El yoga acuático era único en su tipo, el tipo de sintonía que provocaba entre tu físico y mente era digno de elogios. Digno de una actividad recreativa entre Emilia y mi persona. Una que pudiese seguir practicando con mi partida y que le aportase a liberar su estrés, ira y diría que resentimiento por sus miradas punzantes en nuestra primera (y última sesión).
En lugar de rechazar mi propuesta, Emilia me siguió en mis indicaciones sobre la disciplina. Y pareció entenderlas o respetarlas, eso hasta que esa fulana mirada picaba en mi piel. Tratamos con ejercicios simples como el árbol y el triángulo.
Para el primero bastó con pedirle que colocase sus manos juntas a la altura de su pecho, después que levantase uno de sus pies y lo apoyase de la pierna contraria. Le pedía en voz apacible qu
