Capítulo 4

1009 Words
Punto de vista HELENA La alfombra de la entrada brillaba con los destellos de los flashes y el murmullo de la élite se movía como una ola de terciopelo. Helena apretó suavemente el brazo de Lautaro mientras atravesaban la puerta principal del salón. Caminaban con elegancia, al ritmo de quienes conocen las reglas del juego pero no temen doblarlas. Sabía que Gaspar estaría allí. Lo presentía en cada músculo tenso de su cuerpo. Su perfume caro. Su presencia hirviendo al fondo de la sala, invisible aún pero ya punzante. —¿Estás bien? —le susurró Lautaro, con una sonrisa ladina. —Lo estaré si no tropiezo con mi mentira —respondió sin mirarlo. —Tranquila, nena. Nadie miente con tanta clase como tú. Lautaro apretó su brazo con ternura, y antes de cruzar la puerta del salón, se detuvo un segundo para besarle la frente. El gesto la desarmó por dentro. No era solo ternura. Era lealtad, refugio. El tipo de cariño que no necesita promesas ni etiquetas. Cuando entraron al salón principal, supo que el campo de batalla estaba servido. Punto de vista GASPAR La copa de champán en su mano no ayudaba. No calmaba. No distraía. Gaspar fingía escuchar la conversación de su acompañante, pero sus ojos estaban fijos en la entrada. Como si tuviera una brújula imantada al desastre que ya sospechaba. Y entonces los vio. Helena, caminando del brazo de ese tal Lautaro como si el mundo fuera suyo. Sonriendo, elegante, imperturbable. Su vestido n***o, sencillo pero preciso. Su cabello caoba suelto, libre. Su mirada alerta, pero segura. Y ese beso en la frente. La copa tembló ligeramente en su mano. —¿Gaspar? —la voz de su acompañante lo sacó del trance—. ¿Me estás escuchando? —Sí, claro —mintió con descaro. Pero no. No estaba allí. Estaba caminando hacia ellos con la mirada. Punto de vista HELENA —Lo ha visto —murmuró Helena entre dientes. —¿Y? —Está viniendo. —Perfecto. Yo practiqué para esto —bromeó Lautaro. Gaspar se detuvo frente a ellos con la expresión perfecta de un hombre que no ha perdido el control. Pero Helena lo conocía ya un poco. Había una sombra de rabia contenida en sus pupilas. —Buenas noches —dijo Gaspar, mirando a Lautaro con fingida cortesía—. No sabía que eras tú el famoso novio. Lautaro sonrió con calma. —Eso es porque no soy famoso. Solo afortunado. Helena apretó los dientes. Esa respuesta era dinamita elegante. —Nos conocemos desde niños —añadió Lautaro—. Supongo que no te mencionó todos los detalles. Es muy reservada. —Sí. Eso ya lo noté —dijo Gaspar con tono gélido. Punto de vista GASPAR El tipo tenía tablas. Eso era evidente. No solo no se inmutaba, sino que respondía con una naturalidad molesta. Como si disfrutara del juego. Gaspar supo que había encontrado un rival de peso. Y eso le irritaba más que ver a Helena en brazos de otro. Su acompañante, mientras tanto, se removía a su lado como si hubiera sido olvidada en una silla. —¿Me presentarás? —dijo con voz tensa. —Claro —contestó Gaspar, sin mirarla—. Ella es Helena De la Vega. Él, su pareja. Y esta es... una amiga. Ni siquiera dijo su nombre. Y lo supo. Helena lo notó. Una sombra cruzó su rostro, pero no dijo nada. —Encantados —dijo Lautaro, tendiéndole la mano a la mujer con su mejor sonrisa. La tensión era tan espesa que se podía cortar con las copas. Punto de vista HELENA Quería irse. Quería quedarse. Quería gritarle y también tocarlo. Gaspar era una contradicción ambulante. Estaba herido, pero no sabía si por orgullo o por deseo. Helena lo sentía en cada palabra mordida, en cada gesto contenido. —Bueno —interrumpió Lautaro—, vamos a saludar al embajador. Helena, ¿me acompañás? Ella asintió. Mientras se alejaban, sintió la mirada de Gaspar clavada en su espalda. Punto de vista LAUTARO Mientras caminaban hacia la otra punta del salón, Lautaro alzó una ceja, divertido. —¿Estás bien, salvaje? —le murmuró con tono burlón. Helena apenas asintió, con la mandíbula aún tensa. Él se inclinó levemente hacia su oído y susurró con esa calma que siempre usaba cuando alguien estaba por meter la pata sin darse cuenta. —Sabes que me encanta jugar contigo a las mentiras… pero recuerda algo, nena: si vas a herir a una fiera, asegúrate de que no tenga fuerzas para devolverte el zarpazo. Ella lo miró de reojo, sin detener el paso. —¿Y tú qué sabes de fieras? —Convivo con una desde que tenía siete años —respondió con una sonrisa torcida—. Y te aviso: ese CEO tiene garras. Y no le ha gustado tu pequeño espectáculo. Helena resopló, pero sus mejillas se encendieron. No dijo nada. Lautaro la conocía lo suficiente como para saber que estaba más alterada de lo que quería reconocer. —Te cubro las espaldas, como siempre —le dijo con suavidad—. Pero prométeme que no te vas a olvidar de quién eres solo porque un tipo con traje caro te mira como si fueras el centro de su mundo. —No lo haré —susurró ella. —Bien. Entonces vamos a sonreír como si nada importara. Y a saludar al embajador como si no acabáramos de incendiar la gala. Punto de vista GASPAR Gaspar no los miró alejarse. Los estudió. Lautaro le tocaba la espalda. Helena se reía bajito. Esa complicidad le retorcía algo en el pecho que no quería nombrar. —¿Es tu ex? —le preguntó su acompañante con una voz que ya sonaba hastiada. —No. —¿Y entonces? Gaspar dejó la copa sobre la bandeja de un camarero. —Entonces es mía. Y se fue a buscar a Samuel. El juego iba a continuar la reina movio ficha ahora le tocaba a él y no se iba a dejar ganar está partida.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD