—Pero mira nada más a quién tenemos aquí —dijo una voz que Airam casi reconocía, “tal vez de un sueño” pensó hasta que giró su cuerpo y puso la mirada con algo que más bien parecía salido de una pesadilla—, si es mi conciencia.
—¿Conciencia? —preguntó Airam, deteniendo su paso por ese camino de tierra que le llevaría a borde de carretera para poder tomar su autobús de regreso a la ciudad.
Los lunes no había quien le devolviera a la ciudad, por los trabajos de las personas de la comunidad, así que ella tomaba el autobús ese día.
» ¿Me estás siguiendo? —preguntó Airam sin saber si debía asustarse o si debía molestarse por la presencia de ese hombre.
—¿Por qué lo haría? —preguntó Fernando, feliz de encontrarse con esa joven con quien había compartido su cama días atrás—, esta es solo una feliz coincidencia.
—Ya te dije que no deberías hacer estas cosas —dijo, tras un suspiro, Airam al hombre que, desde que le habló por primera vez en aquella fiesta, había hecho evidente la coquetería con que se acercaba a ella.
—Y por eso digo que eres mi conciencia —señaló el hombre divertido—, por eso y porque no me sé tu nombre.
—¿No te lo sabes? Estoy segura de que me presenté contigo esa noche —aseguró la joven de cabello recogido y de apariencia nada destacable comparada con la imagen que Fernando tenía de ella por la última vez que se encontraron.
Y aun así había sido reconocida por el hombre que, al verla caminar frente a él por esa vereda que él recorría de vez en cuando, sintió la conocía.
—Estaba muy ebrio —recordó el hombre, sonriente—. ¿Qué haces acá? ¿De dónde vienes y a dónde vas?
—Voy a la carretera, para tomar el autobús y regresar a la ciudad —informó la chica sin pensarlo y, cuando se dio cuenta de que no necesitaba responderle nada a ese hombre, cambió de actitud—, de donde vengo no es su problema.
Fernando rio con ganas, esa actitud medio cortante le gustaba demasiado.
—Voy a la ciudad ahora mismo, si gustas puedo llevarte —ofreció el hombre cuyo carro había estado parado por un rato a media vereda, sin estorbar a nadie, pues era raro ver a alguien pasar por ahí.
—A usted le gustan los problemas, ¿verdad? —cuestionó la chica, que veía con asombro al hombre que parecía insistir en relacionarse con ella—; pero a mí no me gusta que me violenten por zorra, porque no lo soy, así que evitémosle disgustos a su esposa y problemas a nosotros mismos.
La carcajada de Fernando sacó de onda a Airam, que miró a ese hombre como si estuviera loco.
—No tengo una esposa —informó el hombre y Airam sintió que un enorme peso se le quitaba de encima.
Si con algo no podía la castaña eso era con la culpa, así que saber soltero a ese hombre le caía bastante bien a su conciencia.
» Y Fernanda no tiene una mamá —informó también Fernando—, solo somos ella y yo; así que puedes subir a mi auto sin miedo a que alguien te violente.
Airam negó con la cabeza. Aun cuando había decidido creer en ese hombre, todo por el bienestar de su conciencia, no quería ni necesitaba enredarse más con él.
—Gracias, pero no. Esperaré el camión —anunció la morena y comenzó a caminar de nuevo, igual que el carro que comenzó a ir a su paso mientras el hombre le insistía en que subiera al vehículo.
—Oh, vamos —pidió el insistente hombre a la renuente joven—. Sé que el camión tarda mucho en pasar. Además, es peligroso que estés a bordo de carretera tu sola. ¿Y si algún hombre malo se te insinúa?
—¿Así como lo está haciendo usted? —cuestionó la morena y el hombre volvió a reír con fuerza—. Además, si alguien me ofrece dinero por sexo probablemente acepte, este mes saldré muy corta con los gastos.
Lo último dicho había sido en son de broma, de esas en las que la verdad se asoma, y Fernando la convirtió en una oportunidad.
—Bien —dijo él—, entonces, ¿qué te parecen cincuenta dólares y el regreso a la ciudad?
Airam le miró indecisa. Su estómago había sido sacudido por su necesidad, así que reaccionó a la oferta de ese hombre aun cuando su conciencia le gritaba que era una mala idea.
—Que sean cien —pidió la joven, dándole al otro la excusa perfecta para negarse y a sí misma una razón válida para denigrarse de semejante manera en caso de que el hombre aceptara.
—De acuerdo —aceptó Fernando—, pero entonces tendrá que ser en el auto, porque iba a usar los otros cincuenta para el hotel.
Airam negó con la cabeza sonriendo con nerviosismo, pero su cerebro le gritaba con fuerza que necesitaba ese dinero y que no era tan malo, pues, al fin y al cabo, ella ya se había acostado con él sin conseguir nada más que mucho placer y un montón de culpa, así que esta vez sería mucho mejor.
—Bien —dijo la morena, cediendo a su necesidad más urgente: el dinero—, pero que quede claro que no soy prostituta. Esto es un caso muuuy especial.
Fernando asintió y, viendo a la morena rodear su auto para subir a su lado, sonrió emocionado.
Recordaba lo mucho que le había gustado esa chica, y con ese nerviosismo que incluso él sentía al estar por hacer algo no muy convencional, le gustaba un poco más.
