—¿Podemos hablar? —preguntó Airam a Fernando cuando él llegó por ellas a la escuela.
—¿Pasó algo? —preguntó Fernando, intrigado por la manera tan sospechosa en que hablaba la maestra de su hija.
—Sí —respondió la castaña, contrariada por lo que había ocurrido esa mañana con Fernanda—. Mafe tiene toda la mañana llamándome maestra. ¿Cómo la convenciste?
—Ah, eso —dijo Fernando, entendiendo lo que le intrigaba a esa mujer que ya tenía mucho tiempo intentando que, al menos en la escuela, la pequeña no le dijera mamá, siempre sin resultados.
» ¿Te acuerdas de que te dije que le iba a preguntar a la psicóloga? —cuestionó el hombre y la joven de cabello y ojos oscuros asintió—. Ella me dijo que, para que Fernanda me comprendiera, primero tenía que entenderla yo.
Airam miró al hombre, intrigada. Ella no tenía idea de cómo, lo que él contaba, respondería su duda; aun así, no dijo nada, solo siguió mirándole fijo y escuchándole en silencio.
» Ayer me di cuenta de que Fernanda estaba aferrada a decirte mamá porque siempre que le pedimos que no te dijera así le decíamos que no eras su mamá —explicó él.
Airam miró al hombre mucho más confundida. No entendía qué quería decir él con eso.
Ella no era su mamá, y le habían permitido llamarle de esa manera por no hacerla sufrir, pero la maestra al menos quería que en la escuela evitara llamarla de esa manera. Fernando interpretó la mirada de la joven maestra y, tras sonreír, siguió explicando.
» Ayer, mientras la escuchaba, entendí eso —continuó explicando el padre de la pequeña María Fernanda—, entendí que ella no quería aceptar que no eres su mamá, así que le dije que sí, que eras su mamá, pero que en la escuela te tenía que decir maestra, porque también eres su maestra.
—¿Y ya? ¿Eso era todo lo que ella necesitaba? —cuestionó Airam, incrédula.
La solución parecía en serio simple.
—Sí —respondió Fernando—, a mí también me parece una tontería, pero parece ser que de verdad le molestaba que le dijéramos que no eres su mamá.
Airam simplemente negó con la cabeza.
—Deberías casarte con esa psicóloga —sugirió Airam, sin pensar lo que decía—. La necesitamos siempre con nosotros.
—Pero yo quiero casarme contigo —replicó Fernando, haciendo lo que Airam no podía soportar de ambos Ruiz: un puchero—, y Fernanda te quiere a ti como mamá, no a ella.
—Pero a ella la necesitamos para entender y educar a esta mocosa —replicó la maestra.
—Por eso le seguiré pagando —informó Fernando—. Llevaré a Fernanda con ella toda la vida, si es necesario.
—Creo que sería más fácil si uno de nosotros dos estudia psicología —señaló la maestra—, porque no creo que sea sano ir al psicólogo para siempre.
—Pues entonces estudia psicología —sugirió Fernando, que tenía un rato viendo a Airam ir de aquí para allá, terminando de recoger todo para que, a la mañana siguiente, quien hiciera la limpieza del aula no tuviera muchas dificultades.
Airam miró al hombre fijamente, de nuevo, sus palabras habían despertado algo en ella.
Y es que, mientras su vida fue complicada, Airam no tuvo posibilidades ni de pensar en estudiar, y luego de que su vida se compuso un poco se dedicó a sentirse cómoda y a descansar, pero estudiar era algo con lo que había sí había soñado alguna vez.
» Si quieres —continuó hablando el hombre—, en la empresa tenemos un sistema de becas, solo que al final tendrás que trabajar con nosotros.
—Estudios pagados y trabajo seguro al finalizar, eso suena casi como un sueño —señaló Airam, que seguía embobada con la posibilidad de estudiar. Pero pronto se le pasó el encanto, pues creía conocer bien al hombre que parecía estar queriéndole lavar el coco—. ¿De verdad existe ese sistema o te lo estás inventando para atraparme un poco más?
—Sí, existe —aseguró Fernando, sonriendo, un poco avergonzado de que la joven le pensara como un embaucador que haría todo solo por ella, aunque eso fuera lo que él era—. Este sistema es solo para nuestros empleados, para que suban de puesto.
» Si tengo alguien en la granja que aprende pronto de maquinarias, le pagamos para que estudie alguna ingeniería y pueda ser supervisor y mejorar el área; si hay algún auxiliar veterinario que muestre habilidades para el cuidado de la salud de los animales se le paga para que estudie veterinaria y tengamos personal más capacitado —explicó el hombre.
