CAPÍTULO CINCO

3054 Words
El aire arrastró la hoja, con ese mensaje tan estremecedor, fuera de su alcance. Al segundo se sintió atemorizada de pensar que alguien la iba a vigilar y perseguir durante el día. Era aterrador imaginarse el actuar de ese hombre. La presión de su cuerpo descendió cual rápido chasquido de dedos. Empezó a sentirse como en el polo norte a pesar del sol que calentaba a su alrededor. Quería que la tierra la tragase en ese justo instante. Aquel hombre era invisible ante los ojos de Samara, pero si tan solo supiera que ha estado más cerca... La idea de terminar su profesión y tener una vida nueva se irían a la basura y fugaría del país con tal de no estar cerca de esa misteriosa persona. En otro extremo, las circunstancias no impedirían al hombre seguir con lo suyo. La castaña observó ese trozo de papel alejándose hasta posarse en un rincón de la sala donde el aire ya no acariciaba esa zona, quedando expuesta a la parálisis de la dueña. ¿Qué debía hacer? Era la segunda nota que iba recibiendo entre ayer y hoy, inesperados mensajes que arruinaron el empezar de una noche y ahora el de un día. Seguía inmóvil, pensaba si moverse o mejor no, si salir de su departamento o quedarse. La advertencia fue clara. «Estoy siendo acosada», murmuró para sí misma. Temía hasta saber que ese hombre podría estar escuchándola en ese mismo momento y si se pasó toda la noche observándola. Hoy no sería motivo para no hacerlo. El sonido de dos golpeteos en la puerta la sacó de su inopinado trance. Giró la cabeza en dirección al ruido. — ¡Samara! Soy Patrick, ¿estás ahí? Chistó los dientes y trató de estrellarse contra su realidad, al menos la voz de su vecino y no de cualquier tipo relajaron un poco sus tensos músculos. Respiró lentamente y sostuvo el picaporte corriéndolo a la izquierda mostrando a un simpático Patrick. Vestía de una camisa gris manga corta, en las extremidades lo cubría un oscuro vaquero con dos rasguños en la pierna derecha y unos botines del mismo color, su cabello tan rebelde como si hubiera usado sus manos en reemplazo de un peine, se movía al compás del viento y su increíble sonrisa que lo caracterizaba cuando estaba alegre, hoy día se mostraba ante ella. — Hola, buenos días —le dio la bienvenida un poco extrañada. No entendía la razón de su presencia. —Buenos días, ¿vamos juntos a la universidad? —preguntó él, quien de pronto se asomó ligeramente a un lado observando la maleta en el piso— ¿Te ayudo? Al inicio, a Sam le costó entender la pregunta hasta que la curiosidad la hizo voltear y se percató que su maleta seguía desplomada por el suelo. Su compañero ofreció ayudarla porque pensó que se le había caído debido al peso. —No, no, gracias, es que... —se planteó una excusa— estaba a punto de salir, pero me dio unas enormes ganas de ir al baño que solté mi maleta y fui en fuga —sonrió al final de su conversación para sonar y verse sincera. Este solo asintió y esperó a que su compañera fuera a recoger su valija. El clima estaba demasiado bello para aquellos ojos miel, por ello, se debía su sonrisa. Desde pequeño le encantaba contemplar el amanecer y vivir el día como si fuera el último; al contrario de Samara, el día no le empezaba nada bien, el calor se convirtió en un tempestuoso frío y el sol se dedicó a brillar más que nunca, lo que la acobardó por completo; saber que aquel acosador podía verla con más claridad hacía que se le congelara la sangre. Durante todo el camino esta no pronunció palabra alguna, solo se dedicaba a escuchar las anécdotas de su amigo en España cuando vivía con su madre y de vez en cuando asentía ante una casual pregunta. Estaba más atenta a su alrededor. Sus ojos, a cada cuadra de la calle se fijaban de esquina en esquina de manera muy alerta. — ¿Samara, sucede algo? —se detuvo e hizo lo mismo con ella, fue delicado al impedir que siguiera caminando. Lo miró a los ojos frunciendo el ceño—. Desde que te vi en tu departamento no has estado bien y no quería incomodarte con mis preguntas. Si pasa algo puedes contar conmigo, ¿de acuerdo? Sus palabras la convencieron al instante en que pudo ver la sinceridad en sus ojos. Ella podía decirle sobre