En mí

2634 Words
―Ana la cena está lista ―Voceó Jon desde el otro lado de la puerta. ―En seguida voy. Su voz profunda me pareció que llenaba algo en mí que no sabía que existía. Al asomarme a la entrada no le vi. Comprendí que me esperaban en la mesa. De prisa me dirigí allí, miré a todos sentados, sin que hubiera lugar disponible al lado de Jon; Doña Marcela se hallaba de un lado e Inés del otro. Me senté en la única silla desocupada, junto a Joaquín. ― ¡Huele bien! ―Dijo Joaquín, animado. No mentía, el aroma de las verduras cocidas junto a la carne de pollo, llenaba de un aroma muy agradable la pequeña cocina. En silencio cada quien disfrutaba de lo que comía, hasta que Inés inició conversación con Jon; haciendo muchas preguntas curiosas. Él respondió a todas con frases cortas sin dar mayor detalle. Joaquín no miró a otro lado que no fuera la comida al igual que Doña Marcela. Inés prosiguió con su conversación, incluso cuando todos terminamos de comer. Cada gesto, palabra o mirada descubría el verdadero deleite que le provocaba Jon, parecía irresistiblemente atraída a él. Lo comprendía e incluso sabía lo entendible que podía ser, pero me incomodaba hasta cierto punto que lo expusiera tan descaradamente. Sin darme cuenta de ello, tenía el rostro tenso. Al alzar la mirada, ella soltó una sonrisa burlona; parecía demasiado grande en su rostro pequeño. ―Jon, sabe, siempre tuve el deseo de aprender a montar a caballo, quería preguntarle si usted podría enseñarme. Doña Marcela, le echó una mirada envenenada. También la miré del mismo modo. ―Claro, yo podría llevar a Ana mientras Jon te instruye― Agregó Joaquín sonriendo complacido al posar su vista en mí. Jon continuó inmutable, sin alzar la vista, su mirada seguía fijada en su brebaje. Tomé palabra al saber que Inés deseaba estar a solas con él. ―Creo que sería perfecto, podríamos ir todos juntos―  Mencioné con evidente intensión de complicarle el cometido a Inés. ―Señora Marcela, si usted lo considera conveniente, podría hacerlo.  Jon lo dijo con amabilidad sin expresar más que su respuesta. ―Hijo tu siempre tan considerado. Creo que Joaquín puede encargarse de enseñarle a Inés ―Respondió con voz grave, sin despegar su vista de Inés. La expresión de Inés cambió radicalmente, parecía furiosa. Sonreí lo más disimuladamente posible, declarando mi júbilo. Nadie mencionó nada, uno a uno se retiraron de la mesa empezando por Joaquín quien de una vez le deseó las buenas noches a su abuela. Di las gracias, aunque fue raro, fui la última en hacerlo. ―No se preocupe, le ayudaré a llevar los platos― Mencionó Jon recogiendo todo. Su gesto caballeroso me causó cierto agrado, nunca había visto a un hombre actuar así. Quizá lo había juzgado con cierta ligereza, cuanto más profundizaba mi atención en él, más me daba cuenta de lo fascinante que podía ser. Doña Marcela no permitió que él recogiera la mesa. Inés se inmiscuyó casi de un salto dejando todo en orden. Al terminar se abalanzó sobre él sujetándolo de un brazo. Jon no cambió su habitual compostura siguió serio completamente atento y paciente a lo que ella parloteaba sin parar. Doña Marcela también se retiró después de desearnos las buenas noches. No quise seguir frente a ellos, me aparté volviendo a la habitación, aunque sinceramente no lo quisiera. En la habitación, desde una ventana mi atención se fijó en el cielo; una noche preciosa destacaba, con un firmamento repleto de estrellas. No pasó mucho para que la puerta se abriera. Oí sus pasos acercarse a la mesa, no fui lo suficientemente valiente para mirarlo. Volví a apreciar la misma sensación que cuando estaba en mi alcoba en el castillo; en el día de la invasión. La puerta abierta y en la oscuridad saber que no estaba sola. ―Princesa, si