― ¿Ana, sabe dónde está Jon?
―No, no lo sé.
―Sabe, encontré unos hermosos garañones junto al cercado. ¡Qué suertudo soy! ¿No cree?
Salí de mi introspección. Sujeté la canasta para mirarlo.
― ¿Qué encontró que?
Mi enfado se asentó al notar su rostro alegre.
―Unos caballos ―Respondió con una sonrisa amable.
―Ah, eso. No le escuché muy bien ―Agregué, ocultando mi ignorancia.
―Bueno, veré si está allá― Respondió señalando al frente con una mirada alegre.
Mostré una expresión cordial. Se alejó hacia donde me había dicho, brincó el cercado y se alejó de mi vista hasta que no pude verle más.
Con disimulo atisbé todo lo que había afuera. No podía creer que sostuviera la tonta canasta. Me encaminé a un huertecillo que sobresalía al lado del granero. Del otro extremo vi la granja, de inmediato llegó el fétido olor de establo a mi nariz. El suelo a partir de allí era fangoso.
Tomé aliento para poner mis pies sobre todo ese lodo, miré por fin unos gallineros junto al establo. Caminé despacio hasta acercarme a los corrales. Muchas gallinas cacareaban al notar que me aproximaba. Me incliné divisando varios huevos, estiré la mano para atraparlos, pero una de las gallinas me enterró el pico en los dedos. Noté que en la herida la sangre brotaba.
Gruñí arrojando lo más lejos que pude de mí la canasta. Bramando me aparté de los gallineros. Doblé por la esquina del granero, pero di a otro lado, muy cerca a la barda. Tras un árbol frutal, miré a Jon en compañía de Joaquín. Él permanecía trepado en un caballo n***o parchado con blanco. Para mi sorpresa claramente escuché lo que hablaban.
― ¿En dónde aprendiste eso, jamás había visto algo parecido en tan poco tiempo? ― Exclamó con evidente estupor.
Jon mostró una sonrisa apeándose del caballo, le entregó en manos una fusta.
―Ten. Ya puedes treparte, pero no intentes lastimarlo y créeme responderá del mismo modo.
Joaquín se la recibió. Acarició el pelaje del animal por el lomo. Antes de darme la vuelta, Jon se percató de mi presencia; no me dio tiempo a nada, su mirada fruncida se fijó en donde estaba. Llegó ante mí, después de avanzar un par de pasos.
―Debería estar adentro.
― ¿Disculpe?
―Deje de llamar la atención. Si sigue comportándose así, me forzará a actuar de otro modo.
― ¡Atrevido! A mí nadie me amenaza es más se lo prohíbo.
Su semblante siguió sereno, aunque sus ojos añil infundían la sinceridad en su advertencia. La manera en que la luz del sol le daba justo al rostro, lo hacía lucir encantador. Me distraje contemplándole.
―Si sigue empeñada en esa actitud pertinaz me obligará a hacer algo que no le va a gustar.
Su tenacidad ostensible me mantuvo recalcitrante. No obstante, muy en el fondo no deseaba seguir discutiendo con él. Sonreí mordazmente para reforzar mi postura recia.
― ¿Quién se cree? Le recuerdo que no es nadie, aunque argumente que mi padre lo ha enviado.
Lo hice de modo amenazante para desafiarle, pero ciertamente sólo quería no parecer tan débil ante su firmeza.
― ¿Interrumpo?
Su voz nos hizo volver a ambos de nuestra discusión. Inés llegó en el momento en que Jon me iba a contestar. Una vez más su presencia me pareció incómodamente inoportuna.
―No señorita ―Contestó Jon, desviando la mirada.
―Jon necesito de su ayuda con algo en el granero.
―Por supuesto, la acompaño.
Su mirada aguda me enfocó, dándome a entender que nuestra conversación seguiría. Inés lo tomó del brazo, me sonrió burlonamente en cuanto Jon se volvió al frente. Le clavé la mirada muy enfadada sin poder apartarla de su mano que se acurrucaba en el brazo de Jon.