las notas, quería confesarle la razón de su temor y la descomposición en su rostro al escuchar hasta el más minúsculo ruido de la calle, sin embargo, eso no la ayudaría en nada y solo aumentaría más la curiosidad de su vecino al verla temblar. Él no podría auxiliarla porque lo primero que haría sería llamar a la policía y lo que menos quería era atraer la atención de todos o que los mismos sujetos fueran a desordenar su departamento o habitación donde empezó todo. Y, lo que se cabe resaltar, Sam llevaba la idea de que los oficiales no podrían investigar el caso por falta de evidencias. Lo último, lo archivarían y podrían decir que solo se trataba de un fan enamorado sin intenciones de hacerle daño y solo hacerle pasar un mal rato. Si estuviera en su país natal a la primera persona a quien acudiría sería a su mejor amiga, pero eso ya no existía. No existían las ganas ni de tocar su teléfono para enviarle un mensaje y escuchar su voz. —No te preocupes, solo son problemas familiares que me han tenido preocupada —mintió—, cualquier cosa yo te daré aviso. Este achinó sus ojos, sospechoso. —De acuerdo, tus palabras no me convencieron mucho, conste que confiaré en ti —le guiñó un ojo, seguido de una satisfactoria sonrisa y siguió su camino. Samara lo pensó por unos microsegundos e imitó sus pasos hasta estar a la par. Entrando a las afueras de la escuela desde lejos pudieron observar a una impaciente Liz esperando desde la puerta principal. Se acercaron y las quejas no se hicieron esperar. —¿Debería saber por qué demoraron tanto? —preguntó, achicando los ojos. Los dos chicos y su amarga amiga se adentraron al pabellón de la universidad. Los casilleros se abrían por varios chicos y chicas, uno de ellos se hallaba solo sujetando sus cuadernos y otros rodeados de grupos riendo de quién sabe qué tema. La ojigris, un poco enfadada por la demora de sus amigos, no se percató que un brazo estaba a punto de estrellarse contra su hombro, uno que la empujó a un lado hasta chocar levemente contra uno de los casilleros. —¡Hey idiota! ¿Por qué lo hiciste? —se quejó, seguido de sobarse la zona dañada. —Deberías dejar de chismosear, niña —advirtió Pack mientras se burlaba por cumplir su objetivo. Samara se inmutó a mostrar, aunque sea, una ligera sonrisa. El mensaje de ese hombre diciéndole que iba a seguirla hasta la escuela no dejaba de martillar en su interior. Su cuerpo estaba ahí, pero su mente volaba en otra parte. — Solo quería saber por qué mis amigos no me llamaron para venir, JUNTOS —hizo énfasis en la última palabra, lo que hizo al castaño soltar varias carcajadas y siguió andando. — No exageres, igual siempre estamos juntos. Además, ayer hubieras dicho para encontrarnos y venir. Es increíble que te hayas contactado con nosotros y no acordar —puso los ojos en blanco. — Cierto, tienes razón, por primera vez pensaste —puntualizó irradiándolo con una mirada asesina. El castaño, con tal de seguirle el juego, solo le dedicó una fulminante mirada y se despidió de las chicas porque tenía clases de química en unos minutos. — Paso por ustedes a última hora para coordinar lo de mañana —y se marchó girando al segundo pasillo a la derecha hasta desaparecer de su campo visual. Los ojos de Samara se agrandaron al escuchar las últimas palabras de su amigo. "Coordinar lo de mañana" Olvidó por completo esa maldita fiesta. Se hundió tanto en lo que le ocurría que abandonó la invitación que su amiga le había ofrecido días anteriores. ¿Era buena idea ir a dicho compromiso? La duda de ir o no llovió en su mente. No obstante, había una ventaja, esa noche podría divertirse, distraerse y borrar, por un momento, todo el terror que ha experimentado. Lograría inventar una excusa para dormir o prevalecer en casa de Liz hasta encontrar otro departamento. No soportaría dormir varias noches más sabiendo que un hombre se ocultaba entre las sombras para observarla maliciosamente. Temía de un ataque peligroso. — Ahora estamos solas, soy toda oídos —habló Liz, mientras abría su casillero para extraer sus cuadernos. Samara agachó la mirada. Volvió a alzarla para abrir el suyo. —No sé a qué te refieres —respondió, rotunda. Evadió