—¿Qué haces tú aquí? —exigió saber con dureza, taladrando al recién llegado con la mirada—. Creí haberte dicho que no necesito que nadie me cuide —habló a Marco, volteando hacia él, alto, claro y demandante.
Denisse, a un lado del secretario, junto las manos a la altura de su estómago, dispuesta a decir algo, pero Marco intervino primero:
—El señor Malcom ha estimado para usted la necesidad un guardián, señor Luke.
—¿Por qué él? —Apretó las mandíbulas con fuerza. Sabía que Marco solo cumplía órdenes, pero el deseo de matarlo allí mismo afloró desde la profundidad de sus instintos.
—El señor ha evaluado a todos los posibles candidatos y, muy contrario a sus deseos, el señor Blaise, hijo de Lord Kyburg, es el único que cumple con lo necesario, incluida una condición especial.
Luke demandó saber más con el mirar, porque la última vez que vio a Blas, después de más de ciento setenta años, las cosas no terminaron bien entre ambos; sin embargo, no fue Marco quien habló, sino el mismo Blaise:
—«Jamás lo traicionarías», es lo que el señor Malcom me dijo, al tiempo en el que se me notificó venir aquí. —Lo miró con ojos gélidos, y declaró con voz neutra, impropia, a oídos de Luke, de lo que Blas era para él.
—Eres el Príncipe de tu clan, no me hables de deberes —espetó Luke. Blaise negó con la cabeza. En su cintura, una espada larga se dejó ver, guardada en su vaina.
—Soy un chiquillo que, en la actualidad, carece de valor, Luke —contestó. Su voz, sin sentimientos de por medio, resonó en el rubio con desconcierto—. Mi padre y el señor Malcom han estimado que esto era lo mejor, no solo para ti, sino también para mí.
»Mi padre espera que pueda fortalecerme, y el señor Malcom que te proteja, en la tranquilidad de saber que nada más que eso podrá suceder.
Al escucharlo decir esa última frase, Luke juraría que vio un atisbo de dolor muy pequeño, en el fondo de esos ojos que trataban de ser fríos ante él.
«Claro… nada puede suceder», los pensamientos del rubio repitieron, y correspondió ese mirar congelante con intimidación. No estaba molesto con él, no podía, no sabía cómo… pero se encontraba demasiado frustrado como para querer seguir ahí, como para tan siquiera dirigirle la palabra.
Luke apretó las mandíbulas y los puños, y avanzó, para pasar al lado de Marco, en dirección a las escaleras que lo llevarían al segundo piso.
Denisse lo miró y, sin decir nada, se fue tras él, escaleras arriba, hacia su habitación.
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Año 1808 d.C. Imperio Austriaco.
A Malcom Edevane no le era ajeno el apego inexplicable que su hijo mayor sentía hacia el primogénito varón de su gran amigo, Tomsk Habsburg, el nuevo patriarca del clan de los Kyburg; sin embargo, no se esperaba esto o… al menos, no esperaba tener que descubrirlo en sus carnes.
Allí estaba su hijo, la gallardía que alguna vez pensó, decepcionándolo una vez más, enredado en una cama con el chiquillo de Tomsk.
—¡¿Cómo se te ocurre hacer esto, Luke?! —gritó a su hijo, que se ponía los pantalones sin prisas, tal cual el otro muchacho—. ¡Eres un Flabiano, un Veneto!, ¡Eres mi hijo, maldita sea!
—Esto no es algo que yo pueda controlar, padre, y tampoco deseo hacerlo —espetó Luke sereno.
Pero Malcom ardía en furia, y arremetió contra él, propinándole un puñetazo que lo hizo caer al suelo, un metro más atrás.
—¡Luke! —chilló Blaise, esperando ir en su ayuda, pero su padre apareció y lo tomó del hombro.
—No. Tú y yo hablaremos más tarde, pero no te metas. —advirtió Tomsk muy serio, y Blaise, a regañadientes, se sosegó.
Malcom regresó hacia Luke, le saltó encima y, soltando cualquier clase de improperios en latín antiguo, siguió golpeándolo. Y el hijo jamás opuso resistencia, porque se trataba de su padre: debía dejarlo hacer su voluntad.
La sangre comenzó a volar por todas partes en aquella habitación de dimensiones medias, a quedarse en el puño de Malcom, pero este no se detuvo.
—¡Vas a ver! ¡Voy a hacer que algo como esto no pueda volver a ocurrir, maldito bastardo! —vociferó Malcom Edevane en cólera y, por largos minutos, continuó golpeando a su primogénito en la cara.
Ese que solo le miraba con ira acumulada, y un gran autocontrol que lo hizo no responder a los insultos y humillaciones de su padre, mientras Tomsk y Blaise Kyburg no podían hacer nada más que observar.
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—Wintercearig: Literalmente «dolor de invierno». Un sentimiento de profunda tristeza, relacionado con la naturaleza fría, tranquila y oscura del invierno.