Capítulo 20: La Fragilidad Del Tiempo

1044 Words
La vida había vuelto a tejer sus hilos de manera curiosa, entrelazando los destinos de Gabriel y Lucía una vez más. La intensidad de los días que pasaban juntos los había hecho redescubrirse, y sin saberlo, el paso de las horas, los meses y los años había comenzado a tomar otro sentido. Ya no existían los viejos temores que los separaban, ni las preguntas sin respuesta que los atormentaban. Ahora, vivían el presente, con una intensidad nueva, con la promesa tácita de que no se dejarían ir. A medida que el invierno comenzaba a dar paso a la primavera, Gabriel se encontraba una y otra vez reflexionando sobre la fragilidad del tiempo. La naturaleza lo había llevado a observar cómo las estaciones cambiaban, cómo todo parecía tener un ciclo, y cómo, a veces, las cosas más bellas eran también las más efímeras. La relación con Lucía había evolucionado, y aunque no podían evitar los fantasmas del pasado, lo que sentían ahora era más profundo, más maduro, y también, más real. A menudo, en las noches de insomnio, Gabriel pensaba en cómo había llegado hasta allí. En cómo había pasado tanto tiempo huyendo de sí mismo, de sus propios miedos y de la realidad de lo que había perdido, sin darse cuenta de que lo más valioso que había dejado atrás estaba a su alcance una vez más. Durante esos años de silencio, la vida le había mostrado de manera cruda y directa las consecuencias de la indiferencia, del amor mal entendido, y de las decisiones equivocadas. Pero ahora, en su reencuentro con Lucía, sentía que podía finalmente liberar esa parte de su alma que había estado en sombras por tanto tiempo. Esa mañana, como muchas otras, Gabriel se despertó temprano, antes de que el sol comenzara a asomar en el horizonte. La ciudad aún estaba en calma, como si estuviera esperando que el día comenzara, y él decidió salir a caminar. El aire fresco le acariciaba el rostro mientras pensaba en Lucía. En esos momentos de soledad, pensaba en la relación que estaban construyendo. Sabía que aún quedaban muchas pruebas por superar, pero sentía que el amor, el verdadero amor, era capaz de sanar las viejas heridas. El parque al que solía ir cuando era niño se encontraba tranquilo, y Gabriel decidió sentarse en una de las bancas. Como en sus recuerdos, había algo de especial en ese lugar. La vida parecía detenerse allí, como si el tiempo mismo se tomara un descanso. Quizás por eso, las horas pasaban tan despacio cuando estaba con Lucía. Cada conversación, cada mirada compartida, cada abrazo, se sentía como un regalo. Mientras se acomodaba en la banca, sacó su teléfono y vio el mensaje de Lucía que había recibido esa mañana. “Hoy quiero verte”, decía. No necesitaba más. Sabía que en ese momento, en esa frase sencilla, estaba contenida toda la emoción de lo que habían vivido. Había algo en la forma en que Lucía le expresaba sus deseos, sus sentimientos, que lo hacía sentir amado. Pero también había una urgencia en su corazón. Había aprendido, al igual que ella, que el tiempo era un bien precioso, y no podían dejarlo escapar sin más. A lo largo de esa tarde, ambos se reunieron nuevamente en el mismo café donde su historia había vuelto a empezar. Esta vez, no había un aire de incertidumbre ni de timidez. Los dos sabían lo que querían y lo que no querían. Habían perdido el miedo a la vulnerabilidad, a mostrar sus emociones más profundas. Por fin, se sentaron frente a frente, con una calma que solo la verdadera conexión podía traer. Lucía miró a Gabriel con una suavidad que lo atravesó. Su mirada era profunda, llena de los años que habían pasado sin verse, pero también de la esperanza que al fin se había encendido entre ellos. —¿Sabes qué es lo más curioso? —dijo Lucía, mientras jugueteaba con la taza de café—. El tiempo es tan frágil. Es un segundo que se escapa sin que lo notemos, y luego nos quedamos mirando hacia atrás, preguntándonos cómo llegamos aquí, si lo aprovechamos al máximo. Yo, durante todo este tiempo, me estuve preguntando si alguna vez volveríamos a estar juntos, si las decisiones que tomamos hace tantos años fueron las correctas. Pero lo que aprendí es que no podemos cambiar lo que pasó. Solo podemos hacer algo con lo que tenemos ahora. Y ahora, tengo claro lo que quiero. Gabriel la escuchaba en silencio, cada palabra de Lucía parecía calar hondo en él, como si todo lo que había vivido en los últimos años fuera una preparación para este momento. No tenía respuestas definitivas, pero sí sabía una cosa: el futuro, sin importar lo incierto que fuera, valía la pena cuando estaba junto a ella. —Yo también he aprendido lo mismo —respondió Gabriel, con la voz algo quebrada—. He pasado tanto tiempo buscando respuestas en los lugares equivocados, persiguiendo la idea de que el amor debería ser perfecto, que no me di cuenta de que el amor real es el que aceptamos tal y como es, con todos sus defectos, sus imperfecciones, y sus momentos difíciles. Lo que importa es lo que decidimos hacer ahora. Y lo que quiero es seguir adelante contigo. Lucía sonrió, una sonrisa llena de paz. No importaba cuántos obstáculos aún quedaran por delante, ellos se habían encontrado, y eso era lo que importaba. En ese momento, no había espacio para las dudas ni para los miedos. Lo que existía entre ellos era más fuerte que cualquier adversidad. Y así, el tiempo continuaba su marcha. El futuro seguía siendo incierto, pero ya no les asustaba. Lo importante no era qué sucedería, sino cómo decidían vivir lo que venía. El amor que compartían era una promesa renovada, un compromiso con el presente, y un agradecimiento por todo lo que el pasado les había enseñado. Mientras se levantaban para salir del café, tomados de la mano, ambos sabían que lo que venía sería un camino lleno de desafíos. Pero también sabían que, juntos, podrían enfrentarlo. En la fragilidad del tiempo, en el constante fluir de los días, ellos se aferraban a lo único que verdaderamente tenían: el uno al otro.
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