La falla sísmica

2170 Words
La Falla Sísmica La confesión de Emilia resonó en la habitación, cargada de una desesperación tan cruda que heló la sangre de Lionel. Su mano, extendida en un vano intento de consuelo, se detuvo a medio camino. La había visto fuerte, desafiante, herida, pero nunca rota de esta manera. Verla acurrucada en el suelo, temblorosa y con el rostro desfigurado por el llanto, era un golpe directo a su propio corazón recién expuesto. —Emilia… —murmuró, su voz ronca por la emoción. Quería acercarse, borrar el pánico de sus ojos, pero la barrera invisible que ella había levantado era tan palpable como una pared de cristal. Cada centímetro que él avanzaba, ella parecía encogerse más. —¡No se acerque! —suplicó ella, con la voz apenas un hilo, pero con una convicción que no dejaba lugar a dudas. Las lágrimas le corrían por las mejillas, el rímel creando surcos oscuros. —No puedo… no puedo con esto. Lionel detuvo su silla. La angustia de Emilia lo estaba destrozando, pero también encendía una determinación feroz en él. No iba a permitir que el miedo la consumiera, no después de todo lo que habían compartido, no después de su propia y arriesgada confesión. —¿Por qué te aterra tanto, Emilia? —preguntó, manteniendo su voz baja y firme, intentando proyectar calma a través de la tormenta emocional que los rodeaba. —Sé que soy tu paciente. Lo sé. Pero tú misma lo dijiste: me miras como a un hombre. Y yo te miro a ti como a la mujer que ha resucitado mi vida. Emilia levantó la vista, sus ojos hinchados por el llanto encontrándose con los de él. Había una lucha interna palpable en su mirada: el deseo de creerle, de entregarse, contra el terror de cruzar esa línea invisible que protegía su maltrecho corazón. —¡Porque es mi trabajo! —explotó, su voz ganando fuerza con la desesperación. —¡Mi ética! ¡La única regla que me mantuvo a salvo después de… después de…! — Me juré a mí misma que nunca más mezclaría los sentimientos con la vulnerabilidad de un paciente. Que nunca más caería presa de una situación así. Lionel creyó que ella hablaba de Arturo de la Vega, y el eco de su historia pública, golpeó a Lionel con una nueva comprensión. No era sólo la ética profesional; era la sombra de su pasado, la forma en que la habían juzgado y casi destruido por una conexión que, según ella, había sido pura compasión. —Yo no soy Arturo, Emilia —dijo Lionel, con una suavidad que intentaba derribar sus defensas. —Y esto no es una "situación". Esto es real. Lo que siento por ti es real… — Y lo que tú sientes por mí… también lo es. Lo vi en tus ojos cuando me besaste. Las palabras de Lionel, en lugar de calmarla, parecieron intensificar su pánico. Se cubrió el rostro con las manos, sollozando con más fuerza. —¡No lo sé! ¡No sé qué es! Solo sé que es peligroso. Usted está vulnerable ahora mismo. Acaba de vivir una confrontación terrible. Su familia lo ha atacado, lo ha herido… y yo… yo soy su apoyo. Es fácil confundir gratitud con… con… —¿Con amor? —completó Lionel, su voz resonó con una autoridad tranquila que la hizo bajar las manos. —No confundas mi vulnerabilidad con debilidad, Emilia. Y no confundas el amor con la compasión. La gratitud se siente en el pecho. El amor se siente en el alma. — Y lo que sentiste cuando me besaste… no fue gratitud. El silencio que siguió a sus palabras fue ensordecedor. Solo se oía la respiración entrecortada de Emilia. Él la observó, dándole espacio, esperando. Podía ver la tormenta en sus ojos, la batalla campal entre la razón y el corazón. Finalmente, Emilia se destapó el rostro, sus ojos fijos en los de él, todavía húmedos, pero con una chispa de desafío mezclada con el terror. —¿Y qué significa esto, Lionel? —preguntó, su voz más firme ahora, aunque aún temblorosa. —¿Qué significa para nosotros? ¿Para su empresa? ¿Para esta guerra que acaba de empezar? ¿Cree que Claudia y Santiago no usarán esto en su contra? ¿Que no me usarán a mí para destruirte? La pregunta de Emilia lo ancló de nuevo en la dura realidad. Tenía razón. La guerra no había