Un guardián

4535 Words
En la quietud se asomó un recuerdo. Lo percibía lejano, casi imposible; el dolor en mis manos me hizo tomar conciencia. Dudé un momento, pero el gélido viento tocó la piel resentida de mis pantarrollias, lo cual me confirmó que no había tenido una horrible pesadilla. Me restregué los ojos e inmediatamente el dolor se alzó por todo mi cuerpo. Mi vista se encontró con el espeso herbaje en lugar de mi cama, y en vez de los altos muros de piedra todo a mi alrededor era verde en diferentes matices; con troncos anchos de árboles imponentes, arbustos y flores silvestres. En resumidas cuentas, un lugar verde, húmedo y desconocido para mí. El sol permitía que su luz se moviera en completa libertad ante el día, escuchaba el trinar de los pájaros y el viento juguetear con todo lo que tocaba. La completa soledad me atemorizó tanto como presenciar la infinita oscuridad de la noche anterior. Me puse de pie de modo torpe, viendo a mis pies la sabanilla y la cuerda. La misma agonía que había percibido al dejar involuntariamente mi hogar envolvió mi corazón. El palpitante dolor en mis muñecas me hizo comprender que, al estar dormida, las cuerdas también habían apresado mis manos. ¿Quién lo había hecho? ¿Porqué? Me di cuenta que estaba perdida. Asomé un par de pasos, la hierba les hizo cosquillas a las plantas de mis pies. Recorrí con mi vista al derredor, pero todo me parecía igual; la naturaleza se apoderaba de todo con sus formas majestuosas en la verde vegetación y sus delicados brotes. De pronto mi pecho comenzó a dolerme, me pareció ver algo diferente y oscuro tras una corteza de un ancho roble. Se movió hacia un lado y me parecía una persona, su mirada me figuró a un cazador; esperando sigilosamente para a****r. Incliné la vista, sintiendo mi corazón latir salvajemente. Creí por un momento que alucinaba, pero al levantar la mirada, me encontré de nuevo con el mismo hombre; la única diferencia, tenía los brazos cruzados sobre su pecho. Estaba cubierto con un traje oscuro. La cabeza mantenía un capuz y a medio rostro algo cubriendo los rasgos de su cara excepto los ojos. Tragué saliva, sobándome las muñecas al apreciarlas temblar. Una vez más un ancho nudo se asomó a mi garganta. No lo pensé más, me di la vuelta aterrada e intenté correr, pero avancé un par de pasos antes de dar contra algo duro y firme como piedra. Mis ojos llorosos se encontraron con una mirada profunda y azulada. El encanto indescriptible de su manera al mirarme me cautivó. Me quedé petrificada, intentando no perderme en su mirar. Con delicadeza acercó sus manos a su rostro y pude ver como lucía su apariencia en cuanto removió lo que lo cubría por media cara y cabeza. El terror instintivo quedó anulado ante la maravilla. Mis ojos anonadados contemplaron su semblante. Cada facción delicada y muy bien armonizadas en su conjunto, un rostro masculino esculpido con gran empatía por el Creador. Parecía uno de esos seres que se asoman a la imaginación cuando se desea representar a un ser celestial. Su aspecto dócil, bello pero muy masculino a la misma manera; la piel tersa daba la entera certeza de no haber sido bañada con la luz del sol, aunque paradójicamente el claro en esa parte le iluminara perfectamente. El cabello oscuro que enmarcaba su rostro, le llegaba a los hombros. Un hombre muy alto, mi cabeza le llegaba a su pecho a duras penas. Lo avistaba sin poder explicarme porque me había asustado tanto, verlo ante mí me parecía un verdadero deleite. ― Es grato saludarla. Princesa, ya despertó. Su voz resonó en mis oídos, tanto por el precioso barítono que tenía