― ¿Sabe montar a caballo?
Estaba tan enfurecida que no me percaté que Joaquín estaba junto a mí.
―Un poco ―Respondí algo aturdida, sin dejar de mirarles.
―Jon es asombroso, me imagino que él le enseñó.
Me volví a él ceñuda, sin pensar contesté de inmediato:
― ¡Por supuesto que no! Fue mi padre.
Mi respuesta arrebatada pinchó mi suficiencia. Olvidé analizar que mi padre no era el de Jon. Me volví a él espantada. Parecía perplejo.
―Lo siento, es que…
Me sobé la cabeza, temiendo que sospechará algo en mi imprudente contestación.
― ¿Qué le pasó? ― Preguntó, manteniendo el gesto asombrado al mirarme.
―Nada, le aseguro que no pasa nada.
Su rostro quedó en completa seriedad, súbitamente.
―Creo que debemos ir adentro ―lo negué con la cabeza ―Su mano está herida.
Respiré, relajándome. Comprendí que no había nada que temer, se refería a lo que la gallina me había hecho.
―Oh, es cierto lo había olvidado por completo.
Bajé mi mano viéndome la herida en uno de mis dedos, no recordaba nada, al mirarla volví a sentir dolor.
Sujetó con delicadeza mi brazo. Me guío a la cocina como si la herida estuviera en mis piernas. Me ayudó a tomar asiento mientras de un cesto tomaba trozos de tela. Al lado del fogón tomó una botella grande, untó un retazo con lo que el envase contenía. Con gentileza sujetó mi mano, asomando la tela a mi dedo.
―Despreocúpese, no le dolerá.
Con dedicación y paciencia la dejó libre de suciedad y sangre. Ante su amabilidad, le dediqué una tímida sonrisa.
―Sabe, nunca habríamos imaginado que Jon tuviera una hermana, siempre creímos que no tenía familia.
Mi expresión se quedó en blanco mientras buscaba una respuesta.
―Es… una larga historia.
Contesté con lo primero que se me vino a la cabeza.
―Sí ya lo imagino, pero sin importar como pasó, que bien que Jon esté cuidándola.
Desde que había dejado mi hogar, eran las palabras más agradables que había escuchado. Sus ojos claros quedaron fijos en los míos, revelando profuso deleite.
―Gracias, creo que me siento mejor ―Expresé con intención de interrumpir lo que sea que estuviera pasando por su mente, rápidamente aparté mi mano.
― ¿Qué ocurrió? ―Preguntó Jon, entrando a grandes pasos.
Di gracias al cielo, pero muy interiormente.
―Nada ―Contesté con seriedad, poniéndome de pie de inmediato.
―Joaquín te lo agradezco mucho, yo me encargo.
―De acuerdo, Jon ―Respondió Joaquín devolviéndome la sonrisa mientras salía de la cocina. Jon se paró frente a mí, observándome fijamente.
― ¿Se siente bien?
Me asombró su pregunta afable, pero suprimí cualquier expresión que lo admitiera.
―No es necesaria su repentina gentileza.
―Veo que ciertamente es una niñita caprichosa que no le gusta pedir indicaciones ni ayuda.
Me encolerizó su comentario roñoso.
―No le permito que un criado me cuestione, menos que me diga que hacer.
―Sólo recuerde esto: lo único que le puede ayudar a regresar a su vida en la realeza es que colabore.
Su rostro se volvió impávido, se dio la vuelta yendo hacia el umbral. No pude oponer ninguna otra objeción.
―Además esa herida no es para tanto ―Voceó con frialdad, marchándose.
― ¡Desvergonzado! Ya verá… ― Increpé, furibunda.
Me ignoró por completo. Se le estaba haciendo costumbre dejarme con una sarta de frases pendiente por decirle. Daba de bufidos ante la impotencia. Volví a la habitación, pero al intentar abrir arrebatadamente la puerta arrastré el dedo herido sobre el picaporte, lo cual me dolió mucho. Hacía rabietas totalmente irritada.
