ALEXANDER THOMPSON
—Te amo, Alexander. Y, al igual que a Luka, te voy a amar por el resto de mi vida y, aún, después de muerta.
Sé lo que me va a decir. Pero, no voy a aceptarlo. Vine decidido a obtener su perdón y a estar con ella y nada de lo que diga me va a detener. No me importa si tengo que arrastrarme detrás de ese auto, para ir tras ella y que acepte de una buena vez que, si nuestros caminos se cruzaron de la forma en que haya sido, es porque tenemos que estar juntos.
—Pero no podemos estar juntos. Ya no soy la persona que tú quieres que sea y hay alguien, mucho más importante, a quien debo proteger.
—Anna, por favor —le digo suplicando.
Agarro su mano con fuerza, pues no la voy a dejar ir.
—Lo siento, Alexander. Lo siento tanto —insiste.
Logra zafarse de mi agarre y, casi corriendo, avanza hacia el auto que la espera a unos metros de distancia.
Pero, como dije, he venido, y he persistido esperando tanto en este lugar, con un solo propósito. Y ni ella, ni nadie, van a lograr que desista de aquello.
Corro detrás de ella. Mi zancada es más larga, lo que hace que corra más rápido y no me cueste nada el poder alcanzarla.
La tomo entre mis brazos y la giro hacia mí. La sujeto con todas mis fuerzas y la oprimo contra mi pecho.
Me mira. Y su mirada es una tempestad de emociones en aquel preciso instante. No le gusta que le lleve la contraria. No le gusta vacilar, y sé que mi actitud no hace más que ponerla a dudar de sus acciones.
—Alex, ¿qué estás haciendo? —demanda, hecha un mar de lágrimas que se confunden con las cientos de gotas que le escurren por el rostro debido a aquella tormenta que no cesa—. Tienes que dejarme ir. No puedo estar aquí. No puedo dejar que ella me encuentre.
—No, Anna —insisto—. Tu lugar es conmigo. Tú y yo fuimos creados para estar juntos. Para amarnos, para ser felices juntos. Para vencer todas las adversidades que se nos presenten, juntos.
Llora. Llora con fuerza. Trata de resistirse, pero sabe, que lo que le digo, es la verdad. Que, ella y yo, no podemos estar lejos, el uno del otro. Porque nuestro amor es mucho más grande que cualquier otra cosa en el mundo.
Busco sus labios y la beso. La beso con fuerza, con potencia. Con todo el amor que siento por ella.
—Eres mía, Anna. Y yo soy tuyo —murmuro contra su boca. Deposito cientos de besos por todo su rostro, su frente, su cabeza y su cabello empapado en agua—. Nos pertenecemos desde el primer momento en que pusiste un pie en mi oficina, buscándome para vengarte de Miranda. Estábamos predestinados, Anna. Nuestros caminos ya estaban destinados a cruzarse, porque ambos nos estábamos buscando, ambos nos necesitábamos.
En medio de su llanto, se ríe. Porque sabe que todo aquello es cierto. Que ambos quedamos prendados, el uno del otro, desde la primera vez. Que nada de lo que ha habido entre nosotros, ha sido solo sexo, lujuria o pasión… Es amor. Amor fuerte y real. De esos amores que resisten contra todo y que nada lo puede destruir.
—No me importa si has estado con mi hermano. No me importa nada de lo que haya pasado entre ustedes. Quiero que volvamos a empezar y dejemos todo lo sucedido atrás.
—Alex, Alex… Cristhian y yo, no estamos juntos de esa manera —manifiesta, tomando mi rostro con sus delicadas manos, que ahora están arrugadas por la lluvia y el frío—. Lo único que hay entre nosotros, es amistad, amistad pura y verdadera. Si hui con él, fue solo para que fuera nuestro protector. Para que nos protegiera de ella, del licenciado Miller o de cualquier otro que esté dispuesto a hacer su voluntad.
Aquellas palabras me alegran. Creí que había decidido quedarse con él, darle la oportunidad que él tanto había buscado, porque yo la había defraudado al dejar que Miranda la dañara otra vez. Pero, no es como yo pensaba. Ella solo quiere que él los proteja.
¿Los proteja?
Habla en plural y, hace un momento, dijo que tenía a alguien más importante a quien proteger.
