Secretos
Los días que siguieron después de haberse amado, Emilia y Lionel perfeccionaron el arte de la disimulación.
Emilia se movía por la mansión con una distancia profesional, mientras Lionel mantenía la fachada del CEO enfermo.
Pero por las noches la pasión los consumía en lo oculto de la habitación de Lionel.
Ante los ojos de Laura, de Claudia, e incluso del personal de la mansión, Emilia era la enfermera abnegada y eficiente en el cuidado del señor Lionel.
Nadie sospechaba lo que sucedía entre ellos, al caer la noche, ni los secretos que desnudaban sus corazones al unirse.
Cada amanecer, Emilia se deslizaba sigilosamente de la cama de Lionel, con movimientos silenciosos.
El aroma de su piel, sus besos y caricias, la sensación de sus cuerpos entrelazados, todo se quedaba atrás como un dulce recuerdo que la acompañaba hasta su propia habitación.
Allí, se vestía con su uniforme inmaculado, la imagen de la profesionalidad pura, lista para enfrentar el día y para fingir que todo seguía igual al primer día que llegó a esa mansión.
Mientras que Lionel, se deslizaba de su cama para continuar con sus ejercicios de rehabilitación, determinado a volver a ser el mismo hombre que era antes.
Ella lo encontraba cada mañana de pie, apoyado en el escritorio, con el sudor perlado en su frente y una sonrisa de triunfo en sus labios.
— Cada día lo hago mejor mi amor —murmuraba él, su voz ronca por el esfuerzo y el afecto era una caricia para Emilia.
Ella se acercaba a él y con sus manos lo guiaba con una suavidad que solo ellos entendían. hacía ejercicios que lo obligaban a dar sus primeros pasos.
Sus cuerpos se rozaban, causandoles una corriente eléctrica tácita que los hacía sonreír.
El dolor en el rostro de Lionel era intenso, un esfuerzo abismal. Pero cada día el dolor disminuía un poco más. Con cada paso que lograba dar su determinación se hacía más fuerte.
—Un paso más, mi amor — le decía Emilia, su voz era un murmullo alentador.
— Un paso más, y será todo por hoy – decía, cada paso tembloroso era acto de fe que los unía un poco más.
Esos momentos íntimos se habían convertido en la confirmación diaria de un amor que crecía en la clandestinidad.
Mientras tanto, Claudia que notaba el color en las mejillas de Lionel, y su vitalidad volver a su cuerpo, decidió visitar la mansión más a menudo.
Con la intención de pasar tiempo con su única sobrina, pensó quedarse en la mansión Márquez por unos días.
Algo que Laura aprovechaba para que su novio Hanks, observara de cerca los movimientos de Santiago en la empresa, sin la mirada curiosa de su tía Claudia sobre él.
Claudia era una mujer astuta, y estaba celosa por la cercanía de la enfermera a Lionel.
Ella la miraba con desdén, le resultaba sospechosa. No era solo la dedicación que mostraba por él, sino una chispa, un brillo en los ojos de Lionel cuando Emilia estaba cerca, lo que hacía odiarla.
Y quererla fuera de esa casa, y de la vida de Lionel.
Una mañana, Claudia encontró a Emilia en el pasillo, ella salió de la habitación de Lionel con la bandeja del desayuno.
—Buenos días, Emilia —dijo Claudia, sus ojos afilados como cuchillas anunciaban un enfrentamiento.
Emilia se detuvo, sintiendo un escalofrío. —Buenos días, Claudia.
— Qué dedicada. Me pregunto si sus "cuidados" hacia Lionel van un poco más allá de lo profesional.
—No entiendo a qué se refiere – respondió Emilia sin bajar la mirada.
Claudia se acercó un paso más, su mirada fija en Emilia como una loba a punto de atacar.
— Creo que sí lo entiendes Emilia. Pero no me sorprende, Lionel siempre ha tenido un gusto peculiar por las… mujeres dedicadas.
