Como si de una película de fugitivos se tratase mi vida, seguí a Jesús hasta salir de esa propiedad con uno de los Bruce. Mi “gran” amigo se había metido era por uno de los muros de atrás, uno que comunicaba con la calle y al que se podía escalar gracias a las plantas trepadoras que cubrían dicha pared. Del otro lado nos esperaba un auto pequeño de color rojo llamativo que debía ser de él, uno en el que se montó esperando a que yo le siguiese. Allí fue que me pico mi sentido del riesgo, no era la decisión más segura el seguirle dadas las condiciones. Pero, al mismo tiempo, quedarme encerrado en la casa de Emilia, no ayudaría a resolver esta situación. ¿Para qué era la vida? Para tomar riesgos. Era momento de tomar otro riego, y eso fue lo que hice. Esperando que mis decisiones me llev

