CAPÍTULO 2

5059 Words
Termino mi desayuno con tranquilidad, viendo a Yissell ir y venir con los pedidos, mientras los lleva a las mesas de los que ordenaron. La cafetería se llenó mucho más de lo que me imaginaba en pocos minutos luego de que terminara la llamada con Emma. Sigo deprimida por todo lo que me dijo. Sé que Damon no me responde, porque no quiere hacerlo; sigue enojado conmigo. Reconozco que no debería desear que me perdonara luego de un día de haber peleado, pero no puedo evitarlo. No sé cuánto tardará en recibir la carta. Tengo entendido que no se mandan en el momento, sino que tardan varios días en ser enviadas. Eso es lo que más me enoja. Tener que aguantar días y noches con la duda de si la recibió o no, si la leyó o no. Maldita sea. ¿Qué voy a hacer sin él? Es probable que piense una y otra vez en todo. Eso es lo que menos quiero en realidad. Es algo que un mensaje en su celular no arreglaría; Damon me importa demasiado para mandarle un simple texto. Escribirle una carta, a puño y letra, tal vez lo haga ver mis sinceras palabras. Damon vale la pena, siempre lo valdrá. Alguien tan especial no puede ser simplemente ignorado, así como algo especial no puede solo ser desechado. Le dejo un poco de propina a Yissell antes de saludarla con la mano e irme por donde vine. Sin darme cuenta, terminé el desayuno mientras me quedé pensando en Damon. Estuvo muy rico, pero al final, los últimos bocados no los saboreé, porque no me di cuenta de que seguía comiendo. Me alegro de haber salido de ese hospital para haber venido aquí. Si no lo hubiese hecho, ¿cómo estaría ahora? De seguro acurrucada en la silla, con las rodillas contra mi pecho y las lágrimas que se derramarían a cascadas por mis mejillas sonrojadas. Mis hermanos estarían allí sin hacer nada más que guardarse las emociones. Durante unos momentos, mientras hablaba con la simpática dependienta de ese pequeño local, los problemas se me fueron de la mente, pero solo durante unos pequeños y diminutos instantes. Yissell había sido amable, buena, comprensiva, de esas personas que saben escuchar a otras sin problema. Agradezco haber podido hablar con alguien que no estuviese metido en todo el caos que conlleva mi vida, una persona desconocida, pero que se ve confiable a la vez. Sacar una parte de mis preocupaciones o siquiera algo que llevo dentro me hizo sentir mucho mejor de lo que estaba, por más que no lo haya querido admitir en ese momento, mucho más al saber que probablemente no la vaya a ver nunca más en mi vida. Camino con la misma calma con la que caminé a la pequeña cafetería, pero esta vez voy hacia el hospital. Me tomo unos minutos para mí misma, para calmarme y tomar todo el aire fresco que pueda, porque sé que dentro de aquel cuarto volveré a derramar llanto. Es más, creo que allí dentro me faltará el aire, como sucedió siempre desde que estoy ahí. Desviándome de mi rumbo fijo, me dirijo hacia el gran parque que hay a unos metros de la acera por la que camino hacia el hospital. Ya pasó un día desde que estoy aquí, un día y unas pocas horas, y ya extraño el frío aire congelado de Filadelfia. La nieve en el invierno es lo que más me gusta de allí. Siempre estuve rodeada de esto, pasto, días cálidos en su mayoría y un aire que no llega a satisfacer tu necesidad de algo frío, por lo que ir a Filadelfia con mis hermanos fue un cambio que me favoreció mucho. Ver que dentro de pocos meses la nieve comenzaba a caer y estar allí para apreciarlo y sentirlo, hace que no me quiera ir de ese lugar. Pero bueno, estoy aquí por mi padre. Mientras me siento en el pasto verdoso del parque, me limito a no pensar en los problemas sentimentales y a concentrarme en todo lo que tengo que hacer cuando vuelva a la ciudad. Tendré que hacer más tareas, ya que faltan pocas semanas para que la Navidad llegue y, junto con ella, las pequeñas vacaciones de unos