HANDFASTING

2018 Words
ANNA KALTHOFF Durante mi adolescencia, cuando yo tenía unos 13 años, mi padre y yo vivimos varios meses en Escocia, por unos negocios, en la industria del whisky, que tenemos allá. Recuerdo que uno de sus socios se casó y fuimos invitados a su boda. La boda tuvo una celebración de dos días y se realizó en uno de esos castillos típicos escoceses, en las afueras de Edimburgo. El primer día, hicieron una ceremonia, como un tipo de ritual de matrimonio que celebraban los Celtas y quedé maravillada con aquello. El Handfasting. Siempre me imaginé teniendo una boda así, con el hombre de mis sueños. Gracias a Dios, nunca lo hice con Roddy, porque él no era el hombre de mis sueños y me hubiera arrepentido una y mil veces, por desperdiciar una ceremonia tan hermosa y romántica con él. Según los antiguos Celtas, la ceremonia consiste en que los dos amantes no solo se unen en matrimonio en el plano físico, si no, en el plano espiritual. La ceremonia une a dos almas que se han buscado durante la infinidad del tiempo, para finalmente encontrarse y convertirse en una sola, dispuesta a vencer cualquier adversidad que se le presente. Alexander y yo, hemos pasado tantas cosas. Nos hemos hecho daño el uno al otro, nos hemos separado tantas veces y nos hemos odiado otras cuantas. Pero, al final, aquí estamos. Juntos. Amándonos. Nuestro amor ha demostrado ser más fuerte que cualquier otra cosa en esta vida. Ha sobrepasado todas las barreras que se le han puesto enfrente. La tormenta, en aquel cementerio de Múnich, fue algo simbólico en nuestras vidas. Aquella tormenta nos limpio de nuestras culpas, de nuestros miedos, de nuestros celos, de nuestras dudas y de todo aquello que nos impedía ser felices. Hoy, más que nunca, estamos convencidos que nos pertenecemos el uno al otro. Que nos amamos como nunca antes habíamos amado a alguien y que nuestro lugar, en este mundo, es uno al lado del otro. Cristhian conduce el auto, en el que vamos al lugar en el cual realizaremos la ceremonia: Hallstatt. Nuestra ceremonia será mágica. De ensueño. A orilla del lago y con vista al encantador pueblo. Alexander viaja en otro auto, junto al sacerdote que oficiará la ceremonia. Hemos querido hacer todas las tradiciones de una boda normal. No nos hemos visto desde anoche que decidimos casarnos y le contamos a Cristhian de nuestros planes. Y nos veremos, hasta que Cristhian me entregue a él en el altar de la unión. Llegamos al lugar indicado. Una casa que hemos alquilado, a la orilla del lago de Hallstatt, al otro lado del casco histórico. Todo está preparado para realizar la ceremonia. A veces, tener tanto dinero, no es tan malo y ayuda a poder hacer estas locuras: Preparar una boda de la noche a la mañana. Nuestro auto se estaciona a un costado de la pintoresca casa y el auto en el que viene Alexander, se estaciona en el otro costado. No hay invitados, solo nosotros tres, el sacerdote y las dos personas encargadas de preparar el lugar. —¿Estás lista? —me pregunta Cristhian, girándose sobre el asiento para poder verme. —Sí —le respondo—. Y también nerviosa y demasiado emocionada. No puedo creer que, por fin, vamos a hacer esto. Ensancha una enorme sonrisa, que me contagia, y comenta: —Tienes que estarlo. Hoy, por fin, te casarás con el amor de tu vida. —No me parece real —le digo—. Siento que es un sueño. Todo parecía tan mal hace un par de días y, ahora, aquí estamos. Y todo gracias a ti, si tú no me hubieses dicho que bajara del carro y hablase con él, no estaríamos juntos. No estaríamos haciendo esto. —Era lo que tenías que hacer. No podían seguir estando separados. Se aman y necesitan estar