Capítulo 1.

3626 Words
La conquista de pueblos siempre traía consigo lo mismo, la imposición de un pueblo sobre otro; acompañado de muertes, esclavitud. Una masacre total que por mucho que un pueblo intentara mostrarse fuerte no podía hacerlo a la sorpresa, eran pocos los que se vieron sorprendidos por conquistadores y que lograron oponerse a la invasión, pero en su mayoría casi siempre caían, salvándose sólo las vidas que eran importantes porque les otorgaba poder o por diversión. Las casas ardiendo en llamas, los gritos y llanto de niños, mujeres y algunos hombres pidiendo piedad, era lo que envolvía el lugar, provocando que cualquier persona pudiera estremecerse con escucharlos, haciendo que creciera el deseo de ayudar, pero al mismo tiempo que el cuerpo se detuviera porque si fallaba lo único que encontraría era el mismo destino que esas personas. Aquel escenario y la sangre en su espada fue algo que vio más de una vez, una situación que ya no sentía que le afectara, no cuando lo había visto tantas veces que su sangre ni siquiera llegaba a calentarse como otros a su alrededor, que estaban disfrutando totalmente la situación, convirtiéndose en unos bárbaros que nadie quisiera tener cerca, pero tampoco podía culparlos cuando en el inicio él fue también de ellos, pero ahora necesitaba tener el control de todo. También otro escenario constante era ver a los hombres intentar defenderse, no solo a sí mismos sino a sus familias, pero al ser pueblos que no se habían preparado para la batalla, era fácil derribarlos, dejando nada más que sangre y cadáveres en la calle, los cuales luego serían arrastrados y quemados en la gran hoguera que harían para no tener el olor pútrido a su alrededor. En varias ocasiones en el pasado se había llegado a preguntar si el derramamiento de sangre iba a ser menos si los pueblos sólo se subyugaran a ellos sin llegar a luchar, pero sabía que no era completamente así, no cuando los hombres y algunas mujeres se convertían en peligro, ya que no querían verse emboscados por personas que dejaron vivir, y era su ley matar a casi todos, dejando con vida sólo a algunos pocos para su diversión, o porque necesitaban esclavos que con el tiempo podrían vender y así obtendrían dinero que gastarían en sus mejores vicios. Ya ni siquiera se sentía como una batalla de días enteros en las que ellos luchaban porque su rey quería ampliar sus territorios, sino como una masacre instantánea que llevaba a los soldados a estar fuera de la capital por día enteros para regresar con victorias constantes. Antes de lo planeado el ejército invasor se vio envuelto en una nueva victoria sobre un pueblo masacrado, dejando para ese momento sólo las risas de los soldados, el llanto y gritos de niños, mujeres y de algunos hombres que habían dejado vivir, únicamente por el hecho de que su belleza era igual o incluso mejor que la de las mujeres, porque ellos podían convertirse en una arma letal, ya que su hermosura podía cautivar con una sola mirada, y también eran los que proporcionaban más dinero en el momento en que decidieran venderlos; su rey no se los había prohibido hacerlo, incluso él se mostraba complacido cuando recibía a uno de esos prisioneros como regalo de su conquista.  —¡Na! —Escuchó un grito y se volvió hacia el soldado que acababa de llamarlo —¡Ven a divertirte! Una sonrisa apreció en sus labios por aquellas palabras, porque si bien, era uno de los guiaba al ejército, en ese momento todo había terminado, podía relajarse y divertirse junto a los soldados y los prisioneros tomados. Comenzó a caminar hacia el soldado que estaba cerca de una pequeña fogata improvisada, y frente a él, una mujer de cabello n***o y largo, su piel estaba bronceada como si hubiera sido expuesta mucho tiempo al sol, además de que su ropa rasgada no parecía ser de las más finas telas, lo que daba a entender que muy probablemente se tratara de una sirvienta o una persona pobre de ese pueblo, quien que se movía rígidamente un intento de bailar para entretenerlos, notándose que no estaba disfrutando de ser la diversión