Los labios de Alfred aprisionaban los de Amelia con tal dulzura que era imposible para Amelia salir de esa cárcel tan exquisita, podía inundarla el temor o sentir que hacía lo incorrecto, pero su corazón actuaba en contra de su razón y le pedía más de aquel hombre que la abrazaba con tanto amor y tanta ternura e intensidad. Cuando sus labios se separaron Amelia con su corazón latiendo con tanta fuerza que entrecortaba su aliento de la emoción que la embargaba dijo: Alfred; amor ¿qué haces aquí? Alfred tomó tiernamente su rostro con su mano y le contestó con un beso. Alfred; ¡Debes irte! Volviendo a besar a Amelia, Alfred buscaba debilitar sus fuerzas y ahogar sus deseos de huir de él. Alfred escuchame; no debes estar aquí, lo mejor es que te vayas y finjamos que nada pasó entre no

