Capítulo 1

3776 Words
El cielo nublado de Nueva York distaba mucho de ser mi favorito, prefería por mucho los días soleados y por esa razón… muchas personas me consideraban “peculiar”. Raro era la palabra adecuada, pero a muchos le encantaba usar eufemismos. Me alegraba mucho haber cerrado el trato con el señor Williams, irme lejos de California era lo mejor, porque ante la llegada de Leilah y Evan… era un sitio en el que ahora no quería estar. Rick y Neil habían insistido en que saliera con chicas por allí, pero… simplemente no me interesaban. —Te vas justo cuando ella regresa —la voz de Rick me hizo salir de mis ensoñaciones—. ¿Acaso aún la amas, hermano? Me quedé pensando unos minutos, recordando lo que había sentido por Leilah y… puede que haya algo ahí, pero sé que es imposible. Ella no es para mí ni yo para ella. Punto. —No digas tonterías —resoplé por lo bajo, decidido a sacar por completo el pequeño vestigio de cariño que aún quedaba por ella—. Me voy porque no pude rechazar esa propuesta, era demasiado buena para decirle que no. —Es difícil olvidar a alguien a quien amaste tanto, ¿no? —mi hermano me miró circunspecto y de inmediato endurecí mis facciones. ¿Qué no iba a dejar el tema en paz? —Leilah ya no está más en mi vida, hermano —digo de manera clara, separando las palabras—. Tienes que superar eso o en verdad acabarás loco. Me miró algo avergonzado, palmeando mi brazo de manera amistosa. Sabía que estaba preocupado por mí, al igual que mi madre, era un un tontorrón sobreprotector. —Tienes razón, Alan, lo siento —esbozó una pequeña sonrisa, antes de señalar mi maleta—. No puedo creer que te vayas tan lejos… sabes que el tío Frank… —Y tú sabes que no necesito favores, Rick —repito por enésima vez, decidido a no dejarme convencer—. Me iré a Nueva York, fin de la discusión. Mi hermano puso los ojos en blanco, pero desistió de seguir con el molesto tema. No estaba deprimido y tampoco iba a armar un drama por una chica, eso no era algo propio de mí. Despedirme de él y Neil… debo admitir que fue más difícil de lo que pensaba, pero no pensaba demostrarlo, una sola queja y tendría a Rick arrastrándome de vuelta. Mi mejor amigo fue más que llorica, cosa que me irritaba sobremanera y él lo sabía. Pero ese rubio era totalmente opuesto a mí, quizás por eso nos llevábamos tan bien. Un escalofrío me recorrió de pronto al ver el pasillo para abordar el avión. Simplemente no podía acostumbrarme a volar. —Calma, Alan, todo va a estar bien —me digo en voz baja, mientras camino por el pasillo con la respiración acompasada. Hubiese preferido viajar por otro medio, pero el señor Dante me necesitaba lo más pronto posible y yo… estaba deseoso de irme de California. Quizás aún no la olvidaba… pero la iba a olvidar, tarde o temprano tenía que hacerlo. ¿Entregarme a otro querer? No, gracias. Mis planes eran trabajar y labrarme un nombre como abogado, lo demás… salía sobrando. Pedí una almohada a la azafata para dormir un poco, me ayudaba a controlar los nervios. Cuando estaba a punto de acomodarme para dejarme llevar por el sueño unas cuantas horas, escuché detrás de mí la voz irritante de una pasajera. —¡Vaya! —soltó un silbido, siguiéndole una molesta risita—. ¡La vida de los ricos es realmente maravillosa! ¿Tienen maní o van a servirme alguno de esos platos exóticos que puede enfermar hasta al más rudo de la nación? Rodé los ojos y esta vez, le pedí unos audífonos a la azafata para no tener que escuchar a la chiquilla sentada detrás de mí, porque debía ser una adolescente o algo así. ¿Qué mujer madura se comportaría de esa manera? Hice una mueca al recordar a Leilah, aunque mi recuerdo se fue tan fugazmente como llegó. No importaba si le había subido el volumen a la música, esa chiquilla estaba dispuesta a hacerme molestar. Una pueblerina sin clase. No pasó mucho tiempo de haber cerrado los ojos de nuevo, cuando sentí un golpecito en mi hombro que me hizo fruncir el ceño. —Oye, disculpa —un par de enormes ojos verdes