La puerta del auto se cerró luego de que Airam subiera, y Fernando se arrancó por esa vereda desierta y avanzó un par de kilómetros, entonces entró por una brecha y se estacionó debajo de un árbol en esa enorme arboleda donde el viento susurraba al colarse entre las ramas de los árboles.
Airam sintió que su estómago daba un vuelco y una curiosa y medio incómoda sensación se instauró en su vientre bajo, además de que sintió cómo su corazón comenzaba a latir lento y fuerte, marcando el pesado respirar en el lento subir y bajar de su pecho, y adoleciéndole también.
Fernando la miró y se complació con la cara de susto que tenía esa chica que miraba a todos lados, como cerciorándose de que nadie los estaba viendo. Pero estaban completamente solos, al menos por ese momento.
—Vamos al asiento trasero —sugirió el hombre y Airam asintió, tomando una gran bocanada de aire para ganar valor y saliendo del auto para hacer lo que ese hombre sugería.
Ambos entraron al asiento trasero, cada uno por una puerta, y se encontraron en el centro, entonces Fernando tomó con delicadeza el rostro de la chica que seguía aterrada, aunque él estaba demasiado emocionado.
Fernando besó a Airam, cuya primera reacción fue un respingo por la sorpresa, pero, conforme profundizaron el beso, ella pareció relajarse un poco.
» Ven, siéntate sobre mí —pidió Fernando, recargándose por completo en el asiento, y la mujer a su lado hizo lo que él pidió: se subió a horcajadas, quedando frente a él, demasiado cerca y un poco incómoda por la postura.
» No necesitas estar tan nerviosa —aseguró el hombre, pero Airam tenía sus razones para no relajarse.
—Nunca había hecho algo como esto —informó la morena, con la voz bajita y entrecortada; y sin atreverse a sentarse sobre él.
Pero cuando el hombre comenzó a desabotonar su playera mientras continuaba besando su cuello, ella relajó sus piernas, apoyando su peso completo al sentarse en las rodillas del hombre que le acariciaba al colar sus manos entre su ropa.
Y así, en cuestión de minutos, ambos se olvidaron del mundo y se sumergieron en el placer que les nublaba la razón cada que sus pieles se rozaban y sus intimidades chocaban.
Fernando disfrutó de cada cosa que ocurría, incluso de los pequeños sobresaltos que tenía la chica, cada que un gemido se le escapaba, entonces se paralizaba mientras le miraba aterrada, preguntando con la mirada si alguien la habría escuchado.
Pero nadie, excepto Fernando, escuchó los murmullos de placer y esos dulces gemidos que la joven emitía, porque no había nadie a su alrededor, y tampoco lo habría.
Ellos habían llegado a propiedad privada, una que le pertenecía a ese hombre que disfrutaba por segunda vez del cuerpo de esa mujer y que, si hubiese conducido medio kilómetro más, habría llegado a una cabaña de descanso que también le pertenecía.
Airam tembló completa ante el clímax de esa experiencia, mientras sus músculos de todo el cuerpo se contraían compartiéndole el placer al hombre que la había hecho de nuevo su mujer, entonces sintió caer sobre su pecho al hombre hincado debajo de ella, y que, con su agitada respiración, solo logró decir wow.
Fernando sonrió, incorporándose. Y, a decir verdad, tenía todas las ganas de recargarse al respaldo del sillón, en que sabrá el cielo cuándo se había hincado o cuándo había recostado a la joven, deseando acurrucarse junto a ella, pero su teléfono, que continuaba sonando, le hizo volver en razón.
» Necesito responder —indicó el hombre acomodando su ropa para dejar el auto; y la joven, tras asentir, se incorporó también, acomodándose la ropa igual que él.
Fernando caminó un poco mientras hablaba por teléfono y Airam terminó de vestirse y se devolvió al asiento delantero, muriéndose de la vergüenza, pero sin poder arrepentirse de lo que había hecho recién.
Es decir, aun si el hombre no le pagaba, ella lo había pasado bastante bien, así que al menos relajada se sentía, eso sin contar que, gracias a él, por un rato se había olvidado de todo eso que le había mantenido con el estómago hecho un nudo desde el día anterior.
La morena recargó la cabeza en el respaldo de su asiento y, escuchando montón de aves desconocidas cantando, cerró los ojos por un momento hasta que la puerta del piloto, abriéndose, evitó que ella callera en un sueño profundo.
» El trabajo —informó Fernando, subiendo al auto también—. Pásame tu número de cuenta, te depositaré. Y también dame tu dirección, te llevaré a tu casa.
—No, está bien —dijo la joven, que sacaba su celular para poderle compartir los datos de su cuenta bancaria—, puedes dejarme donde sea, ya estando en la ciudad sola me las arreglo.
—Deja de negarte —pidió Fernando, sonriéndole coquetamente—, no te dejé en condiciones de arreglártelas sola. Acepta mi bondad.
Airam le miró contrariada, pero estaba de acuerdo con él en que sería incómodo subirse en cualquier autobús como estaba. Así que terminó por aceptar. Y así, tras un pago que a uno no le supo a nada y la otra sintió medio desagradable, ambos volvieron a esa ciudad que compartían y en la que se separarían otra vez hasta que el destino cruzara sus caminos de nuevo.