terminado; apenas había comenzado. Y su amor, o lo que estaba naciendo entre ellos, podría ser un arma letal en manos de sus enemigos. —Significa que tenemos una razón más para luchar —respondió Lionel, su mirada volviéndose de acero. —Significa que ahora sé por qué luchar. Y significa que te protegeré, Emilia, de ellos… y de ti misma, si es necesario. Se acercó lentamente, su silla de ruedas deslizándose sin ruido sobre la alfombra. Esta vez, Emilia no retrocedió, aunque su cuerpo se tensó. Se detuvo a unos centímetros de ella, mirándola a los ojos. La diferencia de alturas, con él en la silla y ella en el suelo, parecía subrayar la asimetría de su situación, pero la intensidad de su conexión superaba cualquier barrera física. —Claudia y Santiago son depredadores —continuó Lionel, su voz baja y cargada de una nueva y fría determinación. —Y la única forma de detener a un depredador es mostrarle que eres más fuerte, más implacable, más dispuesto a perderlo todo. Y ahora, Emilia, tengo más que perder que nunca. Extendió su mano, despacio, esta vez sin el matiz de súplica, sino con una firmeza que invitaba a la confianza. —Dame tu mano. Emilia dudó, sus ojos yendo de la mano extendida de Lionel a su rostro. La lucha interna seguía librándose, pero la urgencia en su voz, la promesa implícita de protección, la arrastró. Lentamente, extendió su propia mano, temblorosa, y la colocó en la de él. El contacto fue eléctrico. La mano de Lionel era cálida y fuerte, envolviendo la suya con una firmeza tranquilizadora. —No te pido que dejes de tener miedo —dijo Lionel, acariciando su pulgar con el suyo. —El miedo es una herramienta, Emilia. Nos advierte del peligro. Pero no puedes permitir que te paralice. Especialmente ahora. Emilia asintió levemente, todavía frágil, pero la cercanía de Lionel, la calidez de su mano, la estaba anclando. —¿Y qué haremos? —preguntó, su voz era apenas un susurro. —No puedo ser su cuidadora… no así. No después de esto. —Lo sé —confirmó Lionel. —Y no lo serás. No en el mismo sentido. A partir de mañana, serás mi aliada. Mi confidente. Mi… lo que tú quieras ser. Pero seguirás aquí. A mi lado. La propuesta, aunque ambigua, era un salvavidas. Le ofrecía una forma de permanecer sin cruzar abiertamente la línea profesional de la "cuidadora", al menos de inmediato. Pero la implicación, la verdad innegable de lo que había dicho, seguía flotando entre ellos. —Santiago no se quedará de brazos cruzados —advirtió Emilia, el instinto práctico de su profesión volviendo a ella. —Y Claudia… su furia es personal. No se detendrán ante nada para sacarme de aquí y, ahora, para herirlo a usted. —De eso estoy seguro —respondió Lionel, una sombra gélida cruzando sus ojos. —Pero a diferencia de antes, ahora estoy preparado. — Santiago me dio la información que necesitaba. La bomba que detonó… me reveló el verdadero alcance de su traición. Soltó su mano, pero solo para mover la silla más cerca, inclinándose ligeramente hacia ella. —Necesito que me cuentes todo lo que sepas, Emilia. Cada conversación extraña que hayas escuchado, cada documento fuera de lugar que hayas visto. Cada vez que Santiago y Claudia actuaron de forma sospechosa. Necesito que seas mis ojos y mis oídos en esta casa a partir de ahora. Emilia lo miró, el miedo aún presente, pero ahora mezclado con una punzada de determinación. La idea de luchar junto a él, de no dejarlo solo ante sus enemigos, era poderosa. —¿Está seguro de esto? —preguntó ella. —Esto es… peligroso. Para los dos. —No tengo nada que perder —respondió Lionel, una sonrisa amarga y a la vez resuelta en sus labios. —O más bien, solo tengo que ganar lo que me robaron. Mi vida. — Mi empresa. Mi dignidad. Y quizás… su intención de robarme algo más valioso. Sus ojos se encontraron, y en la profundidad de la mirada de Lionel, Emilia vio la promesa silenciosa de ese "algo más". La intensidad del momento era casi insoportable. Era un campo de batalla recién arado, y ellos estaban de pie en el centro, sembrando las semillas de un futuro