desea dormir, puede hacerlo. Algo indescriptible me apretó el pecho. Traté de disimular manteniendo la misma actitud que tenía hacia él. Me volví respirando hondo, me encontré con su mirada aguda y directa. ―Sí, Jon, lo haré en un momento. Realmente deseaba que mencionara algo de lo ocurrido en esa tina, porque, aunque deseaba hablar del asunto no quería empezar el tema por mi propia iniciativa. ―Mañana temprano necesito que me acompañe, le mostraré otras cosas en las que puede ayudar. Me sorprendió notarlo ajeno a lo que había pasado. Ni siquiera me importó lo que me pidió. ― ¿En verdad lo cree?  Estaba reclinado sobre la silla, se enderezó sin contestarme. No pude quedarme callada y verlo salir. Le pregunté justo lo que se me pasaba por la cabeza, me di cuenta que daba de pasos hacia la entrada. ―Jon, ¿qué pasará con usted, donde dormirá? Echó una mirada hacía mí, pero su rostro estaba sombrío. ―No importa. Hasta Mañana. Dejó la habitación. No se sacudió la habitación entera tras el portazo, sino que cuidadosamente la cerró. Me quedé tras la puerta, tocando la madera burda. Me debatía de pronto en seguirle. Saber qué hacía y a donde iba. Era la segunda noche que me dejaba sola en la habitación. Recordé lo sucedido en la bañera y resolví quedarme e intentar dormir. Pero en la cama no pude conciliar el sueño, con los ojos abiertos o cerrados fácilmente toda mi atención se centraba en él con éxito. Sin entender bien qué me había ocurrido me movía en la cama de un lado a otro. Me sentía hechizada, abrigando con profunda intensidad algo descabellado, pero esa onda llena de sensaciones extrañas que iluminaban mi corazón y se esparcían en mi cuerpo chocaban contra mi mente. ¿Cómo podía estar tan fascinada con él? Aunque me reprendía ante lo verdaderamente inaceptable, comprendía que no podría apartar la vulnerabilidad ni la curiosidad vehemente que se apoderaba de mí al tenerlo frente a frente. Me senté sobre la cama casi de un salto para apartar cualquier tonta conclusión respecto a la fascinación que se desataba por él. Mi vista se encontró con la mesa y sobre ella mi capa. Me acerqué, tomándola en manos. Recordé claramente que la había dejado en el suelo junto con mi ropa sucia al asearme. Solía ser olvidadiza o quizá acostumbrada a que otros hicieran la mayoría de cosas por mí. No cabía duda que Jon la había traído. Me la coloqué, sabiendo que no podría quedarme en la cama pensando en él de manera espontánea o en perífrasis. Mi ávida curiosidad me venció y hasta justificó una forma de rehuir. Abrí la puerta lo más cautelosamente posible, pero vi que alguien de la misma manera en que yo lo hacía, dejaba su habitación. Su figura delgada se deslizó al pasillo, acomodándose el capuz sobre la cabeza. Seguí en silencio, sin moverme para no delatarme. Reconocí a Inés, yendo a toda marcha hacia la cocina. Al darme cuenta que estaba ya por llegar al patio le seguí sigilosamente. La vi avanzar hasta el seto que estaba detrás de los corrales; dejándolo de un salto. Seguí mirándole sin alcanzar más que eso, la oscuridad de la noche la difuminó fácilmente a la distancia. ¿Qué la llevaba a salir de ese modo de su propia casa? No quise encontrar una respuesta si eso incluía a Jon. Preferí dar media vuelta de regreso. A paso lento iba hacia mi alcoba, pero al pasar justo a la puerta de donde ella había salido, la luz de una vela me evitó continuar; no la miré de ida seguramente al ir muy entretenida tras ella. Me asomé al umbral, distinguiendo que la cama estaba corrida hacia un extremo, en el suelo se miraban figuras que nunca antes había visto; resaltaba una estrella de varias puntas, símbolos inentendibles encerrados en un círculo, pero dentro de todo eso, un pequeño gorrioncillo muerto con