de aquellos hombres que la miraban con lascivia, pero era eso o morir ya que no tenían ningún interés en ella, que creía que quizás podría huir en un descuido. Sus pasos se detuvieron cuando una flecha pasó delante de él, llegando directo a un soldado que en ese momento estaba forzando a una mujer que se resistía a cumplir sus más bajos deseos, quien gritaba en un intento de que se detuviera porque su fuerza no era suficiente para luchar. Su cuerpo se colocó en alerta de inmediato y fue lo que lo llevó a esquivar la siguiente flecha que fue disparada en su dirección, haciendo que su mirada pasara rápidamente por todo el lugar intentando encontrar al culpable, aunque sabía que no se trataba de ningún soldado con mala puntería, pero la siguiente flecha que cayó en otro soldado cerca de él, fue la que reveló el lugar de dónde provenía, haciendo que su mirada se entrecerrara en dirección a un árbol, uno con ramas un poco altas y que por la obscuridad de la noche no dejaba que observara bien a la persona que los atacaba, pero fue suficiente con ver una silueta escondida detrás de las ramas más altas para sentir su sangre hervir por la ira. El atacante tenía una gran puntería como para haber derribado a dos de sus soldados, y si él no hubiera estado atento, tal vez también hubiera muerto en las manos de aquel osado que creía que estaba a salvo por estar escondido. Levantó la mano para detener a los soldados, que ya conscientes de la situación, tenían a sus espadas en la mano, dispuestos a volver a pelear como si un ejército hubiera sido colocado frente a ellos, pero Na no creía que fuera necesario, no cuando sólo había localizado a una persona en los árboles, y no creía que hubiera más. —¡Arco! —ordenó a los soldados. Un arco fue colocado de inmediato en su mano junto con una flecha, y se vio apuntando a la silueta poco perceptible en la obscuridad, notando como esta se quedaba inmóvil por unos segundos, como si fingiera que no estaba ahí, para al final darse cuenta que no servía de nada e intentar esconderse detrás del tronco del árbol, sin embargo, aquello fue demasiado tarde, porque Na ya había disparado su flecha, llegando directo al hombro de su atacante. Na no dudaba de su puntería, pero estuvo más que satisfecho cuando lo vio caer entre las ramas de los árboles que rodeaban al pequeño pueblo. Los soldados a su alrededor fueron los primeros en correr en dirección en la que cayó su atacante, necesitando saber si había muerto o no, porque si no era así, estaría bajo tortura para revelar si había más personas vivas que podrían ser la resistencia. Na no disparó su flecha en dirección a su cabeza a pesar de poder hacerlo, y fue cauteloso al dirigirse al lugar, no quería ser emboscado si más personas que ya no creían un peligro, se escondían en los árboles. —¡Tengan cuidado y revisen si hay más de uno! —habló serio. Los soldados que no habían sido consumidos por el alcohol y el desenfreno de la celebración, obedecieron a pesar de que él era solo un soldado más, sin embargo, tenía un poco más de poder debido a que era la mano derecha del comandante que los guiaba, quien ya había caído preso del licor y de los encantos femeninos. Fue instintivo que tomara una daga de su ropa y la lanzara contra un árbol para detener al hombre que los había atacado, viendo como su cuerpo se detenía de inmediato de su intento de huida, aunque no estaba seguro de que pudiera llegar muy lejos, no si estaba cojeando después de su caída del árbol, en realidad, él creía que tenía suerte de seguir con vida. Sus pasos fueron decididos pero cautelosos cuando se acercó, si aquel hombre había tenido el valor para intentar matarlos, podría también querer defenderse, aunque empezaba a dudarlo cuando vio su cuerpo rígido y temblando levemente, con su mirada al frente, como si tuviera temor de enfrentarse a la realidad, esa en la que su plan de batalla había fallado, perdiendo antes de que siquiera pudiera tener una verdadera esperanza de ganar. —Gírate y camina hacia mí —ordenó Na, sin embargo, no fue obedecido. Na no era el soldado