Secretos ocultos
El universo de Emilia no se hizo añicos. Se evaporó. El comedor, la opulencia, las caras tensas, todo se desvaneció en un zumbido blanco y agudo que ahogó cualquier otro sonido.
Las palabras de Santiago no eran una bala; eran un veneno que se había inyectado directamente en su torrente sanguíneo, paralizando cada músculo, congelando cada pensamiento.
El pasado, esa tumba sellada y custodiada con tanto esmero, acababa de ser profanada y su contenido expuesto bajo la luz implacable de la araña de cristal.
El silencio que siguió a la revelación fue profundo, denso y depredador. Era el silencio de un depredador que admira a su presa atrapada en el cepo.
Claudia fue la primera en moverse, dejando escapar un jadeo que era mitad horror fingido, mitad triunfo genuino.
—Dios mío, Lionel —siseó, poniendo una mano sobre su pecho como si estuviera a punto de desmayarse.
— Es peor de lo que imaginaba. Es una cazadora de hombres vulnerables. ¡Tiene un terrible historial!
La mirada de Emilia saltó instintivamente hacia Lionel. La confusión en su rostro era una herida abierta.
La llama de desafío que había ardido en sus ojos momentos antes ahora vacilaba, amenazada por un viento helado de duda.
No la miraba con acusación, sino con una desconcertada súplica, una pregunta silenciosa que le desgarró el alma: ¿Es verdad?
Laura, por otro lado, se había quedado quieta como una estatua de hielo. Su rostro era una máscara impasible, pero Emilia podía ver el engranaje de su mente girando a toda velocidad detrás de sus ojos.
No miraba a Emilia. Miraba a Santiago, analizándolo, midiendo el alcance del ataque, la precisión del golpe.
—Este no es el lugar ni el momento para discutir asuntos de personal, Santiago —dijo Laura, su voz cortante, fría y controlada.
Laura rompió el hechizo, pero no pudo disipar el veneno.
Santiago sonrió, una sonrisa de suficiencia absoluta.
—Yo creo que es el lugar perfecto, Laura. Tu padre acaba de hacer una… declaración muy pública sobre sus intenciones con la señorita Emilia…
— Me parece que su historial profesional es de suma relevancia para todos los presentes, ¿no crees? Por simple y llana transparencia.
Emilia sintió un impulso abrumador de huir. Quería levantarse, volcar la silla, correr de esa habitación y no detenerse hasta que la casa de los Márquez fuera solo un mal recuerdo.
Sintió que sus músculos se tensaban para la fuga, pero una fuerza invisible la mantenía pegada al asiento. Era la mirada de Lionel, todavía fija en ella, esperando.
—Emilia. —La voz de Lionel era un murmullo ronco, despojado de la autoridad de antes, cargado de una fragilidad que la aterrorizó más que la furia de Claudia o la astucia de Santiago.
— Mírame – dijo él.
Le costó un esfuerzo sobrehumano girar la cabeza y enfrentarlo.
—Dime que no es cierto —pidió él en voz baja, una súplica dirigida solo a ella, pero que resonó en el silencio como un grito.
Emilia abrió la boca, pero solo salió un suspiro tembloroso. Las palabras "no es cierto" eran una mentira, y "es cierto" era una sentencia de muerte.
La verdad, como siempre, vivía en el insoportable y complicado territorio intermedio.
—Creo que el silencio de la señorita lo dice todo —canturreó Claudia, deleitándose con la escena.
Fue entonces cuando Laura actuó.
Se levantó con una gracia decidida, colocando su servilleta junto a su plato.
—La cena ha terminado —anunció con la autoridad de una reina que desaloja su corte.
—.Claudia, Santiago, gracias por venir. Les acompañaré a la puerta.
—Pero no hemos llegado al postre —protestó Santiago, fingiendo inocencia.
—Ya hemos tenido suficiente por una noche —replicó Laura, sus ojos lanzando dagas.
— Dejaremos esto para otra ocasión – sentenció Laura.
Hubo un tenso pulso de voluntades, pero Santiago, habiendo logrado su objetivo, cedió con una inclinación de cabeza.
Sabía que había plantado la bomba; ahora solo tenía que esperar a que la metralla hiciera su trabajo.
Mientras se alejaba, sus ojos se encontraron con los de Emilia por última vez. No había triunfo en ellos, sino una promesa fría y oscura de que aquello era solo el principio.
