Rhys —Esto no parece tomárselo con calma, Alondra —dije, observando a la madre de Andreina luchando por abrir la puerta del supermercado, atrapada entre el obstáculo de su yeso y el carrito de compras sobredimensionado. Ella levantó la mirada hacia mí, sus ojos grises brillando con deleite y diversión mientras desechaba mis palabras con un gesto. —No soy de las que se dejan decir qué hacer, algo que, según he oído, tenemos en común. —Soltó una carcajada ante mi expresión atónita y negó con la cabeza, entrando por la puerta que le sostuve—. ¿Puedes dedicarme unos minutos para ayudar a una anciana? —No veo ninguna anciana por aquí, pero estoy feliz de ayudar a una amiga en apuros. Alondra rio de nuevo. —Cielos, el encanto te sale a raudales, ¿verdad? No tengo idea de cómo mi Andreina no

