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1691 Words
— ¿Qué tal te ha ido el día? —me pregunta mamá durante la cena.    Revuelvo el pavo de mi plato con la ensalada mientras subo los hombros.  —Normal —digo—. Ha sido algo raro, pero me ha gustado.  —Espero que no hagas nada raro, Lea. Tu padre tuvo que andar descalzo por el campus para entrar en una fraternidad —me explica. Puedo notar como se está muriendo de ganas de seguir hablando de papá, pero no lo hace porque la da miedo recordar como se conocieron o los años que pasaron juntos. Lo entendería si se hubieran divorciado por algún caso de infidelidad, de violencia o por algo grave; pero la verdad es que lo habían hecho porque no encajaban en sus ideas y sus formas de vida. Seguimos cenando en silencio hasta que al acabar, empezamos a recoger la mesa.  — ¿Le has llamado hoy?  En casa, el nombre de papá está prohibido, a veces hasta me da miedo mencionarlo y que mamá se ponga a llorar. Se quieren, yo lo sé y ellos también, pero papá es feliz en Australia y mamá lo es aquí. No pasó hace mucho, hará dos años de su separación, y a diferencia de los divorcios normales, yo no era la que lloraba porque papá se iba a ir a otro país a hacer su vida; era mamá la que lloraba tooooodo el tiempo.  Asiento aunque no me ve y afirmo: —Sí. Hay ocho horas de diferencia de aquí a dónde vive papá, a si que le he despertado.  —Muy bien. —Me mira haciéndose un moño—. Puedes irte al salón, yo termino con esto.  La verdad es que no me vendría mal pasarme unos minutos —u horas— sentada en el sofá viendo alguna serie de Netflix. No me da tiempo a sentarme en el sofá cuando llaman al timbre y mamá grita desde a cocina:  — ¡Abre tú, Lea! ¡Estoy ocupada! Espero realmente que quién haya detrás de la puerta tenga una buena excusa para venir a estas horas a casa. Aunque a lo mejor es la señora Hamilton, nuestra vecina de al lado. De vez en cuando nos deja a su nieto en casa porque ella tiene urgencias.  La cara en primer plano de Dustin me sorpende cuando abro la puerta.  —Siento venir tan tarde, pero he estado ocupado ayudando a mi padre a montar la habitación de Ryder —se disculpa como si nada. Yo sigo sin saber que hace aquí—. Mmmm... lo siento, ¿puedo pasar?     Me quito de la puerta y la cierro cuando entra. Mamá pregunta a gritos que quién hay en casa, y Dustin la contesta con otro grito:  — ¡Soy Dustin!  Mamá no sale de la cocina para saludarle y lo hace porque desea con toda su alma que Dustin y yo salgamos. Yo también lo deseo.  Intento ser lo más natural que puedo cuando camino detrás de él hacia el sofá, pero estoy apretando cada músculo de mi cuerpo para no sonreír, ni bailar, ni hacer nada ridículo con las manos.  — ¿Qué haces aquí? Dustin se estira sobre el sofá cómo si fuera suyo.  —Pues tengo que darle a uno de los nuevos un tour por el campus, y he pensado que a lo mejor te lo puedo dar a ti.  Intento sonar lo más tranquila que puedo cuando le contesto:  —Estaría genial. No me extrañaría perderme algún día.  Dustin sonríe y se queda asintiendo con la cabeza unos segundos.  Es muy guapo. Siempre lo estoy pensando cuando le veo, como para no hacerlo. Dustin tiene el toque de ser Californiano que le da la marca, esa marca que te hace mirarle y pensar que a nadie le va a quedar el moreno tan bien a como le queda a él.  —Y no te gustaría perderte —me asegura poniéndose de pie—. ¿Tienes el coche en el taller? No lo he visto fuera.  —Sí, mamá lo ha llevado cuando ha llegado del trabajo. Posiblemente tengamos que comprar otro.  Dustin deja de andar en el porche de casa y se guarda las manos en los bolsillos de sus vaqueros. Si no fueran las diez y media de la noche estaría buscando excusas tontas para pedirle que se quedara un rato más, no sé, que necesito que me cuelgue un cuadro o que se me ha roto una tubería del baño. Pero me muero de sueño y sé que me voy a la cama con la seguridad de que mañana le volveré a ver.  — ¿Te llevo mañana? Si salimos un poco antes te puedo enseñar el campus antes de la primera clase.    Soy muy consciente de que tengo la boca un poco abierta y que asiento como una tonta cuando le contesto: —Sí, estaría genial.  —Genial. —Tarda diez segundos más en continuar—. ¿Te parece a las siete? No hará falta ni que desayunes, hay una cafetería de camino a la Universidad y podemos hacerlo allí. Hacen los mejores donuts que probarás nunca.  —Bien. Dustin baja los escalones del porche con las manos en los bolsillos, cuando cruza la carretera yo todavía sigo mirándole. Me pilla muy de sorpresa cuando se da la vuelta y agitándome una mano me grita:  — ¡Me estabas mirando el culo! Avergonzada yo también le grito:  — ¡No es cierto!  Mamá desde la cocina me exige que deje de gritar porque despertaremos a los vecinos.  ***  Dustin no me había mentido cuando me dijo que aquí hacen los mejores donuts del mundo.   Estamos sentados alrededor de una pequeña mesa redonda de la cafetería Green Coffee. Es muy curiosa, la mayoría de cosas aquí dentro se reciclan, como los vasos, es todo muy ecológico y verde. Las sillas son verdes oscuras, las mesas son verdes más claras, y las paredes son de diferentes tonos de verde. —Eh. ¿Qué te parece?   Le doy un gran mordisco al donut. —Creo que me quiero casar con quién los haga —paro un momento y me limpio el glaseado de los labios—. Sin duda quiero hacerlo.  Dustin se ha pedido un trozo de tarta de chocolate y nata y un café con hielo mientras que yo me he conformado con un donut y un café pequeño. No soy muy fan de la cafeína, sin embargo no soy persona hasta que no me hace efecto en el cuerpo. Con una risa que me parece per-fec-ta, Dustin se deja caer sobre el respaldo de la silla y se cruza de brazos.  —Te gustará saber antes que nada que el cocinero es Elliot Becher, un hombre de setenta y dos años felizmente casado con la dueña de la cafetería —me informa y bebe de su café—. Creo que tienen un hijo en Francia o por ahí.  Seguramente cualquiera pueda ver en mi cara lo sorprendida que estoy porque Dustin sepa todo eso de estas personas, pero a parte me parece algo súper adorable. Este es el Dustin Hicks del que estoy perdidamente enamorada, el Dustin que se queda a conocer personas y se interesa por ellas; no el Dustin que piensa con su entrepierna cuando está con sus amigos.  — ¿Cómo sabes todo eso? —curioseo.  Dustin me sonríe y se levanta poco a poco de la silla dejando unas monedas en el centro de la mesa.  —A mi madre le han entrado antojos de los donuts de aquí y vengo mucho últimamente. Antes no la conocía, pero ahora vengo algunas tardes con ella para que salga de casa y se coma todos los antojos que la den. Hace aproximadamente dos meses que no cenamos con los Hicks como hacíamos últimamente. Lo último que supe de la madre de Dustin es que estaba embarazada de cuatro meses y esperaba a otro niño.  Caminamos al coche en silencio, a unos pocos pasos de llegar le pregunto:  — ¿Te hace ilusión tener un hermanito?  Dustin se encoje de hombros y abre con el mando los seguros del coche.  —Creo que sí, ya no tengo diez años como para ponerme celoso de un nuevo integrante en la familia, pero es raro —deja de hablar hasta que nos subimos y arranca—. Ahora mi padre trabaja en la cocina y lo que era su despacho se ha convertido en una habitación naranja llena de juguetes de bebé y cosas por montar. —Una vez dijiste que querías un hermano —digo.  Dustin me mira unos segundos hasta que finalmente sonríe con una carcajada. — ¿A caso te quedas con todo lo que digo? —bromea, pero es así. Para mí todo lo que dice Dustin va a misa—. Y sí, quería un hermano cuando tenía ocho, nueve o con incluso trece años, pero no con veinte. Se creerán que es mi hijo.      Meneo la cabeza de lado a lado y enciendo la radio. Dustin la apaga y le lanzo una de mis miradas asesinas que según Allie, intimidan.   —No sería nada raro —murmuro.    —Para empezar, no me mires así —me señala la cara y me pincha en la mejilla con su dedo—. Y no soy ningún golfo, Lea.  —Golfo no es cómo yo te llamaría.  Bufo y vuelvo a encender la radio. Dustin la vuelve a apagar entre risas. —Estamos hablando, no pongas la radio —me dice girando en una rotonda—. No ignoro que me has llamado golfo, pero ahora te toca, ¿no te gustaría tener un hermano o hermana?  Antes sí, ahora me parece una locura si hubiera pasado.  —Creo que como no inventen algún tipo de conexión s****l on line, me quedo como estoy.  — ¿Cómo el Wifi o el Bluethooth?  Se me escapa una sonrisa y Dustin se ríe. Esta conversación es estúpida, pero me gusta que sea con él. Cuando empiecen las clases me ignorará como siempre. 
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