como por el saludo directo que había dado. Abrí los ojos a más no poder. ― ¿Usted me conoce? Evadió mi mirada, desviando el rostro a un lado. Mis ojos le inspeccionaron, un gabán grande y pesado de cuero lo cubría desde los hombros hasta por debajo de la rodilla, las botas altas le llegaban casi al borde del abrigo. Estaba muy bien encubierto de modo que se podía ver tan sólo el pesado tabardo y dos cintos de cuero atravesando su pecho con la capa superpuesta. Continué viendo su rostro, su mirada volvió a fijarse en mí con una formalidad indescriptible. ―No por voluntad propia. Princesa debemos seguir. ¿Seguir? Se azoró cualquier embeleso ante su contestación. Quedé impactada, reconociendo las protecciones de cuero en sus manos; no había diferencia en las que usaba el hombre que me había secuestrado. Dudé al ver en él profunda serenidad y la perfección en todo su esplendor. ―Pero, ¿A dónde?... ¿Es usted quien me sacó de la fortaleza? No exageré mi exasperación al decirlo en un quejido. Con humor evasivo se dio la vuelta. Lo seguí con la mirada. A una distancia considerable se asomó un caballo n***o entre varios arbustos. Se encaminó hasta sujetarlo de las riendas, lo acarició por la cabeza, ignorándome. ― ¿Quién es usted y hacia dónde me lleva? Por favor responda. Una vez más no hubo contestación, se fijó en el caballo que dócilmente pacía a sus pies. El desasosiego creció dándome el valor de acercarme a él un par de pasos. Su silencio me provocó desesperación. ― ¿Qué quiere de mí? ¿Fue usted quien me raptó? ¡Contésteme! El silencio de su voz era interrumpido por el cantar de las aves. Parecía que mi creciente tribulación le complacía al permanecer callado. ―Sé que necesita respuestas ―Contestó serenamente al cabo de un momento. Siguió con su vista entretenida en lo que el caballo hacía. Me encaminé hasta quedar muy cerca de él. ― ¿Eso es todo lo que dirá? Su mirada chocó con la mía ante mi reproche, el intenso azul de sus ojos se fijó en los míos. Su rostro parecía tenso, me estremecí en cuanto me vio así tan fijo. ―Han sido requeridos mis servicios por su padre, trabajo para él. Tengo órdenes estrictas de protegerla y mantenerla con vida. Mi alma entera se sacudió. ¿Un maleante como él trabajando para mi padre? Sonaba a argucia, seguramente mi padre había sido víctima de algo parecido a lo ocurrido conmigo. ―Si eso es cierto, ¿cómo le conoce? ¿En dónde está? ―Cuestioné atormentada. Notó el deje de desesperación en mi voz. Habló con menos seriedad y con algo un poco más cercano a la cortesanía. ―Él está bien y a salvo. Mi cometido con usted es simple, debo llevarla hacia donde él está. Claro, bajo ciertas condiciones que su mismo padre impuso, las cuales me pidió que le hiciera saber. Mi padre no se valía de la confianza con cualquiera. Un Rey sensato y conocido por su entereza en la prudencia, no podía haber actuado inescrupulosamente y a mis espaldas. ― ¡Qué descaro! No puede inventar cosa semejante. Él jamás haría algo así y mucho menos sin decírmelo. Me niego a aceptar lo que dice ―Manifesté alterada, aferrándome a esos últimos recuerdos que tenía de mi padre. Su expresión siguió siendo en blanco, completamente tranquilo. Retrocedió con elegancia dos o tres pasos. ―Quien sino su padre para conocerla perfectamente. Me dijo que en caso que usted no me creyera o dudara le enseñara esto. Metió sus manos bajo la capa sacando una bella pieza brillante. Toda la mezcolanza de abatimiento y confusión se convirtió en asombro. Mis ojos se agitaron al verla. Inconcusamente era la medalla que mi padre solía usar. Jamás la había retirado de su