—¿Nuestro protector? —repito. Frunzo el ceño y la observo confundido —. ¿A quiénes debe proteger?
Se queda en silencio y me observa. Hay culpa en sus ojos. Algo me ha ocultado y siente remordimiento por ello.
—Alexander… —murmura. Cierra los ojos y toma aire. Nuevamente llora y sus labios morados por el frío, que nos cala hasta las huesos, por fin se abren para hablar—. Estoy embarazada.
Me quedo en silencio y la observo. Estoy atónito, confundido, impactado y no sé qué decir o hacer.
—¿Qué has dicho, Anna?
Solloza y sorbe por la nariz. Se lleva la mano al rostro y vuelve a llorar. Ríe, sigue llorando. Su rostro refleja miles de emociones. Llanto, felicidad, miedo, incertidumbre…
—Estoy embarazada —repite, y otra vez llora, llevándose las manos al rostro—. Voy a tener un hijo tuyo… Nuestro. El fruto de nuestro amor.
El corazón se me desboca. Me da un vuelco en el pecho y no puedo creer que, a parte de ella, haya algo que pueda hacerme más feliz. Pero, parece que sí lo hay. Y aquí estoy, sintiéndome más pleno y más completo que nunca en la vida.
Un hijo.
Un hijo con el amor de mi vida. No se le puede pedir más al cielo, a la vida y a los dioses.
—Anna, ¿por qué no me lo habías dicho? —le pregunto, tomando su rostro entre mis manos.
—Porque tengo miedo, Alexander —farfulla entre sollozos—. Tengo miedo de que ella le haga algo. Si algo le llega a pasar a este bebé, te juro que me mato. Jamás podré volver a pasar por aquello, nunca más. No lo resistiría, Alexander.
Su cuerpo tiembla y se ahoga en un llanto descontrolado. La abrazo. La abrazo con fuerza y seco sus lágrimas. Beso su frente y la arrullo en mi pecho.
La lluvia se ha calmado y se ha transformado en una fina llovizna que cae en pequeñas gotitas sobre nuestros cuerpos mojados por el torrencial.
—Jamás permitiré que algo les pase —le prometo, sosteniendo su rostro y obligándola a que me vea—. ¿Me crees, mi amor? ¿Crees cuando te digo que haré todo lo que esté en mis manos para protegerlos a ti y a nuestro bebé?
Continúa sollozando e hipando. Se aferra a mí con fuerza y la lleno de dulces besos mientras sigo susurrándole:
—Ustedes son lo más importante en mi vida, Anna. Tú y este bebé son lo mejor que me ha pasado y te juro que los protegeré a ambos con mi vida.
La sigo llenando de besos. Me arrodillo en el suelo cubierto de agua y lodo y deposito pequeños besos en su vientre.
Me aferro a su cintura y coloco mi mejilla sobre su vientre. Puedo sentirlo. Un pequeño bulto en su vientre, que antes era tan plano y fino y, ahora, luce ligeramente abultado.
Un nudo se forma en mi garganta. Siento que puedo explotar de felicidad en este momento. Hay un torrente de emociones formándose en mi interior y ,tengo la certeza, de que ahora estaremos más unidos que antes.
—¿Sabes que, ahora, mucho menos voy a dejar que te vayas, verdad? —le digo, levantándome y dándole un casto beso en la boca.
Sonríe. Con una de esas bonitas sonrisas que le iluminan el rostro. Acaricio su mejilla y otra vez la beso. Con ternura, con amor, saboreando sus exquisitos labios que tan bien se acoplan con los míos.
—Te amo, Anna —le susurro, separándome de ella y viéndola a los ojos—. A ti y a nuestro bebé. Los amo.
—También te amo, Alexander —toma mi mano y besa mis nudillos—. Y te quiero cerca de nosotros. Sé que serás el mejor padre para este bebé y estoy segura que nos protegerás y jamás dejarás que algo le pase a nuestro bebé.
—Jamás, Anna —musito, pegando mi frente con la de ella. Coloco nuestras manos en su vientre, ahí donde se siente el pequeño bulto—. Tú y yo, juntos, más que nunca, protegeremos a este bebé. Él será nuestra vida, nuestra felicidad y nuestro amor más grande.