Ser un exitoso empresario en la industria hotelera no era sencillo… No, en serio, no lo era, pero Alexander Maddox disfrutaba de su trabajo como casi ningún otro empresario lo hacía. Aunque estar al frente de Limbo Índigo pudiese resultar muy tedioso, sumando todos los centenares de obligaciones y responsabilidades, para Alexander era entretenido, sobre todo porque no tenía mayores problemas a la hora de hallar soluciones a los inconvenientes que surgían en sus hoteles. Eso y que contaba con buenos ayudantes, por decirlo de alguna manera. Si bien Alexander podría delegar casi todas sus responsabilidades, optaba por no hacerlo y prefería estar él mismo al frente de todo. Como ahora, que tenía que buscar la manera menos difícil de resolver la situación del restaurante Glass Mar, situado en el primer piso de uno de sus hoteles cinco estrellas, el Plaza Índigo.
Siendo honesto, Alexander estaba muy agradecido con Miller Bruno, el vicepresidente de Limbo y su mejor amigo. Bruno había hecho su parte, yendo directamente con el departamento contable y con el departamento de marketing y publicidad. Según los documentos que estuvo revisando y leyendo, el Plaza Índigo tuvo un incremento considerable de reservaciones en la época vacacional del año pasado, sumando las buenas críticas y recomendaciones de los huéspedes sobre las nuevas instalaciones y servicios. Era, sin dudas, un dato muy importante ahora mismo ya que Bruno había dado un paso más y hubo tenido una reunión informal con Branzen Paolo, dueño y chef de Glass Mar. Y no, Alexander no tenía ningún tipo de problema con Branzen, pero el hombre, en serio, podía ser todo un dolor de cabeza cuando se le cruzaban las ideas para implementar algo nuevo en el menú de su restaurante. Bruno había hecho su parte, ahora le tocaba a Alexander.
Posterior a terminar de revisar, leer y firmar los documentos, Alexander estuvo tentado de llamar por el intercomunicador a su asistente personal, pero, por supuesto, recordó que a esta hora de la mañana, Calvin se escapaba a la cafetería en busca de su dosis azucarada y achocolatada llamada cappuccino. Y no es como si Alexander tuviese algún problema con esto. Se había acostumbrado al hábito de su asistente desde hace mucho tiempo; tampoco podía quejarse, Calvin cumplía con sus labores y poco más.
Por más que Alexander sabía que no encontraría a su asistente en su escritorio, asomó la cabeza por la puerta y miró el lugar vacío. Contuvo una risita y desvió la mirada hacia la hermosa y atractiva mujer que ocupaba el otro escritorio. Mariana Scott era la secretaria de Bruno Miller y hermana gemela de Calvin. Y si bien Alexander nunca tuvo un solo pensamiento indecoroso con ninguna mujer que laboraba en su empresa, eso no significaba que estuviese ciego. Podía mirar y admirar la belleza de Mariana, pero eso era todo.
Alexander sonrió por mera cortesía en torno a la bella mujer.
—Cuando vuelva, dile que lo estoy esperando —profirió, haciendo una sutil seña hacia el escritorio de su asistente personal.
—¿Necesita algo urgente, señor?
Alexander la miró fijo, considerando sus opciones. Si bien podía esperar a que su asistente personal volviese de la cafetería, también podría darle los documentos a Mariana. Al fin y al cabo, Mariana era secretaria de Bruno.
—De hecho, Mariana, tengo listos los documentos para Miller. Ven, te los daré a ti —espetó, viéndola asentir y sonreír amable.
~*~
Alexander podía sentir la mirada de Mariana sobre su persona. Si bien no era la primera vez que Mariana estaba en su oficina, sí era la primera vez que se sentía… observado. Sacudiendo leve la cabeza, descartó la posibilidad de que Mariana lo estuviese mirando de más y se centró en repasar otra vez los documentos.
—Bueno. Ya los revisé, los leí, los releí y los firmé —imperó, alzando la mirada y hallando una sonrisa amable en los labios llenitos y rojos de Mariana.
Alexander le dio los documentos, esbozando otra de sus sonrisas de cortesía. No podía negar que Mariana tenía una belleza increíble y una presencia impecable y elegante. Si Alexander fuese como algunos de sus “colegas” o conocidos, ya hubiese hecho algún movimiento para tener algo con una mujer como Mariana, pero no. Alexander sabía separar las cosas, sobre todo porque estaría rompiendo su propia regla implícita de no relaciones entre jefe-empleado. Nunca tuvo un romance de oficina en los años que llevaba al mando de Limbo Índigo y tampoco se le cruzó por la mente tener alguno. Sin embargo, sí podía mirar. No podía negarse ver a una bella mujer como Mariana Scott.
—Se lo daré inmediatamente al señor Miller —Alexander asintió, muy consciente de la sonrisa en los labios llenitos y muy rojos de Mariana—. ¿Algo más que necesite, señor?
De hecho, necesitaba muchas cosas, como tener algún encuentro pasional con alguna persona, pero no es como si le dijese eso a Mariana. Alexander nunca se involucraría con alguien de su empresa, con alguien que laboraba para él. Solo causaría problemas y él tenía algunos de esos en su plato personal.