cuello, nunca, desde que tenía memoria. La avistaba sin creerlo, colgaba de la cadena de oro; de su mano que la sostenía. ― ¡Santo Dios! ¿Cómo la obtuvo? Absorta alcé mis manos a la medalla. Antes que mis dedos la tocaran, rápidamente elevó el brazo. ―Dijo que se la mostrara, no que se la entregara ―Indicó arqueando una ceja. ― ¡Devuélvamela en seguida! Eso no le pertenece. Daba unos saltitos para atraparla. Él la subía cada vez más alto, evitándome alcanzarla. Contenía un gesto divertido en sus labios apretados. ―Cierto, ni a usted ni a mí. Ya su padre dirá si le pertenecerá o no algún día. Por lo pronto debemos seguir. La arrebató sagazmente. La devolvió de donde la había sacado, escondiéndola de mi vista. Volvió a adoptar su actitud seria y evasiva. Su mirada me infundía algo raro, al igual que su manera de hablar. Si bien parecía un hermoso lienzo en blanco; totalmente sincero cuando hablaba, gran parte de mí mantenía cierta desconfianza, aunque fuera el desconocido más fascinante que hubiera visto. No pude reprochar ni seguir en esa mala manía de hacer berrinches, la medalla le pertenecía indudablemente a mi padre. No confié en la manera en que la pudo obtener. Volví a percibir un claro temor al recordar la forma tan ruda de la cual se valió para sacarme del castillo. Podía estar en riesgo a su lado, existía la duda y la gran posibilidad. ― ¿Cómo puedo estar segura que no me hará daño? ―Pregunté, dejando perceptible mi susceptibilidad. ― ¿No cree que, si fuera ese mi deseo, habría tenido la ocasión perfecta mientras dormía? ―Respondió, convincentemente. Su mirada me enfocó de pies a cabeza, dándome a entender lo absurdo de mi cuestión. En eso tenía razón. La incomodidad se hizo evidente en cuanto quise alargar el camisón a la fuerza para cubrirme las pantorrillas, él desvió la mirada totalmente desinteresado. Se volvió a mí posteriormente de haber desajustado algo de un bolso de cuero rústico, sujeto al lomo del caballo. ―Antes de partir debe tener en claro algunas reglas, en caso que no las cumpla, supongo que tendré que hacer lo mismo que sucedió al sacarla del castillo. Debería usar esto. En seguida me pasó una prenda oscura, se parecía mucho a las capas que yo solía usar. No tenía idea de cómo había hecho para llevarla consigo, no lo vi llevar nada excepto la cobija y a mí. Se la recibí, al sostenerla de un lado cayeron un par de zapatos, no dudé en colocarme todo de inmediato. Él esperó pacientemente, al estar lista, una vez más se dirigió a mí. ―Por ningún motivo debe hablar con extraños, ni dar su nombre, invéntese uno si lo desea. Pero jamás, por ninguna razón, dirá quién es ni de dónde viene ni a donde va, debe pasar por desapercibida. No se dejará llevar por su curiosidad y hará todo bajo mi supervisión. Mientras lleguemos a nuestro destino, seremos hermanos ante quienes nos alojen o nos lo cuestionen. No sé que tipo de inclinación tenga conforme a su fe, pero si cree en algo divino, confíese a eso y por el momento no responderé más preguntas. Fruncí el ceño. Pero él agregó: ―Ah, y no es algo que esté a discusión. Logró dejarme en completa estolidez, cada idea que emergía se alborotaba en mi cabeza sucumbiéndome. Pasó a mi lado sujetando al caballo n***o de las riendas. Cedí sin saber de corazón si hacía lo correcto, aunque al negarme seguramente sólo se reiría de mí. Además, ¿qué sentido tenía quedarme sola en un bosque? ―Sabe, no me queda otra opción más que continuar a su lado y tratar de creerle, pero no confío en usted. ―De acuerdo ―Respondió, diciéndolo como lo haría un hombre con muchos años de experiencia. ―Tome el