se atravesaron en mi vista cuando volteé la cabeza, irritado—. ¿Puedes decirme cómo se usan estas cosas? Parece que están rotos. Puse los ojos en blanco cuando un pequeño dedo señaló sus audífonos. Chasqueé la lengua, fijándome que la chica tiene pinta de todo, menos de ser una pueblerina sin clase. Su ropa es de buena marca, aunque sus modales… —¿No sabes usar unos simples audífonos? —me burlé—. ¿De qué clase de país tercermundista has salido tú, rata salvaje? —No estoy habituada a estos cachivaches extravagantes —se encogió de hombros—. Y no soy ninguna rata salvaje, riquillo niño mimado de malos modales. ¿Quién en esta época no sabía usar unos audífonos? Alguien de menos de veinte, imposible… excepto por esa chica. ¿En dónde había vivido toda su vida? “Cachivaches extravagantes” ¿Quién habla con esos términos hoy en día? Cada vez me picaba más la curiosidad, aunque también me caía mal su forma de ser. —Usualmente no tengo malos modales y menos con las chicas, pero la verdad, tú me caes bastante mal —hice una mueca con la boca, diciéndome que a eso se debía mi irritación hacia ella. —Sólo te estoy pidiendo un favor, cascarrabias —dijo de manera despectiva, mirándome de arriba a abajo—. No estás tan mal, pero tu actitud repele hasta el más dulce de los individuos. Ahora, ¿vas a decirme cómo puedo usar estas cosas o no? ¿No estoy tan mal? Estuve a punto de preguntarle al respecto, pero me contuve. —¿Qué no sabes que para eso están las azafatas? —repliqué en tono mordaz, soltando un sonoro bufido—. No sé si te has fijado, pero no trabajo aquí. —¡Pero qué malhumorado! —soltó una risita. Le di la espalda, decidido a ignorarla por completo—. Tal parece que alguien no tuvo su buena dosis de sexo antes de salir de viaje. Oh, ¿era en serio? ¿Cómo carajos sabía que no había estado con alguien en mucho tiempo? Me volteé a verla de golpe, para fijarme bien en sus facciones y el largo cabello rojo que caía a ambos lados de su cara, al igual que el mar de pecas que adornaban su blanco rostro. Hermosa… pero molesta e irritante, realmente una mala combinación. No más pelirrojas, por favor. Tuve suficiente con Kristen. Ella me miró de manera divertida, seguramente creyendo que su comentario ha sido gracioso, pero sólo consiguió ponerme de peor humor y no pienso aguantarme a una niñita ruidosa sólo porque sí. —Cuida tu lengua, niña —espeté de manera seria, ella alzó ambas cejas—. No me conoces, así que no deberías soltar cosas como esas sin ton ni son. —¿Cómo te llamas? —me miró con creciente interés, pero sólo consiguió exasperarme. ¿Por qué a mí, maldición? —No es tu problema —me encogí de hombros. —Eres un grosero —dijo en medio de un bufido. —Y tú una caprichosa ignorante —esbocé una sonrisa ladeada, al notar que no había dicho nada más. Luego de más peleas y discusiones con esa chiquilla irritante y extraña, finalmente me había dejado en paz… aunque noté que mis palabras la habían hecho llorar. Niña tonta llamada Alanys, que cree ahora que me llamo Pancracio. Qué buen chiste, já. ¿Y el beso en mi mejilla? Me había sorprendido, pero más lo que me hizo sentir… que ojalá hubiese volteado a tiempo. «No seas idiota, Alan» bufé en mi interior, decidido a olvidarme de esa zanahoria. Me quedé completamente dormido, hasta que el avión anunció la llegada a Nueva York. ¿Hacía cuánto que no dormía bien? Ya ni siquiera podía recordar. Me estiré lo mejor que pude, soltando un sonoro bostezo que me relajó de inmediato. Me puse de pie para tomar mis cosas, cuando mis pies tropezaron con algo duro que me hizo caer de bruces hacia adelante, lastimando mi nariz. Al alzar la vista con incredulidad, observé irritado que se trataba de la misma pelirroja loca que me había molestado horas atrás. —Otro tarado a mis pies —dijo con burla, acomodando una mochila en sus menudos hombros. Sus labios color rosa tenían una sonrisa felina que hace brillar sus ojos como un gato salvaje, encogiéndose de hombros y soltando otra risita de esas que me ponían de