CAPÍTULO 7

1876 Words
—Lo lamento mucho —se disculpó Airam que, tras hacer su reporte bimestral al padre de su nueva alumna, comentaba la última situación presentada por la pequeña, una que no podía controlar—, no logro que deje de decirme mamá. —No te preocupes —pidió el hombre un tanto divertido por la consternación de la joven maestra—, a mí no me molesta para nada. —Debería hacerlo —señaló la castaña, disgustada por la actitud despreocupada de ese padre de familia con el que tampoco podía hacer mucho—. No soy la madre de la niña, no debería llamarme así. —Pero podrías serlo si quisieras —comentó Fernando, alzando ambas cejas de manera coqueta, logrando únicamente que la maestra de su hija interpretara que él se burlaba de ella, otra vez. Y es que era así, todas las insinuaciones del hombre terminaban siendo únicamente una broma del hombre para Airam, quien no creía que en realidad el otro tenía un interés verdadero en ella. —Ya, por favor, Fernando —pidió suplicante la joven maestra—. De verdad no es normal que lo haga, mucho menos cuando no paro de pedirle que no me llame así. Sabes, tengo la ligera sospecha de que esto es más tu culpa que la de ella. —¿Me descubriste? —cuestionó sonriendo el mencionado y Airam resopló con cansancio, invitando a Fernando a ponerse serio al fin—. Solo quiero que te acostumbres a nuestra cercanía, para que, cuando te alejes un poco de nosotros, te des cuenta de lo mucho que te hacemos falta y vuelvas a nosotros, porque, aunque no me lo creas, quiero que seas mi esposa y la madre de mi hija. —Eso no puede ser —alegó la maestra, cansada de la misma cantaleta—. No soy mujer para ti, además, no quiero ser madre. Me gusta no tener responsabilidades que caminan, hablan y requieren apoyo para casi todo. —Sigo sin entender que no quieras ser mamá —soltó el hombre con quien esa joven ya había tratado montón de veces el tema—. ¿No es que todas las mujeres tienen un instinto maternal? —Esto segura de que el instinto materno no viene en todas las mujeres, así que deja de generalizar —pidió Airam más seria que nunca—. Todas somos únicas, nos gusta lo que nos gusta y no nos gusta lo que no nos gusta, a todas, sí, pero esas cosas que nos gustan, o no, son diferentes para cada una. Ser madre no es algo que yo quiera ser, mucho menos hacer. —Y, si no te gustan los niños, ¿por qué eres maestra de preescolar? —preguntó Fernando lo que no le terminaba de cuadrar con Airam. —Nunca dije que no me gustaran los niños —señaló enfáticamente la castaña, que en realidad disfrutaba mucho de todo lo que hacía con ese hombre, incluyendo hablar de absolutamente todo; pero que no quería ninguna responsabilidad extra, mucho menos si lo único que conseguiría de él sería sufrimiento, porque estaba segura de que una relación de diferentes clases sociales era difícil y dolorosa, mucho más para la clase baja—. Solo no quiero un niño de veinticuatro siete. Me gustan los niños que puedo regresar después de tres horas conmigo. —Le voy a tener que decir a Fernanda que no la quieres —informó el hombre, burlándose ahora sí de ella. —¿De qué estás hablando? —preguntó Airam contrariada por semejante comentario—. Claro que la quiero, ¿por qué le dirías que no? —Porque dijiste que solo te gustaban los que regresabas después de tres horas —señaló el hombre—, y con Fernanda pasas como cinco horas al día. —Cuando bien me va —soltó a modo de reclamo la mujer—, porque parece que se te está haciendo costumbre dejármela encargada por las tardes. —Sí, hablando de eso... ¿Podrías? —¡No! —respondió Airam, que no necesitaba que el hombre completara la frase, pues tenía claro lo que él quería. Fernando rio a carcajadas, luego negó con la cabeza y se puso en pie junto a la maestra de su hija que iría a guardar el expediente educativo de María Fernanda y tomar sus cosas para salir del lugar junto a ese hombre que la devolvería a su ciudad. ** —Me quiero quedar con mamá —señaló María Fernanda y la mencionada sintió que el aire se agolpaba en sus pulmones. No es que le molestara tenerla consigo, sino que esa pequeña se estaba tornando peligrosamente cercana a ella, y Airam estaba segura de que no tardaría mucho en amarla al punto de aferrarse a ella, tal como el hombre decía; y eso era algo que no quería. —Airam tiene cosas qué hacer —respondió Fernando, pretendiendo salvar a la maestra de lastimar a esa pequeña tan dependiente de ella que había dado un cambio radical en los dos meses que tenía a su lado. —Puedo ir con ella —insistió la pequeña en un tono que ambos conocían bien, y que a los dos adultos les daba dolor de cabeza. —Lo lamento, Mafe —dijo Airam, que, para no confundir a esta María Fernanda con una que ya tenía en su salón, y a la que todos llamaban Marifer, le había comenzado a llamar así—. Tengo que hacer muchas cosas, te cansarías y aburrirías, además de que no podría vigilarte bien. Que sea otro día, ¿sí? —¡No! —gritó María Fernanda, comenzando a patear el asiento de su padre—. ¡Quiero