» Incluso pagamos por especializaciones y maestrías de nuestros empleados —dijo—, aunque, como ya te mencioné, no es gratis, es por un contrato de trabajo por cierto tiempo para que desquiten la inversión.
» Tú también eres empleada de la Agromiliar —recordó Fernando a la joven—, si de verdad te interesa estudiar psicología solo tienes que decirlo, aunque tu especialización rigurosa será en recursos humanos, pero también puedes estudiar psicología infantil... todo depende de ti.
—De verdad suena muy tentador —soltó Airam, que veía tremendas posibilidades para su crecimiento personal y profesional.
Sin embargo, ella no terminaba de creerse tanta belleza, aunque ese hombre aún pareciera su hada madrina.
—¡Ya sé! —hizo Fernando, poniéndose en pie, sorprendiendo a la mujer que parecía estar inmersa en sus pensamientos a pesar de estar metiendo sus cosas en su mochila—. La empresa te pagará la especialidad en recursos humanos, y trabajarás para nosotros, y yo pagaré la especialidad en psicología infantil, y te casarás conmigo.
—O podría pagar la especialidad en infantil con mi sueldo luego de que entre a trabajar en tu empresa —resolvió Airam, sonriendo burlonamente.
—Tsch... Necesitamos hacerte un contrato especial, para que no te alcance para pagarte esa especialidad y así te cases conmigo —farfulló el hombre, poniendo cara seria y su mano en su barbilla, como villano de caricatura.
Airam rio.
—No hace falta que me sobornes para casarme contigo —dijo Airam, recargándose a su escritorio y sosteniéndose de la orilla de la mesa—, porque no planeo hacerlo nunca.
—Airam...
—Pero —interrumpió la joven—, podemos ser novios paras siempre, si no cambias de opinión.
Fernando sonrió, emocionado, y se encaminó para abrazar a la mujer que le estaba haciendo tan feliz.
Airam le permitió abrazarla, al menos hasta que recordó en dónde estaban, entonces lo empujó para separarse de él y a él no le quedó más remedio que morderse los labios para contener su emoción.
**
—Podrías irte a vivir con nosotros —sugirió Fernando, cuando volvían a la ciudad luego de que el día escolar terminara.
—¿Tú también? —preguntó Airam en un tono que denotaba su cansancio por la insistencia de ese par en hacerla parte permanente en su vida—. Si te digo que son tal para cual. Se nota a leguas que esa es tu hija.
Fernando sonrió.
—No me digas que me ganó —pidió el hombre, divertido, mirando por el retrovisor a su hija que sonreía de oreja a oreja.
—Sí, te gané —anunció la chiquilla—, pero mamá dijo que no.
Airam, al escuchar cómo esa niña de nuevo le llamaba mamá, sintió como si un enorme peso, que ni siquiera era consciente de que cargaba, se desvanecía tan rápido que no pudo evitar sentirse aliviada.
De hecho, toda la mañana, mientras la niña no paraba de llamarla maestra, una parte de sí se sentía preocupada de que eso, que estaba esperando ocurriera, al fin hubiera pasado, entonces descubrió que le dolería más de lo que pensaba la separación de ellos y decidió que, si tenía la oportunidad, la tomaría para estar tanto tiempo como fuera posible siendo parte de su familia.
—Como sea —soltó el hombre que conducía, haciéndole gestos a su hija por ese retrovisor por el que se veían mucho últimamente.
Tal parecía que él la cargaba consigo a todos lados.
» Vas a decir que estoy loco —dijo Fernando para la mujer sentada a su lado—, pero creo que Fernanda se parece más a ti que a mí, sobre todo físicamente.
Airam giró la cabeza y miró fijo a la niña que le miraba fijo también, entonces ambas sonrieron al mismo tiempo y el mismo hoyuelo apareció en una de las mejillas de ambas.
—¡Si nos parecemos! —exclamó Fernanda demasiado feliz—. Se te hizo mi hoyuelo, y tenemos el cabello igual...
—Y la nariz, y las cejas, también la boca —completó Fernando—, solo tienes mi color de ojos, el resto eres completamente Airam.
—Estás loco —dijo la joven maestra—, no nos parecemos en nada.
—¡Si nos parecemos! —volvió a gritar Fernanda, pero esta vez enfadada, provocando que los adultos suspiraran al mismo tiempo.
—Pues tendremos que preguntarles a los demás —sugirió Airam, que sabía que los rasgos de los niños eran genéricos en cierta edad.
Aunque no sabía exactamente cuál edad era esa, ella no podía aceptar como si nada que esa niña, que se empeñaba en ser su hija, se pareciera a ella tal como Fernando y Fernanda decían.