Millie —¡Por Dios, muero de hambre! —me deslicé en el asiento junto a Andreina dentro de The Mayflower, plenamente consciente de que mi tardanza había sido notada y, sin duda, comentada—. ¿Ya pidieron? —Sabes que no —respondió Abigail con calma, usando ese tono refinado que empleaba cuando quería adormecer a alguien en una falsa sensación de seguridad—. No es propio de ti llegar tarde a la noche de chicas. Asentí y levanté el menú para ocultar mi vergüenza. No hacía ni un mes que había prometido a mis socias que mi trabajo no sufriría, que seguía tan comprometida con la empresa como siempre. Y era verdad. Excepto cuando no lo era. —Lo sé. Perdón. Me subí al coche para venir, cerré los ojos y desperté hace unos cinco minutos. Lo siento. Andreina soltó una carcajada que me hizo sentir e

