El ambiente seguía cargado de tensión, y Michel, completamente hechizado, se dejaba llevar por los encantos de Coralina. Ella, en perfecta sintonía con la energía que él irradiaba, no interrumpió su juego ni con la llegada de la comida. Su pie seguía rozando con suavidad el m*****o de Michel bajo la mesa. Haciendo que él gimiera, se estremeciera bajo su tacto, es que, hasta la planta del pie de Coralina, era fascinante.
—Sigue, cariño, la comida se enfría —susurró Coralina, tomando su tenedor y probando un bocado con una calma provocativa que hizo a Michel contener el aliento. Entreabrió sus labios, y sacó un poco su lengua, ella lo estaba seduciendo, quería que cayera en su juego, ya no quería seguir preservándose. Ya estaban casados. Su esposo tenía el deber de hacerla suya.
—No podré comer si no apartas el pie —dijo Michel, esforzándose por mantener el control. Coralina, con una sonrisa traviesa, continuaba con su sutil coqueteo, mientras saboreaba cada bocado, sus ojos fijos en los de él. Michel, luchaba por mantenerse sereno, sentía cómo la tensión se apoderaba de cada fibra de su ser, volviéndose casi insoportable. Y su pene se hacía más grande, más tenso, con ganas de explotar.
Coralina se estremecía por las sensaciones que recorrían su cuerpo, luchando por mantener la compostura mientras un gemido se ahogaba en su garganta. Sus ojos, sin embargo, no se apartaban de los de Michel, disfrutando de la intensidad del momento. Comer de su plato mientras desataba el deseo de quien pensaba que era su esposo la llenaba de una excitación incontrolable. El juego alcanzaba su punto álgido, y sus movimientos se hicieron más audaces.
Michel, al borde de perder el control, deslizó su mano bajo la mesa y atrapó el pie de Coralina con firmeza, manteniendo la mirada fija en la suya. Era consciente de que estaba al límite, sintiendo el calor ascender a cada segundo. Si ella continuaba, no iba a hacerse responsable de sus actos.
—Disfruta tu comida, mi amor —murmuró ella con un tono que goteaba seducción.
—Si eso es lo que quieres, cariño, lo haré —replicó Michel, guiando el pie de Coralina contra su pene en movimientos más intensos. La tensión aumentaba con cada roce, y ambos se sumergían en el placer silencioso que compartían, ajenos al mundo que los rodeaba. Finalmente, Michel, incapaz de resistirse más, dejó que el momento lo envolviera por completo. Con un estremecimiento, sintió el calor liberarse, y un chorro salió explosivo, caliente, espeso, manchando la piel de Coralina, quien, al sentirlo, apenas logró mantener la calma mientras tragaba un bocado, sin dejar de mirar a su amado, realmente verlo la excitaba demasiado.
Michel apenas podía respirar, y rápidamente utilizó una servilleta para limpiar parte del caos que había causado. Fue en ese momento cuando Coralina se dio cuenta de que estaban en un lugar público, lo que la hizo ruborizarse de vergüenza. Sin embargo, lo hecho, hecho estaba.
—Lo... Lo siento, Paolo, no pude controlar mis emociones —murmuró Coralina, retirando su pie, ahora marcado por lo sucedido, y colocándoselo de nuevo en el zapato con un gesto apresurado. Michel no pudo evitar sonreír, alzando los hombros, disfrutando del momento.
—Debo ir al baño —dijo, tratando de organizarse lo mejor que podía antes de levantarse. Se acercó a Coralina, le dio un beso en la frente. Ella, aún avergonzada, estaba tan roja como un tomate, pero ya no había vuelta atrás. —Ya regreso, cariño —dijo Michel, con una sonrisa en los labios.
—Ve, no tardes, por favor. La comida se enfría —respondió Coralina en complicidad. Michel caminó hacia los baños, sintiéndose el hombre más afortunado, satisfecho, casi como un adolescente que acaba de descubrir algo prohibido.
Sin embargo, esa sensación se transformó en algo extraño, su rostro se desencajó al ver la imagen que estaba frente a él, cuando, al otro lado del restaurante, vio a quien no debía ver. En una mesa cerca del balcón estaba la mujer con la que pronto se casaría. Y aunque no tenía ningún derecho para reclamarle por estar acompañada de otro hombre, la sensación de traición lo atravesó como una punzada en las venas.
Valeria estaba sentada, compartiendo mesa con Ivanov Brunnet, uno de los jefes del bando contrario. No solo Moretti era su enemigo, la familia Ferrer tenía influencia en toda Atlanta y en el país entero.
Michel observaba con creciente impaciencia, deseando levantarse y enfrentarse a su prometida por estar allí, en la mesa de su máximo rival. Pero antes de actuar, decidió quedarse quieto un momento, observando. Fue entonces cuando Valeria se levantó, se acercó a Ivanov y le dio un beso fugaz, casi rozando sus labios, antes de dirigirse al baño.
La furia de Michel lo quemaba por dentro. No podía soportar lo que estaba viendo, y el baño parecía la oportunidad perfecta para enfrentarse a la traidora de su prometida.
Cuando ella lo vio, sus ojos se abrieron sorprendidos, y su rostro palideció. Valeria, al igual que todos en la casa, a menudo tenía dificultades para distinguir a Paolo de Michel.