juntos. Merecen estar juntos —acota. —Espero que puedas encontrar a alguien que te ame y a la que ames, de la misma manera en que Alexander y yo nos amamos —musito, tomando su mano y apoyando mi mentón en el respaldo de su asiento—. Mereces ser tan feliz , como lo somos nosotros. —¿Me crees si te digo que, por los momentos, soy feliz viéndolos felices a ustedes dos? —Por supuesto que lo creo —le respondo—. Eres la persona más buena que existe en este mundo. —Lo dices porque me quieres. —No solo te quiero —le replico—. Te amo con mi vida. Eres mi mejor amigo. Como el hermano que nunca tuve. Y por eso quiero lo mejor para ti, por eso espero que encuentres a una mujer tan buena como tú. De sentimientos tan nobles como los tuyos. De lealtad inquebrantable, como la tuya. —Hubieras invitado unas cuantas mujeres a esta boda, quizá, hubiese podido conocer a alguna mujer como la que describes. —Aún estamos a tiempo —le digo en broma—. Solo tenemos que ir al otro lado —señalo hacia el pueblo, que resplandece al otro lado del lago—. Y es más que seguro que encontraremos, a más de una, interesada en tener un Aquaman en su vida. Se ríe por mi comentario y continuamos hablando por unos minutos más, hasta que nos indican que ya está todo listo para que la ceremonia comience. […] Camino, tomada del brazo de Cristhian, hacia el altar en el que me espera el hombre que más amo en este mundo. Cuando me ve, ensancha una enorme sonrisa. No puede ocultar la emoción que siente en aquel momento, al igual que yo. Me río como tonta. El corazón me late aprisa y todo aquello me parece irreal. El altar está compuesto de un círculo hecho con pétalos de rosas blancas y cuatro velas, encendidas, en los cuatro puntos cardinales. Llegamos hasta el centro, donde Cristhian me entrega a Alexander, que me saluda dándome un beso en la frente y me sonríe emocionadísimo. Los dos hermanos se dan un fuerte abrazo y, luego, el mayor se aparta. —¡Estás preciosa! —exclama, besando los nudillos de mis manos. —¡Tú estás muy guapo! —le digo—. ¿Estás seguro que quieres hacer esto? —Nunca he estado más seguro de algo en mi vida —manifiesta. Le sonrío. Sintiéndome la mujer más feliz que existe sobre la tierra, sabiendo que hoy, uniremos nuestras vidas y nuestras almas para siempre. —¿Están listos? —nos pregunta el sacerdote. —Sí —respondemos al unísono. Nos mantenemos tomados de las manos, viéndonos frente a frente. Ambos riendo y sin poder ocultar lo que sentimos en aquel momento. No es la boda que otras hubieran deseado. Pomposa, con miles de invitados, una enorme iglesia y nuestras familias reunidas para darnos la bendición. Pero, a mí, me parece perfecta. No digo que no desearía que estuviera mi padre, o los padres de Alexander, pero esto está bien. Casándonos en secreto. Con el sacerdote, Cristhian y aquel precioso paisaje, como testigos de nuestro amor. —Nos hemos reunido aquí —comienza a decir el sacerdote— bajo la protección de la tierra, el aire, el fuego y el agua, pidiendo su bendición pare unir a Alexander y Anna, en este ritual de amor. Hace una oración y luego nos pregunta: —Alexander y Anna, ¿están seguros de unirse en total libertad, como esposo y esposa, delante de Dios como testigo, para amarse y honrarse hasta que la muerte los separe? —¡Sí! —respondemos en una misma voz. —¿Están seguros de querer unir sus vidas, sus almas, sus corazones, sus fortalezas y sus cualidades, con este ritual, y así duplicarlas, para que, como una misma alma, sean más fuertes, más sabios, y puedan suplir sus carencias y defectos con el apoyo y aprendizaje del otro? —¡Sí! —volvemos a responder. —¿Están seguros, que después de esta unión, dejarán