mal humor. Me levanté de manera rápida, a tiempo de tomarla del brazo antes de que puediera irse sin más, pero se zafó de mi agarre y me lanzó una mirada envenenada antes de irse. —Maldita sea —refunfuñé por lo bajo, apresurándome a tomar mis cosas y salir en pos de ella, para así sea gritarle en su cara hasta del mal que se iba a morir. Pero para mi mala suerte, la diablilla esa se perdió rápidamente entre la multitud. —¿A dónde demonios se fue la duende ésa? —resoplé con frustración—. Bah, qué demonios importa. Total, no volveremos a vernos nunca más. Tonta ésa, había declarado la guerra y de pronto se iba así como si nada, esperaba que mínimo le cayera un meteorito por andar fastidiándome la paciencia. Salí para tomar un taxi, cuando escuché un alboroto donde estaba involucrada la pelirroja loca de antes. Qué bien, hasta en la sopa. «No es mi problema, no tengo por qué meterme» pensé en mi fuero interno, tratando de seguir mi camino. Le había deseado el mal hacía unos minutos y ahora me sentía mal porque estaba en aprietos. ¿Qué demonios me pasaba con esa niña? Ahora aquí estaba, peleando por ella y dándole una paliza a esos tipos extraños que me resultaban bastante curiosos. —¿Ocurre algún problema? —se acercó un guardia de seguridad, con la mano en el cinto de su pantalón. —¡Estos hombres trataron de llevarme a la fuerza! —gritó nuevamente la pelirroja, en un tono agudo casi imposible para alguien normal—. ¡Y mire cómo me han maltratado! —Debemos llamar a la policía —comienza diciendo el hombre, mirando con severidad al delincuente y sus cómplices. —¡Usted no entiende! —dice bastante pálido el hombre, dirigiéndose a Alanys con una clara expresión de súplica—. Señorita, por favor… Eso me pareció curioso. ¿Un rufián con modales? Sin embargo, no le presté mucha atención. Al final, se sintió supuestamente mal y no me quedó de otra que auxiliarla… parándole los pies cuando insinuó que continuaremos el viaje juntos. —¿Tú y yo? —alcé una ceja, decidido a dejarle las cosas muy en claro, molesto aún por haber atravesado su pie para que cayera—. El que haya salvado tu vida en un acto heroico y sin sentido para mí, no significa que te quiera como un maldito arete. Busca un taxi por ti misma y vete a tu casa. —Pero es que no conozco Nueva York y… —Lo siento, pero no es mi problema –me encogí de hombros, disfrutando de manera cínica el desconcierto en sus facciones—. Ya me tengo que ir, que te vaya bien y asegúrate de no meterte en más problemas. Me fui rápidamente de ahí, esperando no encontrarme con ella nunca más. *** Llegué al hotel, le escribí a las personas que debía (como mi hermano y Neil) sin esperar que a mi mente viniera nuevamente el rostro de la pelirroja endemoniada ésa. Me encontraba entusiasmado con la idea de comenzar a trabajar, aunque llegar tarde no estaba ni por asomo en mis planes. Afortunadamente, el taxi me llevó rápidamente hasta la oficina y no me metí en problemas con el señor Williams. Tal parecía que en esa oficina solo trabajaban personas viejas y aburridas, como la asistente de mi socio. Éste se encontraba de espaldas a mí, mirando fijamente por la ventana. Se veía bastante malhumorado, pero supe que no era por mí, ya que me había recibido con una enorme sonrisa al verme. —¡Finalmente has llegado, Alan! —dijo de manera bastante animada, considerando el hecho que esperó por mí más de media hora—. Supongo que debes adaptarte a la alborotada e intransigente vida de la ciudad, es bastante diferente de California. —Estoy seguro que lo es, señor Williams —digo de manera cortés, inclinando un poco la cabeza—. Lamento llegar tarde, el tráfico es bastante intenso y pesado. —Te acostumbrarás, muchacho, de eso puedes estar seguro. Y ya te dije que puedes llamarme Dante —dijo de manera confiada, mirando ahora detrás de mí. De pronto su sonrisa se esfumó y frunció un poco el ceño. Lo miré extrañado, sin comprender su cambio de humor. —Con que finalmente estás aquí, jovencita —miró de manera severa