una palabra que entendí bien “Jon” que resaltaba al centro. Un libro de apariencia gastada y antigua con la recubierta oscura se hallaba al lado de la vela. Un aroma significativo y desagradable llegó a mi nariz. Aterrada di de pasos hacia atrás. A la velocidad de un relámpago llegó a mi mente cuando la vi husmear en la habitación. Comprendí que buscaba algo, pero para qué. ¿Y si quería comprometer a Jon o a mí en algo serio? Me cubrí la boca con ambas manos; un grito de pánico quiso emerger. No conocía nada sobre eso que había visto, pero no dudé que era algo muy malo al incluir a un pajarillo muerto, con la cabeza decapitada. Me encaminé a la puerta conteniendo el verdadero espanto que me zarandeaba. Respiraba agitadamente, mientras intentaba abrir la puerta. Me parecía más pesada. Justo cuando estaba por empujarla, una mano tocó uno de mis brazos. Sentí mis piernas tambalear a pesar de tener los dos pies muy bien apoyados en el suelo. ―Pensé que ya dormía ―Susurró Jon. ―Jon ¡Dios mío! ―Me quejé en un lamento. Apartó su mano de mi extremidad. ― ¿Se siente bien? Me volví a él, intentando calmarme. Sentí el alma lejos de mi cuerpo. ―Sí, estoy bien, pero me asustó. Pensé que no había nadie― Respiraba hondo más aliviada al saber que se trataba él y no de Inés. ― ¡Qué consciencia! Claramente apreciaba su rostro pese a la penumbra en el pasillo. Hice caso omiso a su comentario bobo. Fácilmente ante su fuerza la puerta se dejó empujar. Cedió el paso, para que entrara. Quise contarle lo que había pasado con Inés al volver de pastar el ganado, también confesarle lo que miré en su habitación, pero ya adentro no pude. ― ¿Es costumbre suya andar husmeando? ―Preguntó cerrando la puerta. Sus labios se apretaron formando una línea tensa, una de sus cejas se alzó. ―No, por supuesto que no.   La incredulidad apretó cada facción de su cara. ― ¿Segura? Comprendí la suspicacia; estaba justificada de gran manera por el incidente en la bañera. Tragué saliva antes de hablar. ―Jon salí porque no me parece normal que se ausente por la noche. La tensión se soltó de sus labios, dejando su cejo fruncido. Su mirada se volvió acusadora. ―Entonces, ¿quería espiarme otra vez? Me indignó esa pregunta mal intencionada. ―Sabe, olvídelo. Noté cierta complacencia en él al escuchar mi respuesta seria y resentida. Cruzó los brazos sobre su pecho. ― ¿Pasa algo? Me pareció que estaba muy asustada. El nerviosismo afloró de nuevo. Sus ojos inescrutables parecían indagar en mi mente, obligándome a decir la verdad. ―No, simplemente deseaba traer un poco de agua. ―Bien, entonces, si desea yo se la traigo. Abrí los ojos a más no poder al notarlo tan amable repentinamente. Aunque también percibí reticencia en su profundo mirar. ―Se lo agradezco. ―Vuelva a la cama ―Ordenó sin darme la vista. Me quité la capa acatando su mandato sumisamente, por primera vez. Acomodada sobre la cama, me sumí en el desconcierto. Busqué una explicación lógica ante el comportamiento de Inés y lo que se escondía en su habitación, pero no lo hallé. Alcé la vista, sobresaltándome. Sobre la mesa ya estaba una jarra. No lo escuché salir menos entrar. Lo había hecho muy sigilosamente o quizá simplemente en mi estado enajenado no noté nada. No quise moverme de la cama. Deseé beber tenía los labios secos, pero no lo hice. Me llevó trabajo encontrar una postura cómoda para dormir. Logré conciliar el sueño, casi por instinto más que por voluntad. Aunque lo reprimí, su preciosa imagen divagó en mi mente al entregarme al descanso. Claramente recordé al abrir los ojos que había soñado con él. Lo vi aparecer en un lugar oscuro. Me sentía completamente tentada a seguirlo, en cuanto quería tocar su capa para evitar que se alejara de mí, sonreía amablemente, evitándome