Narrado por Emilia Santoro En lugar de sentirme como una mujer de 28 años, me siento como una niña de 8 años. Una niña sobre la que están pasando, y de la que están desconfiando porque no es digna de confianza. Es simplemente humillante tener a Donato entrando en el que suponía era mi recinto privado, sin previo aviso, sin pedir mi consentimiento, nada de nada. Más enervante es ver pasar a Enzo con su cara necia y repugnante de “es tu final”. Lo que él no sabía es que no dejaría que él de todas las personas en el mundo tuviese la satisfacción de derrumbarme. Como había dicho más temprano lleno de amor, este planeaba arrastrarme al infierno consigo, yo prometía algo similar, muy similar. Mi padre da un vistazo rápido a la sala de estar y se sienta en uno de mis sofás. Enzo hace lo mismo,