más paciente que había; los años de batalla y de conquista a pueblo tras pueblos, lo había llevado a no serlo, a que sus sentimientos dejaran casi de existir, y sólo que sólo se moviera con una visión en la cabeza, y esa era ganar, sin importarle cuantas vidas tomaba si eso lo llevaba a conseguir la victoria. Por eso se movió los pocos pasos que lo separaba del hombre, acortando la distancia, dispuesto a tener un enfrentamiento con el atacante, esquivando cuando el hombre intentó defenderse con el arco que antes había usado, pero no por nada Na era uno de los soldados más sanguinarios que existía dentro de ese ejército, dejándolo inmovilizado y desarmado a su oponente en cuestión de segundos. —Me gusta que mis órdenes sean obedecidas —dijo firme. Las manos del rebelde estaban sujetadas en su espalda, y Na lo obligó a mirarlo, siendo unos pocos segundos en los que fue afectado al verlo, porque era un hombre joven, los rasgos de su rostro bastante delicados y hermosos, y sus ojos cafés lo miraban como una pequeña fiera atrapada en una trampa pero no dispuesta a rendirse, su cabello castaño y largo estaba enmarañado por lo que momentos atrás había cubierto su identidad, pero en ese instante, después de recuperarse de la primera impresión, Na no pudo evitar reír socarronamente. —Un doncel —dijo con sorna —creo que no aprendiste tu lugar en este mundo, y alguien tiene que enseñártelo. —Púdrete —gruñó el joven. Na rió al escuchar aquella palabra dicha con tanto odio, porque eso no era algo nuevo de escuchar, aunque tenía que darle algún crédito al chico, porque a pesar de que era joven y un doncel, había tenido el valor para subir a un árbol y atacarlos, así como el no mostrarse sumiso o querer usar su belleza para seducirlo y huir, que era un arma que en ocasiones podía funcionarles a los hombres como él, pero tal vez se dio cuenta que él no era tan fácil de seducir, porque su ambición era superior a lo que un rostro bonito podía hacer. —Tengo una pregunta para ti —habló con malicia —¿eres el único aquí? Debió suponer la siguiente acción del joven que escupió en su rostro, tensando su mandíbula, mostrando todo el odio que sentía hacia ellos. —Púdrete —repitió el doncel —asesino. La mandíbula de Na también se tensó, limpiando su rostro y sus ojos parecieron llenarse de una malicia que parecía que quería decirle al joven que cometió un gran error, mirando a los otros soldados que estaban a los alrededores buscando si había más personas escondidas. —Espero que tu respuesta para esta pregunta sea mejor —miró a los ojos del doncel —¿eres virgen? No hubo una respuesta con palabras, y Na no la necesitó, ya que pudo ver el pánico en los ojos del chico, en como su rostro cambió por unos segundos antes de endurecerse y casi mostrarse impenetrable, pero él ya obtuvo lo que quería y tenía el castigo perfecto para ese doncel, que muy fácilmente pudo ser la muerte, pero sabía que tanto para mujeres como donceles, para las familias en general, había algo más doloroso y eso era la deshonra. La sociedad estaba marcada de cierta manera, y los donceles al igual que las mujeres, tenían que llegar vírgenes al matrimonio, era como un valor que nadie podía perder, y cuando eso sucedía, las personas los miraban como un inferior, al menos que ese doncel fuera de una familia acomodada y que tuviera la gracia del rey como para tuviera que ser aceptado socialmente. Na sabía que nadie quería ser rechazado, eso todos lo entendían, y aunque había donceles que les gustaba intentar sentirse igual que un hombre que no podía concebir, no les era permitido, por lo que el soldado sentía que en ese momento frente a él a un caso muy particular, un doncel que conocía su lugar en la sociedad pero también había sido entrenado con el arco, de otra manera no había una razón para que su puntería fuera tan buena sin un arduo entrenamiento. Tomó al doncel de su largo cabello castaño, arrastrándolo con él hasta donde estaba la concentración de soldados y los pocos sobrevivientes de ese pueblo, sin importarle si podía seguir su ritmo al caminar, o