― ¿Se encuentra bien?
Su tono de voz suave descubría una honda y sincera preocupación.
―Sí― Le respondí a secas. ― ¿Escuchó lo que discutimos Jon y yo?
No me volví para verlo, seguí cabizbaja.
―No, vi que Jon, iba hacia la granja muy pensativo, por eso quería saber si se sentía bien.
―Sí, me siento bien ―Confesé, respirando profundamente.
―Sabe, fue un feo incidente. Pensaba si quizá, ¿me acompañaba a pastar el ganado? Bueno será sólo si usted lo quiere.
Me lo había pedido de una manera tan dulce que, a pesar de mi enojo y la enorme molestia de servir, no pude negarme.
―Está bien, permítame ponerme algo.
―Sí, por supuesto, la espero.
Ingresé a la habitación, tomé mi capa colocándomela rápidamente. A fuera él aguardaba. Me asomé un poco apenada.
― Señorita Ana ¿en verdad no le duele?
―No, descuide. De verdad me siento bien.
―Me tranquiliza saberlo, se lo digo porque tardaremos un poco. Pasaré a la cocina por algo. Permítame.
Me quedé en el patio, mirando que rápidamente envolvía algo en una manta. Con esmero lo guardó en un pequeño bolso de cuero que mantenía sujetó al pecho por un cordón.
―Bien, vamos por el ganado.
Me dirigió a los establos. No permitió que me acercara al fango.
―Por favor, espéreme aquí, yo me encargo del resto.
Asentí con la cabeza, me quedé de pie al lado del huerto él entró y al rato, de allí salieron varias vacas, me quedé petrificada con deseos de salir corriendo; eran animales grotescos y muy pesados. Posteriormente se asomó él tras ellas.
―Tranquila Ana, no le harán daño ―Me animó amablemente sonriendo.
En su deseo de mantenerme calmada, no se dio cuenta que una de las vacas venía detrás, pasó a su lado, pero aun así lo empujó, no pude contener la risa en cuanto aterrizó al suelo, por suerte no fue sobre el fango. Me vio dulcemente soltando una carcajada.
― ¡Usualmente son mis pies los que tocan el suelo, no mi cara!
Torpemente logró ponerse de pie, yo aún reía. Se aproximó a mí sacudiéndose los pantalones.
―No muy lejos de aquí hay un prado donde podremos dejarlas pastar. Será una caminata larga, pero le prometo que al llegar tendremos una de las vistas más bellas.
Con dulzura me sujetó del brazo, no pude hacer nada al respecto. Caminamos entre todas hasta llegar al frente.
De un extremo del cercado desdobló un alambre, una puertecilla cedió. El ganado caminó por la estrecha abertura al otro lado. Tal como me lo dijo, tuvimos una larga caminata, capitaneó al ganado a una amplia y hermosa pradera.
Tenía razón, quedé anonadada mirando hacia el cielo. Nos detuvimos al lado de una gran roca que destacaba ante una arboleda. Al frente contemplaba la verde planicie y el montón de vacas.
― ¿Jon le contó de nosotros? Ya sabe, de Inés, la abuela y de mí―Mencionó.
Mi atención seguía fijada hacia la hermosa vista, me volví a él pensativa.
Se acomodó sobre el suelo a mi lado. Del pequeño bolso sacó lo que había acomodado con tanto esmero, al desdoblar la manta observé trozos de pan, los cuales olían exquisito.
―En realidad, no mucho ―Mencioné sentándome sobre la roca, relajando la mirada.
Sacó varios y me ofreció el más grande. El aroma dulce me encantó. Se lo recibí y no pude resistirme a comerlo; sabía delicioso.
Esperó que lo comiera para volver a hablar.
