Amelia estaba viviendo lo prohibido con el hermano menor de la reina Elizabeth, sabía que nadie nunca podría saber de su relación o podría significar la muerte. Pero en toda su vida había sido tan feliz como esa noche, no había culpa que tomara su mente ni vergüenza que arruinara el maravilloso momento. Alfred y Amelia se hallaban en un pequeño paraíso, rodeado de dulces e intensas caricias, de besos que parecían quemar todo su alrededor, y a la vez parecían lluvia fresca para un alma sedienta de amor. Sus cuerpos hablaban sin palabras confesando un amor profundo el uno por el otro. Probablemente ese sería su último encuentro en mucho tiempo, ninguno sabía cuanto tiempo estarían sin verse, habían muchos rumores que apagar como fuego peligroso en un bosque seco como lo que era su matr