si los otros soldados informaban a su paso que no habían encontrado a más personas alrededor que pudieran atacarlos, nada era importante cuando la ira hervía dentro de él, pero al mismo tiempo una satisfacción por sus siguientes acciones, iba a enseñarle su lugar a ese doncel de la peor manera que conocía. La atención de varios prisioneros y soldados se posó en él cuando lanzó contra el suelo al doncel, viéndolo intentar levantarse y huir, pero no pasó de ser eso, un intento, porque Na lo tomó del hombro, volviendo a dejarlo sobre el suelo. Lo que haría era algo que ya había hecho antes, quizás en el pasado fue un deseo de complacerse a sí mismo en sus más bajos instintos, pero en esta ocasión era por un deseo de demostrar más su superioridad, porque quería romper aquella resistencia y altanería que el doncel demostraba, el poder dominarlo, deshonrándolo frente a las pocas personas que quedaban de ese pueblo y de los cientos de soldados que lo hacían sentirse superior. No pudo decir que fue fácil mantenerlo en el mismo lugar, y hubiera sido fácil pedirles a otros soldados que lo sostuvieran para él, pero eso sería mostrarse débil frente a ellos, que no podía dominar a un doncel. Poco después de que su ropa hubiera sido desgarrada, sintió como el doncel dejó de forcejear con él, se posicionó entre sus piernas, penetrándolo sin piedad alguna como el castigo que era aquello. Na esperó escuchar gritos, súplicas, sin embargo, no hubo nada que le dijera lo que realmente estaba sintiendo el doncel, sólo un cuerpo rígido que cerraba sus ojos como si de esa manera pudiera cegarse a la manera en como su cuerpo era ultrajado, mientras las risas y gritos continuaban a su alrededor, porque no era el único que estaba pasando por esa atrocidad. El doncel se negaba a gritar, a demostrar que le dolía lo que le hacían, más que de una manera física, estaba sintiendo su alma ser desgarrada con aquel acto, y ahora creía que entendía que una guerra no dejaba nada bueno, más que muertes, destrucción y de quienes no morían no quedaba nada de ellos, sólo pedazos de lo que alguna vez fueron, porque no sólo era impotencia por no poder hacer algo para proteger a su pueblo, a sus seres queridos,  sino también la vergüenza por verse ultrajado, lo miserable que se sentía mientras aquel soldado rasgaba su alma como un castigo por su intento de una última batalla. Sus manos se apretaron en puños en un intento de contener todo el dolor, de no darle la satisfacción de escucharlo suplicar por algo de piedad, sintiendo como sus lágrimas traicioneras cayeron de sus ojos y sus labios se apretaron entre sí para no pedir que tuviera piedad y que lo matara, porque la muerte sería menos dolorosa que lo que estaba sufriendo. Sus ojos se entreabrieron un poco, viendo el cuerpo de aquel hombre alto y corpulento que estaba sobre él. Su rostro estaba lleno de una satisfacción que no le causó más que asco de todo, tanto del soldado y lo que le hacía como de sí mismo. El doncel hubiera preferido mantener sus ojos cerrados cuando ladeó la cabeza para no ver al soldado, porque tuvo que enfrentarse a todo de una manera mucho más cercana, porque no era el único que estaba siendo ultrajado, que era tan doloroso de ver porque él estaba viviendo lo mismo. En ese momento le gustaría estar ciego y sordo cuando su mirada se posó en un joven que él conocía bastante bien, quien estuvo en un árbol como él cuando disparó las flechas en su último intento de lucha y de salvar a los que sufrían. Si hubiera sabido que todo terminaría de esa manera, habría velado por su propia seguridad y de sus seres queridos, huyendo de ese pueblo acabado cuando no había ninguna posibilidad de ayudar a nadie. Si hubiera sabido que intentaría luchar por él y salvarlo para escapar, habría intentado robar la espada del soldado para terminar con su propia vida para no ser una razón para regresar, porque no importó lo mucho que el joven luchó, sólo se volvió un prisionero más sin posibilidad de huir con un destino fatal. Los recuerdos comenzaron a invadirlo rápidamente, como si quisieran