ir contigo! ¡Llévame contigo! Fernando rodó los ojos, Airam se lo pensó un poco y sus intenciones de ceder fueron tan claras que el hombre debió intervenir negando con la cabeza para que la otra no cambiara de opinión y se fuera sin ella. —Lo siento —repitió la maestra y se fue sintiendo cómo se le revolvían todas las tripas, escuchando con pena el tremendo berrinche que hacía la pequeña en el auto. De alguna manera sintió que era así como se sentían esos padres que dejaban a sus hijos por primera vez en el jardín cuando se quedaban llorando: con ganas de llevárselos consigo. —Basta, Fernanda —ordenó Fernando en un tono autoritario, seco y fuerte—. No puedes ir con ella hoy, y nada de lo que hagas lo va a cambiar. Pero, sigo de buen humor, y si eso cambia te llevarás un buen castigo. —¡No te quiero! ¡Eres feo! ¡Quiero a mi mamá! ¡Mamáaaa! —gritó la pequeña aun pateando la parte trasera del asiento de su padre, quien se obligó a respirar profundo y condujo ignorando a su pequeña latosa hija. Airam en sus vidas había tenido reacciones opuestas: Fernando se había convertido en un buen padre, interesado en el bienestar integral de su hija y que demostraba cuanto la amaba; en cambio, Fernanda se había tornado mimada y berrinchuda, de alguna manera se sentía como que ahora que tenía dos padres, dispuestos a darle su total atención, la solicitaba por cualquier medio. La psicóloga que había comenzado a ver a la niña había dicho que eso estaba bien, porque María Fernanda había descubierto que podía expresar sus deseos abiertamente, lo que seguía era corregir la manera en que lo hacía, pero eso les tomaría tiempo y requerirían mucha paciencia para lograrlo. Afortunadamente, los dos más afectados por la nueva actitud de la pequeña le tenían mucha paciencia, y también la querían demasiado, así que la atendían casi siempre con amor, aunque a veces tuvieran ganas de bajarla a bordo de carretera y dejarla ahí hasta el día siguiente que volvieran a pasar por el lugar. En el camino a casa, María Fernanda se había quedado dormida luego de mucho llorar, y por ello dejaba escapar suspiros mientras su padre la llevaba en brazos hacia su habitación, cosa que no pasó desapercibida por Josefina, que estaba esperando a Fernando en su hogar. —¿Ahora qué pasó? —preguntó la hermana mayor de ese hombre que subía las escaleras a la segunda planta, sin detenerse a hablar con ella, a pesar de haberla visto sentada en su sala—. ¿Qué le hiciste? —Nada —aseguró el hombre—, y como ahora llora hasta por eso, pues por eso lloró hasta dormirse. —Sabía que no le haría ningún bien ese cambio drástico que hiciste por esa mujer —renegó la falsa rubia, siguiendo los pasos de su hermano—. Esa mujer le hizo mucho daño a mi Marifer. ¿Sabes que ahora dice que no se llama Marifer? Ahora es Mafe, según ella, porque así le puso su mamá. ¿Por qué la dejas decirle mamá a esa mujer? —Porque no podemos hacer que deje de decirlo —respondió el cuestionado quien, en realidad, no alentaba a la pequeña a llamar a Airam de esa manera, y que incluso de vez en cuando la corregía solo logrando molestar a la pequeña y obteniendo tremendos berrinches—, y porque no me molesta. Al fin y al cabo, quiero que ella sea su mamá. —Aunque ella no parece querer serlo, ¿me equivoco? La pregunta de su hermana mayor hizo suspirar a Fernando, pues la rubia no intuía nada mal. —Dice que no quiere responsabilidades de las que caminan, hablan y no sé qué más..., además, tiene una idea rara. Airam cree que, porque somos de diferentes estatus económicos, las cosas no funcionarían entre nosotros —explicó Fernando Ruiz. —Pues no creo que sea muy raro —declaró Josefina—, de hecho, es muy normal que pase. La educación condiciona mucho la conducta, y ella ni siquiera tiene un título universitario, además de que no sabemos qué clase de personas hay en su familia. ¿Qué sabes de ellos y lo que le hayan enseñado? —Josefina —farfulló Fernando en un tono tan molesto que la mencionada dio un respingo—, Airam es una adulta, una gran maestra a pesar de no tener el grado universitario y es muy educada. Pero, supongo que, si hay muchos ricos como tú en la calle, tiene válidas razones para creer que no puede ser mi esposa como quiero, porque la van a tratar mal los ricos por ser pobre. —En ningún momento quise decir eso... —Pues entonces deberías elegir cuidadosamente tus palabras antes de soltarlas —advirtió el hombre—, para que no se malinterpreten tan fácilmente. Porque, como dice Airam, no porque de eso tengamos lleno el corazón, lo vamos a dejar salir a hacer daño a otros. Josefina se sintió apenada, incluso nació en ella la necesidad de disculparse con una mujer que no había querido conocer porque no creía que fuera la apropiada para ser compañera de su hermano y madre de su sobrina. Pero no por su estatus socioeconómico, sino porque lo poco que sabía de ella era razón suficiente para que no le gustara.
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