—Pa… Paolo, ¿qué haces aquí? —preguntó, claramente confundida.
Michel, sintiendo una mezcla de desdén y frustración, se cruzó de brazos y pensó: "Así que ni siquiera me reconoce, piensa que soy Paolo." Decidió seguirle el juego.
—Valeria, cuñada, ¿cómo estás? ¿Qué haces por aquí? —dijo con una sonrisa burlona, lanzándose hacia ella para darle un par de besos en cada mejilla. Ella, aliviada, sonrió en respuesta.
—Es que… estaba un poco aburrida y vine a comer con un primo —respondió nerviosa, pasando una mano por su rostro. Michel, sin apartar los ojos de ella, se quedó observando desde atrás.
—No sabía que eras prima de Ivanov, Valeria. ¿Si sabes que él es el peor enemigo de mi familia?
Valeria palideció de nuevo y tragó con dificultad.
—No, no sé de qué me estás hablando, pero no te preocupes, mi primo y yo estamos solo en plan de cenar, nada más. Te pediría que no le cuentes nada a Michel de que me viste aquí.
Michel sentía que la sangre le hervía, pero sabía que debía controlar los impulsos que la rabia le provocaba. Asintió con la cabeza, manteniendo la calma.
—No te preocupes, no le diré nada a Michel —dijo Michel, fingiendo tranquilidad. Se acercó a ella y le acarició la mejilla. Los ojos de Valeria brillaron, como si el roce de Paolo la estremeciera.
—Gracias, cuñado. Como siempre, eres el mejor —respondió ella, dejando que sus labios rozaran la palma de la mano de Michel antes de seguir hacia el baño.
Michel permaneció allí, paralizado. No entendía cómo había cambiado tanto la relación entre Valeria y Paolo, y una sensación de malicia comenzó a asentarse en su interior. Entró al baño masculino, se echó agua en la cara, intentando calmarse ante lo que acababa de descubrir.
Su prometida era una traidora. Lo peor era que ahora debía cuidarse de ella, porque, al parecer, estaba del lado de sus enemigos.
Después de recomponerse, Michel se giró hacia la mesa donde había estado Valeria con Ivanov, pero ya no estaban allí. Se habían ido, era obvio que Valeria no se quedaría mucho tiempo en el mismo lugar en donde estaba su cuñado.
No sabía cuánto tiempo había pasado cuando regresó a su mesa. La comida ya estaba fría y Coralina había terminado su plato.
—¿Por qué tardaste tanto, Paolo? —le preguntó ella, con un tono de ligera decepción en su voz. Michel se acercó y le dio un beso en la frente.
—Me estaba organizando, voy a pedir que me calienten la comida de nuevo —respondió, tratando de mantener la calma.
Ella simplemente asintió, y un mesero se llevó el plato para calentarlo. Michel se quedó en silencio, sin decir nada más. Apenas si cruzó una mirada con Coralina; sus pensamientos seguían atrapados en su prometida, a pesar de la fallida interacción con Coralina. No podía dejar de pensar en lo que Valeria estaba haciendo.
Mientras tanto, Valeria, nerviosa, sacó a Ivanov del restaurante, y ambos se subieron al auto del hombre. Detrás de ellos, había cuatro autos más escoltándolos.
—Dime, Valeria, ¿qué pasa? ¿Por qué me sacaste de esa manera del restaurante? —preguntó Ivanov, mirando a Valeria con intensidad. Ella, nerviosa, sonrió y simplemente se encogió de hombros.
—Es que mi cuñado me vio contigo, Ivanov. Es posible que le diga a Michel que estábamos juntos, y mi matrimonio está a la vuelta de la esquina.
Ivanov, furioso, la tomó por el mentón y la miró fijamente a los ojos. El mafioso no se andaba con rodeos. Con su piel morena, cabello oscuro y una gran cicatriz en la cara, la observó con desprecio. Para él, Valeria era su pieza clave en su guerra contra los Ferrara, y no le convenía que los descubrieran.
—Eres una imbécil. ¿Qué le has dicho a ese maldito de Paolo? —su voz era áspera, llena de furia.
—Dije que estaba con mi primo... pero no, no es cierto. Tú no eres mi primo, eres su peor enemigo. Sé que le va a contar a Michel y mi matrimonio se irá a la borda —respondió Valeria, su voz estaba entrecortada por el miedo mientras Ivanov apretaba aún más su mentón.
—¿De qué lado estás, zorra? Se supone que es a mí a quien amas, es por mí por quien te desvives, por mí es por lo que haces todo esto. ¿Por qué te duele que el matrimonio con ese imbécil se desmorone? —los dedos de Ivanov se hundieron más en su rostro, dejándole marcas rojas en las mejillas. Ella apenas cerró los ojos, sin atreverse a responder.
Llevaban una relación secreta desde hacía años, y para Ivanov, Valeria era la herramienta perfecta para destruir a los Ferrara desde adentro. Pero para ella, el matrimonio con Michel representaba algo más que el poder que Ivanov necesitaba; era la única forma en que sus padres la aceptaban. Jamás le permitirían casarse con un mafioso como Ivanov, y aunque la familia de Michel también eran mafiosos, lo que él representaba en general, hacía que eso se viera como lo más mínimo.