días. Cuando vuelva al instituto, tendré que esforzarme bastante para no repetir el curso. Con todo lo que me pasó durante estos meses que estuve en Filadelfia, apenas pude «disfrutar» del estudio. Bien, lo odiaba hasta morir, pero preferiría mil veces tener que ir a clases en vez de ser secuestrada por Matt. Las tareas que tendré que hacer para aprobar las materias serán puro sufrimiento. Otra cosa que tengo que hacer sí o sí es volver a mi trabajo en el gimnasio. No puedo creer que apenas trabajé unos cuantos días allí antes de que Matt me atropellara. Me doy pena, pero agradezco que Rick todavía me deje trabajar allí, aunque tampoco es que tenga la culpa de estar metida siempre en los locos planes de Matt. Si fuera por mí, todavía trabajaría, pero el destino y Matt no tuvieron ese plan para mí y decidieron darle un vuelco a mi existencia, como si todo lo que pasé en mi vida antes de todo eso no fuese suficiente sufrimiento. Me quedo en la plaza un buen rato, que se pasa volando mientras mi mente se limita solo a torturarme, recordándome todas las cosas que tengo que hacer a la vuelta a casa, ya que sinceramente considero más un hogar nuestro departamento en Filadelfia que nuestra casa aquí, y retomo mi camino de vuelta al hospital, donde de seguro comenzaré con mi etapa depresiva. Me da pena ver de nuevo a mi padre y reconocer que no cambió en estos largos momentos que estuve fuera. La esperanza de que se haya recuperado en este poco y corto tiempo que no estuve en la habitación con él sigue en mi pecho. Pero lo ignoro, es obvio que no se despertará ahora, pero tal vez podría hacerlo en unas cuantas semanas. Creo que debo abstenerme a tener el único pensamiento bueno de todo esto: él despertará algún día. No morirá, no le pasará nada ultramegamalo. Espero que los doctores estén en lo correcto y que, si tiene amnesia, no dure para siempre y logre recordar poco a poco. Eso me basta con tal de que mi padre recuerde en algún momento. Tengo que saber todo lo que le pasó para llegar a este estado. No me habría extrañado tanto si le hubiese pasado en el país en el que estaba, como a mí me dijo que iría por trabajo. Pero es incomprensible el hecho de que estuviese de nuevo aquí cuando apenas pasó medio año desde que se fue. Se suponía que volvería dentro de un año, pero solo pasaron unos cuantos meses desde que se largó. Es ilógico, algo que todavía no logro comprender y que algún día sabré si llega a recuperarse. Cuanto antes, sería mucho mejor. A unos cuantos metros de llegar, suena el celular con aquella música que me gusta y que decidí ponerle al contacto de Emma. No sé por qué me llama cuando apenas hace unos minutos hablamos, pero aun así decido contestar, con la esperanza de que me diga algo bueno sobre Damon. —Hola, Em —saludo, mientras escucho su respiración agitada. —Hola, Na… ¡Hey, idiota, casi me atropellas! —La escucho maldecir entre dientes y me río ante su acto. Muy pocas veces Emma maldice a otras personas, o al menos las que yo logro escuchar. Es sorprendente cuánto cambió desde que la conozco. Al parecer las bocotas sucias de mis hermanos, Damon y yo, hicimos que la pobre de Emma llegue a maldecir. Carraspea a la vez que intenta tomar un poco más de aire y espero a que comience a hablar. —Bien, siento eso de recién. Prácticamente corro para no llegar tarde al instituto y un idiota en moto casi me lleva por delante, ¿lo puedes creer? —Está bien, Emma, no hay problema. —Sé que hablamos hace poco, pero te quería decir que intenté hablar con mi hermano, pero me ignoró por completo y se fue a dejar a Elle al jardín. Me costará horrores hacer que Damon entre en razón y te perdone, Nat — se queja, como si odiara lidiar con su gruñón hermano. —No te obligaré a perseguirlo por todos lados para convencerlo de que entienda mi situación, Emma. Pero haz el intento de hablar con él cuando puedas. Tómalo