decirle una vez más que se había equivocado y que los momentos de felicidad no se repetirían. —Gian —escuchó claramente su nombre ser dicho. Vio una amplia y bonita sonrisa extenderse por los labios del joven a su lado, quien tenía sus manos en espalda, pareciendo casi despreocupado y que a los ojos de Gian solo podía hacerlo ver más hermoso de lo que ya era. —¿Cásate conmigo? A pesar de que era una petición que el joven casi sabía que sería aceptada, todavía sonó como pregunta, porque quería primero escuchar que el doncel estaba dispuesto a hacerlo, no imponérselo al hablar con los padres de este, que sabía que lo aceptarían en la familia, por su posición social. —Do Jang… El doncel no puedo evitar que una amplia sonrisa apareciera en sus labios, no había imaginado esa propuesta tan repentina, pero no significaba que no le hiciera feliz. —Yo… yo… —Nuestras familias aprobarían el matrimonio, nos conocemos desde hace años, y ellos también lo hacen, y… —Sí. Fue una corta respuesta que salió un poco aguda por la emoción, pero que dibujó rápidamente en los dos una sonrisa más amplia, porque había sido cuestión de tiempo para que eso sucediera cuando los dos correspondían a sus sentimientos. A Gian poco le importaba si su familia no aprobaba su matrimonio, y si tuviera que pedirle de rodillas a su padre que lo dejara casar con Dong Jang, lo haría, porque aquel joven de piel bronceada, alto y de cabello n***o, le había gustado durante años, y en sus sueños, desde que era pequeño, se vio en un futuro casado con él, y que ahora le hubiera propuesto matrimonio le hacía feliz. Si no hubieran estado caminando por la plaza del pueblo lo habría abrazado, pero conocía que ese tipo de contacto no les era permitido por ser muy íntimo, si no fuera un doncel, muy probablemente sería algo normal para los transeúntes, pero debía de respetar todas las normas y no permitiría que se hablara a espaldas de su familia por un acto impulsivo suyo; después de que Dong Jang hablara con su padre, él incluso podría sostenerse de su brazo y nadie lo vería mal, porque serían una futura pareja. —Hablaré con tu padre mañana, ¿estás de acuerdo? Gian asintió todavía con su radiante sonrisa en sus labios, la cual parecía imposible de desaparecer, incluso cuando se escabulleron a las afueras del pueblo hacia el bosque para las lecciones de entrenamiento con flechas y espada que Dong Jang le daba, porque no les importaba si estas no eran permitidas para los donceles, porque era el trabajo de los “hombres” protegerlos, él quería aprender a defenderse. A pesar de que Dong Jang no había hablado con sus padres todavía, Gian estaba imaginando su futura boda con él, la cual sería perfecta, pero la felicidad no era eterna, y pocas semanas después de aquella propuesta de matrimonio, cuando su familia comenzaba a organizar los preparativos para la boda, se vieron rodeados de soldados y la ambición de un rey por adueñarse de su territorio, organizando una emboscada que terminó con casi todas vidas de ese pueblo, dejando solo dolor para todos. Gian no había pedido piedad para sí mismo, ninguna palabra o sonido escapó de sus labios después de que aquel soldado lo hubiera llevado de regreso al pueblo para mostrar su poder mientras poseía su cuerpo, y la única palabra que salió de su boca fue un grito, un “no” que dijo cuando frente a sus ojos el único hombre que había amado en toda su vida, al único al que quería entregarse en cuerpo y alma, fue decapitado. Un nuevo intento de lucha fue inútil, y una súplica mental para que lo mataran y que todo terminara también lo fue, y lo único que le quedó fue el querer aferrarse a aquellas dos únicas palabras que le fueron dedicadas a él cuando los dos sabían que no había escapatoria de lo que sucedía. Gian quería aferrarse con su vida a aquel “te amo” que pudo leer en los labios de Dong Jang antes de que este muriera, sin embargo, lo único que podía sentir era a aquel soldado destruyéndolo, terminando con cada pedacito de su alma mientras lo violaba.
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