todo lo malo atrás y se dedicarán a traer luz, amor y felicidad a sus vidas? —¡Sí! —repetimos emocionados. —Ya que han declarado todo esto con seguridad, procederemos a realizar el ritual —manifiesta. Se gira y toma la enorme trenza de cintas de colores y se la entrega a Cristhian, que será el encargado de unirnos. Entrelaza nuestras manos. Mi izquierda con la derecha de Alex y mi derecha con su izquierda, de forma que se asemejan a un infinito. —Cristhian, por favor, enrolla la cinta en sus manos —indica. Lo hace. El enorme hombre enrolla la trenza de cintas, en color blanco: que significa la paz y verdad que debemos de llevar al matrimonio, rojo: que simboliza la pasión y el amor que debemos tener, amarillo: el balance y armonía, celeste: entendimiento y paciencia, n***o: sabiduría y éxito, y morado: progreso y sanación. —Estas cintas representan la unión de sus vidas y sus almas hasta la eternidad, en completo amor, respeto, confianza, paz y felicidad, en la que ambos prometen honrarse y amarse con todas sus fuerzas y no permitir que nada, ni nadie pueda separarlos —dice el sacerdote—. Ahora pueden decir sus votos de amor. Siento el corazón desbocado y, estoy segura, que tiemblo de la emoción. No puedo hacer otra cosa que sonreírle nerviosa a Alexander, que, en ningún momento, ha despegado sus ojos de los míos y me mira con emoción y amor. —Yo, Alexander Thompson —comienza a hablar—. Delante de Dios y de estos hombres, prometo amarte y honrarte, a ti Anna Kalthoff, durante el resto de nuestras vidas, y aún después de la muerte. Prometo hacer hasta lo imposible para hacerte feliz, para protegerte a ti y a nuestro bebé, y apoyarte en todo. Las lágrimas se apoderan de mí y juro que, hasta el momento, este es el día más feliz de toda mi vida y lo voy a atesorar en mi corazón como el recuerdo más grato que puedo tener. —Este es un día, que será inolvidable, porque siempre quedará grabado en mi mente el día en que, delante de los aquí presentes, no tuve ningún temor de gritar a los cuatro vientos lo mucho que te amo. ¡Seré tuyo hasta el final de nuestros días! Te entrego mi alma y mi corazón para toda la eternidad. En medio de mis lágrimas, me río emocionada y lo veo a él reír, lleno de felicidad. Como puede, seca mis lágrimas y me da otro beso en la frente. Se separa y entonces es mi turno para decirle mis votos de amor: —Yo, Anna Kalthoff, prometo amarte y honrarte a ti, Alexander Thompson. Prometo apreciarte y honrarte a partir de hoy, durante todos los días de nuestras vidas, tanto en los buenos como en los malos momentos. Juro serte fiel siempre, y apoyarte cuando me necesites. Prometo llenar tus días de felicidad, tu alma de paz y tu corazón de amor. Mi mente, mi amor y mi vida te han pertenecido desde el primer momento en que te vi y te seguirán perteneciendo por el resto de nuestras vidas. Soy tuya, hoy, mañana y siempre. Te amo. Puedo ver la alegría en su rostro. Y aquello es todo lo que necesito, para que este día sea perfecto. Él y yo, siendo completamente felices, después de todo. Él y yo, amándonos hoy más que nunca. Él y yo, dejando todo lo malo atrás y dispuestos a comenzar de nuevo. Sin mirar todo lo malo que dejamos atrás. —Ahora, repitan conmigo estás palabras: “Soy tuyo (a) y tú eres mía (o). Desde este día, hasta la eternidad, y nada ni nadie podrá separar esta unión que hoy hacemos, delante de Dios y los hombres.” Procedemos a soltar nuestras manos de aquellas cintas, sin soltar el nudo, que representa nuestra unión y finalizamos con un beso. Un beso lleno de amor. Nuestro primer beso, como marido y mujer.
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