como uno de los favores que me debías. —¿Cuáles favores, Natalie? —Su voz, un poco menos agitada, pregunta con cautela y confusión. Es divertido que no se acuerde de esa noche, ya que fue un momento… «memorable» en el mal sentido de la palabra. —El día que me rogaste que te acompañara a la fiesta de Jazmín y donde casi termino violada, Emma. Acepté ir si me hacías algunos favores; en ese momento no tenía idea de lo que iría a pedir. Por ahora lo único que te pido es hablar con él. No te pido que me hagas las tareas ni que laves mi ropa durante meses. Es simple; consigue algún tiempo con tu hermano e intenta convencerlo. Es muy importante para mí. —Oh… ya me acuerdo de ese día…—murmura más para sí misma—. Seguiré intentando y te mantendré al tanto. Tengo que entrar a clases, Nat. Nos hablamos luego. Por último y antes de colgar, hace un pequeño sonido de un beso de despedida. Me río ante lo infantil que suena eso y guardo el celular de nuevo en mis pantalones. Retomo mi camino hacia el hospital y me muerdo el labio inferior por distracción. No le recordé a Emma lo de la fiesta por ser mala amiga y así obligarla a hacer lo que le digo, pero se nota que no le gusta entrar en un terreno importante con su hermano cuando este puede enojarse de forma rápida. Me da lástima pedirle esto, pero no tengo otra opción o esperar a que le llegue la carta que le mandé. Sé que esta esquela no le llegará hoy, ni mañana ni pasado, pero tengo la ilusión de que sea pronto. Mis pensamientos dan un giro inesperado hasta el punto de comenzar a pensar en mi padre, desterrando a Damon de mi mente: la imagen de mi padre en su camilla de hospital. No quiero entrar a esa habitación, pero tengo que hacerlo. Tengo que estar allí para él. Mis hermanos se voltean en mi dirección en cuanto entro por la puerta, y la cierro con lentitud y pocos ánimos. La sonrisa, que Emma llegó a pegar en mis labios hace unos minutos, se borra al instante al ver la imagen frente a mí. Todo está igual. Mis hermanos, en sus respectivas sillas, solo que ahora están despiertos por completo y mi padre, en su visiblemente incómoda cama. A paso lento, vuelvo a mi respectivo asiento junto a la camilla. Las lágrimas comienzan a salir de manera lenta y silenciosa con cada segundo que pasa. Se ve frágil; nunca me imaginé verlo tan mal desde la muerte de mamá. Él sí que estaba destrozado cuando eso ocurrió. En ningún momento se nos acercó para consolarnos luego del entierro. Tan solo se ensimismó en los recuerdos y comenzó a torturarse con ellos. Se veía vacío y sin la otra mitad que lo complementaba. Es por eso por lo que decidió trabajar mucho más. El hecho de vernos a nosotros le recordaba todo lo que había vivido y tenido con la mujer que amó y sigue amando. No digo que no nos haya prestado atención, pero la mayoría de las veces que queríamos estar con él, su trabajo nos lo impedía. Así es como llegó a ser un espectacular y reconocido empresario. Yo era lo único que mis hermanos tenían y viceversa, hasta que decidieron independizarse en parte al irse a vivir con la tía. Mi padre con el tiempo se puso insoportable; nos retaba y nos mandaba a hacer cosas que ya estaban resueltas. Mis hermanos se hartaron de eso y tomaron la decisión de dejarme sola, porque no lo aguantaban. No entiendo por qué no me llevaron con ellos. Desde su ida, todo para mí empeoró. Tuve un novio, si eso se le puede decir al chico que solo me usó y me quería para otras cosas. Y desde allí todo se fue por el drenaje. Escucho unos pequeños ruidos de unas sillas que son arrastradas y luego las voces de mis hermanos, quienes me hablan de muy cerca. —Natalie, iremos a desayunar. ¿Quieres que te traigamos algo? —pregunta Tyler con la voz cansada. Niego con la cabeza. —Ya desayuné, gracias. —Está bien, pero… ¿adónde te fuiste? Estuviste un largo tiempo fuera. —El doctor Staller me dijo que fuera