— Es una pena que no haya sido así con su propia esposa. Pobre de mi hermana, sufrió tanto con él…
La alusión a la esposa de Lionel fue una punzada. Un golpe bajo. Emilia se mantuvo firme, sin bajar la cabeza, como si eso no le afectara.
—Creo que está confundiendo las cosas Claudia.Y si me disculpa, tengo cosas que atender.
Se despidió con una inclinación de cabeza y se alejó de ella fingiendo normalidad.
Claudia la observó irse, con una sonrisa de satisfacción en sus labios. Sabía que usar el recuerdo de su hermana la había golpeado.
Aunque en el fondo ella sabía que el recuerdo de su hermana la atormentaba más a ella.
Su defensa del lugar de su hermana, no era más que una fachada de su lucha por ocupar el lugar junto a Lionel que ella decía merecer.
Esa noche, mientras Lionel y Emilia cenaban en la habitación, la tensión de la mañana aún flotaba en el aire.
—Claudia me enfrentó hoy —dijo Emilia, con su voz baja.
Lionel detuvo el tenedor a medio camino de su boca. —¿Qué te dijo?
Emilia le contó la conversación, la acidez en la voz de Claudia, sus insinuaciones.
Lionel apretó los labios. —¡Esa mujer es una víbora! No le hagas caso mi amor, solo está buscando desestabilizarte.
Tomando su mano sobre la mesa — Eso solo significa que tendremos que ser aún más cuidadosos.
— Laura puede sospechar por culpa de lo que le diga Claudia… ¿Qué haremos entonces?
—Laura es mi hija. No te preocupes por eso. — Y en cuanto a Claudia, ella puede creer lo que quiera, no tiene pruebas concretas de nuestra relación.
—Confía en mí, mi amor. He lidiado con estos buitres toda mi vida. Seremos más astutos que ella…
— Esta noche, olvídate de ellos. Solo somos tú y yo y nuestro amor. Nada más importa.
Lionel la atrajo hacia él, sus labios buscaron los suyos en un beso tierno, que la hizo suspirar.
Después de terminar de cenar, la cama se convirtió en su refugio, abrazados y lejos de un mundo donde el dolor y la intriga no podían alcanzarlos.
A la mañana siguiente, Emilia salió de la habitación de Lionel antes del amanecer, como de costumbre.
Pero esta vez, la sensación de ser observada era más fuerte. No sabía si era solo su imaginación o era real.
Mientras se dirigía a su propia habitación, le pareció escuchar un leve crujido en el pasillo.
Se detuvo en seco con el corazón acelerado. Pero no había nadie. Se encogió de hombros, atribuyéndole a su imaginación el imaginar ser vigilada.
Aunque antes de entrar a su habitación se detuvo ante la puerta y miró fijamente hacia el pasillo.
Más tarde, durante el desayuno, estando solo con Laura, Claudia estaba inusualmente inquieta. Laura notó la tensión.
—¿Todo bien, tía Claudia? Te ves pensativa —preguntó Laura.
Claudia sonrió con una sonrisa forzada.
—Oh, sí, querida. Solo pensaba en lo mucho que ha mejorado tu padre… Esta enfermera que contrataste es un milagro andante. ¿No te parece?
—Así es tía. Emilia es una profesional excepcional —dijo Laura, con un tono de gratitud que sonaba perfectamente natural.
Lionel bajó a desayunar por primera vez en días, sentado en su silla de ruedas, pero con una postura más erguida.
Claudia entrecerró los ojos y pensó al ver a Emilia junto a él.
— Ese es mi lugar, no el tuyo, enfermera entrometida.
Sonrió con falsa cortesía y saludo
— Buenos días Lionel, me alegra mucho verte tan bien.
— Buenos días Claudia. Espero que hayas dormido bien. Esta es tu casa como siempre – masculló con astucia.
