CAPÍTULO TRES

2344 Words
Cada rincón de su departamento se vio iluminado gracias a los rayos del atardecer que atravesaban desde su balcón. Resplandecía de un tono lila, uno muy fuerte y brillante. Todo el espacio fue habitado por el ocaso, todo se volvió más claro, menos el cerebro de Samara. Estaba estudiando lo que había apuntado en la clase de hoy a pesar de su cansancio, y el poco esfuerzo no fue impedimento para alimentarse de los conocimientos dictados en cada tema. Se hallaba sentada en su escritorio escribiendo y, al mismo tiempo, pensando en lo ocurrido en esta tarde. No era el mismo día que todos, han pasado meses conviviendo prácticamente con Liz y su amiga, se llevaban bien a pesar de que las charlas no eran constantes. Ahora no podía creer que tenía una amistad masculina y eso no era todo, el susodicho llamado Patrick vivía a solo un piso de su departamento. Era increíble, la primera impresión que tuvo de él no fue muy buena, ya que su llegada al salón fue muy estrepitosa y simplemente la saludó a secas, luego fue diferente y el día universitario terminó en risas, no como otros en los que terminaba postrada en la cafetería. Y para agregar, la acompañó hasta la puerta de su departamento. ¿Quién lo diría? La tarde fue despidiéndose, dando paso a la fría noche, no contento con ello, dejó salir a la luna junto con una fuerte tormenta. Todo pasó tan rápido. La joven de inmediato se puso de pie, fue directo hacia la ventana de su cuarto y al balcón de su sala para cerrarla con cerrojo. El viento azotó con fuerza los vidrios haciendo que vibren y emitieran pequeños ruidos sobre su sitio. Los truenos no tardaron en unirse a la fiesta por toda la ciudad. La joven no entendió cómo de una tarde tan hermosa se abrió a una noche tempestuosa. Volvió a su cuarto y sacó un abrigo de su armario, una chompa manga larga fue suficiente para calentarla, sin embargo, a los minutos volvió a sentir su piel congelada. Marchó a la cocina y se hizo un café, rogando que, por lo menos, ese líquido el cual solía tomar diariamente, la calentara. Poco a poco sintió su cuerpo despejarse y dejando de temblar, respiró hondo y caminó hacia el mueble de su pequeña sala para ver alguna serie de cualquier canal. —Ya cerca del fin de semana, y nada bueno que ver —susurró en señal de aburrimiento presionando varias veces el botón de cambio del control remoto. Había tenido un día alegre y no iba a ser motivo para entrar en alteración, por lo que dejó de sostener el control remoto y lo colocó en la mesita de vidrio que tenía a la altura de sus pies. El canal en el que se quedó mostró el fin publicitario de un perfume y la continuidad de una película de acción. Las escenas de una mujer disparando a otra llamó mucho la atención de la televidente, los tiroteos, las explosiones y las maniobras de los personajes al moverse mostró lo obvio. La expresión de su rostro fue de entusiasmo a los sonidos de los disparos, sus ojos reflejaban energía al ver las escenas de un incendio en una mansión, su grande sonrisa se debía a la justicia que se le hizo al dueño de la enorme casa, debido a que era uno de los narcos más poderosos de todo el continente. La satisfacción de terminar la noche gozando de una buena película reapareció después de tanto tiempo expandiéndose por su ser. Amaba la adrenalina. —¡Al fin un buen programa! —dramatizó alzando los brazos al aire. Dichosa de cumplir su objetivo y de despedirse de la cruel tormenta de afuera, esperó a que empezara el siguiente programa, pero la espera no duró mucho. Su celular se hallaba al borde de la mesita de noche y emitió una canción en inglés. Era una llamada. Puso los ojos en blanco, le aquejaba que la interrumpieran en sus momentos de reposo. Se levantó para caminar por el pequeño pasillo y entrar a su cuarto. Sujetó el segundo aparato ruidoso de la casa, según ella, y atendió la llamada. —¿Diga? — ¡SAMIIIIIIII! No necesitó preguntar quién era, incluso a kilómetros de distancia podría reconocer la escandalosa voz de Liz. —Espera... ¡Oye! ¿Cómo que diga? ¿Acaso no has agregado mi número? —reclamó, indignada. Samara, por su parte, no dudó en sobar su sien en pequeños círculos tratando de retener el impulso de colgar. Otra cosa que odiaba era que se sintiera en la obligación de hacer algo como si