tocarlo. Me senté en la cama estirándome, lo primero con lo que se encontraron mis ojos fue con ese misterioso hombre sentado sobre la silla al frente de la cama. Pensé que seguramente soñaba, me sobé los ojos desconcertada. Pero seguía allí, de brazos cruzados, con su atuendo oscuro. Una sonrisa sobresalía en su rostro, parecía divertido a tal punto de no poder ocultarla. ―Buenos días. Por esa reacción diría que miró un fantasma. ―Saludó retomando cierta formalidad. Tuve la certeza de algún modo que comprendía muy bien lo que pasaba por mi mente. Me hice la desentendida, poniéndome de pie. ―No, Jon. Sólo tuve pesadillas, estoy bien. Volvió a sonreír del mismo modo. Me sentí contagiada, aunque me ganó por mucho la perplejidad. Mis ojos siguieron hechizados en su preciosa sonrisa, tanto que no me importó mucho preguntarle cuanto tiempo llevaba allí, sentado. ―Pasó moviéndose de un modo raro, hasta que de pronto despertó. ¡Qué consciencia, Princesa! Apreté los labios, ya un poco disgustada. No me gustó que acertara. Mi consciencia se sentía atacada al recordar que había soñado con él. Nuestras miradas se retaron. ―De qué habla, parece que disfruta mucho estar observando a una princesa mientras duerme. La seriedad que retomó admitió cierta tensión en la mirada. ―Se equivoca. Le dije que vendría temprano. No es culpa mía que tenga el sueño pesado ―Contestó, volviendo a su actitud esquiva. Se puso de pie, yendo a la puerta. ―Acompáñeme. Ciertamente me lo había avisado. No pude proferir nada. Me coloqué la capa yendo tras él. No emitió palabra excepto para instruirme y en varias cosas con respecto a los deberes en la cocina, la alacena y con algunos de los animales de la granja. No mencionó nada ajeno a lo necesario, manteniendo ese temple y serenidad de acero. Nos dirigíamos de regreso a la habitación, al parecer éramos los únicos despiertos tan temprano. ― ¿Cómo aprendió todo eso? Caminaba más despacio yendo a mi ritmo. Me di cuenta que mi cuestión había sido un poco audaz. Ante su intensa tosquedad, busqué una manera más persuasiva; a lo mejor funcionaba un halago sincero. ―No lo tome a un prejuicio. Se lo pregunto porque usualmente las mujeres son las que poseen ese artífice, pero lo felicito. Tiene aptitud, Jon. El silenció reinó por un momento. ― ¿Quién le enseñó a montar a caballo? ―Cuestionó sin darle importancia a lo que le había preguntado, menos a mí rebuscada adulación. ―Mi padre me enseñó ―Respondí, imitando su actitud displicente. ―Cuando él quiere puede ser un hombre dotado por la virtud de la paciencia ―Dijo, mostrando en sus labios una sonrisa amable, sin darme la vista. Mi indiferencia crecida, se aguijoneó. Nos habíamos detenido justo en la entrada de la habitación. Esa respuesta dejó vulnerable mi razón. Absorta seguí mirándole. La expresión amable se desvaneció, frunciendo el ceño. ― ¿Ocurre algo Princesa?  Una vez más, mil sensaciones y emociones se movían por todo mi cuerpo. Con la vista exultante seguí contemplando su intenso mirar. Me aclaré la garganta para evitar mostrarme tan atraída, enfoqué mi atención en lo que me había causado gran estupefacción. ― ¿Cómo sabe que mi padre a veces no tiene mucha paciencia? Cualquier rigidez y sombra de seriedad se disipó en cuanto en sus labios se arqueó una sonrisa perfecta. ―Lo he observado.  Notar esa amabilidad me tentó a confesarle todo lo referente a Inés, pero lo reprimí. Esbocé una sonrisa, también. ―Algún día tendré que saber cómo conoce tanto. Inclinó la mirada, abriendo la puerta. Esperó a que entrara para volver a marcharse. Pude concluir por esa escasa conversación que su actitud era una coraza que usaba para evitar involucrarse más de lo debido conmigo.
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