cualquier tipo de contacto visual de su amiga. —No necesito conocerte desde años para saber que algo te ocurre. Desde que te vi entrar has estado callada, solamente mirabas al frente y a tu alrededor como si estuvieras huyendo o escondiéndote de alguien. Cogió dos cuadernos para hacer sus habituales apuntes y un libro de recursos acorde con el tema que se iba a realizar en el salón de clase. Rompió la promesa de evitar cualquier contacto visual y la observó fijamente. —Está bien te lo contaré —volvió a mirar a su costado—. Vayamos a un lugar más privado. Esperaron a que todos los alumnos ingresaran a sus aulas o irse a las escaleras que llevaban al segundo piso de la universidad, en pocas palabras, requerían de privacidad y silencio. Los viernes tenían clase a primera y segunda hora, pero los ejercicios físicos no eran su fuerte. Cada pasillo se hallaba en su total silencio, ni voces ni pasos de la segunda planta eran escuchados. Estas se sentaron al tercer peldaño de la escalera y sus pies se posaron al segundo, dejando las mochilas a cada lado, y empezaron a conversar. —Desde ayer en la noche he estado empezando a sentir cosas verdaderamente extrañas, ya sean sensaciones como escalofríos o la presencia de alguien seguirme u observarme —se acomodó el cabello hacia atrás y continuó—. Al inicio no quería hacerme locas ideas de que una persona estaba espiándome o ¡Yo que sé! No quería dramatizar como esas chicas en las películas —giró los ojos ante la atenta mirada de Liz—. La cuestión es que me imaginé que todo era solo una ilusión, un miedo que empecé a sentir en ese momento y me hizo delirar de esa manera, sin embargo, nunca pude sospechar ni de cerca lo que estaba a punto de sucederme... En ese momento, su amiga le interrumpió diciéndole que cogiera su maleta e hiciera espacio a un hombre que iba a subir a la segunda planta y que justo iba a pasar por su lado. Samara obedeció y sostuvo con firmeza su maleta hasta que el chico pasara, pero una acción la incomodó en lo absoluto. La mano de aquel hombre rozó lentamente su cabello haciendo que una electricidad recorriera desde la nuca hasta la punta de sus pies. Cuando quiso voltear y encararlo, ya era demasiado tarde, había desaparecido a plena vista. —¿Ocurre algo, Sami? —cuestionó, preocupada —N-No, no es n-nada —trató de ignorar lo que había pasado y siguió narrando. Se hizo la idea de que tal vez su mano rozó por casualidad sobre su cabello, al fin y al cabo, el espacio que había dejado para que el hombre accediera era muy angosto —, como te iba diciendo, ayer recibí la escalofriante nota de un hombre y hoy en la mañana también. Sé que son la misma persona porque la letra es idéntica y tenía mucha relación con la enviada de anoche. Lo extraño es que sabía mi nombre y cómo entrar a mi casa, debido a la nota que encontré esta mañana, la cual estaba pegada hacia adentro de la puerta de mi departamento y no hacia afuera. Liz parecía no comprender la situación, ya que de lo concentrada que estaba pasó a estar desconcertada. —Emm... amiga, ¿estás segura de lo que dices? Aquella pregunta enfureció a la blanquiñosa. —¡Genial! Nunca debí contarte esto —se fue levantando con la maleta en mano, quería marcharse. Liz remedó su acción y la frenó. —No digas eso, es solo que me parece poco creíble, quizá todo ha sido un malentendido. Nadie puede entrar a tu casa así por así solo para dejarte un papel pegado, solo tú eres dueña de las llaves. No tiene sentido lo que me acabas de contar. — ¡¿Y tú crees que yo le encuentro alguno?! —reclamó en voz alta, exasperada. Por parte de la otra, la calló al instante. —¡Shhh! Nos van a oír —apegó la palma de su mano contra sus labios. Al verla más tranquila las soltó. —Me refiero a que... Tal vez es una broma de Patrick, él es el único que vive a pasos de tu departamento y suele ser muy bromista —mostró su más perfecta y simpática sonrisa para aliviar el enojo de Samara, el cual, no le llegó por nada. Seguía con la misma expresión neutral. —Sé que no me crees y no necesito más excusas, me veré a resolverlo sola. De todas maneras, te agradezco por tomarte la libertad de escucharme —caminó hasta doblar al