fuera importante. — No era necesario, reconozco tu dulce voz —habló sarcásticamente—. ¿Me dirás el motivo de tu llamada? — Que graciosa —gruñó—, te llamé para decirte que no te olvides de las compras que vamos a realizar este sábado, Ratchel también irá así que muestra tu mejor cara, debemos estar listas. ... La fiesta Un inesperado escalofrío le recorrió desde sus extremidades hasta su espina dorsal y esta vez la tormenta no fue la dominante de ello. Aquella última y pesada palabra tomó poder sobre ella provocándole cierto nerviosismo. Desconocía la causa, pero trató de rechazarlo y se centró en responder. —Oh, de acuerdo, ¿te parece si pasas a recogerme? Mañana te confirmo la hora —declaró con la mente ida. Después de aquel suceso, por más que intentó dejarlo pasar, percibió un aire denso y la incomodidad no demoró en hospedarse en su interior. Volteó a todos lados asegurándose de que cada cosa estuviera en su lugar. Era la primera vez que experimentaba esa sensación. No había explicación para lo sucedido. —Tú tranquila, avisé a Patrick para que te recogiera, luego pasarían por mí y ya les indicaré para que vayamos a recoger a mi amiga —suspiró aliviada—, buena suerte que tiene auto, odio tener que andar en bus. —¿E-En su...carro? —interrogó no muy convencida de ello. La idea de entrar a su auto como si tuvieran una durable confianza le sonaba algo descabellada, recién se conocían un día y no pretendía hacer eso. Pero conociendo a Liz le insistiría toda la noche y no estaba para aguantar sus lloriqueos de nena pequeña. —Está bien — ¡Uff! por poco pensé que te negarías —esta no calló y echó a reír, le gustaba saber que ya la estaba conociendo—, entonces así quedamos, Patrick te llamará en un rato, le pasé tu número para que coordinen la hora. Bye Sami —concluyó la conversación y colgó dejando a la castaña sin palabras. Ahora el vecino del otro piso tenía su número, eso significaba que iban a estar en contacto muy a menudo. De tan solo pensarlo, sin querer, hizo que una sonrisa se trazara por su delicado rostro olvidando el incómodo suceso. Después de lo ocurrido con su anterior amiga sentía que la vida le estaba dando otra oportunidad. Ya no le importaba tanto lo que viviera, Valezka ya estaba formando parte de su pasado y no había nada más que hacer. Poco después, se dirigió a su cocina dejando el móvil en el escritorio y empezó a preparar la cena: un filete empanado de ternera con papas fritas era su favoritos. Ya listo, se sirvió en un plato extendido y se dirigió al mismo mueble donde estuvo viendo la televisión. A punto de introducirse el tenedor con un pedazo de filete recién frito a la boca, su teléfono emite la misma música en inglés indicando una llamada. —Maldición —a regañadientes, dejó bruscamente el plato y se paró encaminándose a su habitación. Cuando observó la pantalla de su celular su ceño se frunció al visualizar un número desconocido. No supo la razón, pero su interior le insistía que contestara. — ¿Hola? —preguntó, teniendo un debate mental de si, posteriormente, agregar los números a su agenda o no. —¿Hola? ¿Estás viva? Si no tendré que bajar al rescate —comenzó a reír al reconocer la voz de Patrick. Otro alivio se restableció en su pecho. Caminó hacia la sala sosteniendo el móvil con ayuda de su hombro derecho y se sentó a continuar su merienda. Pasó un poco de bocadillo por su garganta y continuó— No, no te preocupes Patrick, estoy a salvo —contestó alegre—, Liz me dijo que te había dado mi número, ¿coordinaremos ahora? —No creo que sea necesario, habrá tiempo para ello. Samara alzó los hombros en señal de no importarle. —En ese caso está bien, ¿puedo seguir comiendo, vecino? —bromeó. —¿Vecino? —se escuchó unas carcajadas provenientes de aquel joven— Prefiero amigo. Samara por poco no se atragantaba con la gruesa carne, cubrió el auricular del celular y comenzó a toser. Ya más tranquila, se tomó el tiempo de procesar la palabra amigo. Pensó que era la única que opinaba, en cierta manera, que ellos dos lo eran, que la amistad estaba naciendo y podría llegarse a más como un trato entre hermanos. Sumando, se había dado la idea de que tal vez estaría exagerando, pero ahora todo tenía sentido, él también pensaba lo mismo, todo estaba saliendo de la mejor manera. — De acuerdo, amigo —formuló, raspando el plato con el tenedor. Ya había terminado de cenar. —Así me gusta, bueno, llamé para confirmar el número que Liz me había dado. Si te preguntas por qué, se debe a que el mes pasado le había pedido el número de una amiga que me gustaba y cuando llamé me respondió un transexual seduciéndome con sus servicios. Las risas de Samara resonaron por todo el edificio, se imaginó al mismo llamar y ver su rostro pasando de estar alegre a confundido y luego haciendo gestos de asco. —¡Eres tan gracioso! Imagino la cara que debiste haber puesto al oír las palabras de aquel hombre. —Créeme, no te imaginas —él también la acompañó en sus risas—, en fin Sam, nos hablamos mañana en la universidad, ya debemos dormir. Esos ojos azules se dirigieron al balcón y observó varias gotas de agua ir cubriendo el piso y se deslizaban por el ventanal, esa noche iba a ser muy larga. —Hasta mañana Pat... —un fuerte y seco golpe en la puerta no dejó terminar su despedida. Se paralizó por completo. De forma veloz colgó el teléfono y asomó su cabeza por la puerta principal. ¿Qué había sido eso? Dejó el plato a un lado y el celular en otro. Rápidamente fue a su cuarto y sacó debajo de su cama un bate de béisbol a penas sujetándolo, sus nervios impedían que sintiera seguridad. Recorrió el pasillo, pasó por la sala y el comedor hasta llegar a la puerta principal sosteniendo el objeto en señal de defensa. Cerró un ojo para observar en la lentilla de este, pero para su suerte todo estaba vacío. Sin embargo, eso no quitó la preocupación que comenzaba a incrementarse en ella, alguien tuvo que producir tremendo impacto hasta asustarla. Salió para confirmar su sospecha y efectivamente ni un alma rondaba por el pasadizo. Con la duda palpitándole en la cabeza, decidió entrar para luego echar sus tres cerrojos y una cadena que enlazaba al marco de la puerta para asegurar la entrada de cualquier extraño. No se sentía segura. Ya no lo estaba... Dejó el bate en su lugar y se fue a la ducha para disminuir su inquietud y el manojo de nervios que poseía. En todo el húmedo trayecto no pudo quitar de su cabeza la extraña sensación de sentirse vigilada, no tenía la misma relajación al momento de sentir el agua correr por su piel desnuda, esta era diferente, incomodidad, desagrado, se sentía avergonzada, como si tuviera un conjunto de personas a su alrededor admirando con malicia cada parte suya. —No, no, Samara, no sientas eso, no hay nadie mas que tú en este departamento —murmuró convenciéndose y sacudiendo su cabello con una mediana toalla. Cogió otra más grande y se la enrolló por todo el cuerpo cubriendo desde sus pechos hasta sus rodillas. Al llegar a su habitación extrajo su pijama del armario y se vistió, sus poros fueron calentándose poco a poco. Ya lista, cayó de al lado del colchón y tiró de la colcha para cubrirse dejando su cabeza libre. Cuando estaba a punto de cerrar sus ojos un sonido, como el de un papel arrugándose, se hizo escuchar. No recordó dejar ningún apunte en su cama, ya que todo estaba apoyado sobre el escritorio; se hizo hacia atrás y se encontró con la mitad de un papel apoyado sobre su almohada, la otra mitad lo tapaba su mejilla. Se sentó y sostuvo firmemente aquella nota cuyo contenido paralizó cada vello de su piel. No solo sus dudas con respecto a la amistad habían sido resueltas, ahora la inquietud de saber si estaba sola o no también había sido respondida a través de letras. Su cuerpo no respondió y dejó de tener contacto con su exterior. Estaba perturbada. «No mi dulce princesa, no estás sola, estoy más cerca de lo que crees ver. Perdóname si te asusté por el estruendoso sonido de tu blanca puerta, a veces no controlo mi furia, menos si se trata de un hombre». PS: «No vuelvas a cerrar el baño, desde aquí hubiera podido presenciar tu sexy cuerpo a la perfección, no sabes las ganas que sentí de estar contigo, empapados y, a la vez ardiendo de placer y locura». ATT: Falta poco... La nota resbaló de sus temblorosas manos, se preguntó cómo había llegado ese escrito hasta su cama, por sobre todo quién era la persona que lo escribió. Segundos después, cuando alzó la vista, otra vez su interrogante había sido respondida. La ventana de su cuarto se encontraba abierta.
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