Rhys No podía creer que había logrado que Andreina aceptara ir a pescar. Con algo de ayuda de Abigail, ella había accedido fácilmente mientras pudiera cambiarse a algo más cómodo—palabras que evocaban algo pequeño y de encaje. La realidad no era ni pequeña ni de encaje, pero era igual de atractiva. Andreina en unos shorts de mezclilla cortos que mostraban sus torneadas piernas bronceadas era un tipo de tortura especial por sí sola. Pero la camiseta finísima que llevaba, caída sobre un hombro y mostrando el brasier de encaje color crema debajo, hacía que mis dedos picaran por tocarla otra vez. No estaba seguro si planeaba torturarme con su silencio, porque habíamos estado flotando en el agua durante los últimos quince minutos en completo silencio. Andreina se recostó en el bote, con gafas

