CLAYTON
No solía ser un hombre que se lamentara. Lamentarse era para quienes no sabían cómo resolver sus problemas, para aquellos que elegían regodearse en lo que no podían hacer en lugar de enfocarse en lo que sí podían. Ese no era yo, nunca lo había sido, y odiaba que, tras mi conversación con Millie, me hubiera reducido a deambular por mi casa, por mi propiedad, como un pobre diablo de una canción country.
—Al menos la vista es bonita —pensé mientras contemplaba el lago azul verdoso que centelleaba bajo el sol del mediodía. Elegí esta casa por la vista increíble, pero también porque, a diferencia de las otras casas alrededor del lago, había una buena media milla de distancia hasta el vecino más cercano. Eso me daba la privacidad y la tranquilidad que anhelaba cuando no estaba en algún