caballo que está detrás de usted, irá siempre de lado mío. No atrás, ni adelante. Me volví y tal como él dijo había un caballo pardo esperándome. Me pareció que había salido de la nada, instantes antes no estaba. ― ¿Por qué a su lado? Yo sé montar a caballo ―Reproché. Nunca me sentí cómoda con órdenes, aunque esas fueran de mi padre. Al parecer a él se le olvidó que al ser una princesa estaba muy acostumbrada a decir que hacer en vez de seguir dictámenes. Seguía anonadada mirando al caballo que mansamente me esperaba. ―Lo sé, pero no es negociable. Obedezca. Me indignó lo presuntuosa y mandona que sonó su orden. Rápidamente aseguró todo en el caballo de modo que cuando me hizo señas de treparme no tuve más que hacerlo. Subido en su n***o corcel se acercó al caballo marrón. Me quitó las riendas de las manos en cuanto estuvo a mi lado, quedé profundamente ofendida ante el brusco tirón. ― ¡Oiga! ―Llevaré las bridas. Las correas se alargaron más de lo usual. Ni siquiera tuvo que halar de ellas, el caballo obedientemente avanzó al lado del suyo. Entre mi disgusto y mi asombro ganó el segundo. Lo contemplé ceñuda por un rato. Me pareció que ese descortés caballero a lo mucho tendría mi edad, y exagerando quizá un par de años más, no podía ser mucho mayor que yo, pero me trataba como una niña. Íbamos a trote lento atravesando el bosque, por ratos los claros se hacían más abiertos y cuando el sol le daba en el rostro esa preciosidad en sus rasgos se intensificaba; su belleza parecía no encajar con la de cualquier persona que hubiera visto caminar sobre la faz de la tierra. No podía apartar la vista. Mis pensamientos me horrorizaron, mi trasgresor me parecía irresistiblemente atractivo. Al buen rato de sentir mi mirada atravesándolo hizo una interrogación muy desconcertante: ― ¿Cree en la hechicería, Princesa? ― ¿Qué clase de pregunta es esa? ―Simple curiosidad. ―Pues le tengo también una pregunta curiosa. ¿Hacia dónde nos dirigimos? No pude dejar de sentirme turbada ante su cuestión. Eché una mirada mi alrededor con intensión de comprender hacia dónde íbamos. ―No ha contestado ―Replicó seriamente sin darme la vista. ―Pues no sé si creo en eso, quizá puede que exista tal cosa. ― ¿Y conoce algún lugar que no sea cerca de la provincia de Halvard? —Agregó con el rostro aún inexpresivo. ―Para serle honesta, no es mucho lo que he logrado conocer. Mi padre me impide salir sola y menos a caballo lejos del castillo. ―Entonces, no tendrá idea de donde estamos, aunque se lo explique. La aversión brotó casi de inmediato, no encontré razón para que fuera tan grosero. No me quedó duda, se empeñaba en desagradarme. El donaire que poseía en su apariencia nada tenía que ver con su manera tan tosca de ser. ― ¡Pienso que es un patán y un grosero! La inexpresividad se volvió un gesto divertido. Sin duda ese hombre insensible parecía ser el tipo de los que no se conmueven con algo. ―Usted es tal como dijeron que sería. Sabe, me conviene que no vuelva a desfallecer y menos por hambre. ¿Tiene apetito? Si lo tiene en este lugar hay muchos frutos, le aseguro que no morirá si come alguno. Su comentario me dejó pensativa. Estaba convencida que diría algo hiriente en respuesta, pero ignoró cada palabra despectiva que usé. ¿Qué quería decir eso que era tal cómo le habían dicho? Mi estómago rugió. ― ¿De qué habla? ¿Frutos? No, le ordeno que me lleve a un lugar donde pueda comprar algo que verdaderamente me sacie. Me vio fijamente, con esos ojos intensos. ―De aquí en adelante, tendrá que comenzar a entender que ya no está en su reino y sus órdenes pierden validez, en especial