Andreina No era muy buena cocinando, pero ese hecho no me molestaba ni de lejos tanto como a mi mamá, que había pasado gran parte de mi vida en una encarnizada competencia culinaria con mi tía Elizabeth. Podía manejar lo básico, como toda buena chica sureña, lo que significaba que encontraba consuelo en picar cantidades generosas de la santa trinidad. Montones de cebolla, apio y pimientos cubrían mi encimera, además de suficiente ajo para salvarnos de todos los vampiros. Lavar, pelar y picar eran tareas mecánicas: un giro de muñeca y un poco de presión, que me permitían perderme en mis pensamientos, los cuales, inevitablemente, derivaban hacia Rhys y sus hermosos ojos azules. Su sonrisa traviesa. La manera en que se preocupaba tanto por Ricky, apareciendo para animarlo después del trabaj