―Es curioso, pero siempre pensé que no volveríamos a verlo. Además, a mi parecer se ve idéntico, y ya pasaron muchos años…
Nuevamente no pude evitar sentirme desconcertada, no supe que decirle.
―Señorita Ana, me gustaría que Jon permitiera que fuéramos a la plaza, sabe, en unos días se celebrará el día de gracias al Príncipe.
― ¿Gracias al Príncipe? ―Repetí, confundida.
―Sí, sin importar lo que pase, siempre se celebra. La leyenda cuenta que, gracias al Príncipe, estas tierras fueron liberadas de brujas y espíritus malignos. También dio estas tierras a mis ancestros con lo necesario para sus familias, bueno, fue así hasta que él murió. Por esta noche todos nos unimos en oración a Dios, y compartimos con todos, hay baile y mucha comida. Jon solía llevarnos de niños, era muy divertido.
Indudablemente Joaquín se las arreglaba muy bien para simpatizarme. Sin embargo, me dejó muy ensimismada lo que dijo.
―Suena entretenido…
―Creo que sería bueno que fueramos juntos, es decir, que nos acompañara.
Con gesto ausente, sólo pude mostrar una sonrisa tímida. Él sonrió también, pero su atención se fijó hacia donde estaba el ganado; emprendió una carrerilla a toda marcha. Comprendí al verlo que evitaba que varias de las vacas se alejaran de donde estaban todas las demás.
Respiré profundamente, notando a mi derredor la perfecta tranquilidad. Joaquín siguió entretenido con el ganado mientras continué animada contemplando la hermosa vista.
De pronto tuve el deseo de pasear un rato sin alejarme mucho. Inicié mi paseo yendo en dirección a la arboleda.
Me entretuve mirando varios arbustos con diversidad de flores, pero llamaron mi atención unas en forma de campanilla, blancas como el algodón. En los tallos no muy altos, sobresalían de otra planta; hojas lobuladas como abanico, en su parte más alta hermosas flores naranjas. Había también frutos recubiertos por pequeñas espinas de un color pardo; unas eran más naranjas que el resto. Asomé mis dedos a una que parecía ser la más grande.
―Si yo fuera usted, no haría eso.
Me estremecí de pies a cabeza. Miré a Jon a mi lado, parecía divertirle mi cara descompuesta por el desconcierto.
― ¿Cómo llegó?
―Caminando.
―No me refiero a eso sino a que hace aquí….
―Evito que se pinche con una de esas espinas. Si eso pasa, tendría que cortarle los dedos para que el veneno no la mate.
Imaginar mis dedos cortados, me provocó nauseas. Todo giró de pronto a mi alrededor, alejé mis manos de esa planta asesina.
― ¡Dios mío, no tenía idea!
Apretó los labios, observándome fijamente.
― ¿Jon? No te vi llegar― Inquirió otra voz masculina.
―Llegué hace un momento ―Contestó Jon con completa serenidad.
―Ana, ¿se siente bien?
La pregunta de Joaquín sonó angustiada, miré su rostro atormentado.
―Sí― Contesté con cierta dificultad.
Apretaba los ojos, respirando lo más hondo que podía.
―Descuida, está bien. Está muy acostumbrada a estar conmigo, que cuando no me ve por mucho, se inquieta ―Intervino Jon amablemente, le clavé la vista algo ceñuda.
―Comprendo.
Joaquín me echó la mirada sosteniendo en sus gestos aún la preocupación. No parecía muy satisfecho con la contestación de Jon.
―Estoy bien, Joaquín. En serio, no es nada.
Su rostro se relajó un poco al oírme hablar. Pero al mirar al frente una vez más emprendió una carrera. Al seguirle con la vista, noté que se dirigía hacia una de las vacas que se había alejado considerablemente del resto. Respirar profundamente me funcionó, me sentía mucho más estable. Me volví a Jon todavía tensa.
― ¿Por qué le dijo eso?
―Porque está pálida. No la conoce, no sabe la verdad.
