Alexander Pope

1157 Words
La segunda pregunta es cómo. ¿Cómo cometer este acto herético? ¿Cómo se termina con una vida? Quiero algo pacífico. El dolor físico realmente no me preocupa, pero no quiero terminar como un estropicio de carne y sangre. Quiero ser yo hasta el final, ser reconocible. Alguien tendrá que reconocer mi cuerpo, alguien tendrá que encontrarlo. Espero que cuando lo hagan, parezca una niña normal y bonita que se quedó dormida. Entonces, ¿cómo? ¿Cómo se detiene un corazón de súbito? ¿Cómo se hace para detener el tik tak de un reloj? Lo puedes arrojar contra el pavimento. Eso estoy pensando, cuando un suceso inusual ocurre. Alguien toma asiento junto a mí en la banca. Puedo sentir cómo observa fijamente mi cuaderno, mientras escribo en él. —Puedes simplemente quitarle la batería —sugiere. Cierro mi cuaderno de golpe. Levanto la vista y me encuentro con un par de ojos casi negros. —No es un reloj real —le indico. —¿Entonces qué es? —Mi vida. Digo esto último con la intención de asustarlo para que se marche, pero el efecto parece ser el contrario. Me mira con mayor interés que antes. —Entonces es verdad. Realmente estás al borde del s******o. Su afirmación se siente como una violación a mi mente. —¿Qué quieres decir? Él se acomoda para quedar un poco más de frente a mí. —Corre el rumor de que lo estás planeando desde hace meses. Una mezcla de indignación y alivio me invade al notar que, al menos, la información que posee no es totalmente correcta. —No es así. La planeación apenas comienza hoy —afirmo. —Comprendo. Lo siento, estoy realmente avergonzado —habla desde un tono bromista demasiado obvio. —"Un hombre nunca debería avergonzarse de reconocer que ha estado equivocado, lo cual no es más que decir en otras palabras que hoy es más sabio de lo que era ayer". Él asiente. —Alexander Pope. No logro ocultar mi asombro al descubrir que reconoció mi cita. Él parece regodearse al notarlo. —Conoces a tus autores —digo. —Sólo a algunos —admite, encogiéndose de hombros sin sacar las manos de los bolsillos de su chamarra. —Aunque puedo reconocer más fragmentos de los que puedo declamar. Mi mala memoria sólo me permite recitar a mis autores favoritos. —Dame un ejemplo —pido, curiosa. —"¿Cómo se hace para detener el tik tak de un reloj? Lo puedes arrojar contra el pavimento" —dice, con una sonrisa cínica en su rostro. —La considero una pésima cita —opino. —Yo creo que es interesante. Sobre todo porque la autora está haciendo una metáfora sobre su vida. —Es demasiado obvia. —Concuerdo con eso —dice él, divertido. Me giro para quedar frente a frente. —¿Cómo puedes divertirte con mi metáfora de s******o? —Porque no conozco el contexto y ni siquiera sé si es real. Una sombra cruza mi semblante, pero se desvanece. —Es real. —Entonces sólo me falta el contexto. Sus repuestas son ingeniosas, me mantienen enganchada en la conversación. Me da curiosidad saber qué dirá a continuación, así que no termino con la interacción aún. —¿Esperas que comparta mi dolor con un desconocido? —"Entonces, comparto tu pena, permíteme ese triste alivio. ¡Ah, más que compartirlo, dame todo tu dolor!" —agrega con dramatismo. Alexander Pope de nuevo. —No te creo eso de la mala memoria. Sus labios se curvean como los de quien guarda un secreto, y yo me permito escrudiñar su rostro. A primera vista, parece el tipo de persona a la que verías en bares y clubes todas las noches, llevándose a una mujer diferente a casa cada vez, pero al observar más a fondo puedo discernir en él una inteligencia especial, el tipo de inteligencia que sólo poseen aquellos que saben reconocer y manejar su realidad. Solía pensar que yo también tenía esa inteligencia, pero ya no estoy tan segura. —De acuerdo —responde él. —Hagamos algo. Si tú me cuentas sobre tu situación, yo te contaré un secreto mío. Levanto las cejas unos milímetros. —¿Por qué habría de interesarme un secreto tuyo? Él se acerca más a mí. Sus ojos me miran ansiosos. —No es necesario que te interese, sólo que sea un secreto. Así fungirá como un seguro, si tú lo cuentas yo lo cuento y viceversa. Tiene sentido, he de admitirlo. Un mecanismo simple, pero útil. —Bien —acepto. —Pero el secreto primero. —De acuerdo. Se prepara, como tratando de recordar los detalles. Se reacomoda sobre la banca y finalmente saca las manos de sus bolsillos para hablar de manera más expresiva. —Mi mayor secreto es que cuando era un niño pequeño accidentalmente ingerí excremento de perro. Por más que quiero retener mi carcajada, no soy capaz. Río de forma desmesurada. Me llevo una mano a la boca al recordar que posiblemente estoy adoptando expresiones no muy agradables de ver y continúo permitiendo que mi risa se libere mientras él sonríe con una combinación de alegría y satisfacción. Me calmo un poco y regreso a la conversación. —Ese definitivamente no es tu mayor secreto —le acuso. Él levanta las palmas. —Es algo muy vergonzoso... —hace una pequeña pausa —que espero no le cuentes a nadie. Ladeo un poco mi cabeza y entrecierro los ojos como si estuviera evaluando la validez de su secreto, pero en realidad no necesito hacerlo. —Bien, lo tomaré —digo. —Pero espero que en serio hayas comido heces de perro. Asiente emocionado y se dispone a escuchar mi historia. Comienzo a hablar. —Hace unos meses ocurrió algo, un evento que desencadenó mucho dolor y largos días de agonía para mí y para mi familia. Ninguno de nosotros lo ha logrado superar por completo, y para mí... —hago una pausa, aunque me esfuerzo porque sea lo más corta posible. —Yo creo que es algo que jamás podré superar. Me ha destruido por completo. —¿Qué fue lo que ocurrió? —pregunta con un inesperado tono respetuoso. Recupero un poco la compostura. —No te lo voy a decir. —¡Vamos! —pide él. —Yo te conté mi secreto. Cierro mi cuaderno al notar que inconscientemente lo había abierto en mis manos. —Lo lamento, pero eso es todo lo que el excremento de perro te puede comprar. Él suspira, demostrando estar complacido con los resultados obtenidos. La curiosidad no tarda en volver a plagar su expresión mientras me pongo de pie, buscando llegar temprano al trabajo para variar. —¿Y qué debo hacer para comprar más información? —pregunta. —Por ejemplo, tu nombre. —Puedes comenzar por decirme el tuyo. Sus ojos sonríen. —Ben. Benjamín. Acomodo mi mochila sobre mi hombro. —Soy Alicia. Estrechamos las manos en un gesto rápido y Ben se despide asintiendo con la cabeza. Me marcho hacia el Frida Kahlo con tal vez un poco más de iniciativa que ayer. O quizás sólo es la mentirosa dopamina momentánea de la interacción social.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD