Será un golpe perfecto —añadió, paladeando cada palabra—. Y lo mejor es que todos creerán que fue decisión de los accionistas.
Octavio levantó la copa.
—Jaque al muchacho.
Ella inclinó apenas la cabeza, como una reina concediendo aprobación.
—No, Octavio… —susurró con un brillo frío en los ojos—. Esto no es un jaque. Esto es recordarle a Gaspar que en este mundo, las reglas las ponen los que saben esperar.
Y, al girar la copa en su mano, dejó escapar una carcajada breve, helada.
—La pobre Helena aún cree que el amor puede salvarla. Qué ingenuidad tan cara le va a costar.
Punto de vista GASPAR
El sonido del cristal al romperse contra la pared retumbó en el despacho. La copa de vino que había intentado calmarlo se hizo añicos en el suelo, salpicando las alfombras con manchas oscuras.
Gaspar no apartaba la vista del titular en la pantalla. Una y otra vez sus ojos recorrían las mismas palabras, como si fueran cuchillas repitiendo la misma herida:
“Iván Cebrián y Helena de la Vega, nombrados directivos suplentes del Grupo De la Vega durante la enfermedad del patriarca.”
El aire se le atragantaba en los pulmones.
—Helena… —murmuró, casi sin voz, con una mezcla de incredulidad y furia.
Había esperado esa confesión, había sentido su verdad en la piel… y ahora el mundo entero le gritaba que ella volvía a estar al lado de Iván. No como un recuerdo, no como una herida pasada, sino como una alianza pública, bendecida por accionistas y medios.
El muchacho herido dentro de él, ese que una vez fue rechazado por ser “demasiado joven”, rugía de impotencia. El hombre que era ahora, el CEO curtido en batallas, apretó los puños hasta hacerse daño en la palma.
—¿Así es como piensas jugar, Helena? —escupió hacia el vacío, con una furia contenida que le quemaba las venas—. ¿Volviendo a él solo porque los viejos te lo ordenan?
Golpeó el escritorio con tanta fuerza que el reloj se deslizó hasta caer. No le importó.
La rabia le cegaba, pero en el fondo, bajo ese incendio, ardía otra verdad más peligrosa: el miedo.
Miedo a perderla.
Miedo a que esta vez no bastara con esperar.
Miedo a que ella eligiera de nuevo el camino que lo excluía a él.
Gaspar cerró los ojos un instante, forzándose a respirar. Cuando los abrió, la decisión estaba tomada.
—De mí no te vas a escapar otra vez, Helena. Ni de mí, ni de lo que sientes.
Tomó el teléfono y marcó sin pensar.
—Samuel —dijo con voz áspera, casi rota—. Quiero cada detalle de esa junta. Quién votó, quién presionó y por qué. Y lo quiero ya.
Colgó, con el pulso temblando. Afuera, los medios celebraban el regreso de Helena junto a Iván.
Dentro, Gaspar ya había declarado una guerra que no pensaba perder.