Pero sus ojos no la culpaban ni amenazaban, le abrían una puerta. Y la puerta, era él.
Una vez que sus pasos se desvanecieron por el corredor, Emilia se quedó a solas con un Lionel devastado y una Laura indescifrable.
El aire crepitaba con preguntas no formuladas y traiciones percibidas.
—Voy a hacer mi maleta —dijo Emilia, su voz era un hilo apenas audible. Era lo único que podía hacer, la única respuesta lógica al desastre.
—No —dijo Laura, tajante, volviéndose hacia ella.
—Es lo mejor—insistió Emilia, poniéndose finalmente de pie, sus piernas temblaban.
— No puedo quedarme. Él tenía razón. Santiago tenía razón sobre…
—¡No te atrevas a decir su nombre! —estalló Lionel, golpeando el brazo de su silla de ruedas con el puño.
El sonido fue seco y violento.
— ¡No te atrevas a darle la razón!
Emilia se encogió de la impresión. La furia de él era la de un animal herido, impredecible.
—Mi despacho. Ahora —ordenó Lionel, maniobrando su silla con movimientos bruscos y furiosos.
Laura le lanzó a Emilia una mirada que no admitía discusión y lo siguió. Emilia, sintiéndose como una prisionera camino al patíbulo, los siguió a la guarida de Lionel.
Una vez dentro, con la puerta de roble macizo cerrada, el espacio pareció encogerse. Lionel no fue al centro de la habitación, sino que se quedó junto a la ventana, de espaldas a ellas, mirando la oscuridad del jardín.
Laura se cruzó de brazos, apoyándose en el escritorio, y finalmente fijó su mirada en Emilia.
—Explícate —dijo Laura, sin rodeos. No había calidez en su tono, solo la necesidad clínica de un estratega que necesita todos los datos del campo de batalla.
— Y no omitas nada. La verdad completa. Es la única munición que tenemos ahora mismo.
El miedo de Emilia luchaba contra el agotamiento. Una parte de ella quería derrumbarse y llorar, pero otra, la pequeña llama que las palabras de Lionel habían encendido antes, se negaba a extinguirse.
Ella levantó la barbilla.
—El paciente se llamaba Arturo de la Vega. Tenía setenta y dos años y un enfisema pulmonar severo —comenzó, su voz ganando una pizca de firmeza al evocar el recuerdo.
— Todos sus hijos vivían en el extranjero. Lo visitaban una vez al año y pagaban puntualmente mis servicios. Eso era todo.
Respiró hondo. —Estaba increíblemente solo. Nadie le hablaba, el personal de la casa lo veía como una carga…
— La única vez que le hablaba su ama de llaves era para preguntarle si había tomado sus pastillas…
— Él era un hombre brillante. Había sido ministro de exteriores, un hombre estudioso. Empecé a llevarle libros. Se los leía…
— Discutíamos sobre el Imperio Romano y la Revolución Francesa. Le preparaba sus platos favoritos, no la insípida comida que le preparaban…
— Me quedaba con él más tiempo del que me pagaban. Lo hice porque era lo correcto. Porque era un ser humano que se estaba marchitando por la indiferencia de los que debían amarlo…
Laura escuchaba sin pestañear. Lionel seguía de espaldas, inmóvil.
—Sus hijos vinieron en una de sus visitas anuales. Vieron… nuestra cercanía. Vieron que su padre se reía, que tenía brillo en los ojos. Y en lugar de alegrarse, se asustaron.
— Creyeron que me estaba ganando su confianza para quitarles la herencia. Su culpa por su propio abandono se transformó en paranoia hacia mí.
Una lágrima solitaria rodó por la mejilla de Emilia, pero no se la secó. —Presentaron una queja formal a la agencia. Usaron esas palabras exactas: "apego emocional inapropiado", "extralimitación de funciones".
Tergiversaron cada acto de bondad hacia mí. El libro que le leía era una táctica de manipulación. La comida que le preparaba, un intento de envenenarlo lentamente para que pareciera natural…
— Aquello fue una pesadilla. Para él y para mí.
—¿Y por qué se retiró la denuncia? —preguntó Laura, su voz ahora un poco más suave.
—Porque el propio Arturo amenazó con desheredarlos si no lo hacían. Les dijo que si me despedían, cambiaría su testamento para dejarle todo a una fundación.
— Retiraron la denuncia, pero la agencia, para evitar problemas, me "recomendó" que renunciara. Y lo hice. El archivo quedó sellado, pero la mancha estaba ahí.
— Empecé a trabajar en otra agencia, pensando que todo había quedado en el pasado. Era mi secreto.
— Un secreto que Santiago, de alguna manera, desenterró.
El silencio volvió a caer sobre la habitación, pero esta vez era diferente. Estaba lleno del peso de la verdad de Emilia.
Aunque, ese no era su único secreto. Había uno más. Uno que ella no quería que nadie supiera. Un pacto que hizo hace tres años atrás y que todavía la perseguía en sus sueños.
Lentamente, Lionel se giró. Sus ojos estaban enrojecidos, y la furia había sido reemplazada por un profundo y resonante dolor.
No por la duda, sino por el reconocimiento. Vio en la historia de Emilia un eco perfecto de su propia vida, de cómo el "cuidado" de su familia se había convertido en una forma de control.
—Tomaron tu compasión —dijo Lionel, su voz quebrada por la emoción—, y la convirtieron en un crimen. Es su especialidad.
Se acercó a ella, sus manos se aferraron a las ruedas de su silla. Se detuvo justo delante de Emilia, obligándola a mirarlo.
—Lo que sentiste por ese hombre, ese cariño, fue tu forma de aliviar su soledad… no fue una extralimitación de tus funciones. Fue un acto de humanidad. El mismo acto de humanidad que has tenido conmigo.
—Extendió una mano y, con un dedo tembloroso, le rozó la mejilla, secando el rastro de la lágrima.
— Santiago no te ha desenmascarado, Emilia. Te ha confirmado. Ha demostrado que eres exactamente la persona que creía que eras.
El alivio que inundó a Emilia fue tan intenso que casi la hizo caer de rodillas. Era una absolución, un bálsamo sobre una herida que había supurado en secreto durante años.
Laura exhaló un largo suspiro, el estratega volviendo a tomar el control.
—Esto cambia las cosas. Santiago no tropezó con esta información. La buscó. Ha estado investigándote activamente desde que llegaste…
— Esto en la cena, fue una ejecución planeada. Lo que significa que nos tiene miedo. Tu presencia aquí, tu conexión con mi padre, es una amenaza real para su control.
—Ya no vamos a defendernos, Laura —dijo Lionel, su voz ahora era de acero puro. Miró a su hija, y una nueva alianza, forjada en la crisis, se solidificó entre ellos.
—Se acabó el reaccionar a sus ataques. — Ahora…Vamos a cazar.
—¿Qué tienes en mente, papá? —preguntó Laura, una chispa de emoción brilló en sus ojos.
—Santiago ha manejado mis finanzas, mis inversiones, mis asuntos legales durante años, amparado en un poder notarial que firmé en mi peor momento…
— Él ha usado el pasado para atacar a Emilia. Nosotros usaremos su presente para destruirlo a él. —Se volvió hacia Laura.
— Mañana a primera hora, no llamarás a nuestro abogado de familia. Llamarás a "Valverde y Asociados".
— Diles que quiero una auditoría forense completa de cada transacción que Santiago ha hecho en mi nombre en los últimos cinco años…
— Cada papel que ha firmado, cada céntimo que ha movido. Diles que busquen con lupa. Quiero saber dónde está enterrado cada uno de sus secretos.
Una sonrisa lenta y peligrosa se dibujó en los labios de Laura. —Considéralo hecho, padre.
Más tarde esa noche, Emilia estaba en su habitación, pero la maleta permanecía cerrada en el armario.
El miedo no se había ido.
— Lionel… murmuró — Espero que esta guerra te ayude a tomar el control de tu vida y de tu empresa…
Sollozó —. No soportaría la idea de que por mi culpa te hagan más daño.
Lo quisiera o no, Emilia tenía sentimientos por Lionel, el beso compartido fue solo la punta del iceberg, en su interior ardían sus miradas, la sensación de su mano rozando “aparentemente” involuntaria la suya.
Lionel Márquez seguía siendo un hombre muy atractivo y a Emilia le parecía que Claudia no solo peleaba por que ella no ocupará el lugar de la difunta esposa de Lionel…
Sino, porque Claudia estaba interesada en Lionel, como hombre, y como el CEO dueño de un poderoso Conglomerado.