Los días con Rubén eran una maravilla, una delicia, Irene no se cansaba de abrazarlo y besarlo, él tampoco. —Me encanta cuando te pones esa camiseta ancha y tienes el pelo suelto, tan bonita y natural —le dijo su novio con una sonrisa mientras la abrazaba. —¡Estás loco! —se rió ella acomodándose en su pecho desnudo. —¡Jo, no quiero irme!, quiero quedarme aquí contigo, calentitos en la cama. Irene sonrió de nuevo, nunca imaginó que pudiera existir una sensación tan perfecta, solo necesitaba tenerlo a él, otro detalle curioso del amor, estaba más coqueta y activa desde que empezaron a disfrutar de su noviazgo, todos le decían que estaba deslumbrante, que le brillaban los ojos. —¡Lo sé, yo tampoco quiero que te vayas!, pero... tienes que irte a trabajar, tus alumnos te esperan. —Pero pr