detrás de mí y volteé algo aprensivo, abriendo mucho los ojos al percatarme de la pelirroja que acaba de llegar—. Llegas bastante tarde, ¿no te parece? —Sabes que no conozco Nueva York, pudiste haberme avisado que enviarías a tus lacayos a recogerme, pero los muy idiotas… —de pronto reparó en mi presencia y se quedó callada, mirándome de la misma forma que yo: perpleja. —Oye, muchacho —llamó mi atención el hombre regordete de enorme bigote—. Quiero presentarte a Alanys, ¿no es una rara casualidad que se llame casi como tú? —¡¡¡Tú!!! —exclamamos al mismo tiempo, totalmente consternados por el encuentro. —¿Qué haces aquí? —susurró la chica, mirándome con evidente repulsión—. ¿A qué te refieres con eso, papá? ¡Mi nombre no es como el de este sujeto! Miré a la pelirroja ahora con extrañeza, recordando sus comentarios en el avión. ¿Por qué había actuado como una chica de clase baja, siendo hija de uno de los hombres más ricos y famosos de Nueva York? No lograba entenderlo. ¿Por qué parecía recién llegada de un campo lejano o quizás de un manicomio? No tenía ni idea de la vida. —Ya basta, jovencita —respondió el hombre en severo tono de reproche, señalándome ahora a modo de presentación—. Él es Alan Beresford, mi nuevo socio minoritario que acaba de llegar de California. —¿Tu socio? —boqueó algo desconcertada, mirándome con ojos muy abiertos. La verdad podía sentirme tan perplejo como ella, no me lo esperaba para nada. ¿Resulta que la loca pelirroja era hija de mi socio? ¿No era un cliché demasiado rebuscado para mí? No necesitaba esto, esperaba que no se quedara aquí por mucho tiempo. La chica se cruzó de brazos y me miró mal, evidenciando claramente su enojo. Quizás era porque la había dejado sola en el aeropuerto, sin preocuparme nuevamente por su bienestar e integridad. Tal vez si hubiese sabido que era la hija del señor Williams, la hubiese tratado con más amabilidad, pero la chica en verdad parecía tener un tornillo flojo y en estos momentos, parecía querer desintegrarme con la mirada, lo que me puso algo tenso y aprehensivo de nuevo. —¿Qué no te llamabas… Pancracio? —espetó de manera seria, alzando una ceja con circunspección. —Pancra... ¿qué? Alanys, seguramente estás confundiendo a Alan con otra persona —espetó su padre de manera severa, como si lo considerara un pecado imperdonable—. Más respeto con mi nuevo socio, por favor. —Si hubiese sabido quién eras, jamás se me habría ocurrido hablarte —soltó la pelirroja de manera ácida, mirándome con desprecio. Sus palabras me hubieran divertido más, si no fuera por la extraña punzada en el estómago que me pilló totalmente desprevenido. —¿Ustedes… se conocen? —el señor Dante nos miró alternativamente, y por primera vez en mi vida, la lengua se me trabó—. Alan, ¿qué está pasando? La chica me miró de arriba a abajo y luego de una corta despedida, se fue de la oficina de su padre, quién sabe a dónde. —No es nada, señor Dante… sólo un pequeño malentendido, es todo —sacudí la mano de manera despreocupada, tratando de no mirar hacia la salida. Debía hablar con ella inmediatamente. ¿Y si le decía a su padre que la había tratado mal en el aeropuerto? Quizás me metía en problemas solo por vengarse. Por otro lado… ¿eso significaba que no había estado realmente en peligro y que esos hombres habían sido enviados por su padre para recogerla? Argg, me sentía tan idiota por el papelón que me había obligado a hacer. El señor Dante me dijo que más tarde tendríamos una junta y me llevó a mi oficina, informando que pronto tendría una asistente personal para hacerse cargo de mis “caprichos”. No sabía a lo que se refería, pero el tipo era tan molesto como su hija zanahoria. Quería que se largara rápido, a medida que pasaba el tiempo, sentía que mi enojo por esa insoportable chica no hacía más que aumentar. Salí del sitio, buscándola con la mirada… pero no se hallaba por ningún lado. Quizás se había marchado. Estaba por dar la vuelta y seguir por el otro lado, cuando la vi salir por una