a aquí a la esquina donde hay un pequeño local de muffins y cosas deliciosas; él invitó mi desayuno. —Me encojo, restándole importancia, porque sinceramente no es nada del otro mundo. El hombre solo me pagó un desayuno ¿y qué? No es que haya hecho algo indebido con él. —¿El doctor Staller? Ese hombre quiere algo contigo, Nat. Vemos la forma en la que te mira el culo cuando tiene la oportunidad de hacerlo —responde esta vez Sam, quien está parado junto a Ty. —¿Qué quieren que haga? No hago nada para que se comporte de la manera que ustedes dicen, aunque creo que exageran. Por Dios, apenas llevamos aquí un día y ya dicen que el doctor está coladito por mí. Eso es absurdo, chicos. —Bien, luego no nos digas que no te lo advertimos. Quiere algo contigo. —Yo no quiero nada con él; tengo a Damon. El doctor no me importa. No se preocupen. Asienten sin estar del todo convencidos. Mis hermanos no desconfían de mí, recelan del estúpido doctor que ahora al parecer le gusta ver mi trasero cuando puede. Aquello me molesta, ya que el único que quiero que vea mi trasero es a Damon y no a un hombre que está a cargo de mi padre. Por Dios, nunca dejaría a Damon, al hombre que amo, por un doctor descarado. Cuando el sonido de la puerta al cerrarse me avisa que mis hermanos ya se fueron, me armo de valor y me subo a la camilla de mi padre, intentando no moverlo mucho ni tampoco tocar algo que no tendría que tocar. Me acuesto de lado, para poder verlo por completo y agarro su mano. Está fría, demasiado para mi gusto. Susurro todo lo que llevo guardado dentro, desde rencor hasta miedos y desilusiones que la vida me dio. Creo que es lo mejor que puedo hacer. Con cada verdad que sale de mi boca, las lágrimas fluyen con facilidad de mis ojos. Necesito descargarme y me da pena pensar esto de mi padre, pero qué mejor que desahogarme con un ser humano que no puede escucharte. Creo que le cuento mucho más de lo que les confesaría a otras personas. Le digo todo, completamente todo. Mi pasado, la relación con Damon, los problemas que se vieron expuestos en todos estos meses con mis hermanos. No sé qué tengo que sentir al confesarle todo, al descargarme de esta manera, pero tengo la sensación de tener un peso menos encima. Por otro lado, me siento más vacía al decirle esto a alguien que puede no escucharme, como si mis palabras fueran solo… nada. Pero no solo le hablo sobre eso; revelo lo que sentí cuando él se volvió cerrado luego de la muerte de mamá, cuando vi y me di cuenta de que no estaría para mí ni para mis hermanos, que se refugiaría en sí mismo para callar el dolor y olvidar. Algo que es todo lo contrario a lo que hicimos nosotros. Atesoramos los recuerdos y disfrutamos de revivirlos cuando sentimos que no es tan difícil hablar sobre ello. Cuando termino mi patético discurso, comienzo a acariciar su rostro. Es un hombre grande. Ya tiene barba, canas en todos lados y sus facciones se ven cansadas. Puedo notar unas ojeras debajo de sus ojos y eso me pone triste. No paraba de trabajar. Me da lástima saber que mientras disfruto de mi adolescencia, mi padre se rompía el trasero trabajando. Y por más que pienso que fue él el que decidió ensimismarse en el trabajo, la culpa sigue estando en un lugar escondido de mi pecho. No pasa mucho tiempo hasta que escucho abrirse la puerta de la habitación. Decido no moverme de mi lugar, porque estoy más que segura de que son mis hermanos los que entran. Cierro los ojos e intento dormir por un rato; por suerte, lo logro luego de unos segundos. Cuando despierto, parece que recién hubiera cerrado los ojos. Me siento cansada, demasiado para ser verdad y tener dos días de insomnio no es algo agradable. La silla en la que mi trasero estuvo pegado todo este tiempo no es muy cómoda tampoco, como para mejorar algo la situación. Antes de poder conciliar un poco más el sueño, unas manos me sacuden de