—En lo absoluto. Fuiste de gran ayuda, Mariana. Gracias —profirió, recibiendo un asentimiento de cabeza y otra sonrisa.
—Con todo gusto, señor. Si necesita algo más, puedo…
Dos golpecitos en la puerta provocó que Mariana dejase de hablar y borrase su sonrisa. Alexander hizo caso omiso a ese detalle e indicó que entrasen a su oficina. Sin poder evitarlo, esbozó una sonrisa al ver el vaso humeante en la mano de su asistente personal.
—El café es un… —Alexander fue borrando su sonrisa al notar el ceño fruncido de Calvin al ver a su hermana allí—. Oh, no sabía que había alguien aquí.
—Solo estoy ayudando al señor Maddox, hermanito —Vio a Calvin pincelar un mohín con los labios, el ceño fruncido y la mirada fija en su hermana—. Como tú no estabas…
—Entiendo. Solo fui por…
—Puedes retirarte, Mariana —interrumpió, paseando la mirada entre Calvin y Mariana.
Parecía como si hubiese algo agitándose entre los gemelos Scott o tal vez solo era Alexander viendo cosas donde no las había.
Mariana volteó a verlo y le regaló otra radiante y deslumbrante sonrisa amable mientras sostenía los documentos con ambas manos delante de sí.
—Sí, señor. Si necesita algo más, puede llamarme.
Alexander asintió y no se perdió el cruce de miradas que hubo entre Calvin y Mariana mientras esta salía de su oficina. Sea lo que fuese, debía ser cosas de hermanos gemelos.
—Te saldrán arrugas prematuras si continuas frunciendo el ceño de esa manera —Apoyando los codos sobre el escritorio y cruzando las manos debajo de su barbilla, Alexander arqueó una ceja a su muy serio asistente personal—. Entonces, ¿ese café es para mí?
El ceño se fue, siendo reemplazado por una media sonrisa y ojos color azul pálido fijos en los suyos. Alexander podría no tener hermanos ni primos ni familiares, pero tenía a su mejor amigo a quien quería como si fuese su propio hermano. Tener a Calvin y a Mariana, que no solo eran hermanos, sino gemelos, que laboraban en su oficina, era algo que a Alexander le agradaba porque podía ver desde primera fila cómo era la relación entre ellos, como era la relación entre hermanos.
—Lo era, de hecho —Alexander salió de su ensimismamiento y pestañeó varias veces al escuchar hablar a su asistente—. Recordé que bebes el café con un poco de leche y este no tiene. Olvidé ese detalle, lo siento.
—También lo bebo sin leche, Cal, y lo sabes —recalcó, ladeando la cabeza hacia un lado—. No tengo una preferencia, algo que también lo sabes.
—Oh, cierto.
Alexander exhaló un ligero suspiro y se removió en la silla, girándola hacia su lado derecho de modo que quedó mirando la pantalla de su computadora portátil. No sabía por qué razón no le gustaba ver el rostro en blanco de Calvin. A veces le resultaba difícil leer a Calvin y otras veces directamente era imposible, como ahora. Parecía como si su asistente personal se encerrase dentro de un caparazón y no era bonito sentirse excluido de, ¿de qué? ¿Qué ocultaba su asistente personal? ¿Había algo que ocultaba en primer lugar?
—Le di a Mariana los documentos para que se los entregue a Miller —comentó, tecleando algo en su computadora—. Ahora revisaré estos correos electrónicos, después iré a almorzar.
—No olvide la junta con el CEO Wang Zheng. Tres de la tarde en Tse Yang, señor —Algo en las palabras de Calvin causó que frunciese el ceño, pero no lo miró—. Llamaré a la cafetería y pediré un café con leche para usted. Si necesita algo, estaré en mi puesto. Todavía queda mucho trabajo por delante con su agenda. Con permiso, señor.
—¿Señor? —murmuró-preguntó, luego de unos segundos, girando en torno a su asistente.
Calvin ya no estaba y ni siquiera oyó la puerta abrirse y cerrarse.
Alexander quedó con la mirada fija en la puerta cerrada de su oficina, preguntándose qué había sido todo eso. No tenía idea, en serio. Los gemelos Scott eran un enigma, en cierta medida, para Alexander.
Negando con la cabeza, Alexander volvió la mirada hacia la pantalla de su computadora portátil, viendo los correos electrónicos sin leer. Menos mal que Calvin los filtraba para él, si no fuese por eso, Alexander no terminaría nunca de revisarlos y leerlos.
Otro suspiro dejó escapar y la imagen de la radiante sonrisa de Mariana pasó fugaz por su mente. Bueno, ¿qué podía hacer? Mariana era una mujer demasiado hermosa como para evitar mirarla. Pero esa imagen sonriente de Mariana pronto se esfumó, siendo reemplazada por un rostro de facciones cinceladas y ojos color azul pálido.
«Dios, ¿qué fue todo eso? ¿Estoy en problemas? No, no lo estoy y todo está bien. Muy bien…».