incierto. —Mañana por la mañana —dijo Lionel, rompiendo el silencio, su voz volviendo a un tono más práctico. —Quiero que vayamos a mi estudio. Necesito tu ayuda para encontrar documentos, revisar archivos… para trazar una estrategia. — Y sobre todo, necesito que no hables de esto con nadie. Ni con Laura, por el momento, esto será solo entre tú y yo. Emilia parpadeó. ¿Ni con Laura? La pragmática y leal Laura. Su hija. Eso hablaba de la profunda desconfianza de Lionel, no solo hacia Santiago y Claudia, sino hacia el círculo íntimo que lo había "protegido" hasta ahora. —¿Ni con Laura? —repitió. —Laura es brillante y leal, sí —reconoció Lionel. —Pero también es excesivamente protectora. Si sospecha lo que está sucediendo… podría tomar decisiones que nos pongan en riesgo. — Necesito que esta sea nuestra verdad. Solo nuestra. El peso de esa confidencia la golpeó. Lionel le estaba entregando su confianza de una manera que nadie lo había hecho en años. Le estaba pidiendo que fuera su cómplice, no solo en la batalla legal, sino en el secreto de su floreciente conexión. —De acuerdo —murmuró Emilia, la palabra salió con una mezcla de pavor y una extraña emoción. —De acuerdo, lo ayudaré. Lionel le sonrió, una sonrisa genuina y agradecida que hizo que su corazón diera un vuelco. —Gracias, Emilia. Por quedarte. Por creer en mí. Por… por sentir lo que sientes. Ella no pudo responder. Las lágrimas habían cesado, pero la emoción seguía a flor de piel. Levantarse del suelo fue un esfuerzo, sus piernas temblaban, pero la mano de Lionel permaneció extendida, ofreciéndole un apoyo silencioso. Finalmente, se puso de pie, y aunque todavía había distancia entre ellos, la brecha emocional se había reducido drásticamente. Lionel, percibiendo el agotamiento en ella, asintió. —Ve a descansar. Ha sido una noche larga y brutal. Mañana será… el comienzo de algo nuevo. Giró su silla, dirigiéndose hacia la puerta. Justo antes de salir, se detuvo y la miró por encima del hombro. —Y Emilia… —Su voz era suave, casi un susurro. —No te arrepientas de lo que sientes por mí. Nunca. Y con eso, se marchó, dejando a Emilia sola en la habitación, con el eco de sus palabras y la abrumadora realidad de un amor recién nacido en medio de una guerra declarada. Se acercó a la ventana nuevamente, la luna seguía bañando los rosales, pero ahora la luz plateada parecía menos fantasmal y más prometedora. La maleta en el armario seguía cerrada. Pero ahora, su presencia no era un símbolo de huida, sino de una elección. Ella había elegido quedarse. Había elegido luchar. Y lo más aterrador y a la vez liberador de todo, había elegido sentir. El maremoto de la confesión de Lionel había destruido las barreras que se había autoimpuesto, dejándola expuesta, vulnerable… y extrañamente, más viva que nunca. Lo quisiera o no. Lionel no era el único enamorado. El sueño de esa noche fue inquieto. Imágenes de los rostros furiosos de Santiago y Claudia se mezclaban con el recuerdo de los labios de Lionel y la calidez de su mano. La incertidumbre del mañana pesaba sobre ella, pero por primera vez en mucho tiempo, no se sentía sola en la batalla. Había un hombre luchando a su lado, y por alguna razón, eso lo hacía todo menos aterrador. Cuando el primer rayo de sol se filtró por la ventana, Emilia se levantó con una nueva determinación. El terror de la noche anterior no había desaparecido por completo, pero estaba templado por una sensación de propósito. La guerra había comenzado. Y ella estaba en el campo de batalla, no como una víctima, sino como una aliada. Y quizás, si el destino lo permitía, como algo más en la vida de Lionel Márquez. ¿Crees que Emilia podrá superar su miedo y aceptar completamente sus sentimientos por Lionel, a pesar de las circunstancias? ¿Qué papel crees que jugará Laura en esta nueva dinámica, ahora que Lionel ha decidido no confiarle "toda la verdad" por el momento? ¿Cómo crees que Santiago y Claudia intentarán usar la relación de Lionel y Emilia en su contra?
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