nuevo, de la misma forma en que lo hacían hace unos minutos atrás. Me doy cuenta de que estoy en el hospital; el sonido y los pitidos de las máquinas a mi alrededor me lo recuerdan, pero no quiero abrir los ojos. No quiero encontrarme con la realidad otra vez. Necesito seguir sumida en los felices sueños, en esa nube que me aleja de todo lo malo, por más que sea solo por minutos. No soy consciente de cuánto dormí, pero mi cuerpo, al instante, me dice que no lo estuve mucho tiempo. No sé por qué me despertaron, pero no quiero hacerlo. Me rehúso a abrir los ojos. Sin embargo, como la suerte no está de mi lado, las manos que lograron mi despertar me sacuden levemente una y otra vez hasta que por fin cedo y abro mis ojos, quejándome por la brillante luz que entra por la ventana y no hace más que aumentar mi mal humor. Los labios de Tyler se posan sobre mi frente y luego me regala una pequeña sonrisa, lo que mejora un poco mi humor. Cuánto me alegra tener a mis hermanos conmigo en estas ocasiones. Sé que ellos, por más que estuviesen todavía enojados con mi padre, lo aman como siempre lo hicieron y no por ese enojo van a ignorar el hecho de que tuvo un accidente; no creo que «accidente» se le pueda decir a ser golpeado con b********d. Eso es lo que nos dijo el doctor. Mi hermano me ayuda a levantarme de la camilla muy a mi pesar y hace que me siente con lentitud en la silla junto a la cama, donde es obvio que nuestro padre está recostado, tal y como estaba cuando me acomodé junto a su cuerpo. Apoyo los codos en mis muslos y entierro el rostro en mis manos, aguantando las ganas de llorar al seguir viendo que nada pasa con mi padre. Ningún progreso desde que estoy o estamos aquí. Siento que mis manos tiemblan y que eso preocupa a mi hermano. —Hey, Natalie —susurra con suavidad, intentando que me tranquilice. Pero, aun así, sigo sin verlo a la cara—. Hermanita, tranquila. Se va a recuperar. —Lo sé, pero… ¿cuándo? —Sollozo. —Todo a su tiempo. Despertará cuando él quiera. —Él... él… ¿Cómo es que pudieron hacerle esto? Se supone que papá estaría fuera del país dirigiendo la construcción de su nuevo hotel por un año. Apenas pasaron algunos meses, Ty. Y ya está de regreso… —Shh…, calla, Natalie. No te preocupes por eso. Nos dirá todo cuando recuerde. También me lo cuestiono, pero lo único que nos causa pensar en eso ahora es preocuparnos el doble de lo que ya lo hacemos. —Asiento al estar de acuerdo con sus palabras, pero aún no puedo evitar pensar en todo. Limpio mis lágrimas y lo miro; lo encuentro arrodillado frente a mí con una cara de aflicción. —Papá despertará, no te preocupes. Ahora tienes que dormir. Te llevaremos a casa y todos intentaremos dormir, ¿sí? Creo que valemos mucho más descansados que cansados. Si papá despierta en algunos días o semanas, tenemos que estar radiantes y no con ojeras debajo de nuestros ojos, así que levanta tu hermoso trasero y vayamos al auto que Sam nos espera. —Está bien. Respiro hondo y los dos nos levantamos con lentitud. Me despido de mi padre con un beso, diciéndole en murmullos cuánto lo quiero y que espero que se despierte pronto. Estaré aquí cuando lo haga, pero necesito dormir para estar bien cuando por fin abra los ojos. Salimos del hospital. Sam está en el auto de papá, uno de los muchos que tiene. Nos subimos sin decir nada, todos agotados física y mentalmente. Creo que no solo yo dormiré. Se ven tan agotados… Me parece que tendré que evitar los espejos para no deprimirme más. Me veré tan mal como me siento. —Hoy dormiremos todo lo que podamos y mañana volveremos al hospital. Tendremos que llevar al menos unas pequeñas almohadas. Mi cuello duele como el demonio —dice Sam, quejándose minutos después. No lo contradigo. Las posiciones en las que estaban esta mañana no eran demasiado cómodas que digamos. Al menos tengo que agradecer haber dormido un rato en la cama