pasillo e ir por su casillero para extraer su ropa de gimnasio. No tuvo ni la más mínima idea de por qué sacó los cuadernos de otro curso si no los iba a llevar. Estaba volando en el espacio, en su tosca imaginación. —Sami escucha, tal vez no te haya ofrecido mi más completa ayuda, en verdad lo siento, me cuesta creer este tipo de situaciones que solamente suelen ocurrir en películas o historias, el acosador y la víctima por así decirlo —movió las manos divagando por una buena respuesta—, pero te apoyaré en todo lo que necesites, te recomiendo llamar a la policía e informarle lo sucedido. La castaña le explicó lo difícil que podía ser presentar un caso como ese y no tener evidencia alguna, las notas no iban a ser suficientes. Por un momento pensó en hacerlo, sin embargo, la seriedad iba a disminuir en los oficiales si se trataba de un loco enamorado y no de un asesino serial. Había una enorme diferencia. La mujer de ojos grises entendió y solamente le mencionó que estaría para ella cuando lo necesite. Poco después, se marchó para ir directo a la cancha, puesto que tenía su ropa en la mochila, mientras que Samara debía ir por la de ella. Giró la cerradura del pequeño candado, consiguió la clave y la abrió. Siguiente de sacar la bolsa con su vestimenta de buzo dentro, inmediatamente una hoja cae a la altura de sus pies, retrocedió varios pasos solamente viendo la puerta abierta y la hoja en el piso. Se asomó a su derecha del pasillo, no había ni un alma, observó al otro lado, tampoco, era la única en todo el pasadizo, concluyó. Avanzó lentamente, se agachó para tener la hoja entre sus gelatinosos dedos. Lo sostuvo temblorosamente y volteó el papel amarillo encontrándose con esas reconocibles palabras. «Hoy te volví a ver, estabas tan reluciente y bella como la primera vez que te vi, ¿te imaginas que todos nos vieran andar juntos? Sería genial, ¿verdad? Pero no, hoy tenía que soportar a ese amigo tuyo andando a tu lado, ocupando el espacio en el que yo debí y quiero estar. Lo odio, lo odio tanto, ¿sabes? En cualquier momento llegaré a mi límite y tendré que convencerte que no debes andar con nadie más que conmigo. Solo tú y yo. Te estaré vigilando mi bella, con solo verte me vuelves loco. Cabe resaltar que tengo una imaginación muy grande Samara, si esto solamente sucede cuando te veo, imagina lo que podría pasar cuando te tenga en mis manos, aquí conmigo...» PS: Nos vemos en la cancha, no faltes. El aire se contuvo a medio camino de llegar a sus pulmones, la presión descendió al instante, incluso de no sentir sus extremidades. A como pudo, arrugó el pedazo de hoja y corrió en dirección al baño importándole un rábano su casillero abierto. En segundos, entró de golpe y se encerró en uno de los cubículos. ¿Cómo era posible que supiera que tenía clases de gimnasia? Solo había una razón, él estaba ahí, en su escuela. Se apoyó contra la pared y se dejó llevar por la gravedad de su cuerpo hasta sentir el frío suelo en sus glúteos. Se percató que aún sujetaba la bola arrugada y la arrojó al váter, jaló la palanca viendo como el agua iba deshaciendo el papel hasta ver sus partes desaparecer e irse por el hoyo. Después salió y se recostó en el lavamanos, mojó su rostro y se encontró con su agotado reflejo. Cuando estaba por empezar su inspección corporal el sonido de un mensaje de texto la distrajo de su escaneo. Abrió la bandeja y un número privado fue lo primero que observó en la lista de los primeros mensajes. «Mi amor, espero te encuentres bien, no fue mi intención lastimarte, no puedo retener todo esto que siento por ti. No sabes las ganas que contuve de ir tras de ti y sujetarte entre mis brazos. Y no te preocupes por tu casillero, acabo de cerrarlo, no quiero que nadie te robe o vea lo que tienes dentro, caso contrario, mataré a quien lo haya echo. Recuerda que todo lo tuyo es mío». No sabía si llorar de cólera, de no saber qué hacer, o salir corriendo para ver quién era aquel que tanto la perseguía. No lo pensó dos veces, cuando atravesó la puerta del baño y se vio en el pasillo, sus ojos se encontraron algo espeluznante e inesperado.
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