conmigo, señorita. Es malcriada y cree que todo rueda a su conveniencia. Nuestras miradas chocaron, la mía enmarcaba cierto desdén, a él parecía divertirle mi irritación ante sus palabras poco afables, una vez más. Se desmontó de su caballo y alejándose prudentemente, vi que se acercó a un árbol grueso; uno que tenía frutos en su parte más alta de un color brillante. Logró treparse al árbol sin ninguna dificultad, se movía cómodamente, recogió varios depositándolos en un pequeño bolso de tela áspera que tenía sujetado en una cinta a su pecho. Bajó del mismo modo, fácil y tranquilamente. Aún estaba atónita al verlo trepar y bajar con suma naturalidad de un árbol tan alto. Una vez más mi disgusto quedó de lado. ― ¿Si sabe cómo comerlas verdad? ― ¿Tiene idea de qué son? ―Rezongué. ―Créame de niña hacía cosas que usted ni siquiera se imagina ahora, no morirá si come alguno, le doy mi palabra. ¿Sabe cómo comerlas? ― Repitió sacando del bolso varios. ¿Qué significaba eso? Quizá este caballero había estado cerca de mí, de otro modo como decir tales cosas, pero ¿cuándo? Me negué ante la posibilidad. Volví a hacer caso omiso, sólo eran las palabras de un maleante, su astucia podía ser ilimitada. Mi atención se fijó en sus manos. ―Sólo son frutas ¿no? ―Le respondí recibiéndolos de mala gana. Con el hambre que tenía, no importaron mis preferencias. Me senté sobre el manto verde de la hierba, los examiné un momento para saber cómo comerlos, pero no tenía idea de qué eran. Mi estómago volvió a rugir, se me ocurrió ensartarle las uñas, pero no fue tan sencillo. Un dolor agudo brotó en mis dedos. Los dejé sobre mi regazo particularmente enfadada. Él seguía frente a mí, observando lo que hacía. Se sentó al notarme enfurruñada. De una funda al lado de su cintura, sacó un pequeño cuchillo. Fácilmente removió la cáscara del fruto que tenía en sus manos, lo engulló lentamente. Su modo de hacerlo me dejaba en claro la exquisitez de lo que sus labios saboreaban. Le clavé la vista seriamente, mi boca deseaba con muchas ansias el carnoso fruto que devoraba. Pero mi orgullo imposibilitó que le prestara el cuchillo al darme cuenta que lo hacía a propósito. Comió uno tras otro, mientras trataba de no verlo. — ¿Necesita ayuda? Todavía saboreaba el último trozo. ―No, claro que no. Présteme su cuchillo. ― ¿Sabe usarlo sin cortarse? ―Inquirió en tono cordial. ―Sólo préstemelo ―Ordené impacientada. ― ¿Creí que sabía cómo comerlas? ―Pues yo también creí lo mismo ¿entonces qué? ¿me lo dará o no? ―Reclamé malhumorada. Con cierta desconfianza lo pasó a mis manos. Lo recibí de forma arrebatada. Me sorprendí de lo mucho que pesaba, aun así, hice como si sostenerlo fuera algo fácil de hacer. Agarré el fruto, ensartando la hoja afilada con todas mis fuerzas. ―Ya ve, no es complicado ―Exclamé dándole una sonrisita mordaz. Lo que conseguí fue quitarle un gran pedazo en vez de remover la cáscara. ―Sí, ya veo. De soslayo lo vi arquear una ceja al emitir su frase en algo más cercano a la ironía que otra cosa. Imité su actitud y simplemente comencé a comer. Lo hice de tal manera que olvidé cualquier modal, comí uno y luego otro hasta saciarme sin importarme morder la cáscara o lamerla. En mi entretenimiento lo perdí de vista. No me interesó nada de lo que él hacía. Al volver en sí me perturbó no poder verlo por ningún lado. En seguida me puse de pie. Merodeé por el lugar, pensando que quizá me había dejado a mi suerte. En mi angustia escuché susurros incomprensibles cerca de mis oídos, el silbo entre el bosque discordaba de lo que había escuchado. Por detrás de varios arbustos algo