junto a mi padre. —Está bien. Creo que aprovecharé también para juntar algunas mantas. El noticiero de la cafetería decía que mañana va a llover y hará frío, así que tenemos que ir preparados para dormir un poco más cómodos en esas malditas sillas. —Ty concuerda—. ¿Y tú qué harás, aparte de dormir casi todo el día, Nat? —No lo sé. —Me encojo de hombros—. No creo tener tiempo para hacer nada. Dudo de que me despierte mucho antes de irnos al hospital mañana. Tengo tanto sueño que puedo dormirme por días. —Bien, entonces ya tenemos los planes para hoy. —Tyler sonríe a medias; todo esto le causa gracia por alguna razón. Sam da la vuelta hacia la derecha, acercándonos aún más a casa. —Tienes que aprovechar que Fernanda cocina para nosotros. Éstas son tus vacaciones fuera de la cocina, Tyler —dice él y Tyler asiente. —Lo sé. Tampoco es que tuviese ánimos para cocinar. —Rueda los ojos—. Pero no hay que quejarse. Las comidas de Fernanda son deliciosas, al menos por lo que recuerdo. —Cierto, lo único malo de estar en casa es su hija. Puedes aprovechar en gastar tus frustraciones con ella en un polvo rápido. ¿Qué piensas, Ty? Admite que está bastante buena. Me limito a hacer una mueca de asco al escuchar a Sam decir eso. Marisa es… linda, pero insoportable. Muy insoportable. —Por Dios, Sam. No creo que con ella tenga más ánimos, ni siquiera viéndola mi gran amigo logrará despertarse como para tener algo de acción —replica. —Claro… —Sam se burla, rodando los ojos con diversión—. Solo con Lili se te para en un segundo. No puedo creer que hablen de esto ahora mismo. Por Dios, hablaban bastante de sus conquistas frente a mí, pero escucharlos hablar de eso ahora, cuando la situación en la que estamos no es apropiada... No es hora de hacer chistes, pero dudo de que paren de hablar de eso. Es su forma de distraerse. Reír sin recordar el estado en el que está papá. Necesito hacer lo mismo que ellos, distraerme y borrar, olvidarme de todo. Puede que eso me ayude, aunque sea un poco. —Oh, cállate. Te pasa lo mismo con Emma. —Ty le pega juguetonamente en el brazo a su hermano gemelo y sonríe. —Eso es obvio. ¡Cómo no se me va a parar con lo preciosa que es Emma! Dios, ¿la viste? —Ty asiente. Sam, cuando dice aquellas palabras, parece un loco enamorado que habla de su amada. La estúpida sonrisa que crece en su rostro hace que quiera darle palmadas de felicitaciones a mi amiga por cautivar de esa manera a mi hermano y hacerlo sentar cabeza. —Es linda, pero es tuya. No necesito una relación ahora. No hay nadie con quien quiera estar en estos momentos. —Oh, vamos, mentiroso. Sé que quieres que la espectacular y ardiente Lili te rodee con los brazos y comience a besarte para sacarte las preocupaciones y… Desde allí no sigo escuchando nada. El tema se volvió un poco más… extraño. Parece como si no estuvieran conscientes de mi existencia. En algún momento de su charla, la imagen de Damon sobre mí invade mi cabeza y casi hace que suspire por el recuerdo excitante de sus labios contra los míos mientras entra y sale de mí en lentas y profundas embestidas. Maldita sea… estoy caliente. Algo que me avergüenza bastante admitir. Me sorprendo ante la facilidad con la que esto me pasa. Pensar un poco en nuestros momentos ardientes hace que al instante todo lo que siento se intensifique el doble y que las hormonas bullan con fuerza. Tengo tantas ganas de verlo, tocarlo, hablar con él, y escuchar su espectacular y gruesa voz, aquella que se vuelve ronca en los momentos en los que estamos pegados, él encima de mí sobre la cama mientras me toca y… Cierro mis ojos con lentitud para revivir una y otra vez esos momentos en mi mente, ignorando el hecho de que eso me pondrá aún más excitada y que no tendré con qué saciarme, si no es con Damon. Pero justo cuando mi mente intenta revivir el momento justo en el que Damon entra en mí con su Gran Damoncito, el