Hallé el saco que contenía todas mis cosas. Segura que me reuniría con él, lo cargué en brazos dirigiéndome a la entrada de la casa. La pequeña sala estaba vacía, dejé el saco sobre una de las sillas; me senté al lado esperándole. Pero, luego de un rato, claramente distinguí el galope de varios caballos acercándose. Me sacudió la misma sensación de horror que sentí en la plaza. Sigilosamente, Jon se asomó desde el umbral de la habitación contigua. Al mirarme fijamente, acercó uno de sus dedos a sus labios en señal evidente de no hacer ruido. Me quedé paralizada y en estricto silencio, a hurtadillas llegó a mí. — ¿Princesa, tiene todo lo necesario? —Susurró dulcemente, acercando sus labios a mi oreja. Me estremecí. Los latidos de mi corazón se aceleraron. —Sí, Jon.