se movía, a hurtadillas caminé hacia allí, tratando de ser sigilosa. Varios tallos se estrellaron contra mi cara y pecho antes de darme cuenta que algo brillaba cautivado a las aves y al propio viento. Sostuve los altos tallos de la hierba sin dejar de sentirme tan atraída. Me incliné hasta las rodillas, mirando una rosa que irradiaba luz. Parecía ser de cristal con una chispa de fuego en su interior. Quedé absorta ante su belleza. Reprimí un grito de espanto al mirar dos jovencitas aparecer de la nada junto a la rosa. Brillaban con el mismo tono dorado de la flor. ― ¿A quién espía, Princesa? Su voz masculina en un susurro por detrás de mi oreja hizo que me estremeciera del susto. Me volví a él, soltando los escapos. ―No haga eso, casi me mata del terror… ¿Dónde estaba? Pensé que usted estaba allí, es una bestia. ¿Cómo se atreve a dejarme sola? ― ¿Qué la llevó a pensar eso? No me moví hasta verla andar como dormida hasta aquí. Pensé que necesitaba ya sabe… Evacuar algo. Apreté los labios profundamente irritada. Pero su rostro quedó paralizado con la vista fija al frente. Lentamente dejó de estar inclinado. Me espanté al mirar la silueta de una mujer brillar como la flamante flor. El fulgor fue disminuyendo hasta quedar visible cada facción de su rostro. Quedó ante nosotros una chica encantadora, sus cabellos rubios caían con gracia en finos bucles a su pecho, cubierta con ropas adornadas por bellos detalles en perlas y flores que le llegaban a media pierna, relucían sus largas y esbeltas extremidades, sus pies descalzos no tocaban el forraje verde, parecía levitar. Mostró una sonrisa amable, fijando su atención en mi acompañante. Los dos retrocedimos casi al mismo tiempo. Espantada aferré con fuerza uno de sus brazos, envolviendo mis dos manos. ―Te saludo, guerrero. Sé quién eres ―Expresó con voz melodiosa y aterciopelada dirigiéndose a él. Mi acompañante permaneció en silencio observándole fijamente. ― ¿Quién… eres tú? ―Pregunté en bisbiseos, sin poder apartar el profundo espanto que contenía. Me consoló notar que al menos no era la única a la que él ignoraba. ― ¡Ya veo, tú eres su protegida! ―Me respondió con gran regocijo. ― ¿Protegida? ―Repetí absorta, abriendo los ojos a más no poder. Mi acompañante dio un paso al frente; resguardándome, antes que ella hablara. ―No tenemos intención de importunarles, pero me interesa la flor. ―Lo sé― Contestó dirigiéndole una tierna sonrisa. ―Si en verdad la quieres, hay algo que debes dar. ¿Estás dispuesto? ―Sí. No hubo cavilación, ni temor en su afirmación. ―No pediré algo complicado porque sé que no cuentas con el tiempo que quiero, pero promete que volverás a buscarme, en cuanto cumplas. Ese es mi deseo. Fruncí el ceño sin creer lo que veía y escuchaba. No entendí el propósito de lo que le pidió. ―Si tengo la oportunidad de hacerlo, bien sabes que cumpliré con lo que solicitas de mí. ―Te esperaré, porque tu destino se mantiene firme en volver. El viento arrulló a la flor y con suavidad se despegó del suelo, voló con gracia hasta quedar en una de sus finas manos. Delicadamente la sostuvo. Se acercó estirando sus brazos hacia mí para entregármela. Pestañeé un par de veces completamente desconcertada, seguía aferrándome al brazo de mi acompañante sin saber qué hacer. ―No temas, pequeña. Su luz te ha elegido. ―Acudió amablemente. No pude negarme, desajusté una de mis manos y la extendí temerosa a ella. La flor flotó en el aire hasta posarse en mis manos. Al tenerla conmigo sentí envolverme con un sentimiento extraordinario, algo sin poder detallar. Le sonrió dulcemente a mi acompañante y desapareció