auto se detiene y hace que todo aquel pensamiento disminuya. Mi pulso vuelve a la normalidad y creo que, por la mirada que mis hermanos me dan, estoy bastante sonrojada de pies a cabeza, ya que me parece que escucharon el pequeño quejido que solté cuando nos paramos frente a casa. ¡Qué vergüenza! Salgo con rapidez del auto y me dirijo a zancadas hacia la casa. Mientras subo las escaleras casi corriendo, escucho sonidos provenientes de la cocina, y sé con certeza que Fernanda, nuestra cariñosa mucama, cocina algo muy rico. No es eso lo único que escucho a esta distancia. La voz de la perra de Marisa resuena en las paredes y hace que mis oídos rueguen que la pendeja se calle. Ella chilla con emoción, no sé si fingida o no, cuando ve a mis hermanos. Algo que es obvio, ya que hace años no los ve y, evidentemente, tuvieron un gran cambio que logró que su instinto de zorra se activara al instante. ¡Cómo la odio! Subo el último tramo de escalones y corro hacia mi habitación. Necesito un baño urgente. Me siento bastante sucia y no solo por los pensamientos con Damon, sino por estar un día o dos sin bañarme. La ducha de agua fría no hace nada por calmar mi fuego. No logra bajar mi pulso que con los minutos va aumentando. No sé lo que me pasa. Desde nuestra primera vez juntos de ese modo, es como si no pudiese dejar de pensar en él tocándome. Creo que me volví adicta a su cuerpo. Damon es mi droga y sus besos son mi perdición, tienen el poder de llevarme a la ruina con solo un toque de sus labios. Daría lo que fuera por tenerlo aquí tocándome, respirando el mismo aire que yo en este frío baño. Termino de enjuagarme luego de unos largos minutos intentando que el agua fría me haga efecto. Ya más calmada, me cambio con mi cómodo pijama y me acuesto en mi cama. No tengo hambre. No pasó mucho tiempo desde que comí la exquisita torta de Yissell, aparte el sueño supera —en esta ocasión— el hambre. No dormir en toda la noche me causa eso. Si tengo ahora una oportunidad muy buena de descansar por unas largas y reconfortantes horas, las tengo que aprovechar. De seguro, mañana tampoco podré dormir, así que tengo que hacerlo ahora sí o sí. Me arropo con las mantas, mientras siento que mi perra sube, no sé de qué manera, a la cama y se acurruca a mi lado. La cama es bastante alta para que se suba así de rápido, pero deduzco que ya estuvo practicando. Le doy un vistazo a sus tazones, los cuales todavía tienen comida y agua, y luego acaricio con tranquilidad a Burry. Cuando me despierte, cambiaré su agua por una más fresca. Me quedo dormida no mucho tiempo después, al igual que mi perra. Las caricias que le doy hacen que rápidamente sus ojos se cierren. Me limito a dejar mi mente en blanco para no soñar con nada o, si no es el caso, aunque sea soñar con Damon a mi lado. Pero por ahora no pasa nada. No sueño nada. El sonido de unos pitidos agudos hace que mis ojos se abran y que, frente a mí, no pueda distinguir ningún objeto. Al parecer ya es de noche. No hay ninguna fuente lumínica que me haga reconocer los armarios de la habitación. Los pitidos siguen sonando y me levanto con rapidez para buscar mi celular. Intento no pisar nada ni chocarme con algún mueble, pero la maldita punta que sobresale de mi mesa de noche hace que mi pie palpite de dolor. Con algo de dificultad, encuentro los pantalones con los que fui al hospital y busco en sus bolsillos mi jodido móvil, el cual interrumpió mi exquisito sueño. Cuando lo encuentro, mis ojos se entrecierran ante la brillante luz que proviene del aparato. Mis ojos intentan acostumbrarse con rapidez, pero en un momento tengo que alejar el celular de mi cara para parpadear varias veces hasta poder fijarme otra vez en la pantalla del aparato que sigue sonando con fuerza. Una llamada entrante. Una llamada que me deja muda. Damon.
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