La sonrisa de Claudia fue de victoria mirando a Emilia como si la única fuera de lugar en esa habitación fuera ella.
Pero Emilia se quedó al lado de Lionel como un soldado.
Los días siguientes transcurrieron con la misma rutina secreta. Solo que para evitar que Claudia los sorprendiera, Emilia propuso no dormir juntos hasta que ella se fuera.
Algo que a Lionel le molesto, a pesar de eso, sabía que Emilia tenía razón. Por las mañanas, Lionel y Emilia continuaban con sus ejercicios en la habitación.
Lionel aprovechaba esa cercanía íntima para robarle besos, para acariciarla a su antojo. Eso la hacía reír, y hacía más soportable el dolor para Lionel.
La investigación contra Santiago seguía su curso, arrojando más evidencia y encriptando otra que volvía más difícil probar algo contra él.
Santiago había sido muy astuto, para encubrir sus huellas dejaba a otros como culpables o sospechosos, incluyendo a la ingenua de Susana, la secretaria de Lionel.
Mientras trabajaban, la cercanía entre ellos era innegable.
Sus manos se rozaban sobre el teclado, sus cabezas se inclinaban una hacia la otra, sus voces se reducían a susurros cómplices.
La adrenalina de la investigación se mezclaba con la creciente intensidad de su amor.
Una tarde, después de marcharse Claudia, Lionel no perdió la oportunidad de hacerle el amor a Emilia. Lo había deseado durante días.
El cuerpo de Lionel se movía con una libertad que antes le parecía imposible, haciéndolo muy feliz.
De repente, cuando estaban unidos en un solo ser, alguien tocó la puerta de la habitación de Lionel.
El rostro de Emilia palideció
—¿Y si nos descubren? —susurró, aterrada.
Lionel la abrazó más fuerte, besando sus labios.
—No lo harán.
—¿Y si es Laura? —preguntó ella, con la voz apenas audible.
La imagen de Laura, su decepción y su ira la paralizaron. Si ella lo descubría, todo se vendría abajo, su carrera, su dignidad, y lo peor de todo… el amor que apenas había comenzado a saborear.
Lionel respiró hondo. Y respondió:
— ¿Qué sucede?
— Perdón que lo moleste señor, pero el doctor vino a visitarlo.
— ¿El doctor? ¿Quién lo llamó? – preguntó extrañado.
— Según me dijo, la señora Claudia le pidió venir a verlo.
Emilia y Lionel se miraron, era obvio que la visita de su doctor no era más que una forma más de tener control sobre su vida.
— Dígale que bajo en un minuto. Que me espere en mi estudio.
— Sí señor. Y también pregunta por la señorita Emilia. Pero no está en su habitación.
Emilia cerró los ojos. Su cuerpo temblaba. Pero Lionel la abrazó con fuerza para darle fuerzas.
— Debe estar en el invernadero, la escuche decir que iba a sembrar unas semillas.
Lionel no mentía del todo, Emilia había sembrado unas semillas esa mañana.
Aprovechando que la ama de llaves se marchó, se vistieron rápidamente. Emilia salió por la escalera que daba al jardín desde la planta alta, la que usaba la difunta esposa de Lionel y que él mandó construir para ella.
Al llegar la ama de llaves al invernadero el rostro de Emilia estaba rojo y había gotas de sudor en su frente.
— Señorita Emilia, el señor Lionel me dijo que la encontraría aquí.
— ¿Está bien el señor Márquez? Pensé que estaba descansando.
— Estaba descansando. Pero el doctor está aquí. Y quiere verlo y a usted también – dijo la ama de llaves con total naturalidad.
No había rastro de duda o sospecha en su mirada. Lionel y ella habían jugado bien sus cartas.
Pero habían sido imprudentes al amarse, la noche era siempre su aliada.
Pero esta vez, les habían ganado las ganas de volver a amarse, y lo habían hecho sin pensar en las consecuencias.