Fruncí el ceño, desconcertada.
― ¿La verdad?
―La única creo. Es una niña malcriada que estaba a punto de no tener dedos.
Consiguió su frase mal intencionada hacerme reír, pero al hacerlo noté cierta resequedad en mis labios.
―Entonces, eso lo convierte en mi niñera.
Contuvo en sus labios una sonrisa, las comisuras de sus labios se juntaron.
―No, princesa. La protejo, es muy distinto ser su niñera. No sea tan curiosa, ya ve que puede costarle unos dedos quizá a la próxima sea el brazo― Agregó haciendo una mueca arqueando una de sus cejas al decirlo.
― ¡Dios mío suficiente, no diga más eso!
Por fin una sonrisa maléfica se dejó entrever con soltura en sus labios.
Se alejó de mí yendo hacía Joaquín. En sus hombros sostenía un saco tejido, uno como en los que en la cocina del castillo tenían patatas. Me senté sobre la hierba, sin poder apartar mi vista de él.
Se quedó al lado de Joaquín, en momentos escuchaba las carcajadas del chico pelirrojo, Jon decía cosas mientras él no paraba de reír. No entendí nada, pero me sentí contagiada por un sentimiento alegre. De pronto los vi encaminarse más lejos, entretenidos en una conversación.
A solas con la naturaleza, mis pensamientos irrumpieron en la completa calma. Vinieron a mi mente varios de los sucesos que presencié al lado de Jon cuando dejamos el castillo; hechos que quizá bajo el manto del horror y el miedo me dejaron contemplar lo insólito. Censuré cada idea absurda que afloró en mi mente al aceptar que Jon no podía ser un hombre con solamente buenas habilidades, su audacia temeraria me convencía de algo más profundo y sombrío.
―Creo que ya podemos volver ―Avisó Joaquín.
Los miré muy cerca de mí, pero mi vista se encontró con los ojos azules de Jon. Aunque no quise, quedé colgada en su mirar. Incliné la mirada, retomando aliento mientras me ponía de pie; en mi interior apreciaba la misma energía del sol recorrerme.
Marché a su lado de regreso. Emprendimos caminata de vuelta a la casa sin que nadie mencionara nada. Joaquín se mantuvo en todo el camino guiando al ganado. Me pareció mucho más largo el camino de regreso; quizá por estar tan nerviosa e ir conscientemente al lado de Jon, mientras examinaba mis pensamientos.
Nos detuvimos junto al cercado. Joaquín abrió la puertecilla dejando que pasara el ganado.
― ¡Qué día tan bello! ¿No lo crees, Jon? ―Exclamó Joaquín, suspirando mientras le echaba un vistazo al cielo.
―Muy bello ―Respondió.
Mi atención estaba fijada en él de tal modo que cuando su vista se posó en mí al contestar, no pude más que seguir contemplándole.
―No te preocupes Joaquín, necesito que Ana me ayude con algo, me quedo con ella. En seguida vamos.
―Bien.
Jon cerró la puertecilla, fue el último en pasar. Joaquín no apartó de mí su vista continuó mirándome con mucha dulzura. Jon mostró un gesto muy particular, atisbándolo seriamente. Se paró frente a mí obstaculizándome la figura de Joaquín, en cuyos labios todavía destacaba una gran sonrisa.
Por primera vez mi corazón se agitó por algo ajeno al miedo, no pude reprimir un cierto regocijo que emergió; aunque sus ojos estaban envueltos por la seriedad, no me quedó duda que no le había simpatizado la cordialidad de Joaquín.
― ¿Qué necesita, Jon?
No mencionó ni una sola palabra sólo pasó a mis manos el saco. Lo recibí, abrazándolo sin comprender.
Su rostro tenso se volvió al frente y a grandes pasos vi que se dirigía a la granja, tras Joaquín.
Al notar su solemne silencio, la curiosidad aumentó. Iba a paso lento hacia el interior de la casa palpando el fardel por doquier.