puerta. Rápidamente me acerqué a ella y la tomé fuertemente por el brazo y la metí de nuevo, logrando que soltara una exclamación. —¿Pero qué carajos…? –me miró enfurecida, tratando de soltarse—. ¡Oye, tú! ¿Quién te crees que eres? —Cállate y escucha… —¡No! ¡Este es el baño de mujeres! —me miró casi con horror, volteando a ambos lados rápidamente. Fruncí el ceño al reparar en sus palabras. ¿En verdad era el baño? Ni siquiera me había fijado de dónde había salido. —¿Y eso qué? Es sólo un baño —puso los ojos en blanco por mis palabras, tratando de soltarse—. ¡Hey! No te irás hasta que me digas por qué actuabas de esa manera en el avión. Me miró con un gesto de incomprensión que estaba comenzando a impacientarme. ¿Qué acaso se le hacía muy normal su comportamiento? ¡Había dicho “la vida de los ricos” y su padre era millonario! ¿Tenía eso algún sentido? ¡No! —¿De qué manera? —soltó un bufido, logrando exasperarme—. ¿Será que me puedes soltar? —No, responde —solté de manera seria, decidido a que no se escapara. Lucía cada vez más molesta, pero me importaba un comino. El sonido del picaporte nos hizo a ambos volver la cabeza. Alguien iba a entrar al baño y nos encontraría en… esta extraña situación. Sin pensarlo mucho, la arrastré hacia un cubículo y tapé su boca con mi mano, haciendo señal de que le cortaría la garganta si se le ocurría delatarnos. Su respiración era pesada, mientras escuchábamos a la persona afuera lavarse las manos. Quizás se iría antes, para poder hablar con esta chiquilla sin interrupciones. Cuando finalmente salió, me volví hacia ella, sintiendo su cercanía demasiado cálida. —Voy a quitarte la mano, pero no vayas a decir nada, ¿de acuerdo? —ella asintió, poniendo los ojos en blanco. —Eres un bruto sin modales —me miró mal y su gesto me causó gracia—. ¿De qué te ríes, patán? ¿Acaso tengo monos pintados en la cara? Solté una carcajada por lo ridículo de la situación. ¿De qué zoológico había salido esta salvaje? No parecía ser para nada hija del señor Dante. —¿Tanto te molestaron mis palabras, que ahora me odias? —dije con una risita, divertido por su expresión malhumorada—. Creí que eras una pueblerina sin clase, pero resulta que eres… —Sólo Alanys —interrumpió de manera mordaz, alzando un dedo a modo de advertencia—. No eres quién para venir a juzgarme por tener el apellido de mi padre, no tienes idea de lo que he tenido que pasar… . Cerró los ojos y agachó la cabeza, haciendo que la mirara extrañado. ¿Qué secretos podría guardar una chiquilla como ella? ¿Era realmente malo ser hija del hombre más rico de Nueva York? Parecía que sí. —No te sigo, Ala… —hice una mueca de incomodidad—. ¿Sabes qué? Mejor te llamo Aly o cabeza de zanahoria, que tu nombre sea tan parecido al mío es algo… perturbador. —Claro, señor Pancracio, lindo nombre —dijo de manera sarcástica, señalándome de nuevo—. Ni siquiera me dijiste tu nombre real, ¿acaso le mientes a todo el mundo? —¿Acaso tengo que darte explicaciones? —alcé una ceja, molesto por su comentario. —¿Y tú para qué quieres las mías entonces? —subió mucho la voz y ni siquiera me hizo caso cuando la mandé callar—. ¡No me chites! Argg, me caes muy mal. —Pues ya estamos a manos, niñita —solté todo el ácido del que fui capaz. —¿Niñita? —se debatió en mis brazos, aunque el espacio bastante reducido hacía imposible que se moviera—. ¿Cómo terminé aquí contigo, idiota? ¡Ya déjame ir! Me miró con ojos brillantes, sus mejillas estaban coloradas y su boca… estaba inflada en un gracioso puchero. Parecía tan apetitosa que… Sacudí la cabeza, tratando de ahuyentar esos absurdos pensamientos. ¿Qué no había quedado en que era una niñita extraña? De un momento a otro, mi respiración chocó contra la suya y antes que fuera completamente consciente de mis actos… la estaba besando. Ella abrió mucho los ojos, pero se quedó quieta en el sitio, estática… al igual que yo. Un beso. "Demonios, Alan, ¿en qué diablos te estás metiendo?"
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