frente a nuestros ojos convirtiéndose en un montón de aves pequeñas y blancas que emprendieron vuelo a las alturas. ― ¡Santo Dios! ¿Qué fue todo eso? Temblaba. Él no me respondió, sino que le echó la vista con una seriedad cortante a mi mano que envolvía todavía su brazo. Me hice la desentendida y lo aparté sagazmente. Tomó la flor, depositándola en un pequeño fardel que sacó de uno de los bolsillos de su gabán. La guardó muy bien dentro de sus ropas que se ocultaban bajo su capa oscura. Contemplé la impavidez en su rostro, serio como nadie con esa mirada suya fruncida. ― ¿No le han dicho que es de mala educación no responder cuando le preguntan algo? ―Reclamé. De pronto una fuerte corriente azotó todo en esa parte del bosque. Su mirada se perdió de pronto en la nada, se volvió a mí con el rostro endurecido. ― ¡Sígame y dese prisa! ― ¿Qué? ―Le dije totalmente espantada, observando a todas direcciones. Caminó rápidamente a donde estaban los caballos. ― ¿Qué ocurre? ¿Quiénes son ellas? ¿Las conoce? ―Pregunté, apretando el paso. ―No es momento para explicaciones. De un salto ya estaba trepado a su oscuro caballo. Lo hizo velozmente y sin dificultad. ― ¡Tenemos que irnos! No estaba muy lejos de él, pero el caballo rápidamente emprendió una carrera. Solté un gesto de confusión, petrificándome. A toda velocidad el caballo pasó a mi lado, mientras él había extendido uno de sus brazos. Comprendí hasta entonces que debí haber alzado mis manos. Una ráfaga de viento volvió a zarandearlo todo, escuché que el caballo venía hacia mí de nuevo. Cerré los ojos, sabiendo que algo raro ocurría a nuestro alrededor. ― ¡Deme sus manos ahora! Deslicé mis dos brazos hacia un lado, de un fuerte tirón estaba trepada delante de él; hasta entonces abrí los ojos. El caballo avanzaba de prisa, yendo por el bosque a gran velocidad, sorteaba fácilmente cualquier obstáculo en su camino. En la espesura del bosque a mi juicio todo se veía igual. ¿Cómo hacía para ir sin saber bien a dónde? No se detuvo, continúo a toda marcha por largo rato, sin importarle de vez en cuando subir algunas colinas. Sabía que algo nos seguía por la manera en que mi acompañante dirigía al potro. Asomé con temor el rostro hacia atrás, mirando al caballo pardo ir tras nosotros a la misma velocidad, obedientemente. El trote de su marcha se volvió gradualmente más lento. Por la manera que iba sentada frente a mi acompañante, podía apreciar la musculatura de sus brazos al sostener las riendas. Nunca tuve a otro hombre tan cerca que no fuera mi padre, por lo que tenerlo así me hizo comprender que la fuerza debe ser imprescindible en un hombre valiente o temerario. El caballo brincó hacia una vereda. El camino se tornó polvoroso, habíamos hallado un sendero entre el bosque. ― ¿De quienes huimos… No pude completar mi pregunta al recordar que no tenía la más remota idea de cuál podía ser su nombre. ―Es tan mal educado que no me ha dicho como se llama ―Vociferé ceñuda dándole la menor importancia posible. ―Jonah, pero sí le parece raro, Jon ―Respondió con simplicidad, sin darme la vista. Iba sentada frente a él y torcía el cuello para verlo. ― ¿De quiénes huíamos, Jon? ―En cuanto lleguemos a un lugar más seguro le responderé. Por primera vez escuché de él un tono amable al dirigirse a mí, así que preferí no molestarlo hasta que llegáramos a un lugar distinto, además mis preguntas eran muchas. Aun habiendo visto todo con mis ojos, dudaba. Al parecer mi supuesto trasgresor no era el culpable de mi desgracia, sino el autor que mi vida siguiera existiendo.
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